16 mayo 2022

Creencia y desengaño. Lo trágico en el cuento El Camino hacia el sol de Abraham Valdelomar

 



Creencia y desengaño.
Lo trágico en el cuento El camino hacia el sol
de Abraham Valdelomar

 

 

Sven Saberbein Guzmán
Universidad Nacional de San Agustín, Arequipa

 

 

Palabras clave

Abraham Valdelomar · El camino hacia el sol · Crítica de la razón literaria
Materialismo filosófico · Teoría de la Literatura · Creencia · Desengaño

 

Sinopsis

A partir del concepto de tragedia que expone Jesús G. Maestro en la Crítica de la razón literaria (2017), interpretamos el cuento El camino hacia el sol (1915-1921) de Abraham Valdelomar como el desengaño de una fe defraudada. Demostraremos cómo el cuento presenta un suceso trágico concentrado en las relaciones entre ser humano y sus creencias religiosas (eje angular) para explicar ontológicamente que el desengaño experimentado ante la certeza de la falsedad de la fe es la razón que los conmina al suicidio masivo. En este sentido sostenemos que el relato desmitifica con amplitud la idea de creencia y de fe y, en última instancia, interpretamos la necesidad sugerida de superar el desengaño como cuestión vital.



Artículo

 

La literatura es una forma original de expresar un desengaño.

Jesús G. Maestro

  

Publicado en 1915 y posteriormente en 1921 en el libro de cuentos Los hijos del sol, forma parte del conjunto que el autor denominó como cuentos incaicos, por usar como materia para construir sus ficciones literarias al ambiente, los habitantes y a la mitología del que fue el imperio de los Incas.

La fábula de El camino hacia el sol presenta a los habitantes de una ciudadela inca que, al recibir la noticia de que el imperio había sido conquistado, viajan a la costa confiando en la creencia religiosa que les prometía que el dios Sol saldría del mar a la hora del crepúsculo y los llevaría consigo a su mundo divino. Sin embargo, tal creencia no se hace realidad y presos de la desesperación deciden suicidarse todos enterrándose vivos.

La interpretación que plantea este análisis se fundamenta en los principios de la Crítica de la razón literaria (2017) y sostiene que las ideas objetivadas por Valdelomar en este relato exponen el enfrentamiento de la creencia frente la certeza de los hechos que la desmienten cuyo producto es la experiencia del desengaño. Esta dialéctica define el proyecto vital[1] de todos los individuos del pueblo peregrino que culmina en un suicidio masivo. En síntesis, nos presenta la tragedia de la fe defraudada y la desgracia de no superar el desengaño.

Para demostrar esto identificaré primero las cualidades del conflicto trágico en el relato usando la teoría del espacio antropológico tal como Jesús Maestro expone en la Critica de la razón literaria (2017). En segundo lugar, explicaré de acuerdo a la ontología materialista, la mecánica de los acontecimientos que dan lugar al suceso trágico del desengaño y cuya consecuencia es el suicidio. Concluiré señalando el carácter desmitificador de este relato observando cuál es el sentido de este desengaño desde una visión crítica actual.

 

 

1

 

Para comenzar es importante apuntar que, debido a que las características de la prosa de Valdelomar corresponden con los paradigmas de la corriente del modernismo literario hispanoamericano, por estar cargada de decoraciones florales, la tendencia decadentista de contemplar la muerte y mostrar siempre un tono realista y verista, entendemos aquí su visión del pasado y la civilización incaica como ambiente de una emotividad poética cuya finalidad es ciento por ciento literaria, esto es, sin ningún afán de reconstrucción histórica, promoción étnica o connotaciones «espirituales». Perspectiva que coincide con buena parte de la crítica literaria que se ha ocupado de los relatos que componen el libro de cuentos Los hijos del sol[2].

Desde el punto de vista de este artículo, la importancia de El camino hacia el sol se concentra en cómo Valdelomar utiliza los referentes culturales incaicos para construir una ficción poética que desmitifica el concepto universal de la fe.

En este sentido refuerzo esta postura de interpretación en concordancia con lo explicado por Maestro en la Crítica de la razón literaria: «La literatura es una ficción estética cuyos referentes pretenden ser formalmente verosímiles, para hacer posible y coherente al ser humano las condiciones de un conocimiento moral y poético» (Maestro, 2017: 1411). De este modo señalaremos que el conocimiento moral y poético objetivado por el autor en el relato es la crítica al concepto de la fe a través de la idea del desengaño.

 

 

2

 

El camino hacia el sol inicia con un epígrafe que nos remite curiosamente al final de la narración para sugerir abiertamente un sentido de lectura y la sofisticación poética del relato, adelantando al lector que en esta leyenda tendrán un énfasis decisivo la Fe, el Amor, el Mar, el Crepúsculo y la Muerte, dicho de otro modo, ideas universales. Veamos.

 

Se ve al final de esta leyenda señorear sobre las momias sepultas la serenidad; e intervienen en su desarrollo, cosas inefables e infinitas: la Fe, el Amor, el Mar, el Crepúsculo y la Muerte dueña y señora de todo lo que existe y anima (Valdelomar, 1921/2015: 7).

 

El final es el suicidio grupal, la tragedia. Suscribimos aquí a la definición del concepto de tragedia literaria presentado en la Critica de la razón literaria: «La tragedia es una desgracia o infortunio muy grave que afecta de forma imprevisible e irreversible al ser humano, y cuyas causas y consecuencias ningún individuo o sujeto operatorio puede respectivamente ni prever, ni controlar, ni restaurar» (Maestro, 2017:1993).

De acuerdo a esta premisa nos preguntamos entonces ¿cuál es el conflicto irresoluble que conduce a la tragedia en El camino hacia el sol? y ¿cuál es exactamente la desgracia irreversible e imprevisible que constituye el suceso trágico en el relato? En estos sentidos usaremos el concepto de espacio antropológico (Bueno, 1978, 1996).

El espacio antropológico es el lugar material en donde el ser humano se relaciona con los elementos de la realidad que lo rodea. Estas relaciones ocurren en tres ejes: eje circular, donde se dan las relaciones entre los seres humanos. Eje radial, donde se dan las relaciones entre el ser humano y los elementos de la naturaleza, plantas, animales, entorno geográfico, astros y objetos inanimados. Y eje angular, donde el ser humano se relaciona con entidades sobrehumanas pertenecientes a la religión (numinosa, mitológica, o teológica[3]); estas relaciones pueden darse mediante la fe y la interacción ritual del individuo con sus dioses, seres sobrehumanos, espíritus de la naturaleza o animales mágicos, como también en la vinculación del individuo con símbolos de contenido trascendental, como templos, crucifijos, tótems, banderas, himnos, etc.

Con estos términos en mente observamos que el problema del cuento se inicia con la llegada de un chasqui (mensajero de correos) que confirmaba la noticia de que el imperio había sido conquistado:

 

–Hijos del Sol, el Imperio está en peligro. Se ha cumplido el oráculo. La ciudad sagrada ha sido destruida por los extranjeros. El Inca, el padre de los hombres, el hijo del Sol, ha sido asesinado, por los hijos de Supay... […]

–Ya no tenemos Inca. Es preciso buscar el amparo del Sol. Los enemigos vienen. Llegarán pronto. Preparad vuestros menesteres y esperad las órdenes del Curaca y del Consejo (Valdelomar, 1921/2015: 10).

 

Si bien encontramos que el agente del problema es una relación ubicada dentro del eje circular (relación entre seres humanos), ya que son otras personas las que amenazan el imperio, vemos cómo el narrador expone el suceso intencionalmente desde la perspectiva del eje angular incaico, esto es así porque los personajes atribuyen el hecho a la profecía de un oráculo, además, dotan al Inca y a los conquistadores con categorías sobrehumanas, hijo del Sol (dios Sol) e hijos de Supay (el diablo); elementos de la mitología religiosa incaica, correspondientes al eje angular.

Este es el problema inicial del relato, pero se observa que no es un problema definitivo, no es un suceso trágico, porque no fue imprevisible, ya que un oráculo lo había advertido, y tampoco irreversible, porque el dios Sol los rescataría del peligro.

Además, en este relato, los conquistadores españoles nunca aparecen como una amenaza directa, solo se tiene noticia de su presencia, el pueblo peregrino ni siquiera tiene una idea exacta de aquellos enemigos poderosos y extraños habían invadido el Imperio; que eran hombres raros, hijos del mar y del demonio, porque nunca llegan a tener contacto con ellos, ni siquiera a verlos.

El suceso trágico del relato tiene lugar cuando, a la orilla del mar, el dios Sol nunca aparece para rescatarlos, vemos entonces que frente a este desengaño toman la decisión de suicidarse.

 

Los días pasábanlos explorando la orilla, buscando alguna puerta en el mar, escuchando lo que decían las olas, pero nada venía a sacarlos de sus inquietudes. Al llegar el crepúsculo, acercábanse todos hasta la orilla, y tanto que las olas les mojaban los pies, para ver si en la estela crepuscular y dorada aparecía algún signo de la bondad solar, pero el Sol se ocultaba en el mar y dejaba a su pueblo abandonado, esperando nuevamente… El hambre amenazó. La última tarde, la definitiva, la invocación al Sol se hizo llorando. De aquel pueblo creyente que ocupaba en la orilla una enorme extensión que doraba el Sol moribundo, salió un solo llanto conmovedor y sincero:

–¡Padre! ¡Padre! ¡Padre! [...] ¡No abandones a tu pueblo! [...]

¡Padre, dinos el camino de tu reino maravilloso!

Pero nadie contestaba aquel grito de dolor y de desesperanza, y, a medida que el Sol se iba ocultando, el llanto crecía y dominaba el rugir del mar. Hubo un momento, aquél en que el Sol besó la línea del horizonte, en que ellos esperaron ver salir al Sol y hablarles con la misma bondad generosa que a Manco Cápac, y suspendieron sus lamentaciones; pero, breve e indiferente, el enorme disco de oro se ocultó en el mar. Entonces arrojáronse al suelo y lloraron inconsolables (Valdelomar, 1921/2015: 22).

 

A través del espacio antropológico podemos observar que el problema definitivo del relato no es ver a su imperio conquistado tampoco los amenaza el ejército extranjero que jamás llegan a ver (eje circular), ni siquiera la decisión de morir en un sacrificio humano o por suicidio (eje radial), sino el desengaño de saber que su dios, el Sol, no existe de forma tal que pueda salvarlos o tan solo interactuar con ellos (eje angular). La desgracia imprevisible e irreversible en el relato es ausencia de un dios, la falsedad de su creencia. Constatamos entonces que el conflicto de fondo corresponde al eje angular del espacio antropológico, es la relación del hombre con sus creencias religiosas.

De este modo interpretamos que Valdelomar expone el caso de una fe defraudada, la colisión de la creencia (angular) contra la realidad de los hechos que la desmienten y da lugar a una experiencia de desengaño definitiva.

Para ser más certero en cuanto a la idea de creencia, la definiré de acuerdo al concepto planteado por Gustavo Bueno[4]. En términos sumamente sencillos podemos decir que la creencia es la disposición psicológica de un sujeto en función a un material corpóreo del que supone el cumplimiento de determinadas razones y expectativas. La cuestión de una creencia llega a su resolución cuando el sujeto coteja el componente psicológico de su creencia con el componente material de la misma, solamente en ese momento es capaz de entender objetivamente el contenido de su creencia y, tanto si la creencia resulta cierta como falsa, deja de ser creencia y se convierte en certeza.

En el cuento el componente psicológico de la creencia es la confianza del pueblo en el concepto religioso de la fe, dado en función al material corpóreo de la estrella Sol, suponiendo que era su protector y los llevaría consigo a su mundo paradisiaco (relación de carácter angular en el espacio antropológico). Pero cuando llega el momento de comprobar su fe, el objeto de su creencia, el sol, no cumple con las expectativas que demandaba disposición psicológica de su fe. El hecho resuelve la creencia como falsa y los habitantes del pueblo adquieren la certeza de ello.

En términos narratológicos podemos organizar como la Prótasis del relato, a la certeza de la caída del imperio inca, la Epítasis, a la creencia de la fe que los mueve a la peregrinación hacia el mar en busca del camino hacia el sol, y la Catástrofe, a la certeza de que el dios Sol no existe, al momento cuando la creencia se coteja con los hechos y tienen la certeza de su falsedad, de que dios no aparecerá.

La catástrofe ocurre en el ámbito de las relaciones del eje angular, lo imprevisible de esta situación es que ellos jamás dudaron de su fe, y lo irreversible es que no existe poder humano capaz de hacer que un dios Sol aparezca realmente. Sin ver solución a través del desengaño, concluyen en el suicidio masivo.

 

 

3

 

Para entender cómo sucede la colisión de la creencia contra los hechos que en el relato dan como resultado el desengaño, usaré los términos de la ontología materialista de Gustavo Bueno expuesta por Jesús G. Maestro en la Critica de la razón literaria.

El Materialismo filosófico explica la realidad conocida por el ser humano a partir de la fórmula Mi=M, M2, M3 (ontología especial). En dónde (Mi) el mundo interpretado, está constituido por tres géneros de materialidad: (M1) Materialidad Física o corpórea, la materia de los objetos que ocupan un lugar en el espacio; (M2) Materialidad Psicológica o fenomenológica, conformada por las emociones y las percepciones subjetivas (como el miedo o el amor); y (M3) Materialidad Conceptual o lógica, constituida por objetos lógicos (como el lenguaje, los números, las fórmulas y explicaciones científicas, las ideas filosóficas) estructurados de manera racional y relacionados con un referente corpóreo (M1) y psicológico (M2).

Estas tres formas de materialidad son conjugadas, ocurren en simultaneo y son inseparables, de tal modo que si un concepto (M3) no posee un referente corpóreo(M1) y psicológico(M2) que lo validen, entonces se hablará de un sofisma, una falsedad, una mentira. Del mismo modo que si un material psicológico (M2) no posee un correlato corpóreo (M1) que lo valide se hablará de una patología mental o una alucinación.

Veremos ahora cómo se desarrollan los tres géneros de materialidad en la ficción del relato para definir cómo ocurre la dinámica de fuerzas en la situación trágica.

Un narrador heterodiegético presenta la situación, la noticia de la caída del imperio incaico, en torno a dos personajes protagónicos, Sumaj e Inquil, una pareja prometida en matrimonio, dejándonos percibir el impacto de tal hecho en sus vidas personales. Sin embargo, adquiere por momentos un carácter esquisciente que focaliza la experiencia de Sumaj (el hombre), permitiéndonos saber sus sentimientos y pensamientos.

 

Muy atrás de la comitiva, caminaban Sumaj e Inquill en silencio. Para nadie podía ser más trágico el destino. Ellos habían visto desvanecerse en un instante todos sus sueños de felicidad. Pocos días faltaban para el día de la fiesta del maíz, donde el curaca en nombre del Inca, habría unido a la amante pareja, y se habrían instalado en el terreno que ya labraba el joven. […] La heredad estaba cerca del arroyo que descendía a la tierra designada, sin trabajo. Ya la tierra esperaba, con los surcos abiertos, la semilla para multiplicarla y el riego fecundante para sus muslos núbiles (Valdelomar, 1921/2015: 15).

 

Las motivaciones psicológicas (M2) como casarse y formar una familia, esto es, el imperativo natural de procreación, el deseo sexual, el amor, e incluso el deseo de seguir con vida al finalizar la narración, son aplastados por el imperativo de la político- religioso (M3) de la fe. Obedecen, aceptan que es lo mejor, que el concepto religioso de la fe (M3) es superior a sus deseos personales (M2) y renuncian a tales deseos. De este modo el lector se ve inclinado a experimentar la situación ficticia desde la perspectiva emocional de esta pareja: la tristeza de la renuncia al amor por la fe. El drama de la proximidad de un final inminente que les arrebata la posibilidad de vivir su amor.

Desde esta perspectiva la caída del imperio inca pasa a segundo plano, se entiende que era el destino predicho por el oráculo, que todos los imperios eventualmente caen. No hay tragedia en la desolación (M2) de la pareja porque el concepto religioso que les ofrecía la fe(M3) garantizaba una vida feliz y eterna en el paraíso del sol. El narrador, a su vez, deja claro que no existen sentimientos de temor (M2) a la muerte, no hay tragedia alguna en morir, la ley religiosa ejerce tanto poder que incluso los sacrificios humanos son tenidos como una fortuna y nunca al contrario.

 

Se hicieron sacrificios que oficiaban los sacerdotes. Algunos mozos y muchas vírgenes, mujeres de la nobleza, se habían enterrado vivas para acompañar al Inca en su viaje y servirle durante el camino. Entre ellas se habían sepultado la hija del Curaca y veinte mamacunas. En la casa del Curaca el consejo duró hasta muy tarde y a media noche salieron los jefes y hablaron a los camayocs. Habían acordado pedir auxilio al Sol. Era necesario ir adonde el Sol y abandonar el pueblo (Valdelomar, 1921/2015: 11).

 

La fe en su dogma (M3) religioso los induce a acción de «ir tras el sol», no intentan proteger la cuidad en la que viven ofreciendo resistencia armada, ni intentan pactar políticamente con el nuevo régimen, tampoco eligen huir y vivir ocultos, sino que optan por buscar el camino hacia el sol que promete la salvación como recompensa a su fe en un más allá donde la paz y la alegría serán eternas. Sin embargo, cuando la comunidad entera se enfrenta al desengaño, debe afrontar a la inexorable labor de reconocer falsedad de sus ideas religiosas. No lo consiguen.

En este punto, cuando el racionalismo metafísico ha fracasado y la situación demanda nuevas formas de razonar para construir una salida, Valdelomar pone la solución final en boca del amauta (educador) más viejo quién llevado nuevamente del mismo racionalismo metafísico a través de una explicación especulativa peligrosamente próxima al nihilismo, decide el suicidio masivo.

 

El Sol nos ha abandonado. Él es todopoderoso y podría salvamos. ¿Quién sabe si al Sol lo ha vencido en algún combate ese otro dios que dicen que puede más que él?... De este Sol no debemos esperar nada. Él ha permitido que los extranjeros entren al Cuzco y destrocen su imagen y la de los Emperadores, y se lleven las puertas y los vasos de oro y las mascaipachas y las plumas sagradas del Coraquenque. Él ha permitido que el bastardo haya asesinado al hijo de Huayna Cápac y ha permitido a su vez que el Demonio extranjero matase a Atahualpa. Él no se ocupa de nosotros, y mejor es morir para ir a buscar a los Emperadores. Ellos nos escucharán y no nos abandonarán nunca. Allí encontraremos a los cuatro hermanos Ayar, los fundadores del Imperio, y a los Emperadores, sus hijos. Sabias encontraron todas las palabras del amauta y contestaron: –Vayamos en busca de los Emperadores... ¡Vayamos! (Valdelomar, 1921/2015: 23).

 

El racionalismo que esgrime el amauta, insiste en interpretar la situación de forma mitológica, propia del eje angular, alegando un combate entre deidades: ¿Quién sabe si al Sol lo ha vencido en algún combate ese otro dios que dicen que puede más que él? Si bien renuncia a su fe mitológica en el dios Sol, se refugia en otro tipo de fe, igualmente mitológica, al confiar nuevamente en que «después de la muerte» encontrarán a los emperadores en lo que sugiere un mundo espiritual. Este modo de pensar insiste en establecer relaciones de carácter angular para explicar la realidad, porque no hace más que cambiar una deidad por otra, sustituyendo la figura desmentida del dios Sol por la figura humana con cualidades mitológicas de los emperadores. Sin embargo, es un detalle importante que, a pesar de persistir en un racionalismo metafísico, ocurre un punto de inflexión, ya que entienden que no hay dios que los proteja, superando así el mito de naturaleza[5] protectora al comprobar que la naturaleza es indiferente a su dolor, no los salvará de nada, y que el hombre solo puede confiar en el hombre (los emperadores), y en sus propias fuerzas (cometer suicidio para llegar a los emperadores por sus propios medios).

Con todo, no pueden dar respuesta al tal desengaño, no logran articular un racionalismo antropológico que les permita ser compatibles con la realidad y actuar para seguir viviendo. El concepto religioso (M3) de la fe, sobre el que basaban su vida, no tiene referentes en la realidad, es un sofisma, un argumento falso, una mentira, ya que su correlato empírico no existe. El racionalismo metafísico se derrumba al contacto con la realidad de los hechos y da como resultado un desengaño tan atroz que los induce al suicidio.

Por estas razones, identificamos que el hecho trágico en este relato se da en la experiencia de esta pareja frente al desengaño que les toca vivir cuando la fe (M3), a la que subordinaron sus deseos (M2) y su proyecto vital, se descubre como falsa, irreal. La fe no mueve montañas, ni estrellas, tampoco construye puentes sobre el mar ni caminos hacia el sol. La fe es, simplemente, una ilusión vacía que fracasa, engullida por la muerte.

Es esta la verdadera tragedia que nos ofrece Valdelomar en su relato, la desgracia de creer en cosas que no existen y de no superar el desengaño.

 

 

4

 

Para concluir sería muy útil preguntarnos ¿Y cuál es el sentido de este desengaño? ¿Cómo impacta en la realidad desde una perspectiva crítica actual?

La catástrofe ubicada en el eje angular del espacio antropológico, plantea el conflicto ontológico entre el concepto (M3) de la fe y la incongruencia con su correlato corpóreo (M1). La idea de realidad sostenida por el concepto de la fe se revela como ilusoria, pero a partir de esta certeza no se consigue construir un nuevo concepto (coherente con los hechos) que les ofrezca una solución para la situación.

A lo largo del relato y especialmente en el final, el narrador nos ofrece un entorno natural (eje radial), en cuanto a clima, geografía y astronomía, completamente insensible al hombre, no es hostil ni benevolente, es simplemente indiferente. Aun cuando cavan las fosas donde se irían enterrando vivos uno por uno, la naturaleza no ofrece ninguna expresión, no llueve, no hay frio ni viento, incluso se describe un clima acogedor y apacible. El tono realista del narrador ofrece una completa imagen en la que los sentimientos humanos no significan nada para la naturaleza (eje radial).

 

Pero nadie contestaba aquel grito de dolor y de desesperanza, y, a medida que el Sol se iba ocultando, el llanto crecía y dominaba el rugir del mar. Hubo un momento, aquél en que el Sol besó la línea del horizonte, en que ellos esperaron ver salir al Sol y hablarles con la misma bondad generosa que a Manco Cápac, y suspendieron sus lamentaciones; pero, breve e indiferente, el enorme disco de oro se ocultó en el mar (Valdelomar, 1921/2015: 22).

 

Una vez que todo el pueblo es enterrado vivo, Sumac incluso debe realizar la terrible tarea de enterrar vivía a su prometida Inquil. El narrador, entonces, nos ofrece las experiencias de Sumac que, como último superviviente, se reconoce en la completa soledad, la naturaleza no lo acompaña, no tiene fe y acaba de sepultar a la mujer que ama, por la misma fe que ya registra como falsa.

 

Entonces miró largamente al Sol. Vio cómo, indiferente y rojo, se iba acercando a las aguas, y cómo las sombras iban invadiendo la montaña. […] El Sol se ocultó. Y entonces tuvo la perfecta noción de su abandono (Valdelomar, 1921/2015: 28).

 

El narrador acompaña la desesperación desaforada y próxima a la locura del personaje, que muestra un último y único gesto de rebeldía: No se entierra vivo tal como indicaban los ritos, sino que se ahoga en el mar. Si bien a lo largo de la peregrinación Sumac se muestra dubitativo frente a las demandas de la fe, nunca actúa en oposición a ella. La única acción en la que se opera una decisión propia, personal, abandonando la obediencia semoviente que todos los habitantes del pueblo muestran a lo largo del relato, es la forma en la que ejecuta su propia muerte.

Pero el narrador no se detiene en la muerte y dedica un último párrafo, que resulta sumamente significativo, para mostramos una imagen final de la figura impertérrita de la naturaleza, que es incluso superior a la muerte.

 

La luna se enseñoreó azul sobre el pueblo sepulto y un ave blanca cruzó en dirección al horizonte vago, sobre la estela luminosa, en el aire tranquilo (Valdelomar, 1921/2015: 28).

 

No existe aquí ninguna idea metafísica, ni figura numinosa o sobrenatural que dote a la muerte con características valiosas, sino que reafirma la indiferencia de la naturaleza, siempre en términos muy realistas, pero a la vez poéticos y sutiles. El autor, al igual que la naturaleza, se muestra indolente en todo momento. La muerte que indudablemente también forma parte de la naturaleza, es tan indiferente como el sol y el mar, y no es, ni más ni menos, que la aniquilación de la vida humana. Eso es todo.

En este relato de 1915, Valdelomar objetiva una potente critica que desmitifica a la creencia y la fe, para señalar en qué medida sus aportes a la sociedad poseen verdadera utilidad práctica en la vida personal del individuo o simplemente constituyen supersticiones con fines de orden y carácter morales. Tarea por demás complicada ya que, tal como el cuento expone, la creencia y la fe siempre se presentan como una certeza «casi» segura.

 

Preguntábanse las gentes adónde iban. Los ancianos respondían:

–Vamos en pos del Sol. Él no nos abandonará. Él nos recibirá en sus mansiones...

–¿Y quién conoce el camino para llegar al Sol?...

–¿Quién sabe dónde está el Sol?...

–¿Por dónde se va al Sol?...

–Yo he soñado, dijo una joven, yo he soñado, que se va por un camino de molles florecidos, a cuyos lados corren arroyos transparentes en cuyas ondas van pasando los días, las horas, las lunas y los raymis, que todo el camino lo iluminan sus rayos, es un sendero largo, muy fresco, y a ambos lados están los palacios de los Emperadores; una música de antaras acompaña a los que van caminando; y no se siente el peso del cuerpo ni el cansancio del camino...

–El Sol está detrás de las montañas. Yo he oído decir a uno de los enviados del Inca –dijo un alfarero– que más allá de las punas existe un gran río sin orillas y que en él se acuesta todas las noches el Sol (Valdelomar, 1921/2015: 12).

 

Incluso en estos tiempos la creencia y la fe continúan ejerciendo una tremenda influencia en las personas de todas las sociedades. Además de la religión, de influencia ahora mucho menor, el individuo del siglo 21 ha elegido como contenedor de sus convicciones más personales a las pseudociencias y sobre todo a las ideologías, de formas tan extremas que rozan el fanatismo. Un fanatismo perfectamente equiparable a la fe de un camino hacia el sol que inevitablemente terminará, tarde o temprano, en la decepción y el desengaño con consecuencias siempre lamentables.

Por todo esto concluimos que las ideas del autor objetivadas en este relato cobran su sentido literario más potente a través de la idea del desengaño. Interpretamos que el sentido del desengaño objetivado en El camino hacia el sol, radica en la idea latente del peligro que puede suponer la creencia y el recordatorio de que el hombre solo puede confiar en su propia fuerza (física [M1], psicológica [M2] y lógica [M3]), nada ni nadie lo salvará de las dificultades sino él mismo y, sobre todo, superar el desengaño es imprescindible para sobrevivir. La fe no mueve montañas ni construye caminos hacia el sol. Consideramos que esta idea final, de amplitud universal, exige ser reflexionada cuidadosamente.

 

 

 

Bibliografía

 


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NOTAS

[1] Para más precisiones sobre este concepto, véase El sentido de la vida de Gustavo Bueno (1996).

[2] En este sentido, observa Luis Alberto Sánchez: «Los indios del Perú, los quechuas son para Valdelomar […] seres como todos de la tierra: sumisos y rebeldes, amantes y repulsivos, activos y soñolientos, escépticos y creyentes, altos y bajos, de sierra y costa, viriles y afeminados, altivos y serviles; toda la gama de la humanidad. Sin pretender elaborar filosofía alguna, Valdelomar presenta una sociedad como todas, con dramas como todos, con pasiones como todos, con ideales y frustraciones como todos» (Luis Alberto Sánchez, 1987: 363). De igual manera Carlos Arroyo refiere: «Valdelomar descartó deliberadamente los hechos y acontecimientos de la vida del Tahuantinsuyo que podían obligarlo a hacer algún tipo de reconstrucción histórica, y, como buen decadentista que era, privilegió todas esas cosas inefables e infinitas(el mar, el crepúsculo, la fe y, sobre todo la muerte) que, de una u otra forma, encajaban perfectamente con su afán de cultivar un tipo de incaísmo que se afincaba básicamente en los terrenos de la creación la fantasía y la poesía» (Carlos Arroyo, 2005: 33).

[3] Las creencias numinosas tienen por divinidades a animales y «espíritus» elementales (montañas, ríos, etc.); las mitológicas toman como dioses a figuras antropomórficas con cualidades sobrehumanas; y las creencias teológicas ubican a sus deidades en un nivel metafísico y trascendental de escala filosófica constituido por las ideas de omnipotencia, omnipresencia, omnisciencia, eternidad, etc. Para ampliar estos conceptos de religión, véase la obra de Gustavo Bueno El animal divino (1985).

[4] Gustavo Bueno,  «Sobre la idea de creencia», Tesela 79, Oviedo, 30 de marzo de 2011. 

[5] Gustavo Bueno, «Sobre el mito de la Naturaleza como correlato del mito de la Cultura», Tesela, 109, Oviedo, 23 de mayo de 2012. 





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