Metodología
teórica y crítica
para una
interpretación de Jardín Umbrío de Valle-Inclán
Joel Reverter Laínez
Universidad Rovira i Virgili
Palabras clave
Valle-Inclán · Jardín Umbrío · Desmitificación
Ficción · Pseudofantástico ·
Modernismo
Sinopsis
Se fundamenta una metodología crítica y racional con la que interpretar originalmente Jardín umbrío de Valle-Inclán a partir de una multiplicidad de conceptos conjugados. Se incluye un esbozo de crítica de cada cuento para guiar futuras investigaciones.
Artículo[1]
Criticar
sin criterios es un sinsentido. Antes de ejercer la crítica literaria, se
necesitan unos conceptos previos fundamentados que la justifiquen, porque la
crítica es un saber de segundo grado (Maestro, 2017: 158). La teoría y crítica
literarias deben ejercerse como ciencias, esto es, desde presupuestos
racionales y críticos. No son ciencias puras, ya que no se puede aislar
completamente el sujeto de ellas[2], pero
sí deben responder a una objetividad manifiesta. Precisamente, este es el objetivo
del presente trabajo: establecer una metodología científica que permita
estudiar críticamente la obra Jardín
umbrío de Valle-Inclán. Nuestro objetivo será, pues, propedéutico: no
buscamos criticar in extenso los
cuentos, sino sentar las bases teóricas que construyan un marco de discusión
científicamente aceptable para su crítica. A nuestro juicio, este es un
ejercicio indispensable para poder hacer entender todas las obras literarias.
En el caso que nos ocupa, es todavía más relevante, si cabe, dada la buscada
ambigüedad de algunos de los cuentos[3]. Coincidimos
con Maestro cuando afirma que «la literatura es una trampa para quien no sabe
razonar» (Maestro, 2017: 495). Precisamente, con este trabajo tratamos de
proporcionar un marco válido para el razonamiento.
Tal
y como entendemos el estudio de la literatura, críticas como la que establece
González del Valle nos resultan insuficientes metodológicamente, a pesar de que
podamos estar de acuerdo en algunas de sus afirmaciones. Este crítico estudia
cada cuento de Jardín umbrío individualmente,
y muchas de las conclusiones a las que llega coinciden con las nuestras en varios
aspectos, como por ejemplo la desmitificación de cuentos como Mi hermana Antonia o La misa de San Electus. Sin embargo, no
podemos decir que sea un trabajo científicamente bien logrado, puesto que el
autor, si bien se sirve de conceptos narratológicos que resultan pertinentes
para justificar algunas de sus afirmaciones y que nosotros utilizaremos en
casos concretos para apoyar nuestras tesis, justifica con la subjetividad buena
parte de sus conclusiones: «En ningún momento pretendo negar validez a otras
explicaciones de Rosarito al
reconocer que fundamento mis creencias sobre este relato en percepciones mías
que resultan bastante subjetivas» (González del Valle, 1990: 150). No es
suficiente justificar empíricamente, esto es, con citas, lo que se dice, sino
que también es necesaria una teoría sólida que respalde las afirmaciones que se
sostienen. Intentaremos cumplir estos dos requisitos en la segunda parte de
nuestro trabajo, en la que clasificaremos los cuentos críticamente. Apuntamos
que no se tratará de una crítica extensa, sino una mera clasificación primeriza,
cuya función es la de servir de guía para futuros estudios que profundicen en el
análisis de cada cuento.
Justificación metodológica
La
mayoría de los conceptos teóricos que manejaremos procede de la Crítica de la razón literaria (2017) y hacen
referencia al concepto de género literario. Con esto no queremos decir que el
género literario sea el punto teórico más importante, sino que la explicación
de los conceptos conjugados que presentamos resulta más sencilla si se parte de
este.
Distinguimos
cuatro géneros literarios en función de la combinación entre términos y
relaciones reales o ideales. La literatura primitiva o dogmática relaciona
idealmente términos ideales; la literatura crítica o indicativa relaciona
realísticamente términos reales; la literatura programática o imperativa
relaciona idealmente términos reales, y la literatura sofisticada o reconstructivista relaciona realísticamente términos ideales (Maestro, 2017:
883-885). En Jardín umbrío solo cabe
hablar de cuentos enmarcados dentro de la literatura crítica o de la
sofisticada. Nos movemos, por tanto, en el territorio de la desmitificación o
de la literatura que admite elementos ideales, tales como dioses o fantasmas.
Dentro del género de la literatura sofisticada cabe hablar de dos grandes
especies literarias: lo fantástico y lo maravilloso. Mucho se ha escrito sobre
ellas desde que Todorov planteara una primeriza definición en 1970, y hasta hoy
no hay un consenso entre los críticos a la hora de abordarlas. Aquí partimos de
la triple visión que da Jesús G. Maestro de dichas especies, a partir del
espacio ontológico, el espacio antropológico y el espacio estético, con algunos
matices. Maestro afirma que
[…]
desde el punto de vista del espacio ontológico, lo maravilloso se explica siempre
racionalmente en el mundo terciogenérico o mundo de las materialidades
conceptuales o lógicas (M3), bien como una apariencia cuyos engaños
o mitos la razón hace visibles y legibles, bien como un «enigma» que exige a la
ciencia un desarrollo mayor para proceder a su interpretación y análisis. Por
su parte, lo fantástico, en el espacio ontológico, es un hecho que se resuelve
siempre en el contexto del mundo psicológico, fenomenológico o segundogenérico
(M2). Lo fantástico es, pues, un «hecho de conciencia»; lo
maravilloso, por su parte, es un hecho normativo, bien explicable (sobrenatural
interpretado, trampantojo), bien inexplicable (sobrenatural no interpretado,
enigma) (Maestro, 2017: 2708).
La
concepción de realidad que sostiene Maestro, y que nosotros seguimos, es la que
propone el Materialismo Filosófico. Cabe distinguir entre Mundo y Mundo
Interpretado. El primero es la Materia Ontológica General, lo que no conocemos,
lo que todavía no hemos interpretado. El segundo es la Materia Ontológico Especial,
lo que ha sido analizado y categorizado mediante el conocimiento científico, la
crítica y la razón (Maestro, 2017: 383). Dentro del Mundo Interpretado hay tres
géneros de materialidad: M1, el mundo físico (una gota de agua); M2,
la dimensión psicológica (una imagen, un recuerdo, que una persona tiene en su
mente de la gota de agua física), y M3, la concepción lógica (H2O,
la fórmula del agua) (Maestro, 2017: 383).
Desde
el espacio antropológico, ambas especies literarias pertenecen al eje angular o
numinoso, y solo cabe ubicarlas en el circular o humano, si se manifiestan en
forma de patologías (Maestro, 2017: 2709). El espacio antropológico cuenta con
un tercer eje, el radial o de la naturaleza (Maestro, 2017: 130-133), y ya
adelantamos que no tendrá representación en la obra. Esta clasificación es
especialmente relevante para nuestro trabajo, ya que una de las hipótesis que
sostenemos es que en Jardín umbrío
hay más cuentos desmitificadores que sobrenaturales. Dicho de otra manera: hay
más cuentos ubicados en el eje circular que en el angular. Esto afectará directamente
al género literario, puesto que cuando hablemos de desmitificación en los
cuentos, estos quedarán clasificados automáticamente dentro de la literatura
crítica o indicativa, ya que el supuesto elemento ideal se revelará como real.
Género literario y espacio antropológico están, pues, íntimamente ligados en lo
que al estudio de esta obra se refiere: la literatura crítica o indicativa se
relaciona con el eje circular o humano, mientras que la literatura sofisticada o reconstructivista se relaciona con el eje angular o numinoso.
El
eje angular puede manifestarse de tres formas. La primera es la religión, la «religación
o subordinación de la experiencia humana a un referente al que se atribuye
fraudulentamente un poder numinoso» (Maestro, 2017: 229). Como hablamos de
literatura, el poder numinoso puede ser no fraudulento, ya que, como hemos
visto, el género de la literatura reconstructivista admite elementos ideales. Dentro
de la religión distinguiremos entre lo cristiano y lo no cristiano y, a su vez,
entre númenes divinos y demoníacos (Maestro, 2017: 2376). Además, hablaremos de
númenes subordinados a la voluntad del hombre o viceversa[4]. La
segunda es la mitología, la «explicación ideal e imaginaria de hechos» que se
transmite oralmente y explica «el origen, organización y destino de una
comunidad étnica y cultural, cuya identidad se trata de preservar, junto con
los elementos relevantes de la vida cotidiana» (Maestro, 2017: 229).
Finalmente, la última manifestación es la magia, aquella «exhibición de poderes
falsos, que simula manipular objetos de la naturaleza con fines diversos»
(Maestro, 2017: 229). Consideramos, al igual que hemos hecho con la religión,
que al tratarse de literatura dichos poderes pueden no ser fraudulentos.
Por
último, cabe abordar lo fantástico y lo maravilloso desde el espacio estético. Afirma
Maestro que
[en
el espacio estético] la esencia de lo fantástico reside en ser un hecho anómalo
que tiene lugar en un mundo normal, y en ser un hecho relativamente indómito,
frente al cual la normalidad del Mundo Interpretado (Mi) resulta desafiada,
dada su insuficiencia o su impotencia para explicarlo y controlarlo.
[en el espacio estético] lo maravilloso está siempre constituido por un hecho o conjunto de hechos que tienen lugar en un mundo per se extraordinario y sobrenatural, un mundo que no está regulado por las normas de nuestro Mundo Interpretado (Mi), sino por su propio sistema de normas: un código de valores fundamentado sobre la psicología de un cosmos materialmente inexistente y operatoriamente imposible, salvo en la imaginación de quien lo concibe poética o retóricamente (Maestro, 2017: 2711).
Coincide
en este aspecto con la definición que David Roas da de estas especies
literarias, quien subraya el conflicto posible-imposible (Roas, 2011: 27-29). Mencionamos
esta coincidencia porque Roas ofrece en su trabajo una subdivisión de las
especies que tomamos como referencia para nuestra clasificación. Dentro de lo
maravilloso, Roas señala lo maravilloso cristiano:
[…]
aquellas narraciones literarias – habitualmente en forma de leyenda– en las que
los fenómenos sobrenaturales tienen una explicación religiosa […] lo
sobrenatural, al estar referido a un orden ya codificado (el religioso), deja
de ser percibido como fantástico por el lector puesto que tiene un referente
pragmático que coincide con el referente literario […]. Eso explica otra de las
características fundamentales de lo maravilloso cristiano: la ausencia de
asombro en narrador y personajes (Roas, 2011: 31).
Se
puede apreciar que Roas está en consonancia con lo que Maestro afirmaba en el
espacio ontológico a propósito de lo fantástico y lo maravilloso: lo que está
codificado, es decir, dado en M3, se considera maravilloso por
responder a una serie de normas. El autor distingue dentro de lo fantástico lo
pseudofantástico, que son
[…] aquellas obras que utilizan las estructuras, motivos y recursos propios de lo fantástico, pero cuyo tratamiento de lo imposible las aleja del efecto y sentido propios de dicha categoría. Son textos que o bien terminan racionalizando los supuestos fenómenos sobrenaturales, o bien la presencia de estos no es más que una excusa para ofrecer un relato satírico, grotesco o alegórico. En ellos, por tanto, están ausentes el efecto ominoso y, sobre todo, la necesaria transgresión de nuestra idea de lo real provocada por la irrupción de lo imposible (Roas, 2011: 38).
A
su vez, dentro de lo pseudofantástico, diferencia entre lo fantástico
explicado, las obras que utilizan lo fantástico como premisa para aleccionar
moralmente a través de una alegoría y las que se clasifican dentro de lo
grotesco, al combinar risa y horror. Lo fantástico explicado puede darse a
través de la racionalización mecánica o lo fantasmique,
que no es más que una desmitificación, ubicada generalmente al final de la obra,
de sueños, alucinaciones, obsesiones u otras patologías que habían sido
consideradas verdaderas a lo largo de la obra (Roas, 2011: 38-50).
A
nuestro juicio, lo pseudofantástico explicado es una especie literaria
diferente a lo fantástico. Fijémonos: cuando clasificamos una obra dentro de lo
fantástico, pertenece a la literatura sofisticada; en cambio, las obras
pseudofantásticas pertenecen a la literatura crítica, porque su elemento ideal
queda revelado como real. No ocurre lo mismo con las categorías de lo grotesco
y de la alegoría moral, donde sí hay un elemento fantástico, aunque pueda estar
tratado de forma cínica, lúdica o aleccionadora.
Con
esto no solo nos distanciamos de las tesis de Roas, sino que también matizamos
las de Maestro. Lo fantástico no siempre es verosímil, porque estéticamente se
basa en la transgresión de la realidad establecida en el mundo ficticio que se
objetiva en la obra, abre un «enfoque dialéctico de los hechos» (Maestro, 2017:
2712). Por ello la veracidad del fenómeno queda en entredicho. Dicho
acontecimiento puede, efectivamente, ser un hecho de conciencia que se dé tanto
autológica como dialógicamente. Al ubicarlo en el M2, lo fantástico queda
desmitificado, de modo que nos permite «estudiar y conocer mejor el carácter de
ciertos individuos o personajes que las padecen [las patologías fenoménicas del
mundo psicológico]» (Maestro, 2017: 2709). Este sería el caso de múltiples
cuentos de Jardín umbrío, como El miedo. Incluso puede darse el caso de
que lo fantástico se desmitifique a partir de la norma (M3), como es el caso de
La misa de San Electus, donde el
poder del dios cristiano resulta inoperante. En estos casos, las obras se
ubicarían dentro de la literatura crítica o indicativa, ya que tienen un valor
desmitificador que revela como reales unos elementos o relaciones presuntamente
ideales, y, a su vez, cabría clasificarlas dentro de lo pseudofantástico
explicado.
Sin
embargo, lo fantástico también puede no ser un hecho de conciencia, esto es,
puede tener un valor operatorio dentro de la propia ficción. Sería el caso de
cuentos como Milón de la Arnoya. La
dialéctica de los hechos que presenta lo fantástico puede resolverse, por
tanto, de estas dos maneras: hecho de conciencia (M2), literatura crítica, o
hecho real (M1), literatura sofisticada.
Distinguir
entre fantástico y pseudofantástico explicado se antoja, pues, imprescindible a
la hora de analizar obras que planteen esta problemática. Para ello, nos
serviremos de tres criterios. El primero es el del antemencionado espacio
antropológico, ya que la diferencia entre el eje circular y el angular
permitirá determinar si la acción está intervenida por elementos ideales en
forma de númenes o se restringe al ámbito humano.
Por
otro lado, nos serviremos de los tipos y modos de conocimiento para establecer
la credibilidad de un personaje. Según las bases teóricas del Materialismo
Filosófico, Maestro distingue entre sociedades bárbaras y civilizadas. Las
primeras son aquellas «cuyos conocimientos se basan exclusiva o
fundamentalmente en interpretaciones psicologistas y materialidades
segundogenéricas» (Maestro, 2017: 228). Las culturas civilizadas son aquellas
que «desarrollan un comportamiento racional y científico» (Maestro, 2017: 228).
Según el tipo de cultura, habrán de distinguirse tipos y modos de conocimiento.
Las culturas bárbaras tienen un tipo de conocimiento pre-racional y un modo
acrítico (magia, mitología, religión y técnica), mientras que las civilizadas
tienen un tipo racional y su modo puede ser acrítico (ideología, teología,
pseudociencia y tecnología) o crítico (ciencia y filosofía) (Maestro, 2017:
225-231). Los conocimientos que no sean científicos y filosóficos no tendrán
credibilidad más allá de la literatura sofisticada o reconstructivista. Así
pues, solo cabe hablar de conocimientos propios de las culturas bárbaras o
acríticos propios de las culturas civilizadas creíbles si el género literario
permite elementos ideales. En la literatura crítica, como en la realidad, no
cabe hablar de verdades construidas al margen de la ciencia y la filosofía,
porque no hay cabida para el idealismo. No será necesario este criterio en
aquellos cuentos en los que no se presente la problemática
fantástico-pseudofantástico, ni se trate de justificar ninguna desmitificación.
Finalmente,
el último aspecto teórico que nos permitirá distinguir entre fantástico / maravilloso
o pseudofantástico explicado es el concepto de ficción, que Maestro plantea en
el capítulo seis del primer tomo de la Crítica de la razón literaria. Ficción
es toda aquella materialidad que carece de existencia operatoria (Maestro, 2017:
882); es decir, aquello que existe, pero que no puede manipularse en la
realidad ni manipular nada que esté presente en ella. Todo lo objetivado en la
obra literaria (personajes, paisajes, acciones…) tiene una existencia
estructural, no operatoria. Eso significa que su operatoriedad se reduce a la
estructura de la obra literaria (Maestro, 2017: 862): Micaela la Galana cuenta
historias solo dentro de Jardín umbrío, no en la realidad. Ello
no significa que en realidad no existiera un personaje histórico que contara a
Valle-Inclán historias cuando el autor era niño y que lo inspirara para
escribir la obra en cuestión —al fin y al cabo, toda ficción surge y forma
parte de la realidad (Maestro, 2017: 865-868)—, pero eso no es algo que atañe ni
a la crítica ni a la teoría literaria, sino a la historiografía.
De
acuerdo con estas premisas, trataremos como ficción todo elemento a priori ideal que acaba revelándose
como real. Por ejemplo, el numen llamado «la muerte» (Valle-Inclán, 1920: 44)
en Tragedia de ensueño será una
ficción, porque terminará por no existir en el mundo que se presenta en el
cuento, y su operatoriedad se reducirá a la conciencia de la abuela que lo
imagina. Por tanto, es muy valioso recuperar los términos autologismo, dialogismo y norma,
que constituyen el eje pragmático del espacio gnoseológico (Maestro, 2017:
145-146), para clasificar con precisión el origen y alcance de la ficción que
se presenta en algunos cuentos. Llamaremos ficción
autológica a aquella que brota de un único sujeto y cuya falsa
operatoriedad solo se la cree dicho individuo; ficción dialógica a aquella cuya falsa operatoriedad se cree por
parte de un grupo determinado de personajes, y ficción normativa a aquella en cuya falsa operatoriedad solo cree
un grupo humano amplio que sigue unos preceptos determinados. Al igual que sucedía
con los tipos y modos de conocimiento, tampoco hará falta tener en cuenta este
criterio en aquellos cuentos en los que no se presente la problemática
fantástico / pseudofantástico.
Además
de las especies literarias presentadas, será necesario distinguir una última
para lograr sistematizar todos los cuentos de Jardín umbrío. Hablamos de la especie literaria a la que hemos
denominado, a partir del estudio de Trouillhet Manso, lo siniestro (Trouillhet Manso, 2009). Este autor define lo
siniestro como la «aparición inesperada de lo insólito, lo funesto o lo extraño»
(Trouillhet Manso, 2009). Con esto, el crítico utiliza este término como
hiperónimo de la especie fantástica. Nosotros reformulamos el término para
adaptarlo a nuestra metodología y evitar redundancias, por lo que consideramos
siniestro todo cuento que presente un elemento insólito, funesto o extraño ni
fantástico ni pseudofantástico, es decir, consideraremos siniestros solo
aquellos cuentos en los que no haya que considerar la dicotomía fantástico / pseudofantástico.
Apuntamos,
además, que resultará útil para determinados relatos recurrir al análisis del
narrador para resolver la incógnita de si se trata de una narración fantástica
o pseudofantástica. Nos serviremos de la clasificación narratológica de
Genette. Distinguimos, así, entre narrador hererodiegético, homodiegético,
autodiegético y alodiegético, según la posición del narrador (Genette, 1983:
243-252). Este narrador, a su vez, podrá tener una focalización cero (también
llamado narrador omnisciente), focalización externa u objetiva, o focalización
interna (Genette, 1983: 189-194). Este criterio resulta un complemento muy útil
de los tipos y modos de conocimiento. Ambos conceptos detallan con precisión la
fiabilidad de un determinado personaje. Por ejemplo, si el narrador es alodiegético
y de focalización interna, y además tiene unos conocimientos acientíficos y
pre-racionales, como sería el caso del narrador de Mi hermana Antonia, resultará imperativo desconfiar de las
aseveraciones de dicho narrador.
Antes
de proseguir, hemos de enfrentarnos dialécticamente a algunos de los trabajos
más relevantes que se han encargado de interpretar Jardín umbrío. Consideramos que la originalidad de nuestro artículo
está en ofrecer una serie de conceptos que permiten estudiar individualmente
cada cuento. De este modo, ofrecemos una variedad conceptual suficientemente
amplia como para no incurrir en el teoreticismo, esto es, en intentar adaptar
la literatura a la teoría literaria. La metodología que aquí hemos presentado
está pensada ad hoc para el estudio
de Jardín umbrío: no hay más
conceptos de los necesarios para interpretar la obra, ni son insuficientes, a
nuestro juicio, a la hora de abordarla. Decimos esto porque uno de los errores
más comunes a la hora de analizar Jardín
umbrío es tratar de encasillar la obra dentro de un movimiento literario
concreto. Tomamos como referencia el trabajo de Ana Casas, en el que la crítica
afirma:
En el cambio de siglo abundan también los relatos fantásticos de temática más tradicional, basados en lo legendario, como ocurre en los cuentos que Ramón del Valle-Inclán incluye en las diversas ediciones de Jardín umbrío o en algunos de Pío Baroja, y que de un modo u otro entroncan con el folclore (el gallego, en el primer caso, y el vasco, en el segundo). No obstante, estos textos presentan divergencias notables con respecto al cuento legendario romántico, con el que entroncan: mientras éste suele desarrollarse en un espacio rural y en un tiempo alejado del presente (especialmente la Edad Media), en general los relatos modernistas se ambientan en el mundo contemporáneo y, en consecuencia, ciertos elementos góticos, de presencia obligada en los textos de épocas anteriores, tienden ahora a ser menos habituales (los castillos, las criptas, las mazmorras, las noches de tormenta, los cementerios). Sí permanecen determinados motivos sobrenaturales de carácter tradicional, como la aparición de fantasmas, la brujería o el pacto con el diablo, elementos que, por otra parte, armonizan con el deseo de trasgresión típicamente modernista (Casas, 2008: 371).
Elogiamos
el intento de tratar de sistematizar los elementos que diferencian el relato
romántico del modernista, pero no coincidimos con Casas a la hora de clasificar
Jardín umbrío como obra modernista.
La razón es sencilla: los 17 relatos que componen la obra no presentan una
estética homogénea. Dicho más llanamente, aunque pueda haber algunos cuentos
modernistas, es más prudente hablar de los elementos modernistas que se
presentan en algunos relatos. Esto es precisamente lo que hace González Herrán (1986:
30) al analizar el fragmento con el que se cierra la obra, o González del Valle
(1991: 222-223), al hablar de los elementos de Comedia de ensueño. Incluso hay críticos que clasifican algunos de
los relatos dentro de la corriente simbolista. González del Valle (1991:
222-223) así lo hace notar en el análisis del antemencionado cuento, y Risley (1979:
55-70) dedica una buena parte de su artículo a tratar de justificar la
presencia de dicho movimiento en los cuentos Rosarito, Mi hermana Antonia
y Beatriz. El propio Risley (1979:
62) relativiza, muy prudentemente, su tesis cuando afirma que «en los cuentos
de Jardín umbrío abundan convenciones
del modernismo y del simbolismo».
Sin
embargo, establecida la precisión de que es mejor hablar de elementos
modernistas o simbolistas y no categorizar la obra por entero, hemos de
reconocer que identificar las características de cada movimiento resultar fundamental
a la hora de analizar determinados cuentos de Jardín umbrío. Las barreras entre movimientos suelen ser bastante
difusas, lo que ya dificulta su clasificación exacta. En este sentido, la
metodología que aquí ofrecemos es mucho más clara. Con todo, este es un
problema menor al lado del gran inconveniente que presenta la homogeneización
del modernismo: este movimiento es heterogéneo, cada autor tiene una concepción
diferente de él. Dicho en nuestros términos: el modernismo es más autológico o
dialógico que puramente normativo. Nuestra afirmación se justifica fácilmente
con trabajos historiográficos como el de Lily Litvak, centrados en recuperar
artículos de época, donde cada autor expone su particular concepción del
movimiento (Litvak, 1981)[5]. En
cualquier caso, hemos de reconocer que en Jardín
umbrío explicitar la concepción que Valle-Inclán tiene del modernismo es de
referencia para interpretar algunos cuentos. Por ello, antes de abordarlos, es
necesario establecer una definición de modernismo basada en la visión
particular que el autor tenía de este movimiento.
Valle-Inclán
concebía el modernismo como una amalgama de ideas y esteticismo (Valle-Inclán,
1981: 17-19). Por lo que respecta a la estética cuidada de la literatura,
apunta que «no puede afirmarse sin notoria injusticia que sean las contorsiones
gramaticales y retóricas achaque exclusivo de algunos escritores llamados modernistas» (Valle-Inclán, 1981: 17).
Con esto quiere decir que el esteticismo no es algo que caracterice únicamente
al modernismo, sino que se trata de una condición que cumple la literatura de
cualquier época[6]:
Si
en la literatura actual existe algo que pueda recibir con justicia el nombre de
«modernismo», no son, seguramente, las extravagancias gramaticales y retóricas,
como creen algunos críticos candorosos, tal vez porque esta palabra
«modernismo», como todas las que son muy repetidas, ha llegado a tener una
significación tan amplia como dudosa. Por eso no creo que huelgue fijar en
cierto modo lo que ella indica o puede indicar (Valle-Inclán, 1981: 18).
Podemos
apreciar en esta cita que Valle-Inclán confirma lo que hemos afirmado en líneas
anteriores: al abogar por no sistematizar del modernismo, ratifica que se trata
de un movimiento que se da, sobre todo, autológicamente, dada su amplia
significación. A pesar de todo, Valle-Inclán incide en un aspecto estético que
para él caracteriza el arte de su época: la «tendencia a refinar las
sensaciones y acrecentarlas en el número y en la intensidad» (Valle-Inclán,
1981: 18). Con esto, el autor da importancia a la presencia de todos los
sentidos dentro de la literatura, a su descripción y sugestión al modo de
Baudelaire en Correspondencias, ya
que da importancia al ritmo (Valle-Inclán, 1981: 18-19). Así, concluye que,
para él, «esta analogía y equivalencia de las sensaciones es lo que constituye
el «modernismo» en la literatura» (Valle-Inclán, 1981: 19). Con todo, no
debemos olvidar que esta concepción estética debe ir acompañada necesariamente
de ideas: «las ideas están en el ambiente intelectual, tienen su órbita de
desarrollo, y el escritor lo más que alcanza es a perpetuarlas por un hálito de
personalidad o por la belleza de expresión» (Valle-Inclán, 1981: 17). Esta
concepción de modernismo será, por tanto, la que podrá recuperarse para
analizar algunos de los cuentos de Jardín
umbrío.
Esbozo
de clasificación de los cuentos de Jardín
umbrío
Pasamos
ahora a proponer una primeriza clasificación de los cuentos de Jardín umbrío en su orden de aparición
en la edición de 1920. Advertimos de que hay cuentos que admitirán una
clasificación secundaria para sistematizar algunos aspectos que en ellos aparecen.
Juan Quinto sería un cuento
perteneciente al género de la literatura crítica o indicativa, en concreto a la
especie de lo siniestro, y lo ubicaríamos en el eje circular. En él solo
aparecen dos personajes, ambos humanos, y la problemática se resuelve gracias a
la actitud severa y agresiva del rector, quien frustra el intento de atraco de
Juan Quinto. El elemento siniestro sería tanto el propio atraco como la
inesperada actitud del rector, quien ataca al ladrón verbalmente: «Pues compra
una cuerda y ahórcate, porque para robar tampoco sirves» (Valle-Inclán, 1920:
18).
La adoración de los reyes
sería un cuento perteneciente a la literatura sofisticada o reconstructivista,
en concreto a la especie de lo maravilloso cristiano, dado que en él se
presenta una acción cuyo elemento sobrenatural queda explicado según esa
religión. Se ubicaría, por tanto, en el eje angular. El conocimiento sería
pre-racional y acrítico, basado en la religión, pero tendría operatoriedad
porque el género literario en el que se enmarca acepta la presencia de
elementos ideales, como la estrella que guía a los reyes para que vayan a ver
al niño Jesús: «¡Nosotros hemos visto su estrella!» (Valle-Inclán, 1920: 26).
Sería necesario considerar los criterios del modernismo para analizar este
cuento, ya que en él las descripciones sensoriales tienen un peso fundamental: «Su
ropaje parecía de nubes, sus arracadas parecían de fuego, y como en el lago
azul de Genezaret rielaban en el manto los luceros de la aureola»
(Valle-Inclán, 1920: 25).
El miedo sería un cuento
perteneciente a la literatura crítica o indicativa, en concreto a la especie de
lo pseudofantástico. Cabría ubicarlo en el eje angular, ya que el protagonista actuaría
de acuerdo a un conocimiento pre-racional y acrítico basado en la religión
cristiana, mientras que el eclesiástico lo haría siguiendo uno racional y
crítico. El primero sería inútil, mientras que gracias al segundo se revelaría
la verdad: «Tenía entre ellas un nido de culebras que se desanillaron silbando,
mientras la calavera rodaba con hueco y liviano son todas las gradas del
presbiterio» (Valle-Inclán, 1920: 35-36). Así, el conocimiento del protagonista
lo llevaría a crear una ficción dialógica: tanto él como su familia creen que
el guerrero había resucitado por haber oído como sus huesos habían entrechocado
dentro de su tumba: «En el sepulcro del guerrero se entrechocaban los huesos
del esqueleto» (Valle-Inclán, 1920: 33).
Tragedia de ensueño
sería un cuento perteneciente a la literatura crítica o indicativa, en concreto
a la especie de lo pseudofantástico. Decimos esto porque el conocimiento
acrítico e irracional basado en la religión no cristiana de la abuela la llevarían
a creer que la muerte de todos sus descendientes se debe a un numen, la muerte:
«Dentro de la casa anda la muerte» (Valle-Inclán, 1920: 44), que al final del
relato quedaría desmitificado por el narrador heterodiegético y omnisciente,
quien indica que en la casa de la abuela no está la muerte, sino el viento: «Y
el viento anda a batir las puertas» (Valle-Inclán, 1920: 50). El cuento se
ubicaría, pues, en el eje angular, y presentaría una ficción autológica, ya que
los demás personajes no creen la explicación fantástica de la abuela: «[lo que
bate las puertas] Es el viento que viene con la noche…» (Valle-Inclán, 1920:
44).
Beatriz sería un cuento
perteneciente a la literatura crítica o indicativa, en concreto a la especie de
los pseudofantástico, ya que lo que parece una posesión se descubre en realidad
como una violación. La madre de la víctima, la Condesa, presentaría un
conocimiento acrítico y pre-racional basado en la religión cristiana, al dar
por válida la explicación sobrenatural: «El Demonio la tiene poseída»
(Valle-Inclán, 1920: 55), lo que situaría al cuento dentro del eje angular. Dicho
conocimiento acabaría desmitificado, al revelarse que Fray Ángel violó a la
muchacha: «En este palacio, señora, se hospeda un sacerdote impuro, hijo de
Satanás» (Valle-Inclán, 1920: 67). Así, el cuento presentaría una ficción
autológica con la explicación sobrenatural que da la Condesa. Con todo, la
conclusión del cuento lo clasificaría secundariamente en la literatura
sofisticada, dentro de lo fantástico, ya que los conocimientos acríticos y
pre-racionales basados en la religión de la saludadora resultan operatorios y
su conjuro satánico es el que mata a Fray Ángel.
Un cabecilla pertenecería a la
literatura crítica, en concreto a la especie de lo siniestro. El elemento
funesto del cuento es el asesinato de una mujer a manos de su marido, por haber
traicionado a la fuerza la facción a la que le debía lealtad en la guerra.
Cabría ubicar el cuento en el eje angular, ya que tanto la mujer como su marido
se guían por la religión cristiana. Ella implora a Dios que la salve («¡Virgen
santísima, no me desampares en esta hora!» (Valle-Inclán, 1920: 83)), mientras
que él pertenece al bando faccioso, algo que queda simbolizado con su «rosario
de faccioso» (Valle-Inclán, 1920: 85). Sin embargo, decimos que el cuento
pertenece a la literatura crítica porque el conocimiento pre-racional y
acrítico basado en la religión cristiana de ambos personajes se descubre como
una ficción normativa. La mujer muere, y su última plegaria se dirige a su
marido, lo que indica que se da cuenta de que Dios no es operatorio: «¡No me
mates! ¡No me mates, por el alma de…!» (Valle-Inclán, 1920: 85). El hombre, por
otro lado, acabará «harto de acatar la voluntad solapada y granítica de aquella
esfinge tallada en viejo y lustroso roble» (Valle-Inclán, 1920: 86), y reniega de
la creencia que caracteriza a su bando bélico, por culpa del cual ha tenido que
matar a su mujer.
La misa de San Electus
pertenecería a la literatura crítica, en concreto a la especie de lo
pseudofantástico. En este cuento, tres jóvenes moribundos tratan de sanarse
primero acudiendo a un saludador y luego asistiendo a la misa de San Electus.
Los tres se inclinan, pues, por un conocimiento acrítico y pre-racional,
basado, primero, en la magia, y luego, en la religión cristiana, lo que ubica
al cuento en el eje angular. El conocimiento será inútil y quedaría calificado
como una ficción dialógica, en el caso de la fe depositada en el saludador, y
normativa, en el caso cristiano, desmitificados ambos, ya que los tres acabarán
muriendo, pese a haber recibido la bendición del cura: «Caído en tierra recibió
la bendición […]. Murieron en la misma noche los tres mozos» (Valle-Inclán,
1920: 93).
El rey de la máscara
pertenecería también a la literatura crítica, en concreto a la especie de lo
siniestro. El elemento siniestro sería el cadáver del abad de Brandomín que un
grupo de personas disfrazadas dejan en casa del eclesiástico: «¡No… no… señor
tío… ¡Pero es un difunto!» (Valle-Inclán, 1920: 102). También resultaría
siniestra por atentar contra las normas de su religión la actitud del
eclesiástico, quien decide deshacerse del cadáver quemándolo: «El cura le
desató de las angarillas, y haciendo a Sabel que se apartase, metióle de cabeza
en el horno» (Valle-Inclán, 1920: 104).
Mi hermana Antonia
pertenecería a la literatura crítica, en concreto a la especie de lo
pseudofantástico. El elemento supuestamente fantástico del cuento sería la
transformación de Máximo en un gato, debido a las presuntas prácticas satánicas
del chico para conseguir a Antonia. Con todo, la relación entre el gato y el
estudiante la establece el narrador alodiegético, quien nunca está seguro de lo
que ha visto: «Maullaba el gato tras de la puerta, y me parecía que conformaba
su maullido sobre el nombre del estudiante: ¡Máximo Bretal!» (Valle-Inclán,
1920: 111). El tipo del conocimiento del narrador sería acrítico y
pre-racional, basado en la religión cristiana, lo que ubicaría el cuento en el
eje angular cristiano. Sin embargo, no podría darse por válido este
conocimiento dada su constante inseguridad. Además, habría incoherencias en su
relato, como el uso de agua bendita por parte de alguien que se supone que ha
tratado con Satanás (Valle-Inclán, 1920: 108). Todo esto nos lleva a concluir
que en realidad habría una ficción dialógica en el cuento, y no un fenómeno
fantástico operatorio.
Del misterio pertenecería a la
literatura crítica, en concreto a la especie de lo pseudofantástico. El
narrador protagonista tendría un tipo de conocimiento acrítico y pre-racional
basado en la religión no cristiana, que la haría creer que lleva treinta años
percibiendo un fantasma por culpa de los pecados de su padre: «Mis ojos de niño
conservaron mucho tiempo el espanto de lo que entonces vieron, y mis oídos han
vuelto a sentir muchas veces las pisadas del fantasma» (Valle-Inclán, 1920:
148). El cuento se ubicaría, así, en el eje angular, dentro de lo religioso.
Aunque lo que cuenta el protagonista solo parezca que pueda explicarse desde lo
sobrenatural, habría algunas informaciones que da que indican la poca
fiabilidad de su papel como narrador. Por ejemplo, ejerce de narrador
omnisciente cuando en realidad es autodiegético y de focalización interna: «Todos
sentimos que alguien entraba en la sala» (Valle-Inclán, 1920: 147). Eso haría
que afirmaciones que puedan servir como justificación a su versión queden
deslegitimadas: «Un aliento frío me rozó la frente, y los brazos invisibles de
un fantasma quisieron arrebatarme del regazo de mi madre» (Valle-Inclán, 1920:
147). Así, el fantasma sería en realidad una ficción dialógica inculcada por
Doña Soledad que calaría en la psique del protagonista: «¡Ahora mismo estoy
oyendo las silenciosas pisadas del Alcaide Carcelero!» (Valle-Inclán, 1920:
148).
A media noche sería un cuento
perteneciente a la literatura crítica, en concreto a la especie de lo
siniestro. Lo siniestro sería la decisión de los protagonistas de esconder la
muerte del hijo del molinero: «¡Te va la vida en callar!» (Valle-Inclán, 1920:
156). Esto presentaría una ficción dialógica manifestada en forma de engaño
orquestado por el jinete a través de un conocimiento crítico y racional. La
ficción dialógica afectaría a las personas que no sean el jinete y el
espolique, incluida la madre del muerto «¡Y la madre esperándole!» (Valle-Inclán,
1920: 155).
Mi bisabuelo pertenecería
primariamente a la literatura crítica, en concreto a la especie de lo
pseudofantástico. Aquí nos encontramos con una narradora, Micaela la Galana,
que explica las hazañas del bisabuelo del protagonista. Micaela explica la
historia oralmente mitificándola, lo que ubicaría el cuento en el eje angular,
dentro de lo mitológico. Ello se demuestra en la percepción que el protagonista
tiene de su bisabuelo: «en torno
de la sombra de mi bisabuelo flota todavía una leyenda» (Valle-Inclán, 1920:
160). Decimos que es pseudofantástico porque el elemento fantástico, la hazaña
del bisabuelo, debería interpretarse no como un hecho que sucedió en la ficción
estructural el cuento, sino como una ficcionalización dentro de la propia
ficción dada a nivel dialógico. Secundariamente, el cuento podría ubicarse
también dentro del espacio circular si tomamos como referencia la propia hazaña
del bisabuelo, ya que en ella solo intervendrían elementos humanos, que son
precisamente los que lo mitificarían: «—¡Esta es mi justicia, señor Malvido! —y
de un tiro le dobló en tierra con la cabeza ensangrentada» (Valle-Inclán, 1920:
169).
Rosarito pertenecería a la literatura
crítica, en concreto a la especie de lo siniestro. Don Miguel sería el elemento
siniestro, dada su fijación por seducir a la joven Rosarito y el abuso al que
la acaba sometiendo: «El emigrado la retuvo con un extraño gesto, tiránico y
amante, y ella llorosa, vencida, cubrióse el rostro con las manos, las hermosas
manos de novicia, pálidas, místicas, ardientes» (Valle-Inclán, 1920: 198). El
cuento presentaría una ficción autológica, ya que Rosarito idealiza a Don
Miguel al enamorarse de él: «aquella cabellera cuya
novelesca historia tantas veces recordara la niña durante la velada»
(Valle-Inclán, 1920: 196). Esto hace que la inocente joven caiga en la
seducción de un personaje que los demás familiares consideran sumamente
peligroso, algo de lo que él es consciente: «Porque tú [prima] nunca me has
querido bien. ¡En eso eres de la familia!» (Valle-Inclán, 1920: 187). El cuento
se ubicaría en el eje circular, no hay númenes.
Comedia de ensueño
pertenecería a la literatura crítica, en concreto a la especie de lo
pseudofantástico. El elemento pseudofantástico serían los supuestos poderes de
Silvia. La vieja logra que los ladrones que trabajan para ella le den todo el
botín y embarca al jefe en una búsqueda quimérica al inventarse una historia
basada en el relato del jefe: «Es la mano de una doncella encantada que, cuando
dormía el enano su carcelero, asomaba fuera de la reja llamando a los
caminantes» (Valle-Inclán, 1920: 213). Consideramos fraudulentos sus poderes
porque no habría ningún indicio en el relato que justifique su operatoriedad.
Así, sometería a los ladrones a una ficción dialógica que estos se creerían,
debido a su conocimiento acrítico y pre-racional basado en la magia, lo que
ubicaría al cuento en el eje angular, dentro de lo mágico.
Milón de la Arnoya
pertenecería a la literatura sofisticada, en particular a la especie de lo
fantástico. Serían los poderes satánicos de Milón de la Arnoya los que
conforman el elemento fantástico del cuento. Su conocimiento acrítico y
pre-racional basado en la religión cristiana sería operatorio dentro de la
ficción, ya que gracias a su conjuro somete la voluntad de la mujer para
llevársela consigo: «Espumante, ululante, mostrando entre jirones la carne convulsa,
rompió por entre los carros de la vendimia y desapareció» (Valle-Inclán, 1920:
232). Así, el cuento se ubicaría en el eje angular, dentro de lo religioso
cristiano. Secundariamente, también cabría ubicarlo dentro de lo mágico, ya que
primero hechiza a la mujer a través de la magia: «Fue un embrujo que me
hicieron en una manzana reneta» (Valle-Inclán, 1920: 226).
Un ejemplo pertenecería a la
literatura sofisticada, en concreto a la especie de lo maravilloso cristiano.
Los milagros quedarían explicados sobrenaturalmente por la presencia de
Jesucristo, por lo que cabe ubicar el cuento en el eje angular, dentro de lo
religioso cristiano. Además de estudiar la carga moral del relato ―«Debo
enseñar a los hombres que el dolor es mi ley» (Valle-Inclán, 1920: 240)―,
resulta interesante analizarlo desde los principios del modernismo, dada la
gran carga descriptivo-sensorial que presenta: «Las nubes que cubrían la luna
se desvanecieron y los rayos de plata al penetrar por entre los ramajes
iluminaron el camino, y los pájaros que dormían en los nidos despertáronse con
un cántico, y en el polvo, bajo las divinas sandalias, florecieron las rosas y
los lirios, y todo el aire se llenó con su aroma» (Valle-Inclán, 1920: 238).
Finalmente,
Nochebuena pertenecería a la
literatura crítica o indicativa, en concreto a la especie de lo siniestro. Aquí
el elemento siniestro sería sutil, puesto que se manifiesta en forma de canción
que denuncia la relación incestuosa que mantiene el eclesiástico que el
protagonista tiene como profesor: «Esta casa é de pedra / O diaño ergueuna
axiña, / Para que durmisen xuntos / O Alcipreste e sua sobriña» (Valle-Inclán,
1920: 248). El eje en el que se ubicaría sería, por tanto, el circular.
Conclusiones
Con
nuestro estudio, hemos sentado las bases metodológicas para un futuro análisis
de los cuentos de Jardín umbrío más
profundo. Hemos partido del género literario, en el que hemos distinguido entre
literatura primitiva, crítica, programática y sofisticada. Centrado el género
de los cuentos entre la crítica y la sofisticada, hemos distinguido varias
especies literarias. Dentro de la literatura crítica está lo pseudofantástico y
lo siniestro, mientras que dentro de la sofisticada existe lo fantástico y lo maravilloso,
dentro del cual también existe lo maravilloso cristiano. Estas distinciones son
especialmente relevantes en la obra que nos ocupa, puesto que, como hemos visto
en el apartado de la clasificación, la mayoría se inscriben dentro de la
literatura crítica y presentan algún tipo de desmitificación. Para lograr
explicar este fenómeno, nos servimos de tres conceptos.
Por
un lado, el espacio antropológico, que servirá para ubicar en el eje circular o
el angular la acción. Esto revelará si hay acciones de númenes o no, pero no la
operatoriedad de dichos seres. Nótese, a su vez, que no hay cuentos ubicados en
el eje radial, lo que nos lleva a concluir que la naturaleza es meramente
figurativa en la obra: sitúa la acción, no afecta a los personajes.
Por
otro, la distinción de tipos y modos de conocimiento sirve para entender la
actitud de los personajes. Hay quienes tienen un conocimiento acrítico y
pre-racional, basado generalmente en la religión, la magia o el mito. Este
conocimiento solo será válido en el contexto de la literatura sofisticada. En
cambio, la literatura crítica aceptará exclusivamente como válidos los
conocimientos críticos y racionales, por lo que los personajes que no los
adopten tendrán un final desgraciado.
Finalmente,
el concepto de ficción nos sirve para determinar la operatoriedad de los
númenes, creencias y demás elementos propios de la literatura sofisticada. Si
su operatoriedad es igual a cero, significará que el cuento se enmarca dentro
de la literatura crítica. Además, los términos autologismo, dialogismo y
norma complementan el concepto de
ficción y nos ayudan a determinar el origen y alcance de las ficciones
presenten en la obra.
Además
de todo lo anterior, también consideramos oportuno tener en cuenta el concepto
de modernismo que tenía Valle-Inclán, ya que algunos cuentos como La adoración de los reyes pueden
presentar características modernistas. También es, a nuestro juicio, pertinente
recuperar términos narratológicos como ya hizo Gómez del Valle para justificar
algunas cuestiones relativas a la fiabilidad de lo narrado.
La
originalidad de nuestra propuesta reside en que se sirve de múltiples conceptos
conjugados entre ellos, sin obligar al intérprete a utilizarlos todos en cada
uno de los cuentos. Esta multiplicidad de conceptos responde a la necesidad de
sistematizar una obra que presenta múltiples visiones del mundo. Tratamos de
evitar, así, interpretaciones que reducen Jardín
umbrío a un solo elemento. Este
sería el caso de la tesis de Pontrelli, en la que se afirma que «Valle-Inclán
is showing the reader the defects of the institutionalized Catholicism of his
time» (Pontrelli, 1998: 128) y que «It seems that every other part of Spanish
society had some sort of malignancy within it. Only the unchanging rural life
of the peasants seemed to have been spared» (Pontrelli, 1998: 152). Aunque el autor haga estas afirmaciones al analizar cuentos
concretos (Beatriz, El rey de la máscara,
Nochebuena, Mi hermana Antonia, La misa de San Electus y El miedo en el primer caso, y La adoración de los reyes en el segundo), las
establece como universales al aplicarlas a toda la obra. De este modo, lo que
puede ser cierto para cuentos particulares, no lo es para el conjunto de la
obra. Por ejemplo, en Jardín umbrío
hay clérigos caracterizados, en efecto, negativamente (Fray Ángel en Beatriz), pero también los hay
caracterizados positivamente (el Prior de Brandeso en El miedo). Con esto queremos decir que es necesario disponer de
criterios lo bastante completos como para no incurrir en reduccionismos a la
hora de analizar Jardín umbrío.
Concluimos
nuestro trabajo apuntando su voluntad propedéutica. La clasificación que aquí
proponemos no tiene un carácter definitivo. Esperamos que la metodología
científica y racional que aquí hemos propuesto sirva como marco teórico para
futuras interpretaciones.
Bibliografía
- Casas, Ana (2008), «El cuento modernista español y lo fantástico», en línea.
- Genette, Gérard (1983), Narrative Discourse. An essay in method, Nueva York, Cornell University Press.
- González del Valle, Luis T. (1990), La ficción breve de Valle-Inclán. Hermenéutica y estrategias narrativas, Barcelona, Anthropos.
- González Herrán, José Manuel (1986), «Los «cuentos oscuros» de Valle-Inclán», en línea.
- Maestro, Jesús G. (2017), Crítica de la razón literaria: una Teoría de la Literatura científica, crítica y dialéctica. Tratado de investigación científica, crítica y dialéctica sobre los fundamentos, desarrollos y posibilidades del conocimiento racionalista de la literatura, Vigo, Editorial Academia del Hispanismo, 2022, 10ª ed. digital definitiva disponible en línea.
- Pontrelli, Geni (1998), «Society and Ideology in Valle-Inclán’s Jardín umbrío», en línea.
- Risley, William R. (1979) «Hacia el simbolismo en la prosa de Valle-Inclán», en línea.
- Roas, David (2011), Tras los límites de lo real. Una definición de lo fantástico, Madrid, Páginas de espuma.
- Trouillhet Manso, Juan (2009), «Historias de brujas, doncellas y endemoniados: Valle-Inclán frente a lo fantástico, de la narrativa al teatro», en línea.
- Valle-Inclán, Ramón María del (1920), Jardín umbrío, Madrid, SGEL.
- Valle-Inclán, Ramón María del (1922), La lámpara maravillosa, Madrid, SGEL.
- Valle-Inclán, Ramón María del (1981), «Modernismo», en Lily Litvak (ed.), El modernismo, Madrid, Taurus Ediciones (17-19).
________________________
NOTAS
[1] El autor desea agradecer la ayuda
inestimable de Joan Antoni Forcadell y Sílvia Almenar Quixal. Este artículo no
habría sido posible sin sus constantes revisiones y comentarios, que han
servido para replantear el proyecto cuando parecía un callejón sin salida.
También agradece los consejos y ánimos de Jesús G. Maestro, quien ha sido
enormemente generoso con su tiempo y ha marcado el camino que seguir en todas
las fases de la investigación.
[2] Tomando como referencia la clasificación
de las ciencias que establece Maestro (2017: 737-742), la Teoría de la Literatura
sería una ciencia reconstructiva o de regresión media-genérica, ya que sus
operaciones quedan determinadas por la «implantación o reconstrucción de nuevos
objetos o estructuras de naturaleza objetiva» (Maestro, 2017: 740). En cambio,
la crítica de la literatura sería una ciencia demostrativa o de regresión
media-específica, ya que sus operaciones «resultan específicamente determinadas
por la intervención de nuevos sujetos, sin que esto pueda evitarse en modo
alguno» (Maestro, 2017: 741) en algún punto del regressus.
[3] Risley explica la filiación valleinclanseca por la ambigüedad a partir de la obra La lámpara maravillosa, donde Valle-Inclán explicó su manera de hacer arte (Risley, 1979: 79-81). En ella, hay varios pasajes que dejan ver su gusto por la ambigüedad, así como por tratar de plasmar varios aspectos del mundo en su obra: «enlazar las formas contrarias, los movimientos contrarios, y el instante que pasa y el que se anuncia» (Valle-Inclán, 1922: 132), «la rosa clásica, maravillosa armonía de antagonismos» (Valle-Inclán, 1922: 134) y «una divina armonía de contrarios» (Valle-Inclán, 1922: 135), «rosa enigmática del matiz» (Valle-Inclán, 1922: 137).
[4] Seguimos aquí la interpretación de la
oposición teológica entre Hombre y Dios. Esta solo sirve en ficciones como la
que estamos analizando, ya que solo dentro de estas cabe considerar como
operatoria la existencia de los númenes. Para una interpretación de esta
oposición en la realidad siguiendo el concepto tridimensional del espacio
antropológico que propone el Materialismo Filosófico, vid. Maestro (2017: 2372-2373).
[5] Las distintas concepciones y
aproximaciones al modernismo han suscitado un fértil debate no solo entre
autores, sino también entre críticos. Vid.
al respecto Marinello (1959), Hernríquez Ureña (1954) y Onís (1934). Con esto
tratamos de demostrar la escasa precisión del término a la hora de abordar un
estudio literario.
[6] Esta es una idea recurrente a la hora de
definir la literatura en general. Por ejemplo, Maestro recurre a ella en su
definición de literatura: «la literatura[…] utiliza signos del sistema lingüístico, a los que confiere un valor estético» (Maestro, 2017: 2319).
* * *