Creencia y desengaño.
Lo trágico en el cuento El camino hacia
el sol
de Abraham Valdelomar
Sven Saberbein Guzmán
Universidad Nacional de
San Agustín, Arequipa
Palabras clave
Abraham Valdelomar · El
camino hacia el sol · Crítica de la
razón literaria
Materialismo filosófico · Teoría de la Literatura · Creencia
· Desengaño
Sinopsis
A partir del concepto de tragedia que expone Jesús G. Maestro en la Crítica de la razón literaria (2017), interpretamos el cuento El camino hacia el sol (1915-1921) de Abraham Valdelomar como el desengaño de una fe defraudada. Demostraremos cómo el cuento presenta un suceso trágico concentrado en las relaciones entre ser humano y sus creencias religiosas (eje angular) para explicar ontológicamente que el desengaño experimentado ante la certeza de la falsedad de la fe es la razón que los conmina al suicidio masivo. En este sentido sostenemos que el relato desmitifica con amplitud la idea de creencia y de fe y, en última instancia, interpretamos la necesidad sugerida de superar el desengaño como cuestión vital.
Artículo
La literatura es una forma original de expresar un desengaño.
Jesús G. Maestro
Publicado en 1915 y posteriormente en
1921 en el libro de cuentos Los hijos del
sol, forma parte del conjunto que el autor denominó como cuentos incaicos, por usar como materia
para construir sus ficciones literarias al ambiente, los habitantes y a la
mitología del que fue el imperio de los Incas.
La fábula de El camino hacia el sol presenta a los habitantes de una ciudadela inca
que, al recibir la noticia de que el imperio había sido conquistado, viajan a
la costa confiando en la creencia religiosa que les prometía que el dios Sol saldría
del mar a la hora del crepúsculo y los llevaría consigo a su mundo divino. Sin
embargo, tal creencia no se hace realidad y presos de la desesperación deciden
suicidarse todos enterrándose vivos.
La interpretación que plantea
este análisis se fundamenta en los principios de la Crítica de la razón literaria (2017) y sostiene que las ideas
objetivadas por Valdelomar en este relato exponen el enfrentamiento de la
creencia frente la certeza de los hechos que la desmienten cuyo producto es la
experiencia del desengaño. Esta dialéctica define el proyecto vital[1]
de todos los individuos del pueblo peregrino que culmina en un suicidio masivo.
En síntesis, nos presenta la tragedia de la fe defraudada y la desgracia de no
superar el desengaño.
Para demostrar esto identificaré
primero las cualidades del conflicto trágico en el relato usando la teoría del espacio antropológico tal como Jesús
Maestro expone en la Critica de la razón literaria (2017). En segundo lugar, explicaré de acuerdo a la ontología
materialista, la mecánica de los acontecimientos que dan lugar al suceso
trágico del desengaño y cuya consecuencia es el suicidio. Concluiré señalando el
carácter desmitificador de este relato observando cuál es el sentido de este
desengaño desde una visión crítica actual.
1
Para comenzar es importante
apuntar que, debido a que las características de la prosa de Valdelomar corresponden
con los paradigmas de la corriente
del modernismo literario hispanoamericano, por estar cargada de decoraciones
florales, la tendencia decadentista de contemplar la muerte y mostrar siempre un
tono realista y verista, entendemos aquí su visión del pasado y la civilización
incaica como ambiente de una emotividad poética cuya finalidad es ciento por
ciento literaria, esto es, sin ningún afán de reconstrucción histórica,
promoción étnica o connotaciones «espirituales». Perspectiva que coincide con buena
parte de la crítica literaria que se ha ocupado de los relatos que componen el
libro de cuentos Los hijos del sol[2].
Desde el punto de vista de este
artículo, la importancia de El camino
hacia el sol se concentra en cómo Valdelomar utiliza los referentes
culturales incaicos para construir una ficción poética que desmitifica el
concepto universal de la fe.
En este sentido refuerzo esta
postura de interpretación en concordancia con lo explicado por Maestro en la Crítica de la razón literaria: «La literatura es una ficción estética cuyos
referentes pretenden ser formalmente verosímiles, para hacer posible y
coherente al ser humano las condiciones de un conocimiento moral y poético»
(Maestro, 2017: 1411). De este modo señalaremos que el conocimiento moral y
poético objetivado por el autor en el relato es la crítica al concepto de la fe
a través de la idea del desengaño.
2
El camino
hacia el sol inicia con un epígrafe que nos remite
curiosamente al final de la narración para sugerir abiertamente un sentido de
lectura y la sofisticación poética del relato, adelantando al lector que en esta
leyenda tendrán un énfasis decisivo la Fe, el Amor, el Mar, el Crepúsculo y la
Muerte, dicho de otro modo, ideas universales. Veamos.
Se ve al final de esta leyenda señorear sobre las
momias sepultas la serenidad; e intervienen en su desarrollo, cosas inefables e
infinitas: la Fe, el Amor, el Mar, el Crepúsculo y la Muerte dueña y señora de
todo lo que existe y anima (Valdelomar, 1921/2015: 7).
El final es el suicidio grupal,
la tragedia. Suscribimos aquí a la definición del concepto de tragedia
literaria presentado en la Critica de la razón
literaria: «La
tragedia es una desgracia o infortunio muy grave que afecta de forma
imprevisible e irreversible al ser humano, y cuyas causas y consecuencias
ningún individuo o sujeto operatorio puede respectivamente ni prever, ni
controlar, ni restaurar» (Maestro, 2017:1993).
De acuerdo a esta premisa nos
preguntamos entonces ¿cuál es el conflicto irresoluble que conduce a la
tragedia en El camino hacia el sol? y ¿cuál es exactamente la desgracia
irreversible e imprevisible que constituye el suceso trágico en el relato? En
estos sentidos usaremos el concepto de espacio antropológico (Bueno, 1978, 1996).
El espacio antropológico es el lugar material en donde el ser humano se
relaciona con los elementos de la realidad que lo rodea. Estas relaciones ocurren
en tres ejes: eje circular, donde se dan las relaciones entre los seres
humanos. Eje radial, donde se dan las relaciones entre el ser humano y los
elementos de la naturaleza, plantas, animales, entorno geográfico, astros y
objetos inanimados. Y eje angular, donde el ser humano se relaciona con
entidades sobrehumanas pertenecientes a la religión (numinosa, mitológica, o
teológica[3]);
estas relaciones pueden darse mediante la fe y la interacción ritual del individuo
con sus dioses, seres sobrehumanos, espíritus de la naturaleza o animales
mágicos, como también en la vinculación del individuo con símbolos de contenido
trascendental, como templos, crucifijos, tótems, banderas, himnos, etc.
Con estos términos en mente observamos que el problema del cuento se
inicia con la llegada de un chasqui
(mensajero de correos) que confirmaba la noticia de que el imperio había sido
conquistado:
–Hijos del
Sol, el Imperio está en peligro. Se ha cumplido el oráculo. La ciudad sagrada
ha sido destruida por los extranjeros. El Inca, el padre de los hombres, el
hijo del Sol, ha sido asesinado, por los hijos de Supay... […]
–Ya no
tenemos Inca. Es preciso buscar el amparo del Sol. Los enemigos vienen.
Llegarán pronto. Preparad vuestros menesteres y esperad las órdenes del Curaca
y del Consejo (Valdelomar, 1921/2015: 10).
Si bien encontramos que el agente
del problema es una relación ubicada dentro del eje circular (relación entre seres humanos), ya que son otras
personas las que amenazan el imperio, vemos cómo el narrador expone el suceso intencionalmente
desde la perspectiva del eje angular incaico, esto es así porque los personajes atribuyen el hecho a la
profecía de un oráculo, además, dotan al Inca y a los conquistadores con
categorías sobrehumanas, hijo del Sol
(dios Sol) e hijos de Supay (el
diablo); elementos de la mitología religiosa incaica, correspondientes al eje angular.
Este es el problema inicial del
relato, pero se observa que no es un problema definitivo, no es un suceso
trágico, porque no fue imprevisible, ya que un oráculo lo había advertido, y tampoco
irreversible, porque el dios Sol los rescataría del peligro.
Además, en este relato, los
conquistadores españoles nunca aparecen como una amenaza directa, solo se tiene
noticia de su presencia, el pueblo peregrino ni siquiera tiene una idea exacta
de aquellos enemigos poderosos y extraños
habían invadido el Imperio; que eran hombres raros, hijos del mar y del demonio,
porque nunca llegan a tener contacto con ellos, ni siquiera a verlos.
El suceso trágico del relato
tiene lugar cuando, a la orilla del mar, el dios Sol nunca aparece para
rescatarlos, vemos entonces que frente a este desengaño toman la decisión de
suicidarse.
Los días
pasábanlos explorando la orilla, buscando alguna puerta en el mar, escuchando
lo que decían las olas, pero nada venía a sacarlos de sus inquietudes. Al llegar
el crepúsculo, acercábanse todos hasta la orilla, y tanto que las olas les
mojaban los pies, para ver si en la estela crepuscular y dorada aparecía algún
signo de la bondad solar, pero el Sol se ocultaba en el mar y dejaba a su
pueblo abandonado, esperando nuevamente… El hambre amenazó. La última tarde, la
definitiva, la invocación al Sol se hizo llorando. De aquel pueblo creyente que
ocupaba en la orilla una enorme extensión que doraba el Sol moribundo, salió un
solo llanto conmovedor y sincero:
–¡Padre!
¡Padre! ¡Padre! [...] ¡No abandones a tu pueblo!
¡Padre,
dinos el camino de tu reino maravilloso!
Pero nadie
contestaba aquel grito de dolor y de desesperanza, y, a medida que el Sol se
iba ocultando, el llanto crecía y dominaba el rugir del mar. Hubo un momento,
aquél en que el Sol besó la línea del horizonte, en que ellos esperaron ver
salir al Sol y hablarles con la misma bondad generosa que a Manco Cápac, y
suspendieron sus lamentaciones; pero, breve e indiferente, el enorme disco de
oro se ocultó en el mar. Entonces arrojáronse al suelo y lloraron inconsolables
(Valdelomar, 1921/2015: 22).
A través del espacio antropológico
podemos observar que el problema definitivo del relato no es ver a su imperio
conquistado tampoco los amenaza el ejército extranjero que jamás llegan a ver (eje circular), ni siquiera la decisión
de morir en un sacrificio humano o por suicidio (eje radial), sino el desengaño
de saber que su dios, el Sol, no existe de forma tal que pueda salvarlos o tan
solo interactuar con ellos (eje angular).
La desgracia imprevisible e irreversible en el relato es ausencia de un dios,
la falsedad de su creencia. Constatamos entonces que el conflicto de fondo
corresponde al eje angular del espacio antropológico, es la relación
del hombre con sus creencias religiosas.
De este modo interpretamos que Valdelomar expone el caso de una fe defraudada,
la colisión de la creencia (angular) contra la realidad de los hechos que la
desmienten y da lugar a una experiencia de desengaño definitiva.
Para ser más certero en cuanto a la idea de creencia, la definiré de
acuerdo al concepto planteado por Gustavo Bueno[4].
En términos sumamente sencillos podemos decir que la creencia es la disposición
psicológica de un sujeto en función a un material corpóreo del que supone el cumplimiento
de determinadas razones y expectativas. La cuestión de una creencia llega a su
resolución cuando el sujeto coteja el componente psicológico de su creencia con
el componente material de la misma, solamente en ese momento es capaz de entender
objetivamente el contenido de su creencia y, tanto si la creencia resulta
cierta como falsa, deja de ser creencia y se convierte en certeza.
En el cuento el componente psicológico de la creencia es la confianza
del pueblo en el concepto religioso de la fe, dado en función al material
corpóreo de la estrella Sol, suponiendo que era su protector y los llevaría
consigo a su mundo paradisiaco (relación de carácter angular en el espacio antropológico). Pero cuando llega el momento
de comprobar su fe, el objeto de su creencia, el sol, no cumple con las
expectativas que demandaba disposición psicológica de su fe. El hecho resuelve
la creencia como falsa y los habitantes del pueblo adquieren la certeza de ello.
En términos narratológicos podemos organizar como la Prótasis del relato, a la certeza de la
caída del imperio inca, la Epítasis,
a la creencia de la fe que los mueve a la peregrinación hacia el mar en busca
del camino hacia el sol, y la Catástrofe, a la certeza de que el dios Sol no existe, al momento cuando la
creencia se coteja con los hechos y tienen la certeza de su falsedad, de que dios
no aparecerá.
La catástrofe ocurre en el ámbito de las relaciones del eje angular, lo imprevisible de esta
situación es que ellos jamás dudaron de su fe, y lo irreversible es que no
existe poder humano capaz de hacer que un dios
Sol aparezca realmente. Sin ver solución a través del desengaño, concluyen
en el suicidio masivo.
3
Para entender cómo sucede la colisión de la creencia contra los hechos
que en el relato dan como resultado el desengaño, usaré los términos de la
ontología materialista de Gustavo Bueno expuesta por Jesús G. Maestro en la Critica de la razón literaria.
El Materialismo filosófico explica la realidad conocida por el ser
humano a partir de la fórmula Mi=M, M2,
M3 (ontología especial). En
dónde (Mi) el mundo interpretado, está constituido por tres géneros de
materialidad: (M1) Materialidad Física
o corpórea, la materia de los objetos que ocupan un lugar en el espacio; (M2) Materialidad Psicológica o
fenomenológica, conformada por las emociones y las percepciones subjetivas
(como el miedo o el amor); y (M3) Materialidad
Conceptual o lógica, constituida por objetos lógicos (como el
lenguaje, los números, las fórmulas y explicaciones científicas, las ideas
filosóficas) estructurados de manera racional y relacionados con un referente
corpóreo (M1) y psicológico (M2).
Estas tres formas de materialidad son conjugadas, ocurren en simultaneo
y son inseparables, de tal modo que si un concepto (M3) no posee un referente corpóreo(M1) y psicológico(M2) que
lo validen, entonces se hablará de un sofisma, una falsedad, una mentira. Del
mismo modo que si un material psicológico (M2)
no posee un correlato corpóreo (M1)
que lo valide se hablará de una patología mental o una alucinación.
Veremos ahora cómo se desarrollan los tres géneros de materialidad en la
ficción del relato para definir cómo ocurre la dinámica de fuerzas en la
situación trágica.
Un narrador heterodiegético presenta la situación, la noticia de la
caída del imperio incaico, en torno a dos personajes protagónicos, Sumaj e
Inquil, una pareja prometida en matrimonio, dejándonos percibir el impacto de
tal hecho en sus vidas personales. Sin embargo, adquiere por momentos un
carácter esquisciente que focaliza la experiencia de Sumaj (el hombre), permitiéndonos
saber sus sentimientos y pensamientos.
Muy atrás de
la comitiva, caminaban Sumaj e Inquill en silencio. Para nadie podía ser más
trágico el destino. Ellos habían visto desvanecerse en un instante todos sus
sueños de felicidad. Pocos días faltaban para el día de la fiesta del maíz, donde
el curaca en nombre del Inca, habría unido a la amante pareja, y se habrían
instalado en el terreno que ya labraba el joven.
[…] La
heredad estaba cerca del arroyo que descendía a la tierra designada, sin
trabajo. Ya la tierra esperaba, con los surcos abiertos, la semilla para
multiplicarla y el riego fecundante para sus muslos núbiles (Valdelomar, 1921/2015: 15).
Las motivaciones psicológicas (M2)
como casarse y formar una familia, esto es, el imperativo natural de
procreación, el deseo sexual, el amor, e incluso el deseo de seguir con vida al
finalizar la narración, son aplastados por el imperativo de la político-
religioso (M3) de la fe. Obedecen,
aceptan que es lo mejor, que el concepto religioso de la fe (M3) es superior a sus deseos personales
(M2) y renuncian a tales deseos. De
este modo el lector se ve inclinado a experimentar la situación ficticia desde
la perspectiva emocional de esta pareja: la tristeza de la renuncia al amor por
la fe. El drama de la proximidad de un final inminente que les arrebata la
posibilidad de vivir su amor.
Desde esta perspectiva la caída del imperio inca pasa a segundo plano,
se entiende que era el destino predicho por el oráculo, que todos los imperios
eventualmente caen. No hay tragedia en la desolación (M2) de la pareja porque el concepto religioso que les ofrecía la fe(M3) garantizaba una vida feliz y eterna
en el paraíso del sol. El narrador, a su vez, deja claro que no existen sentimientos
de temor (M2) a la muerte, no hay
tragedia alguna en morir, la ley religiosa ejerce tanto poder que incluso los
sacrificios humanos son tenidos como una fortuna y nunca al contrario.
Se hicieron
sacrificios que oficiaban los sacerdotes. Algunos mozos y muchas vírgenes,
mujeres de la nobleza, se habían enterrado vivas para acompañar al Inca en su
viaje y servirle durante el camino. Entre ellas se habían sepultado la hija del
Curaca y veinte mamacunas. En la casa del Curaca el consejo duró hasta muy
tarde y a media noche salieron los jefes y hablaron a los camayocs. Habían
acordado pedir auxilio al Sol. Era necesario ir adonde el Sol y abandonar el
pueblo (Valdelomar, 1921/2015: 11).
La fe en su dogma (M3) religioso los induce a acción de «ir tras el sol»,
no intentan proteger la cuidad en la que viven ofreciendo resistencia armada,
ni intentan pactar políticamente con el nuevo régimen, tampoco eligen huir y
vivir ocultos, sino que optan por buscar el camino
hacia el sol que promete la salvación como recompensa a su fe en un más
allá donde la paz y la alegría serán eternas. Sin embargo, cuando la comunidad entera
se enfrenta al desengaño, debe afrontar a la inexorable labor de reconocer falsedad
de sus ideas religiosas. No lo consiguen.
En este punto, cuando el racionalismo metafísico ha fracasado y la
situación demanda nuevas formas de razonar para construir una salida, Valdelomar
pone la solución final en boca del amauta
(educador) más viejo quién llevado nuevamente del mismo racionalismo metafísico
a través de una explicación especulativa peligrosamente próxima al nihilismo, decide
el suicidio masivo.
–El Sol nos ha abandonado. Él es
todopoderoso y podría salvamos. ¿Quién sabe si al Sol lo ha vencido en algún
combate ese otro dios que dicen que puede más que él?... De este Sol no debemos
esperar nada. Él ha permitido que los extranjeros entren al Cuzco y destrocen
su imagen y la de los Emperadores, y se lleven las puertas y los vasos de oro y
las mascaipachas y las plumas sagradas del Coraquenque. Él ha permitido que el
bastardo haya asesinado al hijo de Huayna Cápac y ha permitido a su vez que el
Demonio extranjero matase a Atahualpa. Él no se ocupa de nosotros, y mejor es
morir para ir a buscar a los Emperadores. Ellos nos escucharán y no nos
abandonarán nunca. Allí encontraremos a los cuatro hermanos Ayar, los
fundadores del Imperio, y a los Emperadores, sus hijos. Sabias encontraron todas
las palabras del amauta y contestaron: –Vayamos en busca de los Emperadores...
¡Vayamos! (Valdelomar, 1921/2015: 23).
El racionalismo que esgrime el amauta,
insiste en interpretar la situación de forma mitológica, propia del eje
angular, alegando un combate entre deidades:
¿Quién sabe si al Sol lo ha vencido en algún combate ese otro dios que dicen
que puede más que él? Si bien renuncia
a su fe mitológica en el dios Sol, se
refugia en otro tipo de fe, igualmente mitológica, al confiar nuevamente en que
«después de la muerte» encontrarán a los emperadores en lo que sugiere un mundo
espiritual. Este modo de pensar insiste en establecer relaciones de carácter
angular para explicar la realidad, porque no hace más que cambiar una deidad
por otra, sustituyendo la figura desmentida del dios Sol por la figura humana con
cualidades mitológicas de los emperadores. Sin embargo, es un detalle
importante que, a pesar de persistir en un racionalismo metafísico, ocurre un punto
de inflexión, ya que entienden que no hay dios que los proteja, superando así el mito de naturaleza[5]
protectora al comprobar que la naturaleza es indiferente a su dolor, no los
salvará de nada, y que el hombre solo puede confiar en el hombre (los emperadores), y en sus propias
fuerzas (cometer suicidio para llegar a los emperadores por sus propios medios).
Con todo, no pueden dar respuesta al tal desengaño, no logran articular
un racionalismo antropológico que les permita ser compatibles con la realidad y
actuar para seguir viviendo. El concepto religioso (M3) de la fe, sobre el que
basaban su vida, no tiene referentes en la realidad, es un sofisma, un
argumento falso, una mentira, ya que su correlato empírico no existe. El
racionalismo metafísico se derrumba al contacto con la realidad de los hechos y
da como resultado un desengaño tan atroz que los induce al suicidio.
Por estas razones, identificamos que el hecho trágico en este relato se
da en la experiencia de esta pareja frente al desengaño que les toca vivir
cuando la fe (M3), a la que subordinaron sus deseos (M2) y su proyecto vital,
se descubre como falsa, irreal. La fe no mueve montañas, ni estrellas, tampoco
construye puentes sobre el mar ni caminos hacia el sol. La fe es, simplemente,
una ilusión vacía que fracasa, engullida por la muerte.
Es esta la verdadera tragedia que nos ofrece Valdelomar en su relato, la
desgracia de creer en cosas que no existen y de no superar el desengaño.
4
Para concluir sería muy útil preguntarnos ¿Y cuál es el sentido de este
desengaño? ¿Cómo impacta en la realidad desde una perspectiva crítica actual?
La catástrofe ubicada en el eje
angular del espacio antropológico, plantea el conflicto ontológico entre el
concepto (M3) de la fe y la
incongruencia con su correlato corpóreo (M1).
La idea de realidad sostenida por el concepto de la fe se revela como ilusoria,
pero a partir de esta certeza no se consigue construir un nuevo concepto
(coherente con los hechos) que les ofrezca una solución para la situación.
A lo largo del relato y especialmente
en el final, el narrador nos ofrece un entorno natural (eje radial), en cuanto
a clima, geografía y astronomía, completamente insensible al hombre, no es
hostil ni benevolente, es simplemente indiferente. Aun cuando cavan las fosas
donde se irían enterrando vivos uno por uno, la naturaleza no ofrece ninguna
expresión, no llueve, no hay frio ni viento, incluso se describe un clima
acogedor y apacible. El tono realista del narrador ofrece una completa imagen
en la que los sentimientos humanos no significan nada para la naturaleza (eje
radial).
Pero nadie
contestaba aquel grito de dolor y de desesperanza, y, a medida que el Sol se
iba ocultando, el llanto crecía y dominaba el rugir del mar. Hubo un momento,
aquél en que el Sol besó la línea del horizonte, en que ellos esperaron ver
salir al Sol y hablarles con la misma bondad generosa que a Manco Cápac, y
suspendieron sus lamentaciones; pero, breve e indiferente, el enorme disco de
oro se ocultó en el mar (Valdelomar, 1921/2015:
22).
Una vez que todo el pueblo es enterrado
vivo, Sumac incluso debe realizar la terrible tarea de enterrar vivía a su
prometida Inquil. El narrador, entonces, nos ofrece las experiencias de Sumac
que, como último superviviente, se reconoce en la completa soledad, la
naturaleza no lo acompaña, no tiene fe y acaba de sepultar a la mujer que ama,
por la misma fe que ya registra como falsa.
Entonces
miró largamente al Sol. Vio cómo, indiferente y rojo, se iba acercando a las
aguas, y cómo las sombras iban invadiendo la montaña. […] El Sol se ocultó. Y
entonces tuvo la perfecta noción de su abandono (Valdelomar,
1921/2015: 28).
El narrador acompaña la
desesperación desaforada y próxima a la locura del personaje, que muestra un
último y único gesto de rebeldía: No se entierra vivo tal como indicaban los
ritos, sino que se ahoga en el mar. Si bien a lo largo de la peregrinación Sumac
se muestra dubitativo frente a las demandas de la fe, nunca actúa en oposición
a ella. La única acción en la que se opera una decisión propia, personal, abandonando
la obediencia semoviente que todos los habitantes del pueblo muestran a lo
largo del relato, es la forma en la que ejecuta su propia muerte.
Pero el narrador no se detiene en
la muerte y dedica un último párrafo, que resulta sumamente significativo, para
mostramos una imagen final de la figura impertérrita de la naturaleza, que es incluso
superior a la muerte.
La luna se
enseñoreó azul sobre el pueblo sepulto y un ave blanca cruzó en dirección al
horizonte vago, sobre la estela luminosa, en el aire tranquilo (Valdelomar, 1921/2015: 28).
No existe aquí ninguna idea
metafísica, ni figura numinosa o sobrenatural que dote a la muerte con
características valiosas, sino que reafirma la indiferencia de la naturaleza,
siempre en términos muy realistas, pero a la vez poéticos y sutiles. El autor, al
igual que la naturaleza, se muestra indolente en todo momento. La muerte que
indudablemente también forma parte de la naturaleza, es tan indiferente como el
sol y el mar, y no es, ni más ni menos, que la aniquilación de la vida humana. Eso
es todo.
En este relato de 1915,
Valdelomar objetiva una potente critica que desmitifica a la creencia y la fe,
para señalar en qué medida sus aportes a la sociedad poseen verdadera utilidad
práctica en la vida personal del individuo o simplemente constituyen
supersticiones con fines de orden y carácter morales. Tarea por demás complicada
ya que, tal como el cuento expone, la creencia y la fe siempre se presentan
como una certeza «casi» segura.
Preguntábanse
las gentes adónde iban. Los ancianos respondían:
–Vamos en
pos del Sol. Él no nos abandonará. Él nos recibirá en sus mansiones...
–¿Y quién
conoce el camino para llegar al Sol?...
–¿Quién sabe
dónde está el Sol?...
–¿Por dónde
se va al Sol?...
–Yo he
soñado, dijo una joven, yo he soñado, que se va por un camino de molles
florecidos, a cuyos lados corren arroyos transparentes en cuyas ondas van
pasando los días, las horas, las lunas y los raymis, que todo el camino lo
iluminan sus rayos, es un sendero largo, muy fresco, y a ambos lados están los
palacios de los Emperadores; una música de antaras acompaña a los que van
caminando; y no se siente el peso del cuerpo ni el cansancio del camino...
–El Sol está
detrás de las montañas. Yo he oído decir a uno de los enviados del Inca –dijo
un alfarero– que más allá de las punas existe un gran río sin orillas y que en
él se acuesta todas las noches el Sol (Valdelomar,
1921/2015: 12).
Incluso en estos tiempos la
creencia y la fe continúan ejerciendo una tremenda influencia en las personas
de todas las sociedades. Además de la religión, de influencia ahora mucho
menor, el individuo del siglo 21 ha elegido como contenedor de sus convicciones
más personales a las pseudociencias y sobre todo a las ideologías, de formas
tan extremas que rozan el fanatismo. Un fanatismo perfectamente equiparable a
la fe de un camino hacia el sol que
inevitablemente terminará, tarde o temprano, en la decepción y el desengaño con
consecuencias siempre lamentables.
Por todo esto concluimos que las
ideas del autor objetivadas en este relato cobran su sentido literario más
potente a través de la idea del desengaño. Interpretamos que el sentido del
desengaño objetivado en El camino hacia
el sol, radica en la idea latente del peligro que puede suponer
la creencia y el recordatorio de que el hombre solo puede confiar en su propia
fuerza (física [M1], psicológica [M2] y lógica [M3]), nada ni nadie lo salvará de las dificultades sino él mismo y,
sobre todo, superar el desengaño es imprescindible para sobrevivir. La fe no
mueve montañas ni construye caminos hacia el sol. Consideramos que esta idea
final, de amplitud universal, exige ser reflexionada cuidadosamente.
Bibliografía
- Arroyo, Carlos (2005) «Decadentismo y autoctonismo en los cuentos incaicos de Abraham Valdelomar», Wayna, 2 (31-37).
- Bueno, Gustavo (1985), El animal divino, Oviedo, Pentalfa Ediciones, 1996.
- Bueno, Gustavo (1996), El sentido de la vida. Seis Lecturas de filosofía moral, Oviedo, Pentalfa Ediciones.
- Bueno, Gustavo (1996), El mito de la cultura, Barcelona, Pentalfa Ediciones, 2016.
- Maestro, Jesús G. (2017), Crítica de la razón literaria: una Teoría de la Literatura científica, crítica y dialéctica. Tratado de investigación científica, crítica y dialéctica sobre los fundamentos, desarrollos y posibilidades del conocimiento racionalista de la literatura, Vigo, Editorial Academia del Hispanismo, 2022, 10ª ed. digital definitiva disponible en línea.
- Sánchez, Luis Alberto (1969), Valdelomar o la belle époque, Lima, Editorial Inopresa, 1987.
- Valdelomar, Abraham (1921), El camino hacia el sol, Bogotá, Editorial Pontificia Universidad Javeriana, 2015.
________________________
NOTAS
[1] Para más precisiones
sobre este concepto, véase El sentido de la
vida de Gustavo Bueno (1996).
[2] En este sentido, observa Luis
Alberto Sánchez: «Los indios del Perú, los quechuas son para Valdelomar […]
seres como todos de la tierra: sumisos y rebeldes, amantes y repulsivos,
activos y soñolientos, escépticos y creyentes, altos y bajos, de sierra y
costa, viriles y afeminados, altivos y serviles; toda la gama de la humanidad.
Sin pretender elaborar filosofía alguna, Valdelomar presenta una sociedad como
todas, con dramas como todos, con pasiones como todos, con ideales y
frustraciones como todos» (Luis Alberto Sánchez, 1987: 363). De igual manera Carlos
Arroyo refiere: «Valdelomar descartó deliberadamente los hechos y
acontecimientos de la vida del Tahuantinsuyo que podían obligarlo a hacer algún
tipo de reconstrucción histórica, y, como buen decadentista que era,
privilegió todas esas cosas inefables e infinitas(el mar, el crepúsculo, la fe
y, sobre todo la muerte) que, de una u otra forma, encajaban perfectamente con
su afán de cultivar un tipo de incaísmo que se afincaba básicamente en los
terrenos de la creación la fantasía y la poesía» (Carlos Arroyo, 2005: 33).
[3] Las creencias numinosas
tienen por divinidades a animales y «espíritus» elementales (montañas, ríos,
etc.); las mitológicas toman como dioses a figuras antropomórficas con
cualidades sobrehumanas; y las creencias teológicas ubican a sus deidades en un
nivel metafísico y trascendental de escala filosófica constituido por las ideas
de omnipotencia, omnipresencia, omnisciencia, eternidad, etc. Para ampliar
estos conceptos de religión, véase la obra de Gustavo Bueno El animal divino (1985).
[4] Gustavo Bueno, «Sobre la idea de creencia», Tesela 79, Oviedo, 30 de marzo de 2011.
[5] Gustavo Bueno, «Sobre el mito de la Naturaleza como correlato del mito de la Cultura», Tesela, 109, Oviedo, 23 de mayo de 2012.
* * *