Jesús G. MAESTRO,
El origen de la Literatura.
¿Cómo y por qué nació la
Literatura?
México
& Barcelona.
Siglo
XXI Editores & Anthropos Editorial, 2017, 254 págs.
ISBN
978-84-16421-50-3
Reseña de Alejandro Solla Alonso
El origen de la literatura.
¿Cómo y por qué nació la literatura? es una obra que
se enfrenta, y da respuesta, a una de las cuestiones centrales de los estudios
literarios: la aparición de la literatura. Jesús G. Maestro sigue en sus
estudios, obras y publicaciones (como la reciente y magna Crítica de la razón literaria), los preceptos del Materialismo Filosófico,
sistema de pensamiento creado y desarrollado por el filósofo Gustavo Bueno, para
aplicarlos al campo de la Teoría de la Literatura. La premisa de partida es que «el materialismo Filosófico como Teoría de la Literatura tiene naturaleza
racionalista, científica, crítica y dialéctica [...] su fin es demostrar que la
Literatura es inteligible» (Maestro, 2017: 15). Pero esta obra va mucho más allá,
no se limita a narrar una Historia de la Literatura en sus orígenes, esto es,
lo que sería una Literatura Primitiva o Dogmática, en términos del propio autor.
Esta obra muestra, con el rigor científico que los estudios literarios merecen
(y en muchos casos no obtienen) por parte de la crítica académica, cómo la
evolución de la literatura surge de la superación de la religión, sin olvidar
que el tiempo, bajo una suerte de desarrollo hegeliano, es lo que nos permite
observar de forma crítica los cambios constantes, desde el momento en que «a la
Literatura no le está permitido retroceder» (Maestro, 2017: 237).
El capítulo inicial está formado por una serie de
premisas que ejemplifican ante lector la visión crítica del autor sobre
diversos aspectos que rodean al estudio de la literatura y su relación con la
sociedad. En estas premisas se critican, entre otros aspectos, las creencias
que el pensamiento de la posmodernidad ha impuesto sobre la literatura, tanto
en el mundo académico como en la sociedad. Se condena la visión de la
literatura, y del arte en general, como fenómeno reducido a proporcionar una
función únicamente lúdica y didáctica, capaz de imponer la consideración de la
literatura como un sistema limitado al aprendizaje y a la culturización. Contra
esta idea, Jesús G. Maestro afirma: «la literatura no proporciona
conocimientos: los exige [...]. Que nadie espere que la literatura le informe
sobre los que no sabe porque no lo hará» (p. 19). En esta obra se defiende la
Literatura como una creación racional, que puede y debe interpretarse en
términos científicos (Teoría de la Literatura) y en términos filosóficos (Crítica
de la Literatura). En las premisas se censura también la falta de rigor
imperante en el mundo universitario, donde docentes, y por consiguiente
alumnos, e investigadores, están al servicio de las ideologías dominantes, de
modo que sus estudios, investigaciones e interpretaciones, sirven a los
intereses de un determinado gremio. La dialéctica entre ciencia y cultura
también está presente en esta introducción: «Hoy se valora más la cultura que
la ciencia, porque se educa a la gente en la idea, infantil a más no poder, de
que es más valioso ser culto que ser científico. Ciencia y cultura son dos cosas
completamente diferentes» (p. 32).
Este capítulo no deja indiferente a nadie: desde
aquellos lectores que puedan sentirse identificados con las situaciones
criticadas por Maestro hasta aquellos otros que puedan oponerse, en su mayoría los
discípulos de la posmodernidad. Si una cosa está clara es que las críticas que
conforman este capítulo inicial se argumentan de manera sólida y veraz. La
sofística, la retórica y la servidumbre al gremio no forman parte del
pensamiento de Jesús G. Maestro. El segundo capítulo —«origen, expansión y
crisis de la literatura»— trata en detalle la cuestión de la génesis literaria.
Para fundamentar esta explicación, se recurre al concepto de espacio
antropológico (Bueno, 1978) con algunas adaptaciones específicas aplicadas al
campo categorial de la literatura. El denominado espacio antropológico,
aplicado a la crítica literaria, se divide en tres ejes: 1) circular o humano,
que da cuenta de las relaciones que se producen entre los materiales literarios
(obra, autor, intérprete o transductor y lector), es decir, las relaciones
entre los seres humanos; 2) eje radial, que se refiere a la interacción que los
humanos tienen con la naturaleza: aplicado a la génesis literaria da cuenta de
los diferentes formatos (oralidad, papiro, pergamino, códice...) a través de
los cuales se reprodujo y se extendió la literatura hasta nuestros días (PDF,
e-book); y, por último, 3) el eje angular, constituido por la relación de los seres
humanos con las creencias míticas y religiosas, y con los conocimientos
irracionales sobre los que en sus comienzos se concibió la literatura. Según
Jesús G. Maestro, la literatura tiene su origen en la consecuencia de la
transformación de los dioses de las religiones politeístas de la antigüedad en
personajes ficcionales. En la antigua Grecia, a diferencia de lo que ocurre en
el judaísmo, los cantos e imploraciones religiosas evolucionaron hasta perder
su valor primario ritualista y convertirse en una mera ficción, recreación en
la que los dioses pierden su poder sobre los fenómenos del mundo real, y solo
tienen una existencia operatoria dentro de la propia literatura. La literatura se
solidifica a través del eje radial con la aparición de la escritura, una estructura
más estable frente a la originaria tradición oral.
En la antigüedad clásica la literatura se
consideraba como la continuación de la Tékhnē
Grammatikḗ griega. Aristóteles da el nombre de poética a la representación
y mímesis de la realidad a través del lenguaje. Avanzado el siglo XVIII, la
poética y la retórica aristotélica se ve substituida por la estética de corte
germánico. El término literatura es un concepto culto que se institucionaliza
por la acción del crítico como especialista en el trabajo comparativo de los
materiales literarios.
Jesús G. Maestro sitúa el inicio de la Literatura
en la Grecia arcaica (Homero y Hesíodo, siglo VIII a.n.E.), una época y un
espacio en los que la escritura no se concibe como un libro de leyes sagradas,
a diferencia del mundo hebreo, sino como una suerte de narración sobre el
origen del Cosmos. «»En consecuencia —escribe Maestro— considero que la
Literatura es una construcción europea, cuya génesis es esencialmente helena, y
como tal se articula racionalmente disociada de los dominios hebreo e islámico,
obsesionados por el desenlace disciplinario y legalista de sus sociedades humanas,
con frecuencia organizadas como filarquías o fratrías, que no como Estado,
frente a la idea de polis griega,
consolidada ya en el siglo VIII a.n.E.» (p. 98).
La genealogía evolucionista de la Literatura está
determinada por su expansión en el eje radial (soportes a través de los que se
reproduce y expande la literatura) y su y su trayectoria pareja a la Razón
humana. Corrientes como el surrealismo no han sido más que reconstrucciones
racionales, porque «no se puede usar el lenguaje, uno de los instrumentos por
excelencia más racionales de cuantos existen, para construir o reconstruir la
parte irracional de un mundo, curiosamente bastante racional en su diseño, y
demostrar de este modo su supuesta falta de significado, sentido o coherencia.
Porque este tipo de irracionalismo tiene un diseño muy racional» (p. 122). El
fragmento anteriormente citado se encuentra en un capítulo clave, donde se
especifican las diferencias entre 1) conocimientos
culturales y naturales, los que se adquieren socialmente y son variables, frente
a los que son innatos y comunes a todos los seres humanos; 2) culturas bárbaras y culturas civilizadas;
3) modos de construcción de acuerdo
con los medios de transmisión de los
conocimientos culturales; 4) tipología del conocimiento en las culturas
bárbaras (Mitología, Magia, Religión y Técnica) y civilizadas (Ideología,
Teología, Pseudociencia y Tecnología; y, por último, 5) diferencia entre conocimiento dóxico y conocimiento epistémico, el primero
basado en la opinión y el segundo en la objetividad, la sistematicidad y la
necesidad.
Los saberes literarios se dividen según el tipo y el modo de conocimiento. Serán saberes literarios de tipo pre-racionales
si están construidos sin un aparato de pensamiento lógico, o racionales, aquellos saberes que se
fundamentan en un pensamiento filosófico o científico. Por otra parte, los modos de los saberes literarios pueden
ser críticos, si permiten realizar un
análisis crítico de sus contenidos basándose en premisas científicas, o acríticos, que son aquellos saberes que
«evitan el enfrentamiento dialéctico». La relación entre los diferentes tipos (racionales y pre-racionales) y los diferentes modos (críticos y acríticos) de saberes literarios origina la Genealogía
de la Literatura. Esta se divide en las cuatro familias que conforman la
totalidad de la literatura: Literatura primitiva o dogmática, Literatura
crítica o indicativa, Literatura programática o imperativa y Literatura
sofisticada o reconstructivista. La Literatura primitiva o dogmática, que se
fundamenta en saberes acríticos e irracionales, se construye en sociedades
donde el Mito, la Técnica y la Magia están presentes como partes activas e
incluso profesionales de las sociedades humanas. Esta familia literaria está
formada por textos de carácter dogmático, que rehúyen toda interpretación
crítica (filológica y filosófica), y que solo pueden ser interpretados desde un
poder interior, es decir, una figura legitimada por los propios grupúsculos que
imperan sobre el dogma. «Los ejemplos más sobresalientes y representativos de
Literatura primitiva o dogmática son la Biblia y el Corán» (p. 113). Así, los
únicos que podrían realizar interpretaciones válidas y legítimas de «las
sagradas escrituras» serían los teólogos cristianos o los imanes musulmanes. La
Literatura crítica o indicativa es aquella que se construye con saberes
racionales y críticos. Esta literatura aparece en sociedades políticas o
estatales capaces de racionalismo, desmitificación, Ciencia y Filosofía. En
esta Literatura el protagonismo recae sobre el eje circular, es decir, sobre
los seres humanos, a diferencia de la Literatura primitiva, centrada en
divinidades omnipotentes (eje angular) o en entidades numinosas (eje radial). «La
Literatura crítica o indicativa —leemos (p. 140)— es una apuesta firme y
convicta por el racionalismo humano y por la crítica que enfrenta el
conocimiento de la literatura a la realidad de los hechos políticamente
vividos, cuyos protagonistas operatorios son los autores y agentes literarios
que intervienen en su transmisión e interpretación». La Literatura crítica nace
con La Ilíada y La Odisea. A partir de aquí se desenvuelve la idea que tenemos de
la Literatura en la sociedad occidental. La Literatura programática o
imperativa se configura sobre un tipo de racionalismo acrítico e idealista.
Este es el tipo de literatura que los Estados emplean para sus propios
intereses, al hacer un uso acrítico y sofista de conocimientos racionales. Este
tipo de Literatura tiene su base en la sofística, como argumentación carente de
crítica, y en la retórica tendenciosa y sesgada. La Literatura programática pone
a su servicio los materiales literarios (autor, obra, intérprete o transductor
y lector) con el objetivo de reproducir y ensalzar ideologías, la tecnologías y
teologías imperantes en esos Estados. Los materiales literarios monopolizados
de este modo fundamentan las ideologías gremiales. Es el caso del ideario político
de la obra de Milton, de la visión de la religión en Dante, o de la creación
estético-artística del Arte nuevo de
hacer comedias de Lope de Vega. Maestro afirma: «La Literatura programática
o imperativa exige, pues, examinar el funcionamiento de la Literatura —es decir, de los
materiales literarios (autor, obra, lector, e intérprete o transductor)— en la sociedad
política o Estado, y considerar las relaciones de analogía, paralelismo o
dialéctica que pueden establecerse entre Literatura y Política» (p. 160). En las sociedades políticas, los saberes
literarios se organizan a través de las ciencias positivas (Historia,
Filología...), que añaden conocimientos interdisciplinares capaces de aplicarse
al estudio de la Literatura; de obras que codifican los aspectos teóricos, como
Poéticas; y de una visión de la Literatura que atraviesa el pensamiento
filosófico y crítico basado en conceptos y métodos científicos.
Para entender la estrecha relación entre la
Literatura programática y las sociedades políticas o Estados se recurre a otro
concepto del Materialismo Filosófico: el espacio gnoseológico, que «tiene como objetivo ubicar la
Literatura en el terreno más adecuado para proceder al análisis científico de
los materiales literarios. El espacio gnoseológico delimita, pues, el lugar que
ha de ocupar la Literatura como objeto de interpretación de la Teoría de la
Literatura» (p. 161). Este espacio se divide en tres ejes: eje sintáctico, eje semántico
y eje pragmático. Desde estos tres
ejes es posible analizar la actuación de la Literatura dentro de las sociedades
políticas. Cada eje se divide a su vez en tres sectores.
En último lugar, para cerrar la tetralogía que
conforma el «genoma literario», se encuentra la Literatura sofisticada o
reconstructivista. Autores tan dispares como Cervantes, Goethe, Rilke, Borges o
Torrente Ballester se enmarcan bajo este tipo de Literatura basada en conocimientos pre-racionales (magia,
mitología, religión...), debidamente reconstruidos, y saberes críticos. La consciencia de la inexistencia de ciertos
elementos o figuras mágicas o mitológicas que aparecen en estas obras, cuya
existencia operatoria queda relegada a la ficción, es la tónica general de esta
Literatura. El uso de estos elementos desde los modos críticos se explica por la finalidad formalista, esteticista
y lúdica con la que se trata de reconstruir la realidad. Desde esta perspectiva,
lo mágico se aprecia como algo fantástico (lo sobrenatural no maravilloso),
como la transformación de Gregor Samsa en La
metamorfosis. «Kafka no es Apuleyo» (p. 201). Kafka es plenamente
consciente de que esta transformación resultaría imposible en la realidad, a
diferencia de la presunta religiosidad de un Apuleyo, susceptible de confiar en
el poder de la magia como acólito del culto de Isis. La reconstrucción se hace
visible en otros aspectos como en Ifigenia
de Torrente Ballester, donde «los dioses mitológicos, propios de las
religiones secundarias, se comportan como númenes que parecen haber sido
educados en un mundo contemporáneo al del autor» (p. 202). La Literatura
sofisticada recupera elementos propios de la Literatura primitiva para
tratarlos desde una perspectiva crítica y dialéctica.
Jesús G. Maestro aún guarda unas palabras contra
los intelectuales al final de este libro: «los intelectuales son los principales
deformadores y pervertidores del conocimiento científico y de la filosofía» (p.
226). ¿Estará este libro dedicado a los intelectuales y profesores
universitarios que ejercen la crítica literaria como método de propagación de
su ideología? Esta obra ha tratado de reconstruir el origen de la literatura,
pero va mucho más allá, porque no se limita a una perspectiva historicista y
unívoca sobre el origen de la Literatura. La explicación de aspectos relativos
a la sociedad, la religión o el conocimiento es clave para entender el
nacimiento de la Literatura. El origen de
la Literatura es una obra innovadora, valiente, bien construida y
argumentada desde el Materialismo Filosófico, que responde a la pregunta a la que
casi nadie se ha enfrentado con éxito: ¿cómo
y por qué nació la literatura?
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