Contra la utopía: Los
juegos verdaderos
de Edmundo De los Ríos
Santiago Pérez-Wicht
Meza
Escuela
Hispánica de Estudios Literarios
En fin, yo aprendí y observé cuanto había que aprender y que observar en la carrera. Entonces me sirvió de perjuicio, y ahora me sirve de haceros advertir todos sus funestos resultados para apartaros de ella.
José J. Fernández de Lizardi, El Periquillo Sarniento.
Edmundo
De los Ríos (Arequipa, 1944-2008) construyó un mito y un tótem.
El
mito: Edmundo De los Ríos. Escritor
extraño, solitario, periférico. Genio precoz que a los veintitrés años viajó a
México gracias a una beca de creación literaria, y bajo la tutela de Juan
Rulfo, Augusto Monterroso y Francisco Monterde termina de escribir una gema oculta
de la novelística hispanoamericana. De pronto, el escritor regresa a su natal
Arequipa a refugiarse en el nido familiar y nunca más vuelve a volar.
El
tótem: La novela Los juegos verdaderos (Cuba, 1968; México, 1968; Arequipa, 1986;
Arequipa, 2017) fue finalista del
premio Casa de las Américas en 1968 y ese mismo año publicada en Cuba y en
México, donde recibe la atención y el interés de su tiempo. Luego, la
desaparición, el silencio, el olvido. De los Ríos no vuelve a publicar una
novela y se gana el sustento como periodista. Muere en mayo del 2008.
Por
medio de estas notas y aplicando la Genealogía literaria planteada por el
Materialismo Filosófico como Teoría de la Literatura, me enfrentaré a la
interpretación programática que la crítica ha tenido de este texto para
proponer (utilizando la misma estructura de la obra) una nueva manera de leer
este “aborto genial” titulado Los juegos
verdaderos.
Primera parte
El
Materialismo Filosófico como Teoría de la Literatura, construido y expuesto por
Jesús G. Maestro en la Crítica de la
Razón Literaria (2017), nos presenta una Genealogía literaria, esto es, una
búsqueda de los orígenes de la Literatura. Y nos habla de cuatro clases o
familias literarias estructuradas a partir de los tipos de conocimiento:
pre-racionales y racionales, y los modos de conocimiento: críticos (si se
organizan dialécticamente estableciendo valores y contravalores), y acríticos
(si no se organizan dialécticamente). Las cuatro familias de la Genealogía
surgen de las posibilidades de combinación que pueden darse entre tipos y
modos. Para este artículo utilizaré dos de las cuatro familias: la Literatura
programática o imperativa y la Literatura crítica o
indicativa.
Literatura programática o imperativa «es aquella que se construye sobre un racionalismo
acrítico, es decir, que sus artífices, obras y agentes trabajan en la
combinación de tipos de conocimiento racional y modos de conocimiento acrítico»
(Maestro, 2017: 245). Estamos hablando de obras literarias que plantean un
programa teológico, ideológico y/o estético evidente en sus materiales. Dentro
de los ejemplos «sin duda los más expresivos y normativos son aquellos en los
que la Literatura se reduce a ser un soporte o plataforma de contenidos
referenciales que se sirven de ella [...] para la particular promoción de
intereses personales o gremiales» (2017: 246). Finalmente, Maestro escribe que
este tipo de literatura «sirve a un racionalismo acrítico, sofista e idealista.
Es una literatura hecha desde el adulterio, o adulteración, de la razón, que
queda desposeída de sus competencias y posibilidades críticas» (2017: 247).
Revisemos
ahora la primera referencia interpretativa que tenemos de Los juegos verdaderos, frase de Juan Rulfo que apareció en el
cintillo de la edición mexicana hecha por la Editorial Diógenes en 1968: «La novela que inicia la literatura de la
revolución en Latinoamérica». En esa misma época, encontramos la reflexión que
escribió el crítico literario mexicano y director de Diógenes, Emmanuel Carballo: «Arte comprometido, pero no de
consigna, reconstruye en tres tiempos, la infancia, la adolescencia y la edad
de las primeras decisiones impostergables, la vida de un hombre que prefiere la
muerte a la indignidad». Por otra parte, en el libro La novela hispanoamericana del siglo XX. Una vista panorámica (1993),
el norteamericano John S. Brushwood dedica unas breves líneas a la novela de
Edmundo De los Ríos.
Es importante ver también que la inconformidad de la juventud sigue adquiriendo connotaciones políticas específicas en algunas novelas. Otra vez un peruano es el ejemplo conveniente. Edmundo de los Ríos, en Los juegos verdaderos (1968) escribe una novela de un guerrillero capturado. Aquí la frustración de la juventud cambia en su modo de expresión de desdén ante el convencionalismo hasta protesta contra la opresión. El narrador ilumina tres etapas en la vida de un hombre que podemos suponer ser él mismo en las tres etapas. La estructura de la novela, sin embargo, nos deja experimentar estas etapas de un modo descoyuntado y luego unificarlas. Se refieren a su encarcelamiento, su separación de la familia y su niñez. Al presentar la historia de ese modo, De los Ríos desarrolla a un protagonista que es más específico que el de la antigua novela de protesta social, pero todavía más general que el desarrollado a la manera de la novela realista (Brushwood, 1993: 308-309).
Estas tres afirmaciones, aunque breves, tienen la
misma finalidad: definir a Los juegos
verdaderos como una novela revolucionaria, o, en términos materialistas,
como Literatura programática o imperativa. Es verdad que la novela fue
escrita y publicada en el contexto de la Revolución Cubana y por ello, podemos
decir que buscó reflejar el idealismo guerrillero y revolucionario propio de su
tiempo. Por lo menos, las tres lecturas citadas nos inducen a pensar que el
texto de Edmundo De los Ríos se enmarca dentro de lo que Jean-Paul Sartre llamó
una literatura comprometida (1948). La teoría del compromiso sartreana
sedujo a buena parte de los novelistas hispanoamericanos de la época, los
cuales apoyaron, con su vida y su obra, el delirio de Fidel Castro y Ernesto
Guevara. Además, si consideramos que la novela es aplaudida en Cuba en la
década del 60 con una mención honrosa en Casa de las Américas, podemos afirmar
que el texto responde a los ideales revolucionarios. De otro modo, difícilmente
hubiera sido premiada, mucho menos publicada, mucho menos aún, leída e
interpretada.
Para
sustentar esta primera tesis será preciso revisar algunas marcas textuales en
la obra. De los Ríos escribe: «La
última vez que estuve en el Parque Universitario, la vez de la manifestación
estudiantil, tiramos piedras contra la caballería y los patrulleros, y
gritamos, yanquis no, Cuba sí. Mataron a tres compañeros, y fue cuando tomé la
decisión» (De los Ríos, 2017: 33). Algunas páginas atrás
encontramos de qué decisión habla el narrador.
La decisión irrevocable: momento de la escogencia hombre o no-hombre. Fue en ese instante ante la tribuna, en el Parque Universitario, el que quebró tu vida, o mejor, la desherrumbró: tuviste nueva piel. Pero cómo no iba a ser ese instante crucial, yo escuchaba entre los manifestantes y el otro no sé qué demonios decía desde la tribuna y los universitarios que corrían de un lado a otro, han matado a tres han matado a cuatro hay muchos heridos, y los rochabuses y la caballería, y yo dije, a la mierda con todo esto me voy de guerrillero (2017: 13).
Así, el texto prosigue con imperativos de tipo
programático. «Con nosotros triunfaría la revolución, lucharíamos
con toda el alma, cambiaríamos el Perú, nada podía fallar. Otros habían hecho
lo mismo y no se supo más de ellos. ¿Dónde está Javier Heraud?» (2017: 32). «No
es temor a morir. [...] No es miedo a eso. Primero están los ideales. El Perú
no cambiará mientras no haya una revolución armada, en tanto el eterno círculo
vicioso continuará, y no es que lo diga por decirlo, por simple pose, sino que
ésa es la verdad» (2017: 33). Finalmente, a la mitad de la novela se lee: «Ya
está decidido: Yo no puedo elegir en algo que es mi deber. Estos instantes de
duda me harán avergonzar toda mi vida. Mis ideales, mis convicciones no pueden
claudicar» (2017: 136).
Estas afirmaciones son las que han servido de
soporte para sustentar la hipótesis del compromiso literario de Los juegos verdaderos con los ideales
revolucionarios. Y efectivamente, las citas parecen hablar de una obra
construida para exaltar estos ideales. En otras palabras, para exaltar la utopía. Podríamos decir que son
afirmaciones de una Literatura programática o imperativa. Una literatura que responde en su construcción a un
planteamiento ideológico y que critica, en su forma, ideologías ajenas pero no
la propia. Una literatura de estas características es crítica con los
fundamentos de otros, sin embargo, se detiene al cuestionar los propios
fundamentos. Por ello Maestro dice que estas obras desembocan en la utopía, es
decir, en una construcción idealizada del mundo.
Ahora bien, Maestro también añade que la
Literatura programática «se
manifiesta con mayor frecuencia en partes formales, secuencias y fragmentos de
materiales literarios […] que en la construcción de obras literarias
absolutamente programáticas de principio a fin» (2017: 246). Partiré de esta
idea para refutar la tesis expuesta en la primera parte, intentando ver en Los juegos verdaderos algo más que una
novela programática.
Segunda parte
Literatura
crítica o indicativa
es aquella cuyos tipos y modos de conocimiento son «racionales y críticos, es decir, cuyos saberes, característicos
de sociedades políticas estatales (Estados) o supraestatales (Imperios), se
basan en el racionalismo, la desmitificación, la Ciencia y la Filosofía» (2017:
238). Además, Maestro escribe que «No es una literatura esencial o
exclusivamente idealista, confesional, bucólica o comprometida. No. Es una
literatura crítica y dialéctica» (2017: 239). Tenemos una forma literaria que
no puede ser adscrita a un programa político o ideológico de cualquier tipo.
Por el contrario, son obras que desarrollan sus ideas justamente del
enfrentamiento con la realidad. ¿Será posible encontrar rasgos de Literatura crítica en Los juegos verdaderos?
Podemos decir
que el narrador de la novela tiene, con respecto a su compromiso ideológico, tres
etapas o momentos claves. El primero de ellos está relacionado con las citas ya
expuestas, en las cuales vemos su fe en la revolución y la guerrilla. Nos
encontramos con un adolescente con deseos de cambiar el curso del mundo usando
las armas. El segundo, simultáneo, nos muestra momentos donde el personaje
comienza, tímidamente, a dudar de sus propios ideales. «Sin
embargo, pensando en esta revolución urgente y perentoria, me pregunto, tal vez
por debilidad, ¿si... si estamos equivocados?» (2017: 33). Reconocemos aquí los
primeros atisbos de afirmaciones críticas, los primeros momentos donde el
narrador cuestiona sus fundamentos ideológicos. «¿Es miedo? Tal vez, pienso,
haya otra forma de trabajar por el Perú, tal vez con las armas, de guerrillero,
en la selva, no se consiga mucho» (2017: 34). El tercer momento o etapa lo
llamaré etapa del desengaño, en la cual el personaje descarta los ideales de su
juventud y los cuestiona dialécticamente. Son estas marcas textuales las que me
servirán para definir a la obra de Edmundo De los Ríos como una Literatura crítica o indicativa, desgajándola, ahora sí, del
lugar donde la pusieron Rulfo, Carballo y Brushwood, para insertarla en la
línea de una literatura racional y crítica con la realidad.
Desde una celda infestada de ratas (una cárcel para
guerrilleros), donde el personaje se encuentra recluido hace cinco años,
moribundo y enfermo, afirma: «Nunca me había contemplado de esta manera.
Comprendo que ya no hay solución. No hay salida. Me veo. Siento en mi boca la misma
repugnante y siniestra sensación que provoca ver un cadáver» (2017: 36). Vemos
en este fragmento el primer momento de desengaño que atraviesa el monólogo del
personaje, y conforme avanza la novela iremos encontrando afirmaciones que ya
no detienen su capacidad crítica. «Este Negro, y es que tengo que seguir
pensando, pensando en cualquier cosa, [...] voy a seguir pensando, pensar en
todo para no pensar en mi muerte, recordar todo, la infancia, ¿lobo estás?,
¿lobo estás?» (2017: 44). «Lloro. Porque quisiera salir de aquí, correr por las
carreteras, llegar a Lima, entrar al Palacio de Gobierno y decirle al
Presidente, señor Presidente, mire usted cómo chorrean mis manos embarradas con
mi propia mierda» (2017: 61).
Finalmente, el desengaño se concretiza y el narrador
abandona la esperanza para mirar sin filtros los fundamentos ideológicos que lo
llevaron hasta aquella celda: «Mi culo me dolía tan fuerte que ya no aguantaba
el dolor. Comprendí. Todo había sido un gran juego. Un juego de verdad, a
muerte. Todos comenzamos como los buenos de los seriales y terminamos como los
malos» (2017: 112). «Soy un cobarde, Manuelito, un cobarde que pensaba que todo
era un juego, y los juegos también son verdaderos» (2017: 117).
A partir de este punto, la novela se encarga de
desmontar la utopía socialista. El narrador cuestiona el programa ideológico
que sostuvo en su juventud y lo deshace frente a Humberto, un guerrillero joven
que acaba de ser capturado y colocado en la celda luego de la muerte del Negro. Un muchacho con los ideales
intactos, de algún modo, un espejo.
–¿Has leído a Kafka? ¿La metamorfosis?
–Sí, sí he leído La metamorfosis, ¿por qué, ah?
–Yo soy Gregorio Samsa. [...]
–Es en el dolor, en el sufrimiento donde se hallan los verdaderos valores, cuando el hombre es más puro, más noble.
–No, Humberto, Eso es engañarnos. Es totalmente falso. [...] Es la más grande mentira que el dolor ennoblezca los corazones. [...] En la mayoría de los casos, hace a los seres mezquinos y rencorosos. Y yo tengo rencor, un odio hondo por todos los que tienen al Perú en la miseria y lo mantienen aplastado (2017: 230-231).
Aquí, en sus últimos instantes, vemos a un
guerrillero desengañado y con la conciencia crítica para desengañar, a su vez,
a su joven compañero. El delirio de la guerrilla ha terminado. El encierro, el
coxis partido por semanas, las ratas que lo visitan de noche, nada de ello
formaba parte de la utopía. La realidad se ha impuesto al sueño, la
desmitificación a la ideología, la filosofía a la teología. El juego de la
revolución siempre fue un juego verdadero,
a muerte.
Al final de
la novela el narrador nos describe su desenlace: «El cuerpo del guerrillero tiembla en espasmos
terribles. De la nariz le brota un grueso hilo de sangre. Humberto le limpia la
sangre. No quiero morirme, no quiero no debo, no hables, ten calma, ya falta
poco» (2017: 276). «El guerrillero mueve los labios sin decir palabras. Lanza
un estertor. Sus músculos se contraen y queda inmóvil» (2017: 279). «–Un
malparido está muerto en la celda 25, mi sargento. –Mejor. Habrá más espacio
en el camión» (2017: 280).
Epílogo
En
la primera parte del artículo me encargué de sustentar la tesis que había
suscrito a Los juegos verdaderos dentro
de la familia de la Literatura
programática o imperativa. Y en
la segunda parte desmonté esta tesis para evidenciar que la novela va más allá
de un texto programático y se inscribe, más bien, en una Literatura crítica o
indicativa. La novela de Edmundo De los Ríos no se reduce a una apología
revolucionaria. La lectura planteada por Rulfo, Carballo y Brushwood es una
interpretación sesgada que identificó muy tempranamente al texto con un
movimiento político e ideológico. Sin embargo, como se ha demostrado, sólo
rompiendo la relación entre las ideas que se articulan en la novela (symploké) es posible llegar a una
interpretación así de ciega, así de programática.
Edmundo
De los Ríos no escribió un texto para exaltar dogmas y fue por ello que pudo
desplegar una crítica profunda de la utopía revolucionaria. Una crítica,
además, que tuvo el cinismo de ganar su único galardón en La Habana, venciendo
la censura gracias a que fingió hablar el mismo idioma de la guerrilla. Los juegos verdaderos fue una bomba de
relojería que reventó en el corazón mismo de la revolución. Una primera
estocada a la utopía, cuando la utopía era fuerte y parecía impenetrable.
Me
atrevo a incluir a Los juegos verdaderos dentro
del marco de una Literatura crítica o
indicativa, una literatura «que
apuesta firme y convicta por el racionalismo humano y por la crítica que
enfrenta el conocimiento de la literatura a la realidad de los hechos
políticamente vividos» (2017: 239). Y en ese mismo sentido, suscribo las
palabras del crítico peruano Jorge Cornejo Polar: «contra lo que pudiera suponerse la obra no es ni una
apología de la guerrilla, ni un llamado de tipo político sino, esencialmente,
el tratamiento literario de una personalidad en tres momentos de su vida»
(Cáceres, 2003: 225).
Termino estas notas desvinculando a la obra de
Edmundo De los Ríos de la novela
revolucionaria y afirmando que Los
juegos verdaderos se escribe contra
la utopía.
Bibliografía
- Brushwood, John S. (1993), La novela hispanoamericana del siglo XX. Una vista panorámica, México D. F., Fondo de Cultura Económica.
- Cáceres Cuadros, Tito (2003), Literatura arequipeña, Arequipa, Editorial UNSA.
- De los Ríos, Edmundo (1968), Los juegos verdaderos, La Habana, Casa de las Américas.
- De los Ríos, Edmundo (1968), Los juegos verdaderos, México D. F., Editorial Diógenes.
- De los Ríos, Edmundo (1986), Los juegos verdaderos, Arequipa, Editorial UNSA.
- De los Ríos, Edmundo (2017), Los juegos verdaderos, Arequipa, Surnumérica.
- Maestro, Jesús G. (2017), Crítica de la
razón literaria: una Teoría de la Literatura científica, crítica y dialéctica.
Tratado de investigación científica, crítica y dialéctica sobre los
fundamentos, desarrollos y posibilidades del conocimiento racionalista de la
literatura, Vigo, Editorial Academia del Hispanismo, 2022,
10ª ed. digital definitiva disponible en línea.