30 octubre 2020

La didáctica de la poesía en suspenso. Modernismo hispanoamericano y Materialismo Filosófico

 




La didáctica de la poesía en suspenso.

Modernismo hispanoamericano y Materialismo Filosófico

 

 

Manuel Garrobo Peral

Universidad de La Coruña


 

Como toda persona que se haya formado mínimamente en el materialismo filosófico de Bueno conoce, sustantificar ideas resulta una tarea peligrosa (o provechosa, según para quién) en cualquier tipo de argumentación. Todo el mundo, en el lenguaje y contextos cotidianos, hipostasía mientras conversa, trata las Ideas filosóficas de una manera superficial, como resultantes metafísicos y al servicio de los fines inmediatos que exige la pragmática comunicativa. Por ejemplo, muy a propósito de la situación pandémica que estamos viviendo, se ha explicitado aún más la idea soteriológica de Cultura (el «quédate en casa» y «entretente con alguna serie de televisión o con alguna novela que te transporte a otros mundos», a todos menos al del covid-19) o la idea pacifista de Humanidad («humanos del mundo, uníos contra el virus»; dejando a un lado la manifiesta dialéctica de Estados). Sin embargo, esto no resulta aceptable en un contexto académico y menos desde nuestros presupuestos filosófico-materialistas. A pesar de que sea particularmente interesante para cualquier filosofía de la literatura que desarrollemos, no lo es para armar conceptos desde una teoría-práctica de la literatura solvente, en la medida en que esta interprete las Ideas en symploké, esto es, en dialéctica entre autores, obras, lectores y transductores (ontología de la literatura). Por tanto, lo que nos proponemos analizar brevemente en este artículo es la serie de publicaciones bajo el rótulo El arte y el materialismo (1876) de Manuel Gutiérrez Nájera, sobre todo porque nos sirve como ejemplo sobresaliente de hipóstasis de unas Ideas objetivadas que han llegado hasta nuestros días, hasta nuestras aulas. Pero debemos aclarar que no se trata de regresar simplemente a las ideas que maneja el autor mexicano y anclarlas en el contexto específico del Modernismo literario finisecular, sino de dialectalizarlas y traerlas necesariamente al presente, a la vez que entroncamos nuestra posición filosófica, es decir, crítico-literaria, frente a las demás. Como bien nos ha enseñado Gustavo Bueno, la lógica analítica, tan propia del posmodernismo multiculturalista de grado crítico neutro, o sea, cero, y sin una dialéctica que revele las posibles contradicciones que dejarían de convertirla en lógica, es flatus vocis. De la misma manera que lo es ensalzar y enclaustrar una misma interpretación sobre una obra literaria saecula saeculorum.

Nuestra estructura discursiva será la siguiente. Primero, nos encargaremos inmediatamente de dos términos controvertidos y que orbitan alrededor de todo el escrito: modernismo y materialismo, pues desligados de sus adjetivos correspondientes no significan nada. Segundo, revisaremos los vectores argumentativos, las Ideas objetivadas, en el «ensayo» de Nájera. Tercero, trasladaremos los resultados del análisis dialéctico al presente por medio de algunos casos flagrantes que demuestran la continuidad de las ideas del poeta mexicano en la didáctica actual de la poesía.

En primer lugar, del Modernismo literario se han dicho muchas cosas. Las perspectivas, como es lógico, han sido múltiples: histórico-literarias (con periodización discutible), comparadas (con la generación del 98 o las vanguardias) o psicologistas (como impulso espiritual, nacional o cultural de un pueblo)[1]. Pero modernismo y modernismo hispanoamericano requieren una definición mucho más compleja que atienda, en la medida de lo posible, a factores (geo)políticos, sociales o económicos en estrecha relación con aquellos agentes que intervienen en el espacio estético de la literatura[2]. El Modernismo es, como prácticamente todo movimiento literario canonizado, una totalidad cuyas características esenciales de sus correspondientes partes (atribución / distribución, cierre / apertura, centrado / descentrado…) deberán ser debidamente analizadas en symploké para evitar monismos y para comprender la corriente literaria en su globalidad[3]. No obstante, lo que sí está claro es que el Modernismo hispanoamericano supuso una protesta «rebelde», no por ello sistemática, de la moda literaria realista del momento (la cual cometía el gran error de equiparar literatura con ciencia), una recuperación de la estética romántica del idealismo alemán que hacía brotar de nuevo la Estética de Hegel y demás bibliografía del Volksgeist, de la nostalgia del Antiguo Régimen o de la naturaleza endiosada que elige a dedo a sujetos individuales. Se trataba, en este sentido, de una secuencia filosófica de la modernidad, con todas las connotaciones ideológicas que se quieran, en contra de las ciencias y el capitalismo económico que cada vez estaban más presentes en las vidas de la sociedad occidental.

En segundo lugar, en cuanto al materialismo finisecular, este consistía en un materialismo esencialmente positivista. Buscaba, ante todo, jubilar a la filosofía de sus funciones y cualquier abstracción ajena a unos hechos científicos puros y situados en una naturaleza inmutable. Un caso claro de descriptivismo gnoseológico donde la dialéctica se anulaba y el único modo de conocimiento científico consistía en un verum est factum corrupto, es decir, trasladado a cualquier conclusión. Era la respuesta aristotélica a las revoluciones que habían construido y destruido gran parte del siglo XIX desde 1789. Sin embargo, nuestro materialismo filosófico no puede aceptar tales premisas al presentar una ontología trigenérica (M1, M2 y M3) y una gnoseología que favorece la dialéctica entre los campos científicos y que sitúa los hechos en los mismos sujetos operatorios, y no en una naturaleza divina que nos los otorga para que seamos sus intermediarios. Por esta razón, ni Nájera, que representa al Modernismo, ni su adversario, que representa al Positivismo decimonónico, son opciones posibles para nuestra crítica literaria. Revisemos ahora minuciosamente las ideas centrales de los dos.

La razón principal por la cual Nájera desarrolla su reivindicación se debe a que «se censuran también algunas de las ideas que sobre la poesía sentimental vertimos en nuestro ligero estudio acerca de las «Páginas sueltas» de Agapito Silva». Este es el arranque en forma de cadena transductora, esto es, el grupo que representa Nájera sobre Agapito Silva, el autor positivista sobre el grupo modernista y finalmente Nájera sobre dicha interpretación.

En cuanto al primer vector argumentativo, nos encontramos ante una Idea de Poesía como discurso ajeno a la Razón en mayúsculas, como fuente suprema de imaginación y de emoción. Nájera nos señala un raciocinio «desconsolador», «descarnado y seco», calificativos que solo nos indican superficialmente el M2 del autor mexicano. Calificativos que nos ponen también sobre la mesa la falsa distinción entre razón e imaginación o entre razón y sentimiento, algo que resulta inoperativo desde nuestras coordenadas por simplista y maniqueísta, especialmente si se ofrece la posibilidad de «la existencia del espíritu y del amor» sustantificados. Pero resulta que las sustancias espirituales son un imposible y que la Razón no es una, sino muchas. Leamos a Baños Pino para hacer operativa aquí nuestra idea de racionalismo de escalas, es decir, una multiplicidad de racionalidades (razón económica, razón política, razón literaria, razón química…) que obedecen a los planes y programas de los distintos campos gnoseológicos y las instituciones antropológicas a las que están sujetos pragmáticamente, desde los Estados-nación hasta un grupo de investigación sobre poesía modernista. Por una parte, Nájera sitúa a la poesía en la misma irracionalidad, pero resulta que tampoco el arte irracional puede ser arte porque este posee «un [mínimo] fondo de racionalidad y porque la irracionalidad es «negación de lo racional» a causa de, por ejemplo, racionalidades simples (como lo es justamente hipostasiar ideas) o a causa de un desajuste con la lógica material-formal (creer en espíritus poéticos). La poesía, al menos la valiosa, es «filosofía en verso» (Maestro), un sistema sofisticado de Ideas objetivas con un elaborado racionalismo literario que suponen un reto a nuestras inteligencias. En este sentido, la diferencia estriba en que la literatura enmascara en muchas ocasiones dicho racionalismo. Por otra parte, el sr. P. T., según cita Nájera, califica a la poesía erótica como «vana y superficial» y tampoco la distingue de la sentimental, rechazando así una larga tradición poética amorosa y desplazándola, deducimos, a un discurso propio para el entretenimiento de masas. Este hecho nos demuestra que su adversario no se toma en serio la literatura en sí, lo cual es un acierto, pero yerra cuando tampoco lo hace con su capacidad heterodoxa y sus trampas, sus consecuencias ontológicas y sociales en la realidad material, como ocurre con esa literatura programática o imperativa que busca siempre ser la mera comparsa de una ideología. Por esta razón, ni Nájera, en su percepción completamente retórica y psicologista («nos ha herido en el fondo del alma; su atroz materialismo nos ha punzado como hoja de agudo puñal»), ni el sr. P. T., preso de un fundamentalismo científico que no ve las posibilidades de racionalismo y conocimiento literario cuando desarrollamos una interpretación (no cuando simplemente leemos literatura), satisfacen nuestras premisas filosóficas.

En cuanto al segundo vector, este se encuentra fuerte y necesariamente conectado con el anterior. Hablamos de la libertad del poeta y la libertad artística. Consiste en una libertad ceñida a lo individual que pretende situarse por encima de cualesquiera normas o leyes. Una autarquía psicológica que prima la libertad de pensamiento, de imaginación, e ignora las libertades de los demás. Una libertad idiota (idion) y egoísta. Veamos cómo la articula Nájera:

 

Lo que nosotros queremos, lo que siempre hemos defendido, es que no se sujete al poeta a cantar solamente ciertos y determinados asuntos, porque esa sujeción, tiránica y absurda, ahoga su genio y, sofocando tal vez sus más sublimes inspiraciones, le arrebata ese principio eterno que es la vida del arte, ese principio santo que es la atmósfera del poeta y sin el cual, como un ave privada del vital ambiente por la máquina neumática, el hombre siente que su espíritu se empequeñece, que sus fuerzas se debilitan, y muere, por último, en la abyección y en la barbarie.

Y ese principio que defendemos es el santo, el sublime principio de la libertad, que semejante al sol todo lo vivifica y engrandece con el resplandor de sus rayos.

 

Esta larga cita resume perfectamente lo que queremos señalar sobre la Idea de Libertad. No se trata ya solo de una libertad monista, sino también de una Idea de Genialidad que merece la pena tener en cuenta. Por una parte, la libertad del materialismo filosófico es una libertad que tiene en cuenta al individuo, al grupo y al Estado. Contamos con la libertad de ejercer, la libertad para llevar algo a cabo y la libertad en un contexto específico con la limitación o imposición correspondiente (como la censura a la hora de publicar una obra literaria en cualquier sistema político, incluso el democrático). Rehuimos, por tanto, de la libertad luterana y abogamos por una supraindividual, por un mínimo de contrato social entre los materiales literarios. Como bien nos ha demostrado Maestro en su teoría del genio (2019: 233-243), todo autor, en tanto que sujeto operatorio constructor de ideas y formas lingüísticas, debe pasar por el filtro de una comunidad lectora, transductora y legal[4]. Lo original no debe reducirse, bajo estos parámetros, a unos «hijos privilegiados del arte», como nos dice Nájera, que son capaces de ver más allá y regir los destinos de un pueblo; ni tampoco a una libertad «que semejante al sol todo lo vivifica y engrandece con el resplandor de sus rayos» porque esto no significa nada. Tampoco acierta Nájera cuando indica que «esa sujeción, tiránica y absurda, ahoga su genio», porque la imaginación o los sentimientos del poeta justamente se estimulan por medio del razonamiento de estos y gracias a determinadas instituciones antropológicas, como las educativas, que posibilitan a un autor la configuración material-formal de un poema determinado.

El tercer vector argumentativo se centra en la Idea de Arte como belleza y como amor. Otra herencia filosófica del idealismo alemán. A partir de aquí, Nájera articula un discurso plenamente tropológico que justifica su estética desde sus mismos principios y sin ninguna conexión con ningún material concreto. Unos principios que se condensan en tres puntos clave: «1.º que el arte tiene por objeto la consecución de lo bello; 2.º que lo bello no puede encontrarse en la materia, sino con relación al espíritu; y 3.º que el amor es una inagotable fuente de belleza». Desde estas tres declaraciones, nuestro ensayista mexicano despliega una suerte de oposiciones binarias que ya resultan obsoletas incluso en 1876. Observemos algunos de los ejemplos más llamativos sumados a un título que resuma su contenido:

 

Lo bello frente a lo útil: «lo bello es la representación de lo infinito en lo finito; la manifestación de lo extensivo en lo intensivo; el reflejo de lo absoluto; la revelación de Dios».

El arte como belleza frente al arte como imitación: «Si el único principio del arte fuera la imitación [...] sería convenir en que el artista más sublime sería el espejo que con más fidelidad retrase los objetos»[5].

Idealismo contra materialismo: «El idealismo rebaja la materia para engrandecer el espíritu; el materialismo rebaja el espíritu para engrandecer la materia».

 

Por medio de estas tres afirmaciones, apreciamos un claro ejemplo de alegoría en la interpretación literaria, una interpretación «abductiva y retórica, nunca científica [...] La alegoría no ofrece realmente una interpretación científica del objeto de estudio, sino una expresión moralista del sujeto que estudia» (Maestro, 2017: 1717). Es una idea fundamentalmente romántica, una vez más, que mezcla una idea subjetiva de literatura donde M2 = Mi., una idea teológica de literatura en la que se presupone una voluntad trascendente, un «absoluto», que dicta la producción de obras literarias; y una suerte de religación cósmica, es decir, realidades naturales como objeto de sacralización (Maestro, 2017: 201). Al final, consiste en una paráfrasis del Espíritu Absoluto de Hegel cuya religión, filosofía y arte se encuentran en el estadio más alto del Volksgeist[6]. Frente a ella, tenemos a la del sr. P. T. basada en el utilitarismo, la mímesis y el materialismo de «hechos y cuerpos puros», que resulta igual de inservible y de simplista por falaz. Como consecuencia, esta sección del ensayo supone otro claro ejemplo de la querella entre clásicos y modernos, iniciada por Madame de Stäel, que muchos mitos han producido como el del progresismo, el del fundamentalismo científico y los que estamos criticando. Mitos que, como veremos, están muy presentes en la enseñanza.

Por último, encontramos otro vector argumentativo que está más relacionado con la realidad práctica, la geopolítica e histórica, pero que no está desvinculada de la poesía porque la literatura no está exenta, así como le gustaría a Nájera, de un Estado. En 1876 México y el resto de Hispanoamérica acababa de emanciparse del imperio español al estilo estadounidense, por lo que Nájera no duda en aclarar su posición filosófica respecto a la nueva situación de aquellos Estados:

 

¡Oh, no! En nuestra patria, aquí donde se rinde culto a todo lo bello y a todo lo grande, jamás podrá imperar la escuela realista, hija enfermiza de la prostituida Europa, nacida entre la embriaguez y locura de la orgía. La virgen América no dobla su cabeza al yugo de la carcomida Europa. Es bastante potente para levantarse muy alto por sí misma y crear una escuela propia.

[...] ¿a qué pedir a la vieja Europa la mezquina limosna que darnos puede? ¿A qué ceñirnos a la rastrera y servil imitación? Y la escuela realista no es más que un yugo que se pretende imponernos.

 

Este intento de desvinculación, nacido de un resentimiento que todavía pervive en nuestros días, negaba todo lo que fuese producido en Europa. Sin embargo, Nájera no es consciente de que, usando una tecnología tan potente como el español, está haciendo uso también de términos propios de la tradición helénica como son materialismo e idealismo o las bases filosóficas del idealismo alemán que venimos comentando. Si nuestro autor deseaba un proyecto de «virgen América», debería haber partido de 1492 hacia atrás y haber construido una «identidad cultural» considerando aquellas precolombinas, con sus buenos salvajes y su naturaleza endiosada. Una identidad y una nación, en fin, cultural y étnica erigida por encima de una nación política que posibilitó durante varios siglos la generación de técnicas, tecnologías e instituciones que habrían de permitir a Nájera escribir en un periódico. Por tanto, una «escuela propia», como se reclama, es un imposible porque anularía la necesaria symploké que existe entre las literaturas europeas y las americanas. Además, Nájera contrapone Hispanoamérica con Europa, cuando en realidad debería contraponer Hispanoamérica y España frente a Europa y frente a EE. UU., futuro imperio mundial a lo largo del incipiente siglo XX.

Ya hemos revisado las ideas fundamentales que componen el tejido filosófico y estético (nunca poético) de Nájera. En primer lugar, la idea de Poesía como antítesis de cualquier razonamiento o cualquier lógica. En segundo lugar, la idea de Libertad artística hiperestimulada por medio del subjetivismo individual. En tercer lugar, la idea del arte como perseguidor de lo bello. En cuarto lugar, la idea del Modernismo hispanoamericano como un movimiento autóctono y libre de una Europa «prostituida», «nacida entre la embriaguez y la locura de la orgía». Pero ¿cómo podemos conectar esto con la didáctica actual de la poesía? Ofrezcamos unos ejemplos representativos para cada vector argumentativo. Así comprobaremos la vigencia de las Ideas objetivadas de Nájera.

Primeramente, con respecto a la Idea de Poesía como soporte exclusivo en aras de una imaginación superior o de una irracionalidad contra la supuesta represión de la Razón en mayúsculas, basta con echar un vistazo a la propuesta didáctica de Isabel Gallardo Álvarez en la revista Actualidades Investigativas en Educación de la Universidad de Costa Rica. Nada más comenzar a leer, nos percatamos de que la definición de poesía es como la que esperábamos: «poesía es sentimiento, emoción, sensibilidad. Poesía es aquel género literario que “permite al poema expresar lo inexpresable: el sentimiento humano” (Núñez, 2001, p. 315)» (2010: 2). Una definición que se enfrenta a los distintos teoreticismos o estructuralismos que han dominado gran parte de la enseñanza en el siglo XX, o sea, en contra de «la medición mecánica de los versos o la disección en figuras literarias». Un hecho que tampoco es desacertado del todo porque concebir un poema como una sucesión de formas retóricas y metafóricas también acaba por ser una hipóstasis del texto, en otro intento de compatibilizar literatura y ciencia. Aun así, el gran error de esta autora es dirigirse hacia el otro extremo, hacia el reduccionismo de la poesía a psicología, a sentimiento, a emoción. Además, no duda en llevarlo a la práctica con algunos poemas como «A un gato» de Jorge Luis Borges donde aprovechamos e incluimos el tercer vector de Nájera por medio de esta declaración: «el poema abre camino a “la vivencia estética entendida como una experiencia gratificante, basada en la belleza del lenguaje y estrechamente vinculada a la búsqueda de sentido” (Barrientos, 1999, p. 20)» (2010: 4). Acotar un poema para simplemente declarar los gustos propios no conduce a nada. Este poema nos puede aportar muchas más posibilidades interpretativas como la religación primaria y más allá de la psicología de Gallardo Álvarez, que tampoco viene al caso en una propuesta didáctica «académica». Sorprende, por tanto, la pervivencia de estas ideas románticas en la transducción poética actual que, ligadas a una lógica de mercado pletórico, de Estado de bienestar y de democracia posmoderna, pierden su función original, su «rebeldía», para incorporarse irónicamente a lo que defendía el Sr. P. T., es decir, al entretenimiento y al ocio, a lo vano y lo superficial.

En relación con el segundo vector, el concerniente a la libertad del poeta y la artística, examinemos un momento algunos pasajes del Real Decreto 1105/2014, el cual regula el currículo oficial de la ESO y Bachillerato en España. Revisaremos la introducción y un par de criterios de evaluación para el nivel educativo de 3º de la ESO en la asignatura de Lengua Castellana y Literatura, y también una consideración conectada con las anteriores en la asignatura de Literatura Universal:

 

El bloque Educación literaria asume el objetivo de hacer de los escolares lectores cultos y competentes, implicados en un proceso de formación lectora que continúe a lo largo de toda la vida y no se ciña solamente a los años de estudio académico. Es un marco conceptual que alterna la lectura, comprensión e interpretación de obras literarias cercanas a sus gustos personales y a su madurez cognitiva [...].

 

Criterios de evaluación

3. Promover la reflexión sobre la conexión entre la literatura y el resto de las artes: música, pintura, cine, etc., como expresión del sentimiento humano, analizando e interrelacionando obras (literarias, musicales, arquitectónicas…), personajes, temas, etc. de todas las épocas.

4. Fomentar el gusto y el hábito por la lectura en todas sus vertientes: como fuente de acceso al conocimiento y como instrumento de ocio y diversión que permite explorar mundos diferentes a los nuestros, reales o imaginarios (RD 1105/2014: 364).

 

Literatura universal

 

En definitiva, esta materia facilita el desarrollo del individuo como lector competente, capaz de comparar textos literarios de distintas épocas y autores (RD 1105/2014: 378)[7].

 

De aquellos polvos, estos lodos. Se concibe, una vez más, la libertad individual como un espejismo ante la realidad material. Un espejismo que permite la libertad de expresión o de opinión que rápidamente va a parar al maremágnum de lo democrático y lo políticamente correcto, o simplemente al olvido. Se neutraliza la dialéctica a favor del diálogo pacífico y el respeto permitiendo la plena difusión y asentamiento de racionalidades simples o de desajustes totales con la lógica material-formal que puedan surgir en el proceso, en este caso, didáctico. Pero no se trata de eso. Buscamos una enseñanza distinta porque «la educación requiere ser exigente, pero no despótica; tendrá que confiarse a la razón y no a la ilusoria libertad espontánea del niño [...]. Someterse racionalmente a los límites de esas estructuras lógicas (soneto) libera de la ilusión de que soy yo quien libremente elige cuando “hago, escribo o pienso lo que quiero”» (Sánchez Tortosa, 2018: 4, 14). Por lo tanto, vocablos como «gusto», «sentimiento», «individuo», «lector» y «conocimiento» nos devuelven a esa tradición filosófica idealista alemana hermanada con una crítica literaria desvinculada de la realidad material, como ocurre con el lector de Jauss e Iser. Por no hablar de otras ideas complementarias que conforman este totalitarismo educativo, esto es, el «educar para toda la vida», que es lo mismo que mantener ignorada a una masa de forma vitalicia bajo el seno de la ideología política que domine la educación[8].

Finalmente, el vector que se centra en el contexto (geo)político que envuelve y desborda al fenómeno literario aparece hoy en día transformado en un término que implica muchos otros: multiculturalismo. González Cortés (2010) ya lo ha estudiado a fondo y demostrado que la equivalencia de las culturas por encima de los derechos civiles es un absurdo, un peligro ético y moral, un mito de la cultura que defiende a aquellas minoritarias u oprimidas históricamente. En el ámbito de la enseñanza, esta filosofía, transformada ya en una ideología totalmente dogmática, ha tenido mucho más éxito en el terreno universitario que en las enseñanzas medias. Son ficciones cerradas, es decir, que niegan cualquier crítica a sí mismas, y que construyen ficciones abiertas, o sea, literatura (como aquella que vehicula las teorías de género). Estas ficciones, a mi juicio, deben someterse también gradualmente como ficciones semiabiertas o semicerradas, en la medida en que los contenidos ideológicos pueden estar equilibrados con contenidos de otro tipo como los críticos o indicativos. Todo dependerá de los prejuicios que el autor vierta sobre el sistema de Ideas objetivadas que va a construir. Sin embargo, el resultado más común es que estas ficciones cerradas equivalgan prácticamente a ficciones abiertas, por lo que las obras literarias constituyen manuales de adoctrinamiento cuyo doble delito reside en tomarse en serio lo que son: ficciones literarias y en usarlas como armas que pueden «transformar» el mundo. De este modo, el intérprete vence por encima de todo, se erige como fuente de acceso a la verdad y al conocimiento por medio de la literatura. Un intérprete que normalmente también es un profesor, esto es, un amigable sargento distribuidor de paquetes ideológicos (Pérez Jara) aparentemente personalizados, obviando lo público y lo común, y favoreciendo el subjetivismo autista y las falsas ilusiones de libertad de elección. Y siempre con las premisas claras y asumidas por «sentido común»: el respeto de todas las culturas y literaturas, el rechazo y la condena de lo europeo (potenciado este resentimiento por la misma autoculpa europea), y el fundamentalismo democrático. Basta con echar un vistazo a los programas didácticos de las universidades hispánicas para darse cuenta de la inclusión de las literaturas poscoloniales, lo cual no es un error, pero sí la carga ideológica cerrada con la que vienen, gracias a la cual cualquier norma y razonamiento lógico en la crítica literaria deben quedar suprimidos. Nájeras en plena potencia.

Habiendo revisado rápidamente las ideas de Nájera y el sr. P. T. y entroncadas ya con el presente en marcha, nos percatamos de que el futuro de la didáctica de la poesía no parece nada prometedor y menos ante la incertidumbre actual que existe hasta que la pandemia del covid-19 se acabe, donde ha quedado en evidencia la poca preparación digital que hay en el sistema educativo. No obstante, queremos terminar tratando de ofrecer algunas propuestas esenciales, ya presentes en la Crítica de la razón literaria y sumadas a algunas de Sánchez Tortosa, para que aquellos profesores de literatura que nieguen esa neopedagogía posmoderna puedan manejarlas en la medida en que sus funciones se lo permitan:

 

  1. No interpretar la literatura desde la literatura, sino desde las ciencias y desde una filosofía materialista-filosófica. Ningún texto se libra de su contexto.
  2. Se deben considerar todos los materiales literarios: autor(es), obra(s), lector(es) y transductor(es).
  3. No tomarse en serio la ficción, pero tampoco frivolizarla.
  4. No convertir el texto en el soporte para satisfacer prejuicios, ideologías o creencias personales.
  5. Entender un poema como una materia de Ideas objetivadas y como una forma lingüística cuya interpretación va más allá de la psicología.

 

Y ahora las de Sánchez Tortosa:

 

  1. La destrucción de las proyecciones de los afectos sobre el pensamiento y el conocimiento.
  2. [Recuperación de la figura del profesor] que no dicta, sino que ofrece vías de cuestionamiento de lo establecido.
  3. Una enseñanza no doctrinal, auténticamente laica [...] que se ciñe a lo académico, lo público, lo común.
  4.  [...] «la supresión de cualquier asignatura doctrinal».
  5. «educación antinacionalista» (2018: 20, 5-6).

 

En definitiva, si queremos una didáctica de la poesía al menos contamos con un sistema filosófico y una teoría y crítica literaria desde el materialismo filosófico de Bueno Martínez, herramientas que pueden permitirnos enseñar un hecho fundamental, pero no por ello menos complejo en literatura: saber leer y saber interpretar lo que se lee. Ni los Nájeras, ni los señores P.T. son opciones plausibles. Nájera decía que «Lo que nosotros combatimos es esa materialización del arte». Nosotros decimos que lo que defendemos es esa materialización del arte y también de la enseñanza porque el resto son ideológicos fantasmas más o menos seductores que, si no los anticipamos, su condición proteica mantendrá el engaño sistemático de los estudiantes.

 


Bibliografía

 

 

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NOTAS

[1] Nos sorprende la siguiente definición de Miguel Oviedo en su capítulo «Los albores del Modernismo»: «una profunda revolución de la conducta espiritual de los americanos, para integrarse luego —haciendo por primera vez el viaje inverso— con el impulso renovador de la península, donde adoptará una fisonomía distinta» (1997: 217). ¿Qué es la conducta espiritual de los americanos? ¿Cómo se pueden integrar en España o en Europa más tarde si México, Argentina o Colombia fueron posibles gracias al viejo continente?

[2] Desde los ejes sintáctico (modos, medios y fines), semántico (mecanicismo, genialidad y logicidad) y pragmático (autologismos, dialogismos y normas) se configura este espacio de interrelaciones que explican la fenomenología que concierne directamente a la literatura, en clara conexión con las exigencias del espacio antropológico, el gnoseológico y el ontológico (Maestro, 2017: 1765).

[3] Por ejemplo, el Modernismo hispanoamericano sería totalidad distributiva en tanto que una obra como De sobremesa de José Asunción Silva puede resultar intercambiable en Ideas objetivadas y formas retóricas por otra de su rango histórico y ambas no alteran a la misma totalidad que hace posible dichas partes. Por otra parte, será atributiva cuando el cambio de una de las partes, como sucedió en el paso del Decadentismo a las vanguardias hispanoamericanas, desestabiliza dicha totalidad. Sería particularmente interesante considerar la periodización de los movimientos artísticos bajo este prisma y siempre de la mano de la teoría de los géneros literarios.

[4] Encontramos cuatro posibilidades respecto a la genialidad: obras kitsch que repiten mismos contenidos y mismas técnicas (novela rosa o de caballerías), obras recursivas que repiten técnicas, pero introducen nuevas ideas (el soneto modernista), obras recurrentes que repiten ideas, pero introducen nuevas técnicas (Rayuela) y obras geniales o innovadoras en los dos ámbitos (el Quijote o La Celestina). Considerar genios solo desde un punto de vista psicológico, por inspiración y por talento divino y personal, supone un error que alimenta la idea de que hay privilegiados mentales porque, como dice Nájera en plena soberbia, el «vulgo, falto de la educación del alma, juzga únicamente por la impresión que reciben los sentidos».

[5] Como hemos dicho de pasada, Hegel es uno de los principales responsables, con su Estética, de alimentar estas ideas acerca de la belleza poética: «Las normas del arte son, para Hegel, las formas de revelación racional de la belleza, cuya construcción e interpretación solo es dada a determinadas personas, a las que denominamos comúnmente «genios» del arte, de modo que solo estas personas singulares son capaces de descubrir y de alumbrar tales normas» (Maestro, 2017: 972).

[6] Además, Nájera no duda en ofrecernos un canon personalizado en base a esas premisas-fantasma. Contrapone, siempre de forma maniquea a Dante, Shakespeare y Calderón frente a Molière y Offenbach, por ejemplo. Su dogmatismo idealista suprime el valor de otros modos de hacer literatura que no tienen por qué coincidir, ni tampoco es relevante, con los gustos del teórico literario, sino que se debe articular en base, de nuevo, a una teoría de la genialidad que supere ese subjetivismo.

[7] Cursiva mía.

[8] Esto no es nada arbitrario. Son dos mitos que ya estaban presentes en tiempos de la Institución Libre de Enseñanza y que todavía perduran: «la libertad y el progreso, concebidos bajo el aura idealista como entidades sagradas por sí mismas de generar el bien» (Sánchez Tortosa, 2018: 13, 4).




Jesus G. Maestro