29 julio 2019

Contra la utopía: Los juegos verdaderos de Edmundo De los Ríos

 




Contra la utopía: Los juegos verdaderos
de Edmundo De los Ríos

 

Santiago Pérez-Wicht Meza

Escuela Hispánica de Estudios Literarios

 

 

En fin, yo aprendí y observé cuanto había que aprender y que observar en la carrera. Entonces me sirvió de perjuicio, y ahora me sirve de haceros advertir todos sus funestos resultados para apartaros de ella.

José J. Fernández de Lizardi, El Periquillo Sarniento.

 

 

Edmundo De los Ríos (Arequipa, 1944-2008) construyó un mito y un tótem.

El mito: Edmundo De los Ríos. Escritor extraño, solitario, periférico. Genio precoz que a los veintitrés años viajó a México gracias a una beca de creación literaria, y bajo la tutela de Juan Rulfo, Augusto Monterroso y Francisco Monterde termina de escribir una gema oculta de la novelística hispanoamericana. De pronto, el escritor regresa a su natal Arequipa a refugiarse en el nido familiar y nunca más vuelve a volar.

El tótem: La novela Los juegos verdaderos (Cuba, 1968; México, 1968; Arequipa, 1986; Arequipa, 2017) fue finalista del premio Casa de las Américas en 1968 y ese mismo año publicada en Cuba y en México, donde recibe la atención y el interés de su tiempo. Luego, la desaparición, el silencio, el olvido. De los Ríos no vuelve a publicar una novela y se gana el sustento como periodista. Muere en mayo del 2008.

Por medio de estas notas y aplicando la Genealogía literaria planteada por el Materialismo Filosófico como Teoría de la Literatura, me enfrentaré a la interpretación programática que la crítica ha tenido de este texto para proponer (utilizando la misma estructura de la obra) una nueva manera de leer este “aborto genial” titulado Los juegos verdaderos.

 

 

Primera parte

 

El Materialismo Filosófico como Teoría de la Literatura, construido y expuesto por Jesús G. Maestro en la Crítica de la Razón Literaria (2017), nos presenta una Genealogía literaria, esto es, una búsqueda de los orígenes de la Literatura. Y nos habla de cuatro clases o familias literarias estructuradas a partir de los tipos de conocimiento: pre-racionales y racionales, y los modos de conocimiento: críticos (si se organizan dialécticamente estableciendo valores y contravalores), y acríticos (si no se organizan dialécticamente). Las cuatro familias de la Genealogía surgen de las posibilidades de combinación que pueden darse entre tipos y modos. Para este artículo utilizaré dos de las cuatro familias: la Literatura programática o imperativa y la Literatura crítica o indicativa.

Literatura programática o imperativa «es aquella que se construye sobre un racionalismo acrítico, es decir, que sus artífices, obras y agentes trabajan en la combinación de tipos de conocimiento racional y modos de conocimiento acrítico» (Maestro, 2017: 245). Estamos hablando de obras literarias que plantean un programa teológico, ideológico y/o estético evidente en sus materiales. Dentro de los ejemplos «sin duda los más expresivos y normativos son aquellos en los que la Literatura se reduce a ser un soporte o plataforma de contenidos referenciales que se sirven de ella [...] para la particular promoción de intereses personales o gremiales» (2017: 246). Finalmente, Maestro escribe que este tipo de literatura «sirve a un racionalismo acrítico, sofista e idealista. Es una literatura hecha desde el adulterio, o adulteración, de la razón, que queda desposeída de sus competencias y posibilidades críticas» (2017: 247).

Revisemos ahora la primera referencia interpretativa que tenemos de Los juegos verdaderos, frase de Juan Rulfo que apareció en el cintillo de la edición mexicana hecha por la Editorial Diógenes en 1968: «La novela que inicia la literatura de la revolución en Latinoamérica». En esa misma época, encontramos la reflexión que escribió el crítico literario mexicano y director de Diógenes, Emmanuel Carballo: «Arte comprometido, pero no de consigna, reconstruye en tres tiempos, la infancia, la adolescencia y la edad de las primeras decisiones impostergables, la vida de un hombre que prefiere la muerte a la indignidad». Por otra parte, en el libro La novela hispanoamericana del siglo XX. Una vista panorámica (1993), el norteamericano John S. Brushwood dedica unas breves líneas a la novela de Edmundo De los Ríos.

 

Es importante ver también que la inconformidad de la juventud sigue adquiriendo connotaciones políticas específicas en algunas novelas. Otra vez un peruano es el ejemplo conveniente. Edmundo de los Ríos, en Los juegos verdaderos (1968) escribe una novela de un guerrillero capturado. Aquí la frustración de la juventud cambia en su modo de expresión de desdén ante el convencionalismo hasta protesta contra la opresión. El narrador ilumina tres etapas en la vida de un hombre que podemos suponer ser él mismo en las tres etapas. La estructura de la novela, sin embargo, nos deja experimentar estas etapas de un modo descoyuntado y luego unificarlas. Se refieren a su encarcelamiento, su separación de la familia y su niñez. Al presentar la historia de ese modo, De los Ríos desarrolla a un protagonista que es más específico que el de la antigua novela de protesta social, pero todavía más general que el desarrollado a la manera de la novela realista (Brushwood, 1993: 308-309).

 

Estas tres afirmaciones, aunque breves, tienen la misma finalidad: definir a Los juegos verdaderos como una novela revolucionaria, o, en términos materialistas, como Literatura programática o imperativa. Es verdad que la novela fue escrita y publicada en el contexto de la Revolución Cubana y por ello, podemos decir que buscó reflejar el idealismo guerrillero y revolucionario propio de su tiempo. Por lo menos, las tres lecturas citadas nos inducen a pensar que el texto de Edmundo De los Ríos se enmarca dentro de lo que Jean-Paul Sartre llamó una literatura comprometida (1948). La teoría del compromiso sartreana sedujo a buena parte de los novelistas hispanoamericanos de la época, los cuales apoyaron, con su vida y su obra, el delirio de Fidel Castro y Ernesto Guevara. Además, si consideramos que la novela es aplaudida en Cuba en la década del 60 con una mención honrosa en Casa de las Américas, podemos afirmar que el texto responde a los ideales revolucionarios. De otro modo, difícilmente hubiera sido premiada, mucho menos publicada, mucho menos aún, leída e interpretada.

Para sustentar esta primera tesis será preciso revisar algunas marcas textuales en la obra. De los Ríos escribe: «La última vez que estuve en el Parque Universitario, la vez de la manifestación estudiantil, tiramos piedras contra la caballería y los patrulleros, y gritamos, yanquis no, Cuba sí. Mataron a tres compañeros, y fue cuando tomé la decisión» (De los Ríos, 2017: 33). Algunas páginas atrás encontramos de qué decisión habla el narrador.

 

La decisión irrevocable: momento de la escogencia hombre o no-hombre. Fue en ese instante ante la tribuna, en el Parque Universitario, el que quebró tu vida, o mejor, la desherrumbró: tuviste nueva piel. Pero cómo no iba a ser ese instante crucial, yo escuchaba entre los manifestantes y el otro no sé qué demonios decía desde la tribuna y los universitarios que corrían de un lado a otro, han matado a tres han matado a cuatro hay muchos heridos, y los rochabuses y la caballería, y yo dije, a la mierda con todo esto me voy de guerrillero (2017: 13).

 

Así, el texto prosigue con imperativos de tipo programático. «Con nosotros triunfaría la revolución, lucharíamos con toda el alma, cambiaríamos el Perú, nada podía fallar. Otros habían hecho lo mismo y no se supo más de ellos. ¿Dónde está Javier Heraud?» (2017: 32). «No es temor a morir. [...] No es miedo a eso. Primero están los ideales. El Perú no cambiará mientras no haya una revolución armada, en tanto el eterno círculo vicioso continuará, y no es que lo diga por decirlo, por simple pose, sino que ésa es la verdad» (2017: 33). Finalmente, a la mitad de la novela se lee: «Ya está decidido: Yo no puedo elegir en algo que es mi deber. Estos instantes de duda me harán avergonzar toda mi vida. Mis ideales, mis convicciones no pueden claudicar» (2017: 136).

Estas afirmaciones son las que han servido de soporte para sustentar la hipótesis del compromiso literario de Los juegos verdaderos con los ideales revolucionarios. Y efectivamente, las citas parecen hablar de una obra construida para exaltar estos ideales. En otras palabras, para exaltar la utopía. Podríamos decir que son afirmaciones de una Literatura programática o imperativa. Una literatura que responde en su construcción a un planteamiento ideológico y que critica, en su forma, ideologías ajenas pero no la propia. Una literatura de estas características es crítica con los fundamentos de otros, sin embargo, se detiene al cuestionar los propios fundamentos. Por ello Maestro dice que estas obras desembocan en la utopía, es decir, en una construcción idealizada del mundo.

Ahora bien, Maestro también añade que la Literatura programática «se manifiesta con mayor frecuencia en partes formales, secuencias y fragmentos de materiales literarios […] que en la construcción de obras literarias absolutamente programáticas de principio a fin» (2017: 246). Partiré de esta idea para refutar la tesis expuesta en la primera parte, intentando ver en Los juegos verdaderos algo más que una novela programática.

 

 

Segunda parte

 

Literatura crítica o indicativa es aquella cuyos tipos y modos de conocimiento son «racionales y críticos, es decir, cuyos saberes, característicos de sociedades políticas estatales (Estados) o supraestatales (Imperios), se basan en el racionalismo, la desmitificación, la Ciencia y la Filosofía» (2017: 238). Además, Maestro escribe que «No es una literatura esencial o exclusivamente idealista, confesional, bucólica o comprometida. No. Es una literatura crítica y dialéctica» (2017: 239). Tenemos una forma literaria que no puede ser adscrita a un programa político o ideológico de cualquier tipo. Por el contrario, son obras que desarrollan sus ideas justamente del enfrentamiento con la realidad. ¿Será posible encontrar rasgos de Literatura crítica en Los juegos verdaderos?

Podemos decir que el narrador de la novela tiene, con respecto a su compromiso ideológico, tres etapas o momentos claves. El primero de ellos está relacionado con las citas ya expuestas, en las cuales vemos su fe en la revolución y la guerrilla. Nos encontramos con un adolescente con deseos de cambiar el curso del mundo usando las armas. El segundo, simultáneo, nos muestra momentos donde el personaje comienza, tímidamente, a dudar de sus propios ideales. «Sin embargo, pensando en esta revolución urgente y perentoria, me pregunto, tal vez por debilidad, ¿si... si estamos equivocados?» (2017: 33). Reconocemos aquí los primeros atisbos de afirmaciones críticas, los primeros momentos donde el narrador cuestiona sus fundamentos ideológicos. «¿Es miedo? Tal vez, pienso, haya otra forma de trabajar por el Perú, tal vez con las armas, de guerrillero, en la selva, no se consiga mucho» (2017: 34). El tercer momento o etapa lo llamaré etapa del desengaño, en la cual el personaje descarta los ideales de su juventud y los cuestiona dialécticamente. Son estas marcas textuales las que me servirán para definir a la obra de Edmundo De los Ríos como una Literatura crítica o indicativa, desgajándola, ahora sí, del lugar donde la pusieron Rulfo, Carballo y Brushwood, para insertarla en la línea de una literatura racional y crítica con la realidad.

Desde una celda infestada de ratas (una cárcel para guerrilleros), donde el personaje se encuentra recluido hace cinco años, moribundo y enfermo, afirma: «Nunca me había contemplado de esta manera. Comprendo que ya no hay solución. No hay salida. Me veo. Siento en mi boca la misma repugnante y siniestra sensación que provoca ver un cadáver» (2017: 36). Vemos en este fragmento el primer momento de desengaño que atraviesa el monólogo del personaje, y conforme avanza la novela iremos encontrando afirmaciones que ya no detienen su capacidad crítica. «Este Negro, y es que tengo que seguir pensando, pensando en cualquier cosa, [...] voy a seguir pensando, pensar en todo para no pensar en mi muerte, recordar todo, la infancia, ¿lobo estás?, ¿lobo estás?» (2017: 44). «Lloro. Porque quisiera salir de aquí, correr por las carreteras, llegar a Lima, entrar al Palacio de Gobierno y decirle al Presidente, señor Presidente, mire usted cómo chorrean mis manos embarradas con mi propia mierda» (2017: 61).

Finalmente, el desengaño se concretiza y el narrador abandona la esperanza para mirar sin filtros los fundamentos ideológicos que lo llevaron hasta aquella celda: «Mi culo me dolía tan fuerte que ya no aguantaba el dolor. Comprendí. Todo había sido un gran juego. Un juego de verdad, a muerte. Todos comenzamos como los buenos de los seriales y terminamos como los malos» (2017: 112). «Soy un cobarde, Manuelito, un cobarde que pensaba que todo era un juego, y los juegos también son verdaderos» (2017: 117).

A partir de este punto, la novela se encarga de desmontar la utopía socialista. El narrador cuestiona el programa ideológico que sostuvo en su juventud y lo deshace frente a Humberto, un guerrillero joven que acaba de ser capturado y colocado en la celda luego de la muerte del Negro. Un muchacho con los ideales intactos, de algún modo, un espejo.

 

–¿Has leído a Kafka? ¿La metamorfosis?

–Sí, sí he leído La metamorfosis, ¿por qué, ah?

–Yo soy Gregorio Samsa. [...]

–Es en el dolor, en el sufrimiento donde se hallan los verdaderos valores, cuando el hombre es más puro, más noble.

–No, Humberto, Eso es engañarnos. Es totalmente falso. [...] Es la más grande mentira que el dolor ennoblezca los corazones. [...] En la mayoría de los casos, hace a los seres mezquinos y rencorosos. Y yo tengo rencor, un odio hondo por todos los que tienen al Perú en la miseria y lo mantienen aplastado (2017: 230-231).

 

Aquí, en sus últimos instantes, vemos a un guerrillero desengañado y con la conciencia crítica para desengañar, a su vez, a su joven compañero. El delirio de la guerrilla ha terminado. El encierro, el coxis partido por semanas, las ratas que lo visitan de noche, nada de ello formaba parte de la utopía. La realidad se ha impuesto al sueño, la desmitificación a la ideología, la filosofía a la teología. El juego de la revolución siempre fue un juego verdadero, a muerte.

Al final de la novela el narrador nos describe su desenlace: «El cuerpo del guerrillero tiembla en espasmos terribles. De la nariz le brota un grueso hilo de sangre. Humberto le limpia la sangre. No quiero morirme, no quiero no debo, no hables, ten calma, ya falta poco» (2017: 276). «El guerrillero mueve los labios sin decir palabras. Lanza un estertor. Sus músculos se contraen y queda inmóvil» (2017: 279). «­–Un malparido está muerto en la celda 25, mi sargento. –Mejor. Habrá más espacio en el camión» (2017: 280).

 

 

Epílogo

 

En la primera parte del artículo me encargué de sustentar la tesis que había suscrito a Los juegos verdaderos dentro de la familia de la Literatura programática o imperativa. Y en la segunda parte desmonté esta tesis para evidenciar que la novela va más allá de un texto programático y se inscribe, más bien, en una Literatura crítica o indicativa. La novela de Edmundo De los Ríos no se reduce a una apología revolucionaria. La lectura planteada por Rulfo, Carballo y Brushwood es una interpretación sesgada que identificó muy tempranamente al texto con un movimiento político e ideológico. Sin embargo, como se ha demostrado, sólo rompiendo la relación entre las ideas que se articulan en la novela (symploké) es posible llegar a una interpretación así de ciega, así de programática.

Edmundo De los Ríos no escribió un texto para exaltar dogmas y fue por ello que pudo desplegar una crítica profunda de la utopía revolucionaria. Una crítica, además, que tuvo el cinismo de ganar su único galardón en La Habana, venciendo la censura gracias a que fingió hablar el mismo idioma de la guerrilla. Los juegos verdaderos fue una bomba de relojería que reventó en el corazón mismo de la revolución. Una primera estocada a la utopía, cuando la utopía era fuerte y parecía impenetrable.

Me atrevo a incluir a Los juegos verdaderos dentro del marco de una Literatura crítica o indicativa, una literatura «que apuesta firme y convicta por el racionalismo humano y por la crítica que enfrenta el conocimiento de la literatura a la realidad de los hechos políticamente vividos» (2017: 239). Y en ese mismo sentido, suscribo las palabras del crítico peruano Jorge Cornejo Polar: «contra lo que pudiera suponerse la obra no es ni una apología de la guerrilla, ni un llamado de tipo político sino, esencialmente, el tratamiento literario de una personalidad en tres momentos de su vida» (Cáceres, 2003: 225).

Termino estas notas desvinculando a la obra de Edmundo De los Ríos de la novela revolucionaria y afirmando que Los juegos verdaderos se escribe contra la utopía.

 

 

Bibliografía