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18 diciembre 2021

El criterio disparatado de Javier Cercas

 



El criterio disparatado de Javier Cercas

 

Ramón de Rubinat Parellada

Escuela Hispánica de Estudios Literarios
Universidad de Lérida

 

Nosotros hemos dedicado dos libros al estudio de la obra y el pensamiento crítico de Javier Cercas. En el primero, Crítica de la obra literaria de Javier Cercas (Rubinat, 2014), analizamos el irracionalismo de los principios en los que se asienta la Teoría de la Literatura construida por Javier Cercas y nos enfrentamos a aquellos críticos que la asumen fideístamente y se dedican a transducirla sin ningún cuidado. En el segundo, La erudición chiflada de Javier Cercas (Rubinat, 2015), sostenemos que la Teoría de la Literatura construida por Javier Cercas, sus textos de Crítica Literaria, las ideas objetivadas en sus novelas y su aproximación filosófica a los más diversos asuntos, se basan, en la mayoría de los casos, en ‘un amplio conocimiento de documentos’ (erudición) que Cercas, como intelectual posmoderno, relaciona y explota desde la retórica y el psicologismo, es decir, según una ‘razón perturbada’ (chifladura) y, para demostrarlo, analizamos 135 ideas aporísticas formuladas por nuestro autor.

En este artículo queremos demostrar que Cercas no tiene la más mínima preocupación por dotarse de un sistema filosófico que le permita tratar críticamente las ideas que maneja; en lugar de ello, se libra a la ocurrencia, a la respuesta espontánea, retórica y, en ocasiones, incluso, logorreica. Queremos subrayar el hecho de que Cercas no sabe que el recurso a la sofistería y el irracionalismo no constituye una manipulación crítica de las ideas y por eso, porque no lo sabe, se atreve a criticar en los demás el mismo proceder que él lleva a cabo. Cómo entender, si no, el siguiente pasaje:

 

Un especialista universitario no tiene por qué ser un buen crítico, en el sentido que estamos hablando. Es decir un tipo que sabe, qué se yo, de Larra o un tipo que sabe de Baroja, un tipo que sabe de lo que sea…, un filólogo, no necesariamente es un buen crítico. Esto, en España, tampoco lo hemos entendido. Entonces, hay mucho profesor universitario que está ahí, que es un señor que a lo mejor sabe de alguna cosa, pero cuyos criterios son totalmente disparatados; bueno, o simplemente no tiene criterio. El nivel de la crítica española es muy lamentable, muy lamentable. No es que el nivel de la literatura española sea muy superior, pero el de la crítica es muy bajo […] Es muy lamentable todo lo de la crítica literaria en España, es muy lamentable, es muy lamentable (Cercas/Carriazo, 2009).

 

Cuando Cercas afirma que un profesor universitario, un filólogo, puede saber de Larra o de Baroja y no ser un buen crítico, está dando a entender que el conocimiento de este filólogo no es un conocimiento crítico de las obras de Larra y Baroja. Suponemos que Cercas se está refiriendo, sin saberlo, al conocimiento doxográfico. Citamos aquí a Jesús G. Maestro:

 

[La doxografía] es un saber acerca de los textos de Homero, Rabelais, Goethe o Pessoa, desarrollado completamente al margen de su valor crítico en el espacio contemporáneo del intérprete. Doxografía literaria será, pues, toda interpretación acrítica que se haga de los materiales literarios (Maestro, 2014: 34).

 

Afirma Cercas que en España no hemos entendido que los saberes acríticos no constituyen una crítica de nada. Nosotros afirmamos que, en muchos casos, así es, pero es realmente sorprendente que sea Cercas quien realice este diagnóstico, pues, frente al conocimiento doxográfico, Cercas solo nos ofrece sofisterías e irracionalismos.

Según Cercas, el especialista universitario, el filólogo, el profesor universitario, «a lo mejor sabe de alguna cosa» pero sus criterios «son totalmente disparatados […] o simplemente no tiene criterio». Este criterio disparatado al que él se refiere es lo que en nuestro primer libro llamamos aporías literarias cercasianas y, en nuestro segundo libro, erudición chiflada. La diferencia entre Javier Cercas y nosotros es que, contra sus aporías, contra su erudición chiflada, contra su criterio disparatado, nosotros opusimos una razón contraria, la razón contenida en la Teoría de la Literatura construida por Jesús G. Maestro sobre la base del pensamiento filosófico del profesor Gustavo Bueno. Cercas, en cambio, para enfrentarse al criterio disparatado de estos profesores universitarios a los que critica, no tiene más recurso que librarse al capricho de su pensamiento espontáneo.

El lamento de Cercas («Es muy lamentable todo lo de la crítica literaria en España») dice a gritos que, por lo que se refiere a estas cuestiones, nuestro autor está en la inopia. Cercas detecta el nivel lamentable de la crítica, pues muchos filólogos tienen criterios «totalmente disparatados», pero el caso es que, contra este hecho, él no hace sino acudir una y otra vez al disparate; es decir, incurre en aquello que critica.

El problema es que poco cabe esperar de alguien que, en un artículo titulado «Contra el pensamiento», es capaz de plantearse lo siguiente:

 

¿De verdad el objetivo del pensamiento es no pensar? ¿De verdad la verdadera sabiduría consiste en no pensar nada? ¿De verdad el pensamiento es el enemigo de la vida, como sentía Hamlet, o es simplemente que no pensar es la forma más exquisita del pensamiento, el privilegio dificilísimo, extático e inspirado de los que piensan mejor? Dios santo, qué complicado es todo (Cercas, 2013).

 

Cuando Cercas contempla la posibilidad de que el «no pensar» pueda ser «la forma más exquisita del pensamiento» lo que está haciendo es filosofar espontáneamente sobre la ocurrencia, es decir, está improvisando unas ideas sobre la idea de la improvisación.

Una de las consecuencias de este pensar espontáneo es que nuestro autor no hace otra cosa que divagar acerca de supuestos absolutamente disparatados, como, por ejemplo, la posibilidad de que el «no pensar» pueda ser la actividad propia «de los que piensan mejor». Dado que Cercas no se entiende a sí mismo, se ve obligado, precisamente, a dejar de pensar y esta rendición, lejos de constituir un pensamiento exquisito, solo es una muestra de la incapacidad de nuestro autor para entender su propio discurso: «Dios santo, qué complicado es todo».

Otra de las consecuencias más habituales de estos ejercicios de filosofía espontánea es que Cercas se conduzca a la contradicción. En este caso, un año después de preguntarse si el «no pensar» podría ser «la forma más exquisita de pensamiento», Cercas afirmaba lo siguiente:

 

Cuando tienes una explicación y crees que tienes una explicación definitiva es que has dejado de pensar y no se puede dejar de pensar porque empobreces la realidad, empobreces el problema que planteas (Cabrera, 2014).

 

Por tanto, el «no pensar» ya no es «el privilegio dificilísimo, extático e inspirado de los que piensan mejor», sino un modo de empobrecer la realidad. Llegados a este punto, sería lógico preguntarse qué criterio ha seguido Cercas para pasar, en un solo año, de lo sublime a lo ínfimo, del pensamiento exquisito al empobrecimiento de la realidad. Nosotros sostenemos que no ha seguido ninguno. Cercas recriminaba a aquellos filólogos su criterio disparatado e, incluso, su falta de criterio, cuando él, como acabamos de ver, no hace otra cosa que construir un pensamiento a través de los dictados de su capricho espontáneo, es decir, acudiendo a su libertad de conciencia. Atacarle, entonces, es atacar a la libertad y quien esto hace es un fascista. Esta es la recepción que nuestro trabajo ha tenido en no pocas ocasiones: nuestra intolerancia, nuestra censura o ataque a la Literatura (porque así es como algunos entienden nuestro ejercicio de crítica literaria), es un acto represor y, por tanto, un acto fascista, lo cual nos deslegitima para llevar a cabo el fraterno ejercicio del diálogo.

Vamos a ver, a continuación, otros ejemplos de criterio disparatado o falta de criterio en el discurso teorético de nuestro autor. En el primero de ellos, Cercas adopta acríticamente las observaciones de su entrevistador, como si, de este modo (y permítasenos, aquí, la interpretación psicologista), quisiera congraciarse con él:

 

[Del Val] — Por las venas de sus novelas circula el rock.

[Cercas] — ¿Sí? Qué bien, eso me encanta. Yo creo que es verdad. ¿En qué lo nota?

[Del Val] — Es manifiesto en el andamiaje, en la estructura, en el ritmo, por ejemplo. Se escucha la batería detrás, golpeando la caja, marcando los compases, tirando hacia delante, marcando las pausas y el desboque como un rocinante [sic] a trote ligero.

[Cercas] — Absolutamente cierto. Ese libro –señala Anatomía de un instante– está escrito a ritmo de rock and roll. Es la primera vez que alguien lo dice y es completamente cierto, ya era hora. A ritmo de rock and roll, así quiero yo escribir mis libros: pa-pa-pa-pa-pa [y simula manejar unas baquetas] […] Le cuento un secreto: Anatomía de un instante se iba a llamar Heavy metal. En fin, era una broma, aunque no sé hasta qué punto.... Llamé a un amigo de toda la vida, que tiene muchos discos, que hemos escuchado juntos siempre en su casa y, para mi asombro, me pidió que no fuera loco. Me lo quitó de la cabeza […] Yo no distingo en mi iPod entre La flauta mágica y Creedence Clearwater Revival. Tampoco hay presencia explícita del rock en mis novelas…

[Del Val] — Bueno, circulan algunos nombres.

[Cercas] — Sí, pero muy tapados, muy tapados, de ahí que pocas personas pueden deducir lo que usted comenta acerca del ritmo. Son alusiones que, seguramente, le han saltado a la vista después de descubrir el ritmo, no antes. Me encanta que diga que suena a rock. Mis libros tienen un ritmo muy cañero; o eso me gustaría. A lo mejor si yo he aportado alguna cosa distinta es, precisamente, de ese tipo (Del Val, 2014).

 

El crítico le dice a Cercas que por las venas de sus novelas circula el rock y Cercas, además de sorprenderse («¿Sí? Qué bien, eso me encanta»), adopta el argumento («Yo creo que es verdad»), aunque, eso sí, se ve obligado a solicitar el auxilio del crítico («¿En qué lo nota?»). Cuando el crítico le revela el dato maravilloso (él es capaz de escuchar, en las novelas de Cercas, «la batería detrás, golpeando la caja, marcando los compases, tirando hacia delante, marcando las pausas y el desboque como un rocinante a trote ligero»), nuestro autor se rinde ante la evidencia y afirma que aquello es «absolutamente cierto», reconoce que el libro «está escrito a ritmo de rock and roll», señala que «es la primera vez que alguien lo dice» y llega, incluso, a revelarle a su interlocutor un secreto: «Anatomía de un instante se iba a llamar Heavy metal».

Adviértase, por tanto, que, si bien, en unas ocasiones, son los críticos los que se dejan llevar por el torbellino retórico de Cercas; en otras, como sucede en este caso, es al revés y es Cercas el que, sorprendido gratamente por una observación, la asume y amplifica de forma improvisada: una cosa es el título de un libro; otra, la prosa metálica a la que se refieren Del Val y Javier Cercas; y, otra, que Cercas reconozca en ese momento que aquel ritmo puede que sea la única contribución que él haya podido hacer a la Teoría de la Novela. En un instante, Cercas ha pasado, de plantearse la posibilidad de que su prosa sea rocanrolera («Yo creo que eso es verdad»), a plantearse la posibilidad de que su prosa roncanrolera sea la única cosa distinta que él ha podido aportar a Teoría de la Novela («A lo mejor si yo he aportado alguna cosa distinta es, precisamente, de ese tipo»).

Nótese con qué facilidad hemos pasado del «¿Sí? Qué bien» y el «Yo creo que es verdad», al «es completamente cierto». La única aportación que Cercas ha podido hacer a la Teoría de la Novela era algo que nadie había visto y que Fernando del Val ha descubierto. El «ya era hora» muestra el desahogo de Cercas, pues, por fin, ha dado con alguien capaz de apreciar su prosa rocanrolera. Hasta este momento, nadie había percibido ese ritmo y Cercas nada había dicho al respecto.

Todo esto, evidentemente, no tiene ningún sentido. Fíjense en otro detalle: Cercas dice que no hay una presencia explícita del rock en sus novelas pero su entrevistador le corrige y le dice que en ellas sí circulan «algunos nombres». En ese momento, para no contradecir a su entrevistador, Cercas afirma que, efectivamente, sí circulan unos nombres pero que lo hacen «muy tapados, muy tapados» y añade que estos nombres que circulan tapados son, en realidad, alusiones; y le dice a Fernando del Val que, si él ha sido capaz de apreciar estas alusiones o nombres tapados, ha sido después de haber descubierto el ritmo de la prosa rocanrolera.

En resumen, Cercas sostiene que los nombres del rock solo saltarán a la vista de aquellos que sean capaces de advertir el ritmo de su prosa roquera, lo cual constituye, desde nuestro punto de vista, un ejercicio teorético basado en un criterio disparatado o, directamente, en la ausencia de criterio. El problema es que, paralelamente a este tipo de afirmaciones, Cercas también critica el criterio disparatado o la falta de criterio de los filólogos que ejercen la crítica literaria. Cercas, por tanto, ignora que él está desplegando un aparato crítico tan precario como el de los demás. Si necio es el individuo ‘ignorante y que no sabe lo que podía o debía saber’, es evidente que, en estos casos, Cercas está incurriendo en nesciencia.

El segundo pasaje que vamos a mostrarles pertenece a la misma conversación entre Javier Cercas y Fernando del Val. En esta ocasión, entrevistador y autor literario filosofan, sirviéndose de criterios absolutamente disparatados, sobre los conceptos de ética y moral. Como hemos demostrado en los dos libros que hemos dedicado a analizar las ideas de Cercas, sus reflexiones sobre la ética y la moral son siempre contradictorias, oscuras y, al cabo, nada aportan, salvo confusión. Fijémonos en el siguiente diálogo, pues en él se encuentran, probablemente, algunas de las ideas más estúpidas de Cercas:

 

[Cercas] — Pero que la gente ande totalmente distraída, en una vida fatua, no significa que el bien y el mal no existan… Sí existen. ¿Que todo da igual? Pues no me apunto, a mí no me da igual. Hay hombres que me parecen valientes y hombres que me parecen cobardes; justos e injustos,… Cervantes, Shakespeare, Dostoievski,… hablan de lo raras y complejas que somos las personas. Eso es la moral, no es poner una barrera, ‘esto está bien’, ‘esto está mal’, sino explorar sus territorios. La literatura de verdad no ha hecho otra cosa; lo demás es taquigrafía y contar historietas donde no hay nada. Después, cada cual sabrá. Ante la infidelidad en Ana Karenina y Madame Bovary, unos se mostrarán indiferentes y otros se preguntarán: ‘¿Estoy engañando?, ¿me conviene?, por qué lo hago, qué consigo, cómo vivo actuando de esta manera: ¿mejor o peor?’. Es lo que llamamos ética.

[Del Val] — De tono civil, frente al religioso de moral.

[Cercas] — Quitémoselo. En inglés no lo tiene. La vida moral es la vida compleja. Hemos dejado que el catolicismo la colonice, una catástrofe nacional y de nuestra lengua.

[Del Val] — A su falta de aprecio habrán contribuido el capitalismo exacerbado y la posmodernidad en su vertiente política, con sus conductas limpias de responsabilidad.

[Cercas] — Pues sin responsabilidad no hay nada. Quien no se interesa por ella es un animal en el sentido estricto. No tiene noción de qué le conviene... Pero los hombres nunca hemos destacado por nuestra inteligencia, querido amigo [ríe]. Creo que el grado de idiotez está muy bien repartido en todas las épocas. No creo que ahora haya más idiotas e inmorales que en otros periodos. Antes estaban dominados por las aberraciones del catolicismo y de las religiones, formas de esclavitud contra las que lucha, precisamente, la moral.

[Del Val] — Thomas Bernhard es anticatólico…

[Cercas] — … total…

[Del Val] — … y moral.

[Cercas] — Absolutamente. La moral aspira a la vida buena, trata de discernir cómo vivir lo mejor posible. Hay quien considera que consiste en meterse tres botellas de güisqui al día. Está bien. Va a durar poco, me parece bastante idiota de su parte; para otros, la moral es matar. Cuando yo hablo de moral hablo de vida vivida a fondo, de vida vivida con complejidad, de vida que merece la pena. Y las preguntas que contiene la literatura, ayudan en ello (Del Val, 2014).

 

Sostiene Cercas que la moral consiste, más o menos, en explorar los territorios del bien y del mal y parece ser –decimos que lo parece porque no lo tenemos nada claro– que lo ético vendría a ser algo así como la valoración que uno hace del asunto moral. ¿Qué significa que la moral es la exploración del territorio del bien? ¿Cuál es este territorio? ¿En qué consiste la exploración? ¿Con qué utillaje se lleva a cabo? Estas son preguntas que Cercas solo podría responder con una dosis mayor de retórica que la que ha utilizado para formular su teoría y haciendo, además, un gran despliegue de cinismo: pues Cercas estaría teorizando sobre asuntos que no ha estudiado.

Llegados a este punto, el preclaro Fernando del Val identifica lo ético con algo «de tono civil» y, lo moral, con alguna cosa de tono religioso. Si la distinción ya era disparatada, el hecho de que lo que se distinga sean tonalidades de algo desconocido la vuelve, si cabe, más disparatada. Sucede que Cercas no ve nada clara la aportación de Del Val y, por tanto, prefiere emprender otro rumbo: «la vida moral es la vida compleja», afirma. Nadie sabe en qué se diferencia la vida compleja de la vida simple, pero Cercas sí lo sabe y llega a saber, incluso, que la vida compleja equivale a la vida moral; luego todos aquellos que viven vidas simples (signifique esto lo que signifique) son individuos que están viviendo vidas inmorales o amorales.

Otra cumbre del absurdo cercasiano es la afirmación de que «la moral» ha luchado contra las formas de esclavitud que constituyen el Catolicismo y las religiones. Por tanto, niega Cercas la moral cristiana (puesto que no la considera como moral, sino como esclavitud) y opone, a esa esclavitud, la fuerza de «la moral», así, con el artículo determinado por delante, algo que nos remite a una moral hipostasiada que Cercas da a entender que conoce. De este pasaje queremos destacar un detalle mezquino: nótese que Cercas abomina «del catolicismo y las religiones»; no le bastaba con abominar de las religiones, el progre necesita particularizar el esclavismo en el caso de la religión católica. No importa que la idea de persona como sujeto de derecho y otros muchos progresos procedan, directamente, del Cristianismo: el progre se libra a la grosería de identificar Catolicismo y esclavitud y así se siente confortado y suponemos que considerará que, por hoy, ya ha luchado lo suficiente en favor de la emancipación de los sojuzgados.

Y volvemos a la misma conclusión: Cercas es capaz de sostener lo anterior y, al mismo tiempo, denunciar el criterio disparatado o la falta de criterio de los filólogos que se dedican a dar clases en la universidad y a ejercer de reseñistas o críticos literarios. Adviértase la elevación o superioridad intelectual desde la que habla nuestro autor. Cerca afirma que quien no es responsable (quien no ‘pone cuidado y atención en lo que hace o decide’) es un animal, pues «no tiene noción de qué le conviene» pero, en cambio, él se atreve a teorizar irresponsablemente sobre cualquier asunto, pues no pone ningún cuidado en lo que dice.

Fíjense en que el «grado de idiotez» al que Cercas se refiere coincide con el estado «lamentable» de la crítica literaria española al que él también se ha referido, mientras que la irresponsabilidad de los animales coincidiría con aquel «criterio disparatado» o aquella «falta de criterio» de los filólogos que se dedican a hacer reseñas. En los dos casos, Cercas critica un tipo de comportamiento en el que él incurre una y otra vez. El problema es que Cercas no lo advierte y, precisamente por ello, porque no lo advierte, incurre en necedad. Esta ignorancia, en la medida en que se alimenta de irenismo y soteriología, le conduce, también, a profesar un Pensamiento Alicia (Bueno, 2006) y a caer en el fundamentalismo literario. Veamos un ejemplo de cada caso:

 

Oxford me puso pesimista: los nuevos partidos no son fiables, pero los viejos tampoco. O quizá no es pesimismo: quizá sólo desde la soledad primaveral del país que inventó la democracia moderna se percibe con tanta claridad que o exigimos a los partidos nuevos y viejos que hagan los cambios indispensables, les gusten o no, o nuestra democracia acabará de pudrirse. Y eso lo pagaremos todos (Cercas, 2015b).

 

Fijémonos en la influencia que el escenario («la soledad primaveral del país que inventó la democracia moderna») tiene en el individuo, pues «solo» desde allí «se percibe [el problema] con tanta claridad». Le sucede a Cercas exactamente lo mismo que le sucedió al presidente Zapatero cuando, entrando en la sede de la ONU en Nueva York, alumbró la idea de la Alianza de Civilizaciones. Así lo explica Gustavo Bueno para demostrar que el pensamiento de Zapatero constituye un caso de Pensamiento Alicia:

 

El pensamiento de una «Alianza de las Civilizaciones», fruto emblemático del «Pensamiento Zapatero», tal como nos ha sido presentado por los medios de comunicación y, en particular, por la revista femenina Marie Claire, durante la visita de su creador a la sede de la ONU en Nueva York, es, en efecto, un genuino espécimen del «Pensamiento Alicia» […] Fue en esta sala –dice el Pensador (Rodríguez Zapatero)– donde tuve la certeza de lo necesario que resulta la Alianza de las Civilizaciones». De este modo cristalizó, según informe de su autor a la citada revista femenina, lo que ahora llamamos «Pensamiento Zapatero» (Bueno, 2006: 25).

 

La sede de la ONU llevó a Zapatero a la certeza de lo necesario que era que las civilizaciones se aliasen, mientras que la primavera de Oxford pero, sobre todo, el estar en Oxford, ha propiciado que el solitario Cercas perciba que los partidos tienen que hacer los cambios indispensables para que nuestra democracia no acabe de pudrirse. Se sigue, en ambos casos, el mismo mecanismo.

Sucede, no obstante, que la radicalidad del diagnóstico cercasiano queda absolutamente neutralizada con la presencia del adverbio «quizá». El «quizá sólo» es una de las fórmulas que Cercas utiliza para rebajar la rotundidad de aquello que afirma; otra de ellas es el adverbio «casi» (nosotros tenemos un estudio del uso que Cercas hace del adverbio «casi» y el resultado es muy elocuente, pues nos permitió observar que, como sucede en este caso, muchas ideas expresadas de forma categórica aparecen rectificadas con un «casi» que les quita toda intensidad).

Respecto al componente soteriológico de este pasaje, cabe decir que aquí se apunta pero no se explota. La idea sería que, si no hacemos caso al intelectual (que conoce la receta salvífica), nuestra democracia se acabará de pudrir (porque ya está podrida) y todos lo pagaremos.

Sin perder de vista la escena de Oxford y la revelación que Cercas tuvo en aquel momento, examinemos el siguiente pasaje:

 

Como es un hecho que apenas hay dos libros (y mucho menos dos libros de esta envergadura) que no estén de algún modo conectados, a mí me parece entrever, en esta mañana melancólica de principios de enero, un vínculo esencial y quizá caprichoso entre los ensayos de Montaigne y la novela de Grossman; como la filología es el mejor remedio que conozco contra la tristeza, permítanme dedicar este sermón dominical a hacer con ambos un poco de filología recreativa (Cercas, 2008).

 

Se trata del mismo comportamiento: la soledad primaveral y su presencia en Oxford son, en este caso, una melancólica mañana de principios de enero, mientras que el «quizá sólo» de antes es ahora un «vínculo esencial y quizá caprichoso». Lo rotundo, la exclusividad que imponen el adverbio «sólo» y la condición «esencial» del vínculo queda rápidamente neutralizada con el adverbio de duda («quizá») y con la condición caprichosa del vínculo. Y hay un tercer elemento a destacar: el conocimiento adquirido en el primer pasaje consistía en una percepción, mientras que el conocimiento del segundo pasaje se entrevé. La formulación más radical de este tipo de conocimiento percibido o entrevisto, la encontramos en el siguiente pasaje. A propósito de los límites de la libertad de expresión, Cercas ha afirmado que:

 

No, el problema no es sencillo. Pero, aunque yo no tenga la solución, creí vislumbrarla en una paradoja (Cercas, 2015a).

 

Cercas sostiene que sabe algo pero, como se trata de un conocimiento espontáneo, como sus teorías no responden más que a los dictados de su capricho, tiene la necesidad de protegerlas convenientemente: el problema no es sencillo, no tengo la solución, solo la vislumbro, aunque, en realidad, solo creo que la vislumbro y, además, la solución que no tengo pero creo vislumbrar está contenida en una paradoja. Después de este prólogo, lo que Cercas vaya a decirnos sobre los límites de la libertad de expresión no vale nada.

Respecto al fundamentalismo literario. Fíjense en los siguientes pasajes:

 

Les humanitats no són ni un luxe ni un caprici, és que sense elles no hi ha humanitat. Serveixen per viure millor […] i com menys n’hi hagi menys persones som (Jover, 2014).

La literatura sirve para vivir más […] sin literatura la vida es más pobre, muchíiiiisimo más pobre, muchíiiiiisimo más aburrida, muchíiiiiisimo menos intensa, no se puede vivir sin literatura, es imposible […] Los libros buenos, y todos esperamos escribir libros buenos, sirven para todo, son tan importantes como respirar. O como comer, son vitales (Takahashi, 2013).

 

De lo que se deduce que nuestra condición humana y nuestra vida biológica dependen de los literatos.

En resumen, y ya para concluir: se pregunta Cercas si la verdadera sabiduría consiste en no pensar nada o si el no pensar es la forma más exquisita del pensamiento, pero afirma, también, que no se puede dejar de pensar porque empobreces la realidad. Cree que en sus novelas circula el rock, es decir, no lo sabe con seguridad; pero, eso sí, afirma que esta circulación es, probablemente, su única aportación a la Teoría de la Novela. Afirma que la vida moral es una vida vivida a fondo y que los católicos viven en la esclavitud, y que la ética son las preguntas que uno se hace después de haber explorado los territorios del bien y del mal. Afirma que, sentado en Oxford, percibió la solución para detener la putrefacción de nuestra democracia. Cercas afirma que practica la filología recreativa, que consiste en entrever significados esenciales y caprichosos. Y afirma que creyó vislumbrar que en una paradoja residía la solución al problema de los límites de la libertad de expresión. Y afirma que las humanidades nos humanizan, que, cuantas menos humanidades hay, menos persona somos y que es imposible vivir sin literatura, pues los libros son tan vitales como el respirar y el comer. Y, al mismo tiempo, sin ningún pudor, denuncia que «hay mucho profesor universitario que está ahí, que es un señor que a lo mejor sabe de alguna cosa, pero cuyos criterios son totalmente disparatados; bueno, o simplemente no tiene criterio» y que «el nivel de la crítica española es muy lamentable, muy lamentable».

A partir de aquí, si nos atenemos al objetivo de este congreso (analizar el estado actual de la interpretación de la Literatura en España), podemos decir que Javier Cercas no ve la incoherencia entre lo que él hace (librarse a irracionalismos y sofisterías) y aquello que critica en los demás (el criterio disparatado o la falta de criterio). Y a ello hay que añadir que, salvo contadas excepciones, los críticos que se han ocupado de la obra de Cercas no han tratado ninguna de las cuestiones que nosotros hemos analizado tanto en este artículo como en nuestros libros. Por tanto, solo nos cabe pensar que, o no son tan expertos, o son unos expertos cobardes.

 


Bibliografía