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28 septiembre 2023

María Teresa Glez. Cortés: Teoría de género, rebelión contra el sistema

  







Teoría de género,
rebelión contra el sistema

 

María Teresa Glez. Cortés

 

 

Palabras clave

Teoría de género · Posmodernidad
Sexo · Sexualidad · Ideología de género

 

Sinopsis

Crítica y análisis de las consecuencias actuales de la ideología de género.

 

 

Introducción

 

Como resultado, el género no es a la cultura lo que el sexo es a la naturaleza; el género es también el medio discursivo/cultural a través del cual la «naturaleza sexuada» o «un sexo natural» se produce y establece como «prediscursivo», anterior a la cultura, una superficie políticamente neutral sobre la cual actúa la cultura.

Judith Butler (1990), Gender Trouble.

 

Lesbiana, Gay, Transexual, Bisexual, Polisexual, Pansexual, Omnisexual, Scoliosexual, Demisexual, Grisexual, Asexual, Poliamoroso, Intersexual, Agénero, Género Fluido, Bigénero, Trigénero, Pangénero, Andrógino, Intergénero,

De sexo no ajustado o no conforming, Homorromántico, Birromántico, Panromántico, Arromántico, Antrosexual, Queer, etc.

Nuevo atlas de geografía humana, extraído de la Ley Trans española de 2023.

 

¿Cómo desbaratar los cimientos que cubren las configuraciones culturales alternativas de género? ¿Cómo desestabilizar y convertir en su dimensión fantasmática las «premisas» de las políticas de identidad?

Judith Butler (1990), Gender Trouble.

 

En la Edad Contemporánea apareció el Estado-caníbal. Dos fueron sus variantes: el Estado proletario, promovido por el fascismo comunista, y el Estado genealógico, auspiciado por el fascismo étnico. La victoria, en Occidente, de las democracias liberales fue una forma de oponerse a los apetitos sanguinarios de esos «Estados-patíbulo». Que en este momento las democracias liberales acierten en sus cambios de legislación es algo dudoso sobre todo cuando el estado de derecho va desapareciendo, absorbido por el afán de sociologizar, reglamentar y, en suma, estatalizar los deseos más íntimos. Y es que el derecho «natural» no existe en la perspectiva del contraculturalismo, y además para los contraculturalistas las tradiciones culturales son perniciosas y retrógradas. Y como a su juicio no existe el derecho «natural» y como, por otro lado, desprecian las tradiciones no enmarcadas en la teoría de género, el deseo habita colgado en el vacío y sin cuerpo físico. «Sin cuerpo físico» porque no existen, dicen, los determinismos que marca la naturaleza biológica. Y «en el vacío» y «sin anclajes culturales» porque la sexualidad deriva del acto (senti)mental de la persona deseante. Con lo cual, al final sólo queda la elección personal como «arjé», es decir, como fuente, causa y principio constituyente de la Ley. De este modo y gracias al empleo de difusos criterios identitarios la «hedoné-justicia» (o justicia basada en el placer) desafía la existencia misma del sujeto de derecho y se vuelve una amenaza real para las filosofías que vertebran las propias democracias liberales, como veremos en los 10 apartados que componen este breve ensayo.

Nadie discute los gustos y tendencias sexuales de cada cual, pues todo el mundo es libre de hacer lo que quiera en sus relaciones con otros adultos. Al menos en Occidente. Lo que aquí se discute es que se confunda permisividad con derecho, se exija el apoyo de las autoridades públicas para incorporar los deseos particulares dentro de la lista de los derechos humanos, e incluso que el Estado tenga que ser árbitro, tutor y regulador de los actos sexuales de todas las personas. En estas circunstancias, al ser paulatinamente minados los pilares constitucionales del estado de derecho, «el Estado deviene el reino de Koalemos, el dios griego de la estupidez», asunto que ha subrayado el politólogo Dalmacio Negro[1]. Por eso, son más que discutibles, en el seno de las actuales democracias liberales, esos cambios de legislación que instituyen desafueros e injusticias en nombre de una «bioideología» de moda. Además, la bancarrota de la idea universal de justicia plantea enormes dilemas y más con la llegada de reglamentaciones narcisistas, que recoge y aplaude ese «Dadá-Estado» antojadizo e impulsivo.

 

Para empezar, dentro de las muchas tendencias que componen el feminismo hay una corriente que se dedica a quemar certezas; que destruye lo que niega y que se envuelve en el despotismo de que nada se puede conocer con seguridad. Y es que el feminismo contracultural mientras abjura del conocimiento científico toma sus propios relatos como referencia inamovible. Así las cosas, en el éxito de la revolución marcusiana del Eros, las-los generistas exigen que el presente tiene que «despertar», que liberarse de las rémoras y de los atavismos del pasado. Y, dado que existe una íntima relación entre las fases religiosas del despertar puritano protestante norteamericano y las sucesivas olas feministas norteamericanas, el «awakening» (o despertar de la conciencia) es dentro del actual feminismo occidental la antorcha que ilumina, que hace arder cualquier herencia cultural. Y cualquier vínculo con la herencia biológica.

 

La realidad no se descubre. La realidad se construye a golpe de deseos, afirman. Y nadie puede parar ni frustrar a quienes albergan montañas de sueños. Dicho de otra forma, para los-las generistas el lema narcisista «Siento, luego existe el sexo que elijo» es incuestionable. Lo que significa que no hay espacios autónomos fuera o al margen del discurso, tan solo roles aprendidos…… y orientaciones sexuales apetecidas, buscadas. Pero, en caso de ser así, ¿qué hacer con la doctrina de la evolución? ¿Y cómo han podido nacer esas y esos defensores de la teoría de género a partir de un sexo que solo existe y prexiste en los contornos artificiales del lenguaje? Puesto que para el feminismo generista los «cromosomas» carecen de valor más allá de la red cultural; puesto que, sugieren las actuales Beatriz Preciado[2], los términos «mujer» y «hombre» son modelos históricamente construidos con el barro del lenguaje; puesto que en definitiva la verdad científica no existe; entonces los Lysenkos y Lysenkas de hoy que componen la izquierda generista reclaman el negacionismo genético. Y al basarse en dicho negacionismo orillan la evidencia de que el cerebro y en general todo el sistema nervioso central están prenatalmente dirigidos hacia una identidad sexual determinada en el momento del nacimiento.

 

 

 

1. No se equivocan. Somos nosotros quienes vivimos instalados en el error

 

Aceptemos que los seres humanos, en su mayoría, estamos equivocados por creer en el peso que ejerce la genética. Aceptemos que nunca hay Universos más allá de nuestro universo discursivo. Y aceptemos también que no hay datos empíricos para hablar acerca de la especie humana y, menos aún, evidencias para sostener la existencia de la vida y de la reproducción «heterosexuales». ¿Pero entonces por qué este feminismo postmoderno alardea con la idea antimendeliana de que el género se ha hecho carne? ¿Y por qué esta neoantropología otorga tanta importancia al cuerpo entendido como instrumento de «autorrepresentación» subjetiva? ¿Y por qué quienes han buscado cambiar de sexo necesitan el mapamundi del bisturí? ¿O por qué quienes tratan de reantropomorfizarse precisan incorporar a su cuerpo bloqueantes hormonales para domeñar la presencia de aquello que solo existe, dicen, en las líneas del discurso gramatical? Aupado el contraculturalismo sobre el viejo eslogan situacionista «Jouissons sans entraves» («Disfrutemos sin obstáculos»)[3], sus defensores equiparan sexo procreativo con sexo (re) creativo, lo cual acarrea errores gigantescos.

 

Movidas por fuertes sentimientos de superioridad algunas feministas están cayendo, lo explicaba hace ya algún tiempo Janet Radcliffe, en el error de «proponer teorías por sí mismas, que encuentran más atractivas, las elevan a una altura demasiado elevada y las suponen verdaderas. Habiendo hecho esto, ellas emplean sus nuevas teorías para descartar cualquier otra nueva evidencia entrante que implique conflicto con sus teorías».[4] Por eso, se oponen a las explicaciones evolucionistas. Y, por lo mismo, las-los generistas descartan la lógica y la ciencia. ¿El motivo? La lógica y la ciencia son, piensan, disciplinas opresoramente «heterosexuales». El «Mayo del 68 francés» había atacado la racionalidad por detectar en ella un profundo aroma «burgués». El post-68 norteamericano, en cambio, combate cada uno de los elementos que componen la racionalidad al considerarla ya no burguesa, sino odiosamente patriarcal y, peor, avasalladoramente «patridominante». Ahora bien, si en la sexualidad humana la herencia genética no tiene la última palabra, como afirman los grupos contraculturales atrincherados en Universidades, en Observatorios y demás Centros de divulgación cultural, ¿entonces por qué esos mismos grupos castigan fieramente a quienes, como Anthony Loffredo, reivindican otra orientación y hasta reclaman una identidad alienígena? Defender el dogma de que el género, o sea, el sexo es una conducta autoelegida e, incluso, construida en el interior de una mesa de quirófano no debería, al menos por mera coherencia, servir para penalizar a quienes afirman querer disfrutar de una identidad no humana. Y dado que la teoría de género corea hasta el infinito que la influencia cromosomática no constituye un agente físico determinante, contradictoriamente sin embargo los defensores de la teoría de género persiguen a quienes llevan y emplean el lenguaje de «la identidad» fuera de los mapas habituales de la teoría de género.

Bajo el paraguas del relativismo absoluto, santo y seña de nuestra época, es lógico que haya gente que «diga» que es filipina sin ser filipina, o sin haber vivido o nacido en las Filipinas. Es el caso del transexual autollamado Ja du. Y dado que para las Butler et alii la herencia representa una variable muy poco concluyente, es lógico igualmente que haya personas que se declaren de otra raza. Es el caso de Nkechi Amare Diallo, nacida Rachel Dolezal, que afirmaba ser afroamericana, es el caso de Jessica A. Krug que se declaraba afrolatina. Y es el caso del Anthony Ekundayo Lennon, artista blanco que mantuvo la ficción durante años de ser negro, etc. Preparados para paladear las mil y una mieles del contraculturalismo, Loffredo, Ja du, Dolezal, Krug, Ekundayo… han enraizado su identidad personal ligándola a los dibujos antojadizos de la anatomía de sus deseos, que no de la genética. ¿Pero esto no es lo que defienden quienes apoyan el credo de la teoría de género o del sexo agenético a la carta? Sin embargo, «cosas veredes, amigo Sancho», después de patrocinar los generistas la ilusión de que la herencia cromosomática no constituye un factor definitivo en la estructuración de la sexualidad humana, esos mismos generistas pontifican que la raza jamás se elige y que la raza en la «humanidad» sí se hereda. Llegados a este punto, habría que preguntar por qué no poder optar por una raza a la que deseamos pertenecer cuando los propios defensores de la teoría de género insisten en elegir hasta el sexo al que queremos pertenecer[5].

Hay paralelismos importantes entre los partidarios de la identidad de género y los partidarios de la identidad de raza y de especie. De hecho, el que haya personas que abrigan la urgencia de reclamar identidades distintas a las suyas pone de manifiesto que esas personas necesitan no solo romper la claustrofobia que sienten en y por su propio cuerpo. Sino prolongarse en otras formas nuevas de vida. Bajo circunstancias límites aspiran a habitar en otra identidad biológica (βος o bíos: «vida», λογα o logía: «tratado»), peculiaridad que nos conduce a un punto fundamental. Negar cualquier comparación entre las personas que exigen para sí una identidad transracial o transespecista, y las personas que exigen para sí una identidad transgénero; negar cualquier comparación, repito; ¿no es acaso una forma de usar torticeramente la genética? ¿La biología sí funciona en las razas de la especie humana y de las especies animales, pero carece de cualquier peso en los individuos transgénero? Por otra parte, decantarse desde la teoría de género a favor de una sexualidad a(nti)genética y al mismo tiempo proceder desde dicha teoría de género al acoso y derribo de esos individuos que se declaran a favor de la a(nti)genética porque dicen ser negros o querer ser hindúes, etc., ¿no es una manera de usar cartas marcadas y de caer en la más burda de las contradicciones?

¿Con qué argumento acorralan los-las generistas a estos neoidentitarios transespecistas o transraciales? Con el argumento de que estos blancos que no son negros, y esos chinos que no son hindúes son un peligro para la credibilidad de la teoría de género. ¿Pero no es acaso una estafa para la fiabilidad de la teoría de género ver a los defensores de dicha teoría de género afirmar dogmáticamente que el sexo masculino sólo tiene valor cultural, y al mismo tiempo verles aplaudir las reanatomizaciones y terapias hormonales que sirven para enmascarar la presencia de los rasgos reales del sexo masculino? Es un insulto a la razón y un peligro para la reputación de la teoría de género apropiarse de las cualidades físicas del sexo femenino y luego concluir que el sexo es una simple bagatela lingüística.

En suma, las paradojas de este nuevo feminismo radican en que esta corriente radical fundamenta su debilidad tanto ontológica como epistemológica en aquello que ella misma niega: la genética. ¿Entonces? «En los hiperanómalos Estados Unidos, un reclamo de identidad transracial parece ser mucho más audaz que una reclamación comparable de identidad transgénero […]. Es el legado del racismo estadounidense contra los negros lo que hace que la brecha parezca infranqueable en el caso de la raza. Es el resultado del legado del antropocentrismo europeo y del antiindigenismo que ni siquiera notamos por ahora, [es] el problema masivo e inminente de nuestra identidad (real) compartida con el resto del mundo viviente, y la posibilidad que se abre de ser interiormente un jaguar o un oso», analiza el filósofo de la ciencia Justin E. H. Smith[6].



2. Adiós a los genes

Nunca hay problemas a la hora de observar la gran influencia que ejercen las normas sociales sobre las costumbres y sobre las ideas humanas, también sexuales. Tampoco hay inconvenientes en afirmar que las decisiones personales determinan en muchos momentos buen número de nuestros actos, incluidos los sexuales. Y, claro está, no se detecta incoherencia alguna a la hora de reconocer el influjo que despliega el organismo sobre nuestra vida psicofísica. Somos entes muy complejos, tan complejos que simultáneamente caminamos por las encrucijadas de la cultura, por las sendas de la conciencia personal y por los caminos impuestos por la naturaleza biológica. Sin embargo, en lugar de aceptar estas evidencias los nuevos antisistema han vaciado de todo contenido la categoría de sexo. Y aplastan las tesis científicas que registran la ascendencia de los genes. Es más, en el acto de negar lo obvio la temeridad se ha convertido en un clásico. Y con el uso de lógicas (pati) difusas se reivindica la fantasía de los multigéneros, desde la idea de que el género es una especie de superficie políticamente «neutral» sobre la que actúa la cultura. ¡Feliz candidez quienes creen que modifican la realidad física cambiando el nombre de las cosas!

 

No cabe duda de que el antiintelectualismo con sus tradiciones culturicidas ha descabezado el mundo de las humanidades llevándolo muy lejos de las calzadas de la verdad. El culto a la ignorancia por parte de nuestras élites urbanas es pasmoso, igual que sorprendente su adhesión a ideologías de moda acéfalas que elogian el no saber y defienden que el sexo biológico no existe más que dentro de la Gutenberg-Historia, y más al tratarse la heterosexualidad, eso dicen, de una errata sobre el papel. En consecuencia, gracias a este tipo de ideas-cohete de escaso recorrido cognitivo, las élites de profesión «disidentes» que pueblan el mundo universitario de las humanidades animan a romper con el significado objetivo de las cosas. Incluso a sustituir la objetividad por conceptos discutibles e inexistentes. La lucha por el control de lenguaje forma parte de su gran batalla contracultural.


Escoltadas por un feroz antiintelectualismo, las nuevas corrientes revolucionarias aceptan que el sexo es un espectro mental, pese a la pertinaz evidencia de que nacemos machos y hembras. También los homosexuales, lesbianas y transgéneros. «Yo no iba a ser una mujer, eso yo lo había decidido. Como claramente no era un hombre, mi única alternativa era ser más allá del sexo, o al menos del género», confesaba Anastasia.[7] Alguien le tendría que haber dicho a Anastasia que si en la Declaración de los derechos humanos se censurase el término «seres humanos», ¿eso no le habría hecho sospechar a ella? Pues bien, en la teoría de género (que dice preocuparse de las mujeres) está proscrita la palabra «mujer». Este nuevo «burqha» no ha pasado desapercibido para muchas de nosotras. Y no aparece, lo vuelvo a subrayar, la (palabra) «mujer» porque el sexo femenino ha sido destronado por las llamadas gays a los cuerpo-textos, es decir, el sexo femenino ha sido defenestrado por las invocaciones a una «Historia» que habla de seres autosexualizados que proclaman ser productores de historias sexo-disidentes, tal es el apego de la teoría de género a la rebeldía foucaultiana, tal es su rechazo deleuziano a aceptar la realidad objetiva.

Tomada como trampolín para crear una nueva civilización, la teoría de género ha ido revolucionariamente fragmentando todas las narrativas con ambición universalista. Incluidas las narrativas del feminismo democrático. Recuerde, si no, uno de los enunciados «clave» que aparece en el libro Gender Trouble. En su apartado V dedicado a Identidad, sexo y metafísica de la sustancia, Judith Butler reconoce que «las «personas» solo llegan a ser inteligibles cuando poseen un género que está en conformidad con las normas reconocibles de inteligibilidad de género». Lo que en román paladino significa que tú llegas a ser persona cuando «yo» digo que te ajustas a las reglas de género que «yo» he formulado, aunque no se entiendan muy bien cuáles son esas reglas y en qué consisten, pues «el estilo literario [de Butler…] es pesado y oscuro», ha observado, entre otras muchas intelectuales, la filósofa norteamericana Martha C. Nussbaum[8].



3. El fin de los grandes relatos

El actual genderfeminism ha roto las señas de identidad de los feminismos basados en la categoría de «sexo». Y por querer redirigir a las personas a su rebaño ideológico el genderfeminism trata de revolucionar todos los códigos (lingüísticos, sexuales, políticos, artísticos y científicos) de la cultura occidental. No olvidemos a este respecto cómo ciertas escritoras de éxito, como Butler, apelan a re(de)scribir todos los «esquemas normativos de inteligibilidad que establecen lo que será y no será humano, lo que es una vida vivible y una muerte lamentable». Por otra parte, con la presunción de encarnar la Verdad del nuevo orden mundial, el feminismo generista que es que es abiertamente pro gay y pro queer (y no pro mujer) despliega políticas dirigidas a demoler conceptos, al tiempo que llama a eliminar rígidos códigos sexuales en nombre de las injusticias que ha cometido la Justicia. Y no solo eso. A la vez que deconstruye la tradición biocultural, este feminismo postmoderno propone sus reglas, o sea, sus propios códigos anticientíficos a partir de la omnisciente subjetividad activo-productora de mundos sexuales. Más claro agua: la filosofía de las Butler et alii se alza en contra de quienes reconocen o admiten el peso de la biología. De ahí vendría el negacionismo de la ciencia y, en concreto, el negacionismo de la biología genética. De ahí vendrían las teorías sobre la existencia de hasta 5 sexos, teoría formulada por la célebre filósofa norteamericana y también bióloga Anne Fausto-Sterling.

 

Es cierto, la desnaturalización o acción de sacar a la mujer de los fueros de la naturaleza no solo fue desarrollada por Butler y fieles seguidores. También fue llevada a cabo por el estructuralismo de Lévi-Strauss y por la teoría sobre el despertar al erotismo de Herbert Marcuse. Eso sin omitir la influencia que sobre Occidente desplegaban las corrientes psicoanalíticas francesas (Deleuze, Guattari, Derrida…) y a las que se abrazaron Ruben Gayle y Shulamith Firestone, entre otras feministas norteamericanas. Esta última ofrecía un retrato de la opresión de las mujeres, de las niñas y niños desde su bagaje freudo-marxista, marcusiano y reichiano para mayor exactitud. Pero, por otra parte, hubo feministas europeas, formadas en Estados Unidos, que deslumbraron en este país. Fue el caso de la italiana Teresa de Lauretis quien en su obra Technologies of Gender (Tecnologías de género, 1987) instaba a crear puentes de comunicación entre las teorías feministas en curso y los representantes de la French Theory (Foucault, Lacan, Derrida, Guattari, Deleuze, etc.), sin olvidar que en las hipótesis de la citada Judith Butler palpitan, además de algunos de los postulados del French Feminism (Luce Irigaray, Julia Kristeva, etc.), muchos de los planteamientos masculinistas de la French Theory.

 

Sabido esto, ¿por qué el feminismo generista con su sexo fuera de la biología o sexus ex machina ningunea la influencia de los cromosomas? ¿Por qué desexualiza a las mujeres y aspira a repartir sus derechos jurídicos entre los varones? ¿Por qué con tal de desmentir el componente biológico de la sexualidad humana cae en el reduccionismo del egocentrismo? No solo porque quiere despatologizar, descriminalizar las conductas sexuales de unos colectivos sociales que han sufrido, lo cual es un hecho, el estigma de las discriminaciones. Sino también, y aquí está el meollo del asunto, porque «para la izquierda el ser humano no tiene naturaleza», lo desenmascaraba en pleno postsesentayochismo el anarquista estadounidense Murray N. Rothbard en su obra Por una Nueva Libertad: El Manifiesto Libertario (1973).[9]

 

 

4. La creación a partir de la nada

 

Al ser refutadas las evidencias sobre los dimorfismos sexuales, las disimetrías entre lo masculino y femenino se esfuman y devienen un absurdo. Desde la perspectiva de género, únicamente existen sujetos que (auto) determinan su genitalidad desde su voluntad de poder o Voluntad de género. Ante la apisonadora narcisista de las modas antiintelectuales se levantan voces muy duras. Es el caso de la sexóloga y neurocientífica Debra Soh que despavimenta brillantemente las utopías que reivindican enajenarse de las imposiciones cromosomáticas y se desvinculan de las verdades médicas[10]. Pero la doctora Soh no está sola. Sheila Jeffreys ha realizado una crítica penetrante de la teoría de Judit Butler. Para Jeffreys es un hecho que el feminismo postmoderno incurre en el uso torticero del lenguaje. Por medio de las Butler et alii «el lenguaje», explica esta profesora inglesa de Ciencias Políticas afincada en Australia, «opera a través de la construcción de falsas oposiciones binarias que, mediante algún proceso misterioso, controlan la forma en que las personas pueden pensar y, por tanto, actuar. Se supone que masculinidad/feminidad es una de estas [oposiciones] binarias, la única fundamental para la opresión de mujeres, lesbianas y gays», afirma Jeffreys[11].

 

También en contra de los excesos de la postmodernidad se ha alzado Rosi Braidotti. Distanciándose de la perspectiva butleriana, esta feminista ítalo-australiana insiste en que «el cuerpo continúa siendo un haz de contradicciones: es una entidad biológica, un banco de datos genéticos y, a la vez, también […] una entidad biosocial»[12]. No obstante, frente a estos enfoques críticos lo que prevalece es el tam-tam de la ideología de género con sus cantos dionisíacos a favor de una libido sin límites. Quizá por esto, y aprovechando el viento que sopla a su favor, las feministas generistas predican el dogma de la revolución y se apartan de la evolución biológica. Manifestándose como neoluditas, o sea, en contra de la ciencia y de la técnica, quieren acabar con cualquier tradición relacionada con (los determinismos físicos que acompañan a) la verdad, aunque luego contradictoriamente reclaman un Estado «proveedor de servicios», es decir, que el Estado dispense las biotecnologías necesarias para transformar la apariencia corporal del fenotipo humano.

 

Estas incoherencias no son algo extraño, pues el relativismo absoluto (o nihilismo en términos de Monique Wittig) era «el Caballo de Troya» que iba a servir para colapsar el mundo conocido. Incluidos los ámbitos convencionales del conocimiento. Por eso Judith Butler, y no es simple casualidad, se opone desde el principio a toda verdad instituida. Y a la sombra de la audaz Wittig, en su prefacio de 1999 a su Gender Trouble Butler confesaba a sus lectores que ella «also sought to undermine any and all efforts to wield a discourse to truth» («también buscaba destruir todos y cada uno de los esfuerzos dirigidos a empuñar un discurso sobre la verdad»)[13].

 


5. Contra la tiranía de la razón

Una racionalidad emancipada, incluso de ella misma, acaba en brazos de los deseos. De esos ataques a la verdad y a la racionalidad pudo darse cuenta Herbert Marcuse. Y ya en el inicio de la década de los años 1970. De hecho, este filósofo pro feminista denunciaba que la extrema izquierda al creer en la tiranía de la «Razón» estaba creando fortísimas tendencias antiintelectuales. En calidad de actor y espectador de los cambios que acompañaban a su época Marcuse percibió que los jóvenes izquierdistas en su sublevación contra la razón «burguesa» se ponían en pie de guerra incluso contra la «Razón» misma[14]Y acertaba este intelectual en su diagnóstico aunque él había cooperado, codo con codo e igual que otros filósofos antisistema europeos, en la demonización de la objetividad. ¿O acaso se olvidan los cantos al erotismo que divulgaba Marcuse, agarrado a la partitura de que la racionalidad es opresora y antilibidinal? No se olvide que el feminismo de género «salió de la política radical de los 60 y estuvo marcado por la filosofía marxista y la [filosofía] de Marcuse, Frantz Fanon y Michel Foucault», entre otros intelectuales europeos, comenta la feminista norteamericana Christina Hoff Sommers[15].

En un horizonte netamente contracultural las llamadas a la independencia personal se legitimaron desde el menosprecio a los datos fácticos. Negar la tiranía de los cromosomas implicó entender la anatomía humana como la puerta que abre a la desinhibición sexual. Y supeditar el «génos» a la esencia o «ousía» de los deseos particulares permitía posicionarse a favor de una libido homosexual, de gustos incontornables y carente de restricciones. A esto el feminismo de género lo llamó «emancipación sexual». Y, sin límites a los límites, esta corriente incide en que nada se debe al «génos», a la genética, ni siquiera a la sexualidad. En definitiva, al guarecerse en el ámbito hipercartesiano de la cálida privacidad, el nuevo feminismo ha sacado a flote la maleabilidad infinita de la geometría sexual. Y al apelar a la apertura de nuevas sensibilidades insta a trascender los ámbitos tradicionales de la experiencia (hetero) sexual.

Desde luego, la finalidad de estas guerras contraculturales consiste en reivindicar los deseos como norma-patrón de la realidad. ¡Viva el sensismo frente al intelectualismo! El objetivo, pues, reside en apropiarse de una sexualidad inventada y considerada nómos de la contracultura. Por tanto, la imagen de la «mujer» anterior a la Era «género» ya no puede servir. La nueva imagen de «mujer» que vino a sustituirla se centra en la desaparición de la mujer. Y ello fue posible gracias a los multiestratos anímicos que, de un lado, reivindican la aparición de poliidentidades sexuales fluidas y, de otro lado, se rebelan contra la artificialidad opresiva que sufren los cuerpos bajo pautas normativas dominantes.

 

 

6. Borrando el sexo

El descrédito de la biología ha sido consecuencia de esa interpretación multidiferencialista de la identidad humana que busca descomponer la figura incómoda del «Homo sapiens». Algunas feministas llegan a hablar de un híbrido unisex, mitad máquina, mitad humano, que son los «cyborgs». Es el caso de Desiré Rodrigo y Helena Torres[16]. Otras postfeministas, como la brasileña Sonia Correa, se suman al coro de los generistas. Y repiten la melodía de que «hoy, más que hace veinte años, es crucial hablar de géneros y sexualidades como construcciones plásticas e inestables que se articulan»[17].

¿Hay que despreciar esta hermenéutica que, además de enaltecer la llegada de «bodynautas» y «hormonautas», allana la venida de sastrerías mercantiles que estatalizan la medicina y abren vías para utilizar, en experimentos científicos, a las personas en nombre de esa arcadia que es la identidad? Con la victoria de la postmodernidad se ha impuesto un marco narrativo que ansía deshistorizar a individuos y grupos; que anima a deshacer las huellas del pasado para, sin referencias ni anclajes, ser dúctiles a los fines que marcan unas élites en nombre de los deseos. Además, gracias a la etiqueta de prestigio que acompaña a la postmodernidad, ciertas Big Pharma y… ciertas coaliciones feministas se dedican a diseñar genéticas divagantes y extravagantes para encumbrar su metafísico posthumanismo. Por cierto, de la mano de ese esta «ductilidad» se llevan a cabo, en laboratorios, ciertos ensayos clínicos como, p. e., conseguir «humancés», o sea, híbridos entre humanos y chimpancés. Este cruce de gametos entre especies distintas fue denunciado por Brunetto Chiarelli cuando este antropólogo italiano informaba ya en mayo de 1987 de la posibilidad de prácticas transhumanas a partir de una relación sexual in vivo entre una hembra de chimpancé y un hombre. El experimento realizado en EE UU con esperma humano tuvo éxito, aunque el embarazo de la chimpancé sería interrumpido por los científicos antes de llegar a buen término, aclara Chiarelli[18].

 

 

7. El esencialismo de la teoría de género

La teoría de género legitima modos alternativos de comportamiento sexual. Y, por tanto, es la ideología de unas minorías en ascenso que abogan por una identidad volátil, performativa, variable y cambiante. Es más, con el apoyo de potentísimos medios de comunicación dichas minorías están logrando popularizar una visión profundamente supraestereotipada de la realidad. Aliada a la deformación intelectual, recientemente la BBC ha dejado a l@s portavoces de la teoría de género divulgar un programa en donde se aleccionaba a niñas y niños menores de 12 años sobre la existencia no solo de transhombres, sino de 100 tipos de identidades sexuales, que sus profetas dicen conocer a ciencia cierta, no se sabe bien cómo[19].

¡Sí, cien tipos de identidades sexuales, entre ellas LGTTBQIAPK…![20] Esto es paradójico, sobre todo porque la «teoría crítica» de género que no para de denunciar (por occidental, por hegemónico, por patriarcal) el esencialismo de los dimorfismos heterosexuales se dedica, en cambio, a esencializar toda clase de gustos sexuales y, de paso, a absolutizar todas las diferencias que proceden de los paladares sexo-disidentes. Bueno, pues ya puestos a no quedarse culinariamente en esos minúsculos 100 sexo-géneros, propongo lamarckistamente hablar de 8 billones de identidades, una por habitante de la tierra haciendo de alguna manera lo mismo que hizo Jerry Rubin cuando este rebelde y satírico norteamericano declaraba en pleno postsesentayochismo que había «6461/2 millones de tipos diferentes de yippies»[21].

La famosa Betty Friedan, una de las madres del Movimiento norteamericano de Liberación de las Mujeres, explicaba en 1994 en una entrevista para la revista Newsweek que, con su libro The feminine Mystique (La mística femenina, 1963), ella «quería probar que la educación era buena para las mujeres»[22]. ¿Pero el uso fraudulento de la información va a beneficiar al sexo femenino? El proselitismo está ahí, y debido al afán de controlar hasta la mente de los más pequeños cobran fuerza las afirmaciones de Janice G. Raymond. Para esta feminista «no hay ninguna razón científica para enseñar a los estudiantes que los niños pueden convertirse en niñas o las niñas pueden convertirse en niños. Esto es pervertir la ciencia»[23]. Y también es manipular.

A muchas personas que se declaran de izquierda les han dejado de interesar las investigaciones científicas, sociológicas, psicológicas… y, de espaldas a ellas, se dedican a impulsar imaginativas taxonomías personales, negando hasta la evidencia de los propios datos mendelianos. A resultas de lo cual, promocionan fuera y dentro de las aulas sexo-tipos a la carta. Lo cual conlleva que en las nuevas cartas de navegación mandan los límites incontornables del deseo. Y en nombre del deseo se ningunea la historia genética de la humanidad. Por supuesto, en esta carrera por conseguir los laureles del éxito se infravaloran a Jordan Peterson y a Warren Farrell por exponer estos intelectuales los puntos débiles de la teoría de género, cuando no, se persigue a transexuales como Scott Newgent, mujer quirúrgicamente mutada a hombre que se opone a la canónica LGTBI y afirma que las personas humanas se definen no por su apariencia, sino por el sexo biológico. Eso sin olvidar cómo son hostigados los incontables profesores «Derrick Jensen» por declarar que la tierra no es plana, o sea, que los varones son varones, y las mujeres, mujeres.

Y es que a quienes aceptan lo mejor de los logros de la civilización occidental les arrojan montañas de descrédito bajo puñados de descalificaciones. Es el caso de la asesora fiscal británica Maya Forstater, que perdió su puesto de trabajo por afirmar que el sexo viene establecido por la biología[24]. Es el caso de un profesor de Colorado, enviado a un curso de reeducación (¿maoísta?) por el hecho de opinar que los jóvenes «trans» a veces lamentan la transición de cambio de sexo[25]. Es el caso de un profesor universitario de biología en Madrid, suspendido de empleo y sueldo por explicar que desde el punto de vista genético hay dos sexos[26]. Es el caso de un docente en Glendale (Los Ángeles, California) que, con 25 años de carrera a sus espaldas y nombrado dos veces «Profesor del año», fue suspendido de empleo tras quejarse en una junta escolar de que su centro promovía la transexualidad[27]Y es el caso también de políticos norteamericanos, holandeses, franceses, italianos, españoles… que ante las acometidas del lobby radical no pueden expresar ni lo que piensan. Pues bien, por estas y otras censuras a la tangerina y librera Rachel Muya le «parece mentira que ahora se pueda romper un escaparate porque esté Lolita de Nabokov»[28].

Menuda ironía de la Historia saber que en los primeros años del siglo XX fueron perseguidas en EE UU las personas que defendían la teoría darwinista de la evolución. Menuda ironía, repito, percibir cómo lo que sucedía hace un siglo se repite hoy en quienes, en pleno siglo XXI, sufren acoso por reconocer el valor de las evidencias científicas. Por puritanismo la nueva progresía jacobina hace llamamientos a vigilar y penalizar aquellas ideas de alcoba que no exaltan las subjetividades identitarias en boga y además, qué horror, reconocen el peso de la biología sobre el curso de la vida humana. A la luz de estos datos convendría quizás sacar a colación el parecer de Roger Bartra. Este antiguo sesentayochista mexicano ha considerado que la cultura como «manto unificador y totalizador es en realidad una red imaginaria que oculta y legitima las nuevas formas de explotación y dominación»[29].

 

 

8. Sexo (re) creativo

Los heraldos de la postmodernidad se guían por un ex falso quodlibet, es decir, por ese postulado que reza que de lo falso se deduce cualquier cosa. Tamaña estrategia lleva a las nuevas Amazonas a imponer desde el altar de su conciencia soberana la tarea, lo ha dicho Judith Butler, de «suprimir el sexo». Dios ha muerto, insistía Nietzsche. El sexo ya no existe, señala su enterradora oficial Judith Butler. ¿Y en qué se apoya esta feminista norteamericana para inhumar el sexo? Se apoya en el argumento de que el género, una vez destruido o deshecho («undone»), «es una práctica de improvisación dentro de un escenario constrictivo. Además, el género […] siempre se está «haciendo» con o por otro, incluso si el otro es solo imaginario», así lo expresaba Butler al inicio de su libro Undoing Gender (Borrar el sexo, 2004).

La apreciación juguetona de que el sexo se (re) inventa continuamente es una repetición de lo que unos años antes ya había dicho en su libro Gender Trouble (El género en disputa, 1990). Allí Butler expuso sus estrategias contra el aburrimiento acuñando la idea de que en la sexualidad humana «la tarea no es saber si hay que repetir, sino cómo repetir o, de hecho, repetir y mediante una multiplicación radical de género desplazar las mismas reglas de género que permiten la repetición misma»[30]. Conocidas sus opiniones, sabemos que el género se puede «multiplicar» y, dada su naturaleza fantasmática, «hacer» y practicar incluso con alguien imaginario. Pero también sabemos que para Judith Butler el género es de naturaleza huidiza, cambiante, semejante a un espectro, que vive en la medida en que se agazapa y vive en la mente. Bueno, pues si a la hipertrofia cartesiana en la que incurre Butler se une el hecho de que para esta nietzscheana es fundamental mostrar resistencia a la norma(lización), entendemos por qué para Butler la norma(lización) conduce a actos normativos-aburridos, o sea, a sexualidades normativas que consolidan géneros normativos, como expresó en su artículo Critically Queer (Críticamente Queer, 1993)[31].

Abogar por una concepción lúdica de la sexualidad no convertía a Butler en una adelantada a su tiempo. Más bien es una imitadora de las ideas antropológicas de Georges Bataille, para muchas personas considerado pionero de la teoría de género. «Sea lo que sea, si el erotismo es la actividad sexual del hombre, lo es en la medida en que difiere de la de los animales. La actividad sexual de los hombres no es necesariamente erótica. Ella lo es cada vez que no cae en lo rudimentario y no es simplemente animal», apuntaba Georges Bataille[32]. Es decir, la erótica humana como descubrimiento precisa crearse y recrearse, humanizarse en suma. Movida por premisas no menos hedonistas, Butler concluye que «la sexualidad no es simplemente un atributo que se tiene, o una disposición o un conjunto modelado de inclinaciones. Es un modo de ser dispuesto hacia los otros, incluso en modo fantasía y, a veces, solo en modo fantasía», dogmatiza Butler[33]. ¿Y ello por qué? Porque «al fin y al cabo, la gran fuerza subversiva radica», según Butler, en que «los géneros no pueden ser ni verdaderos ni falsos, ni reales ni aparentes, ni originales ni derivados. Sin embargo, como portadores creíbles de esos atributos, los géneros también pueden hacerse completa y radicalmente increíbles»[34].

Llegados a este punto, y ante el sensualismo radical que propone Judith Butler, ¿qué piensa gente de izquierdas como Slavoj Žižek? Este filósofo esloveno, que ha editado un libro con esta autora, observa que los grupos contraculturales son una versión insípida de la revolución, «que los agentes de la cultura de la cancelación son «comediantes en un mundo en llamas»: lejos de ser «demasiado radicales», su imposición de nuevas prohibiciones y reglas es un caso ejemplar de pseudoactividad, de cómo asegurarse de que nada vaya a cambiar por el método de fingir actividad frenéticamente»[35]. 

 

 

9. Políticas de antiidentidad

Con la navaja de Ockham transformada en navaja del «género» se intentó emascular al sexo biológico para dejarlo convertido en una antigualla cultural. Con las cuchillas de las palabras se quiso castrar al misógino Urano heterosexual que habita, decían, bajo el corpus científico. Naturalmente, en la tarea de reforzar la idea de que el «género» (masculino y femenino) es cosa del lenguaje, nunca asunto de genes, sobresaldría la butleriana Preciado. Para este transfilósofo no hay sexo en el momento del nacimiento. Este es el motivo por el que «no hay necesidad de asignar un género al nacer. Podríamos simplemente decir «viene un cuerpo humano al mundo»», concluye Paul Beatriz Preciado.[36] Desde luego, tras estas guerras de palabras palpita una durísima batalla contracultural destinada, lo ha apuntado Irène Jami, a imponer el deseo de que el cuerpo pueda «ser resignificado de maneras que impugnen —en lugar de confirmar— la hegemonía heterosexual. Imaginemos que en la ecografía o en el momento de nacimiento no se dice «¡Es una niña!», sino «¡Es una lesbiana!»»[37] Imaginemos, sí. Y veremos cómo la ideología generista «se preocupa incluso por defender los derechos y garantías de las personas por nacer, bebes o niñes sexualmente indeterminades para les cuales se propone la así llamada crianza de género abierto, la documentación civil asexuada y el uso del pronombre neutro «elle» a fin de no encasillar a les niñes en un sistema de adscripción binaria. […] Cada sujete naciente es así una suerte de mónada cerrada en estado de libertad absoluta, sin sedimentación cultural ni vínculo social; una suerte de tabula rasa que escribirá ex nihilo su ficción», concluye con gran agudeza la filósofa María Binetti[38].

Ni que decir tiene que en el acto de abandonar el consenso para ir a cabalgar sobre creativos disensos acaba apareciendo un tipo de visiones-subversiones que desembocan en mundos nunca antes pisados. Y ocurre que si usted lo desea, «también puede ser una niña de ocho años», con lo cual «nada le impide cambiar en cualquier momento y ser un Lord inglés de finales del XIX, o un venerable anciano chino. Ese carácter arbitrario y mudable de las características personales tiene varias consecuencias. Una de ellas es que el individuo se convierte en un ser inconsistente, privado de cualquier cualidad propia, única, y por tanto carece de toda dignidad. Él puede ser cualquier cosa, y cualquier cosa puede ser él», sugiere con ironía José Carlos Rodríguez.[39] En consecuencia, un violador de niñas puede buscar eximirse de su culpa argumentando que no es un hombre sino una nena muy pequeñita, argucias que ya se están utilizando en los tribunales de justicia para disminuir el tiempo de las condenas penales por pedofilia.

Bueno, pues por la misma regla de tres un individuo del sexo masculino, pongamos que de 31 años, puede aducir que se siente una niña de 10 añitos y exigir volver al colegio para ser incluido en las listas deportivas y así competir desde la categoría «alevín» con crías menores de 12 años. Y que nadie lo prohíba, porque el aspirante a deportista infantil aducirá «paidofobia» y «cronofobia». Por otra parte, y gracias a las políticas que avivan la condición de ser un «otro», un sujeto joven y perfectamente sano podrá querer optar a la condición de «transpensionista» y solicitar la renta que reciben los jubilados bajo el argumento de sentirse «viejo», e incluso puede exigir los derechos de los discapacitados desde la explicación de que se vive a sí mismo como un «transcapacitado», alegando además «sociofobia» si no son compensados sus anhelos neoidentitarios. Y ya puestos a exigir, puede ocurrir, como así ha sucedido de hecho, que un ciudadano holandés de nombre Emile Ratleband reclame a la justicia de su país variar la fecha de nacimiento aduciendo que se siente discriminado por su edad.

¿Qué indican estas tendencias sociales? Indican la «banalización» de la ley y, peor, apuntan a la inseguridad democrática, dos hechos que a corto plazo suponen la falta de delimitación del «sujeto de derecho», y a largo plazo que cualquier persona pueda reclamar para sí la soberanía legal de otros colectivos, con tal de adaptarla a sus necesidades. En cualquier caso, ¡viva la imaginación!, ¡vivan las performances! y vivan estas guerras culturales en las que, lo afirma Judith Bulter, el género «siempre se está «haciendo» con o por otro, incluso si el otro es solo imaginario». Tal clase de ideas prueba que la egolatría ha venido para quedarse. Y este «culto narcisista al Ego», lo explicaba muy bien hace tiempo Gilles Lipovetsky, «fue precedido y preparado por el culto subversivo a las singularidades». Y añade un matiz importante Lipovetsky: «Al miniaturizar la Revolución, el movimiento transpolítico ha hecho de ella un referente vacío de contenido, una moda sometida al orden supremo de la individualidad pura, de las perspectivas nómadas subjetivas […, de] la glorificación de la subjetividad bajo la coartada revolucionaria»[40].

Una cosa más. Entre tanta inversión de valores; entre tanto rechazo a la ciencia; entre tanta egolatría; la supuesta sexo-disidencia está fortaleciendo el sistema que dice poner en duda. Por tanto, ¿en dónde ha quedado trabajar por solucionar los problemas reales y «dedicar mi tiempo a luchar por la igualdad de las mujeres», como insistía la histórica Jacqueline Ceballos, Presidenta de NOW (National Organization for Women) al inicio del mítico mitin feminista celebrado en el Town Hall de Nueva York el 30 de abril de 1971? Tales propósitos han quedado en el limbo del olvido ya que la vindicación de una contrasexualidad a la carta constituye la vulgata actual del postfeminismo. Con lo cual, ¿hay posibilidad de conocer y solucionar las injusticias sociales, económicas y políticas más allá de la categoría identitaria de «género»? Muy pocas, pues con un feminismo circunscrito a los territorios diminutos del cuerpo «¿qué político avieso no prefiere esto en el candelero en lugar de tener reivindicaciones bien ordenadas, con agenda y fechas? Es maniobra de escamoteo. Es llenar de troyanos y enviar a otra parte las señas de identidad del feminismo», se queja la filósofa y feminista española Amelia Valcárcel[41].



10. Sexuadísima (anti) sexualidad

 

Ciertas feministas norteamericanas radicales llevan décadas presentándose como panacea extraordinaria de la Era presente. Ubicando sus reivindicaciones en el ámbito personal del hedonismo, las defensoras del paraíso identitario no trabajan sino por la muerte del feminismo y….. por agrandar los perímetros, ya de por sí inmensos, de esos mercados que crecen y crecen gracias a la estimulación infinita de la anorexia, de la morfofobia, de la disforia… y de toda clase de deseos sexuales insatisfechos. Advierta, si no, los jugosos dividendos que obtienen las poderosas corporaciones médico-farmacológicas con el negocio de las «gendershoppings» o reasignaciones sexuales cuyo punto de origen se rastrea en los años 1960 y 1970 en La Clínica del ginecólogo francés Georges Burou, en la ciudad marroquí de Casablanca. A este destino se acercaban los hombres que buscaban en la cirugía de reasignación de sexo convertirse en mujeres. Y «ahora imagine un salto rápido que nos lleva de los callejones bulliciosos de Casablanca a las verdes colinas ondulantes de Palo Alto. El Programa de Disforia de Género de Stanford ocupa una pequeña habitación cerca del campus, en una tranquila sección residencial de esta rica comunidad. El Programa, que es una copia de La clínica de Georges Burou en Marruecos, ha sido durante muchos años el foco académico de los estudios occidentales sobre el síndrome de disforia de género, también conocido como transexualismo. Aquí se determinan la etiología, los criterios de diagnóstico y el tratamiento. El Programa se inició en 1968, y su personal, compuesto por cirujanos y psicólogos, se dispuso por primera vez a recopilar toda la historia sobre el tema de la transexualidad que hubiera disponible», explicaba Sandy Stone[42].

Desde 1968 hasta nuestros días la sexualidad no ha hecho más que convertirse en un pujante fenómeno mercantil. Tanto es así que la difusión de la teoría de género se está instrumentalizando para la edificación de identidades colectivas «idénticas». En ello ayuda valiosamente el intrusismo del marketing. La misma empresa Walt Disney ha olfateado el negocio de promocionar en la infancia y adolescencia la teoría de género. De hecho, Karey Burke, la actual ejecutiva de la casa Disney, está afanosa por introducir en los guiones «Disney» la sociología queerness incorporando un 50% de personajes LGTBI. Al hilo de la cruzada disneyana sabemos que los trabajadores de esta Compañía escribieron una carta abierta el pasado mes de marzo de 2022 denunciando que Walt Disney Company se ha convertido en un lugar de trabajo inhóspito, en especial para quienes no se adhieren a modas ideológicas en ascenso. En la misiva los trabajadores declaraban ser etiquetados de «villanos» por tener otras opiniones. Entretanto, Walt Disney alienta a los empleados a hacer declaraciones izquierdistas, cosa muy llamativa, pues en los años 1960 esta industria bendecía con enorme ardor la guerra norteamericana en Vietnam.

Contradicciones aparte, en el despertar de una sexualidad reseteada, formateada y reestandarizada el fracaso de la contracultura va a radicar en su excelente acogida comercial. Los caminos del feminismo postmoderno nos conducen al supermercado. O dicho de otra manera. Al ser entendida como fuente de consumo, la contracultura ya está domada por los mecanismos publicitarios de compra-venta de deseos. Las grandes industrias biotecnológicas o Big Pharma huelen mucho dinero tras las reivindicaciones anticulturales. Y es que la rebelión vende, igual que la disrupción de las costumbres genera grandes beneficios empresariales. Por tanto, la (re) sexualización y (co) producción de femineidades y masculinidades LGTBI vendrán impuestas por las leyes del mercado.

En este sentido, recordemos a Philippe Muray cuando hablaba de la lex-shop. ¿Se equivocaba Muray? No hay que pasar por alto cómo la economía promociona los cuerpos-vitrina de actrices y productoras de cine que se han transformado quirúrgicamente en hombres. Es el caso de ex Ellen Page. Y por lo mismo tampoco conviene olvidar cómo son catapultados al estrellato famosos ex deportistas varones, ahora llamados Caitlyn Jenner. Y es que tras haber sabido homologar «su$ rebeldía$» sexuales mediante pujantes estándares económicos, estos miembros de la alta burguesía han utilizado sus avatares de cambio de sexo como fuente de publicidad, de ingresos y más business. Es indudable que gestionan y muy bien su capital corporal. Además, estas metamorfosis no son un fenómeno aislado, tal como la exitosa presentadora y productora Laverne Cox ha puesto de relieve al dejar hablar, en su documental, a jóvenes «trans» estadounidenses.

De los bodynautas Jean Baudrillard pudo adivinar su ascenso. Este filósofo advirtió hace más de 50 años el curso materialista –leáse capitalista– de la ideología postsesentayochista. De hecho, en La société de la consommation (La sociedad de consumo), Baudrillard anotó cómo el cuerpo hipervalorado, hipostasiado «se ha convertido, lo que el alma en su tiempo, en el soporte privilegiado de la objetivación». Es decir, el cuerpo ha devenido «el mito rector de una ética de consumo», apuntaba el filósofo francés ya en 1970. Y, agregaba Baudrillard, «el cuerpo vende. La belleza vende. El erotismo vende»[43]. En destacar este enfoque coincidieron el sociólogo marxista Michel Clouscard[44] y la feminista izquierdista Gayle Rubin. Esta antropóloga norteamericana hizo hincapié en que «una sociedad transforma la sexualidad biológica en productos de la actividad humana»[45]. Así, en estas condiciones y con el respaldo de modas consumistas, ha sido posible que el militar Bradley Edward Manning sea ahora la alabada Chelsea Elizabeth Manning.

De estas alabanzas al cambio identitario ha hablado Nagore Goicoechea, una joven que ha desistido de sus deseos de ser transexual. Relata Nagore que ella «antes pensaba que el buenismo y el desconocimiento cegaba a aquellas personas que no quieren escucharnos. No obstante, empiezo a pensar que es el dinero. Las personas que destransicionen (y las que continúen con la transición) serán dependientes de medicación de por vida, y eso gusta a las grandes empresas farmacéuticas. Además, esto mueve votos. El individualismo extremo y el capitalismo están a la orden del día: partidos autodenominados de izquierdas promocionan productos de marcas multimillonarias, incluso de alcohol, y tachan a quienes señalamos la locura que esto supone, de «tránsfobos» y «reaccionarios»»[46]. Las observaciones de esta ahora estudiante de Psicología son muy posteriores a las profecías de Pasolini cuando este lúcido intelectual tan incomprendido entre la izquierda, también por su condición de homosexual, anotaba al inicio de los años 1970 cómo los supuestos cambios revolucionarios se realizan desde las entrañas del capitalismo aupados por la izquierda y celebrados desde la izquierda[47].

Y termino. Hace algunos años en el mundo occidental la sumisión era la fórmula para alcanzar la áurea feminidad, denunciaba Betty Friedan, cofundadora y presidenta en 1966 de la National Organization for Women (NOW). Pasado el tiempo, resulta que la mística del género promueve una sexuadísima (anti) sexualidad con la que aspira a diseñar las señas de identidad del futuro. No salimos, por tanto, de la rígida canónica de antaño. Y tampoco que escapemos de las nuevas conversiones/performances a la carta. Lo de siempre, que les obedezcamos para, en nombre de la liberación del cuerpo, integrarnos en un consumismo cegador.

En conclusión, reducir el feminismo a enfoques cartesianamente diminutos, minúsculos y microscópicos posee sinfín de desventajas, tantas que, lo denunciaba la pensadora y feminista norteamericana Nancy Fraser, «el giro feminista hacia la política de identidad encajó muy bien con un neoliberalismo en ascenso que no quería más que reprimir toda memoria de igualdad social. En efecto, absolutizamos la crítica del sexismo cultural precisamente en el momento en que las circunstancias requerían redoblar la atención a la crítica de la economía política»[48]. ¿Entonces? Queda claro que ahora «todo se reduce al individuo y sus deseos –al sujeto y a su relación consigo mismo–; una idea en la estela de Foucault y su énfasis en la autonomía personal y el «cuidado de sí», como ejes de cualquier acción política. Pero ¿quién satisface mejor los deseos del individuo/consumidor sino el capitalismo?», apunta sarcásticamente el escritor mexicano Adriano Erriguel[49]. 



Conclusiones

 

El Género en disputa tiene sus orígenes en la «Teoría francesa», lo que en sí mismo es una construcción estadounidense rara. […] Originalmente la clave para entender la performatividad del género me la proporcionó la lectura que Jacques Derrida hizo de Kafka en «Ante la ley».

Judith Butler (1999), Preface to Gender Trouble.

 

 

La radicalidad de este proyecto postmoderno de civilización estriba en que vive tras un gigantesco paraguas idealista. O, mejor, bajo la hiperinflación «yoísta». Por tanto, aunque hable de cuerpos «autosexuados», en ningún momento esta narrativa revolucionaria descansa sobre una teoría materialista. Ítem más. Al moverse entre el desconocimiento y el rechazo a la verdad el proyecto de civilización que proponen sus defensores remite a los postulados, inabarcables e inmedibles, de los deseos. Y acabo. En los años 60 solo había dos modelos de sociedad: el capitalismo norteamericano y el socialismo chino-soviético. En la era presente, el capitalismo postindustrial ha asentado sus reales urbi et orbi. Y a su cobijo las ideologías han cambiado drásticamente. Y se han despolitizado. Salir de la Historia para volver a un nuevo origen o, mejor, a un nuevo punto de origen y así construir la sociedad desde (un plan determinado por) los deseos particulares, ese ha sido y sigue siendo uno de los objetivos de la teoría de género. Por otro lado, y aunque se crea lo contrario, las afirmaciones y actos públicos sobre sexualidad no dejan de ser hechos sociales, a pesar de que apelen al yo personal como principio fundador. Pues bien, en este horizonte yoicamente «an-árquico», como así escribía la palabra Proudhon, no cesa de crecer y crecer la corpulencia pantagruélica del yo deseante. Este, sin anclajes culturales y solo a partir de la cartografía de sus sueños, se presenta como una mónada aislada y antisocial que en su autosuficiencia (¿divina?) aspira a ser inclusive punto de referencia en la construcción de una sociedad sin pasado ni tradiciones. Eso sin olvidar además que el yo deseante se erige en pauta y ejemplo para todos los habitantes de la sociedad posthumanista y por transvenir. Ni más ni menos.

Así que al memoricidio y al culturicidio de esa «tabula rasa» que define a la teoría de género se suman otros riesgos. P. e., el peligro del estatismo. Y es que cuando se otorga al Estado una serie de atribuciones de naturaleza muy personal; cuando a él se le exige gobernar sobre asuntos íntimos que no le corresponden; cuando el Estado se erige en defensor de ideologías identitarias centrípetas; el Estado, en consecuencia, logra infiltrarse y con enorme facilidad en las arterias de la sociedad y, peor, consigue dirigir la sociedad sin frenos ni contrapesos, e incluso penalizar hasta el uso mismo del lenguaje. Es más, al enaltecer (y expandir el perímetro de) las bioideologías en boga, el Estado puede justificar, de hecho ya lo está haciendo, los mecanismos de control y vigilancia sobre individuos y conductas personales.

La narrativa capitalistamente revolucionaria o postmoderna que engalana a la teoría de género muscula retrógradamente al Estado y…… a las empresas mercadotécnicas que se mueven alrededor del Estado. Y por mostrar una desconfianza antisistémica hacia la objetividad, también hacia los sistemas de control de la verdad, la teoría de género acaba implícita y explícitamente ensalzando sus propias cartografías hedonistas, en perjuicio de los sistemas democráticos que se instituyen para vigilar y controlar la actuación objetiva de las élites y superélites dirigentes. Dicho de otro modo. Si el ideal postsesentayochista de la revolución gira en torno a la utopía sexual de crear una humanidad armónica, rousseaunianamente uniforme y sin signos de desasosiego sexual, se entiende por qué el feminismo democrático-liberal es refractario a este movimiento revolucionario. ¿La razón? Jamás ha habido históricamente ni habrá sociedades sin conflictos. En segundo término, el feminismo postmoderno sólo se centra narcisista y reduccionistamente en los comportamientos privados, hecho que ayuda no solo a fortalecer el descontrol de los centros políticos de decisión y poder. Sino a generalizar la desidia ciudadana hacia aquellos problemas que no son ni subjetivos ni íntimos. Tal acontecimiento, luctuoso para algunos, lúdico y necesario para otros, ha sido explicado por Ann Braithwaite. Según esta estudiosa norteamericana el feminismo postmoderno solo se centra en «mirarse autoindulgentemente el ombligo reclamando experiencias personales y placeres femeninos, generalmente con exclusión de cualquier comprensión política o activismo»[50].

De este modo, gracias a las y a los «nuevos hegelianos» hemos abandonado el mundo real, hubiera sentenciado Karl Marx. Pero también gracias a las y a «los nuevos hegelianos» hemos desertado de la ocupación cívica y política de vigilar a quienes nos gobiernan, pues de tanto percibir los paisajes atrevidos, voluptuosos, inclusive fantasmáticos de los deseos sexuales, de tanto practicar turismo mental, resulta que apenas reparamos en cómo se acrecienta a nuestro alrededor la voracidad insaciable de las élites gobernantes. Por tanto, ¿cómo vamos a solucionar los problemas de corrupción, de monopolio, de injusticia social y política… yendo de la mano de una postmodernidad que mira al «miniyo» y apenas percibe lo que existe fuera del intracuerpo?

El Estado liberal no es un etnoEstado, por supuesto. Pero se está convirtiendo en SexEstado, es decir, en un Estado panóptico que se dedica por la vía administrativa a evacuar medidas, a examinar, inspeccionar y regular hasta los comportamientos más privados de la ciudadanía. Y ello gracias al apoyo incondicional de los defensores y defensoras de la teoría de género, por cuya ignorancia y servidumbre voluntaria vamos a arribar a un Estado liberal totalitario. ¡Menuda revolución!

 



NOTAS

[1] Negro, Dalmacio (28-V-2023), Mitos políticos. El constitucionalismo, edición digital. Puede leerse en ideas.gaceta.es/mitos-politicos-el-constitucionalismo/ (4-VI-2023).

[1] Léase a Preciado, Beatriz (2009), Biopolíticas del género, en Biopolítica, Buenos Aires, editado por el Colectivo Ají de pollo, 2009, pp. 15 y ss.

[1] UNEF & AFGES (1966), De la misère en milieu étudiant considérée sous ses aspects économique, politique, psychologique, sexuel et notamment intellectuel, et de quelques moyens pour y remédier, Supplément spécial au nº 16 de «21-27 Étudiants de France», Strasbourg, p. 28.

[1] Radcliffe Richards, Janet (1980), The Sceptical feminist. A Philososphical Inquiry, Boston, Routledge & Kegan Paul, p. 12.

[1] Algunos enfrentamientos feministas causados por la idea de transexualidad y transracialidad aparecen en Dembroff, Robin, & Payton, Dee (November 18, 2020), Why We Shouldn’t Compare Transracial to Transgender Identity, in Boston Review, digital edition. Puede leerse en bostonreview.net/articles/robin-dembroff-dee-payton-breaking-analogy-between-race-and-gender/ (4-VI-2023).

[6] Smith, Justin E. H. (June 17, 2015), Rachel Dolezal and the Spectre of Trans-Species Identity, in Berfrois, digital edition. Puede leerse en berfrois.com/2015/06/the-bear-within/ (4-VI-2023).

[7] French, Marilyn (1987), Her Mother's Daughter, London, Pan, 1988, p. 425.

[8] Nussbaum, Martha C. (February 22, 1999), The Professor of Parody, in The New Republic, digital edition. Puede leerse en kyoolee.net/Professor_of_Parody__the_-_Nussbaum.pdf (4-VI-2023).

[9] Rothbard, Murray N. (1973), For a New Liberty: The Libertarian Manifesto, Auburn (Alabama), Ludwig von Mises Institut, 2006, p. 382.

[10] Léase a Soh, Debra (2020), The End of Gender: Debunking the Myths about Sex and Identity in Our Society, New York, Threshold Editions.

[11] Jeffreys, Sheila (1993), The lesbian heresy. A Feminist Perspective on the Lesbian Sexual Revolution, Melbourne, Spinifex Press, p. 81.

[12] Braidotti, Rosi, (Metamorphoses. Towards a materialist theory of becoming, 2002), Metamorfosis: Hacia una teoría materialista del devenir, Madrid, Akal, 2005, p. 37.

[13] Butler, Judith (1999), «Preface 1999» to Gender Trouble. Feminism and the Subversion of Identity, New York & London, Routledge.

[14] Marcuse, Herbert (1972), Counterrevolution and revolt, Boston, Beacon Press, pp. 129 y 132.

[15] Hoff Sommers, Christina Marie (17-IX-2016), La tercera ola del feminismo se construye con mentiras, diario El Mundo, edición digital con suscripción.

[16] Léase al respecto Rodrigo, Desiré, & Torres, Helena (2005), Cyborgqueers, o de cómo deshacer al Homo Sapiens, en Córdoba, D.; Sáez, J.; & Vidarte, P. (eds., 2005), Teoría queer. Políticas bolleras, maricas trans, mestizas, Barcelona, Egales, pp. 187 y ss.

[17] Correa, Sonia (2016), La categoría mujer ya no sirve para la lucha feminista, entrevista de Laura Daudén y Maria A. C. Brant, revista Sur, nº 24, v. 13, 2016, p. 216. Hay edición digital en sur.conectas.org/wp-content/uploads/2017/02/20-sur-24-esp-sonia-correa.pdf (4-VI-2023).

[18] Arias, Juan (14-V-1987), Un antropólogo italiano denuncia la creación de híbridos entre el mono y el hombre, diario El País, edición digital con suscripción.

[19] Owen, Glenn (23 January 2021), BBC sex education programme tells 9-year-olds there are 'over 100 genders' and shows kids talking to adults about 'bi-gender', 'genderqueer' and 'pansexual' identities, in Mailonline journal, digital edition. Puede leerse en dailymail.co.uk/news/article-9179703/BBC-programme-tells-9-year-olds-100-genders.html (4-VI-2023).

[20] LGTTBQIAPK hace referencia a lesbiana, gay, transexual, transgénero, bisexual, queer, intersexual, asexual, pansexual (o poliamoroso) y kink. El acrónimo no cesa de crecer hasta alcanzar por lo menos los 100 tipos de identidades sexuales.

[21] Rubin, Jerry (1970), Do it! Scenarios of the Revolution, New York, Simon and Schuster Rockefeller Center, p. 84.

[22] Interviews with Betty Friedan, edited by Janann Sherman, University Press of Mississippi, 2002, p. 16.

[23] Raymond, Janice G. (2021), Doublethink: A Feminist Challenge to Transgenderism, Melbourne, Spinifex Press, p. 181.

[24] El despido laboral de Maya Forstater en Sky News (June 10, 2021), digital edition. Puede leerse en news.sky.com/story/maya-forstater-woman-who-lost-job-over-transgender-views-wins-appeal-against-employment-tribunal-12329249#:~:text=I%20lost%20my%20job%20simply,a%20costume%20or%20a%20feeling (4-VI-2023).

[25] Clark, Chissy (July 1, 2022), Colorado teacher sent to Re-education training for suggesting to teen that trans youth regret transitioning, in Daily Caller journal, digital edition. Puede leerse en dailycaller.com/2022/07/01/colorado-teacher-re-education-training-transgender-teen/ (4-VI-2023).

[26] Sin autor (30-VI-2021), Profesor de biología suspendido de empleo y sueldo por afirmar que solo hay dos sexos a nivel genético, diario Marca, edición digital. Puede leerse en marca.com/tiramillas/actualidad/2021/06/30/60dc9c94ca4741da448b4582.html (4-VI-2023).

[27] Shelton, Ray (18 Abril 2023), Statements, in Kinnett, Tony (June 06, 2023), EXCLUSIVE: Award-Winning Gay Teacher Suspended for Speaking Out Against Transgenderism, in Daly Signal journal. Puede leerse en dailysignal.com/2023/06/06/award-winning-gay-teacher-suspended-for-speaking-out-against-transgenderism/ (19-VI-2023).

[28] Rebón, Marta (2018), Entrevista a Rachel Muya, magazine digital Jot Down. Puede leerse en jotdown.es/2018/11/rachel-muyal-parece-mentira-que-ahora-se-pueda-romper-un-escaparate-porque-este-lolita-de-nabokov/ (4-VI-2023).

[29] Bartra, Roger (2010), Las redes imaginarias del poder político, Valencia, Pre-Textos, p. 31.

[30] Butler, Judith (1990) Gender Trouble. Feminism and the Subversion of Identity, New York & London, Routledge, p. 189.

[31] Butler, Judith (1993), Critically Queer, in GLQ, vol. I, issue I (November 01 1993), pp. 17 y ss.

[32] Bataille, Georges (1957), L'Érotisme, Paris, Les Éditions de Minuit, p. 35 (chap. I L'érotisme dans l'expérience intérieure).

[33] Butler, Judith (2004), Undoing gender, New York & London, Routledge, p. 33.

[34] Con estas palabras finaliza Judith Butler el capítulo dedicado a los «Subversive Bodily Acts», dentro de su libro Gender Trouble (1990).

[35] Žižek, Slavoj (10 Jun, 2021), The difference between ‘woke’ and a true awakening, edición digital en rt.com/op-ed/526235-zizek-woke-cancel-culture-awakening/ (4-VI-2023).

[36] Paul B. Preciado (11-XII-2019), El sujeto del feminismo es la transformación radical de la sociedad en su conjunto, entrevista de Ana Borraz y Marta Requena, periódico diario.es, edición digital. Puede leerse en eldiario.es/sociedad/entrevista-paul-preciado_128_1320669.html (4-VI-2023).

[37] Jami, Irène (2008), Judith Butler, théoricienne du genre, Cahiers du Genre, n° 44/2008, p. 220.

[38] Binetti, María (2019), La queerización postfeminista: del constructivismo trans/genérico a la eliminación de las mujeres, La Aljaba, Segunda época, volumen XXIII, 2019, p. 66.

[39] Rodríguez, José Carlos (20-I-2020), Usted también puede ser una niña de ocho años, revista digital Disidentia. Puede leerse en disidentia.com/usted-tambien-puede-ser-una-nina-de-ocho-anos/ (4-VI-2023).

[40] Lipovetsky, Gilles (1986), «Changer la vie» ou l’irruption de l’individualisme transpolitique, revue Pouvoirs, revue française d’études constitutionnelles et politiques, nº 39: Mai 68, novembre 1986, p. 99.

[41] Valcárcel, Amelia (2018), Entrevista, por López Cambonero & Merino Escalera, en López Cambonero, Marcelo, & Merino Escalera, Feliciana (2018), Mayo del 68. Cuéntame cómo te ha ido, Madrid, Encuentro, p. 137.

[42] Stone, Sandy (1987), The Empire Strikes Back: A Posttranssexual Manifesto, edición digital, punto 2. Puede leerse en sandystone.com/empire-strikes-back.pdf (4-VI-2023).

[43] Baudrillard, Jean (1970), La société de la consommation, ses mythes, ses structures, Paris, Éditions Denoël, pp. 213, 211.

[44] Clouscard, Michel (1973), Néo-fascisme et idéologie du désir. Genèse du libéralisme libertaire, Paris, Éditions Delga, 2017, pp. 62, 91, 96, 105, 109, 111-133.

[45] Rubin, Gayle (1975), The Traffic in Women: Notes on the ‘Political Economy’ of Sex, in Toward an Anthropology of Women, New York, Monthly Review Press, ed. by Rayna R. Reiter, p. 159.

[46] Goicoechea, Nagore (23-II-2022), Entrevista, en Navarro-Pareja, José Ramón (23-II-2022), La 'desistidora' que lucha contra la ley 'trans': ¿cómo va a consentir una niña de 16 años no volver a tener orgasmos y ser estéril?, diario ABC, edición digital con suscripción.

[47] Pasolini, Pier Paolo (7-I-1973), Le discours des ‘cheveux’, en Pasolini, Pier Paolo (Scritti corsari, 1975), Écrits corsaires, Paris, Flammarion, 1976, p. 28.

[48] Fraser, Nancy (October 14, 2013), How feminism became capitalism's handmaiden -and how to reclaim it, in The Guardian journal, digital edition. Puede leerse en theguardian.com/commentisfree/2013/oct/14/feminism-capitalist-handmaiden-neoliberal (4-VI-2023).

[49] Erriguel, Adriano (2020), Pensar lo que más les duele. Ensayos metapolíticos, Madrid, Homo Legens, p. 430.

[50] Braithwaite, Ann (2002), The personal, the political, third-wave and postfeminisms, in Feminist Theory, III/3 (2002), p. 336.





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