08 diciembre 2020

¿Cómo y por qué nació la Literatura?

 


Jesús G. MAESTRO,

El origen de la Literatura.
¿Cómo y por qué nació la Literatura?

México & Barcelona.
Siglo XXI Editores & Anthropos Editorial, 2017, 254 págs.
ISBN 978-84-16421-50-3

 

Reseña de Alejandro Solla Alonso

 

 

El origen de la literatura. ¿Cómo y por qué nació la literatura? es una obra que se enfrenta, y da respuesta, a una de las cuestiones centrales de los estudios literarios: la aparición de la literatura. Jesús G. Maestro sigue en sus estudios, obras y publicaciones (como la reciente y magna Crítica de la razón literaria), los preceptos del Materialismo Filosófico, sistema de pensamiento creado y desarrollado por el filósofo Gustavo Bueno, para aplicarlos al campo de la Teoría de la Literatura. La premisa de partida es que «el materialismo Filosófico como Teoría de la Literatura tiene naturaleza racionalista, científica, crítica y dialéctica [...] su fin es demostrar que la Literatura es inteligible» (Maestro, 2017: 15). Pero esta obra va mucho más allá, no se limita a narrar una Historia de la Literatura en sus orígenes, esto es, lo que sería una Literatura Primitiva o Dogmática, en términos del propio autor. Esta obra muestra, con el rigor científico que los estudios literarios merecen (y en muchos casos no obtienen) por parte de la crítica académica, cómo la evolución de la literatura surge de la superación de la religión, sin olvidar que el tiempo, bajo una suerte de desarrollo hegeliano, es lo que nos permite observar de forma crítica los cambios constantes, desde el momento en que «a la Literatura no le está permitido retroceder» (Maestro, 2017: 237).

El capítulo inicial está formado por una serie de premisas que ejemplifican ante lector la visión crítica del autor sobre diversos aspectos que rodean al estudio de la literatura y su relación con la sociedad. En estas premisas se critican, entre otros aspectos, las creencias que el pensamiento de la posmodernidad ha impuesto sobre la literatura, tanto en el mundo académico como en la sociedad. Se condena la visión de la literatura, y del arte en general, como fenómeno reducido a proporcionar una función únicamente lúdica y didáctica, capaz de imponer la consideración de la literatura como un sistema limitado al aprendizaje y a la culturización. Contra esta idea, Jesús G. Maestro afirma: «la literatura no proporciona conocimientos: los exige [...]. Que nadie espere que la literatura le informe sobre los que no sabe porque no lo hará» (p. 19). En esta obra se defiende la Literatura como una creación racional, que puede y debe interpretarse en términos científicos (Teoría de la Literatura) y en términos filosóficos (Crítica de la Literatura). En las premisas se censura también la falta de rigor imperante en el mundo universitario, donde docentes, y por consiguiente alumnos, e investigadores, están al servicio de las ideologías dominantes, de modo que sus estudios, investigaciones e interpretaciones, sirven a los intereses de un determinado gremio. La dialéctica entre ciencia y cultura también está presente en esta introducción: «Hoy se valora más la cultura que la ciencia, porque se educa a la gente en la idea, infantil a más no poder, de que es más valioso ser culto que ser científico. Ciencia y cultura son dos cosas completamente diferentes» (p. 32).

Este capítulo no deja indiferente a nadie: desde aquellos lectores que puedan sentirse identificados con las situaciones criticadas por Maestro hasta aquellos otros que puedan oponerse, en su mayoría los discípulos de la posmodernidad. Si una cosa está clara es que las críticas que conforman este capítulo inicial se argumentan de manera sólida y veraz. La sofística, la retórica y la servidumbre al gremio no forman parte del pensamiento de Jesús G. Maestro. El segundo capítulo —«origen, expansión y crisis de la literatura»— trata en detalle la cuestión de la génesis literaria. Para fundamentar esta explicación, se recurre al concepto de espacio antropológico (Bueno, 1978) con algunas adaptaciones específicas aplicadas al campo categorial de la literatura. El denominado espacio antropológico, aplicado a la crítica literaria, se divide en tres ejes: 1) circular o humano, que da cuenta de las relaciones que se producen entre los materiales literarios (obra, autor, intérprete o transductor y lector), es decir, las relaciones entre los seres humanos; 2) eje radial, que se refiere a la interacción que los humanos tienen con la naturaleza: aplicado a la génesis literaria da cuenta de los diferentes formatos (oralidad, papiro, pergamino, códice...) a través de los cuales se reprodujo y se extendió la literatura hasta nuestros días (PDF, e-book); y, por último, 3) el eje angular, constituido por la relación de los seres humanos con las creencias míticas y religiosas, y con los conocimientos irracionales sobre los que en sus comienzos se concibió la literatura. Según Jesús G. Maestro, la literatura tiene su origen en la consecuencia de la transformación de los dioses de las religiones politeístas de la antigüedad en personajes ficcionales. En la antigua Grecia, a diferencia de lo que ocurre en el judaísmo, los cantos e imploraciones religiosas evolucionaron hasta perder su valor primario ritualista y convertirse en una mera ficción, recreación en la que los dioses pierden su poder sobre los fenómenos del mundo real, y solo tienen una existencia operatoria dentro de la propia literatura. La literatura se solidifica a través del eje radial con la aparición de la escritura, una estructura más estable frente a la originaria tradición oral.

En la antigüedad clásica la literatura se consideraba como la continuación de la Tékhnē Grammatikḗ griega. Aristóteles da el nombre de poética a la representación y mímesis de la realidad a través del lenguaje. Avanzado el siglo XVIII, la poética y la retórica aristotélica se ve substituida por la estética de corte germánico. El término literatura es un concepto culto que se institucionaliza por la acción del crítico como especialista en el trabajo comparativo de los materiales literarios.

Jesús G. Maestro sitúa el inicio de la Literatura en la Grecia arcaica (Homero y Hesíodo, siglo VIII a.n.E.), una época y un espacio en los que la escritura no se concibe como un libro de leyes sagradas, a diferencia del mundo hebreo, sino como una suerte de narración sobre el origen del Cosmos. «»En consecuencia —escribe Maestro— considero que la Literatura es una construcción europea, cuya génesis es esencialmente helena, y como tal se articula racionalmente disociada de los dominios hebreo e islámico, obsesionados por el desenlace disciplinario y legalista de sus sociedades humanas, con frecuencia organizadas como filarquías o fratrías, que no como Estado, frente a la idea de polis griega, consolidada ya en el siglo VIII a.n.E.» (p. 98).

La genealogía evolucionista de la Literatura está determinada por su expansión en el eje radial (soportes a través de los que se reproduce y expande la literatura) y su y su trayectoria pareja a la Razón humana. Corrientes como el surrealismo no han sido más que reconstrucciones racionales, porque «no se puede usar el lenguaje, uno de los instrumentos por excelencia más racionales de cuantos existen, para construir o reconstruir la parte irracional de un mundo, curiosamente bastante racional en su diseño, y demostrar de este modo su supuesta falta de significado, sentido o coherencia. Porque este tipo de irracionalismo tiene un diseño muy racional» (p. 122). El fragmento anteriormente citado se encuentra en un capítulo clave, donde se especifican las diferencias entre 1) conocimientos culturales y naturales, los que se adquieren socialmente y son variables, frente a los que son innatos y comunes a todos los seres humanos; 2) culturas bárbaras y culturas civilizadas; 3) modos de construcción de acuerdo con los medios de transmisión de los conocimientos culturales; 4) tipología del conocimiento en las culturas bárbaras (Mitología, Magia, Religión y Técnica) y civilizadas (Ideología, Teología, Pseudociencia y Tecnología; y, por último, 5) diferencia entre conocimiento dóxico y conocimiento epistémico, el primero basado en la opinión y el segundo en la objetividad, la sistematicidad y la necesidad.

Los saberes literarios se dividen según el tipo y el modo de conocimiento. Serán saberes literarios de tipo pre-racionales si están construidos sin un aparato de pensamiento lógico, o racionales, aquellos saberes que se fundamentan en un pensamiento filosófico o científico. Por otra parte, los modos de los saberes literarios pueden ser críticos, si permiten realizar un análisis crítico de sus contenidos basándose en premisas científicas, o acríticos, que son aquellos saberes que «evitan el enfrentamiento dialéctico». La relación entre los diferentes tipos (racionales y pre-racionales) y los diferentes modos (críticos y acríticos) de saberes literarios origina la Genealogía de la Literatura. Esta se divide en las cuatro familias que conforman la totalidad de la literatura: Literatura primitiva o dogmática, Literatura crítica o indicativa, Literatura programática o imperativa y Literatura sofisticada o reconstructivista. La Literatura primitiva o dogmática, que se fundamenta en saberes acríticos e irracionales, se construye en sociedades donde el Mito, la Técnica y la Magia están presentes como partes activas e incluso profesionales de las sociedades humanas. Esta familia literaria está formada por textos de carácter dogmático, que rehúyen toda interpretación crítica (filológica y filosófica), y que solo pueden ser interpretados desde un poder interior, es decir, una figura legitimada por los propios grupúsculos que imperan sobre el dogma. «Los ejemplos más sobresalientes y representativos de Literatura primitiva o dogmática son la Biblia y el Corán» (p. 113). Así, los únicos que podrían realizar interpretaciones válidas y legítimas de «las sagradas escrituras» serían los teólogos cristianos o los imanes musulmanes. La Literatura crítica o indicativa es aquella que se construye con saberes racionales y críticos. Esta literatura aparece en sociedades políticas o estatales capaces de racionalismo, desmitificación, Ciencia y Filosofía. En esta Literatura el protagonismo recae sobre el eje circular, es decir, sobre los seres humanos, a diferencia de la Literatura primitiva, centrada en divinidades omnipotentes (eje angular) o en entidades numinosas (eje radial). «La Literatura crítica o indicativa —leemos (p. 140)— es una apuesta firme y convicta por el racionalismo humano y por la crítica que enfrenta el conocimiento de la literatura a la realidad de los hechos políticamente vividos, cuyos protagonistas operatorios son los autores y agentes literarios que intervienen en su transmisión e interpretación». La Literatura crítica nace con La Ilíada y La Odisea. A partir de aquí se desenvuelve la idea que tenemos de la Literatura en la sociedad occidental. La Literatura programática o imperativa se configura sobre un tipo de racionalismo acrítico e idealista. Este es el tipo de literatura que los Estados emplean para sus propios intereses, al hacer un uso acrítico y sofista de conocimientos racionales. Este tipo de Literatura tiene su base en la sofística, como argumentación carente de crítica, y en la retórica tendenciosa y sesgada. La Literatura programática pone a su servicio los materiales literarios (autor, obra, intérprete o transductor y lector) con el objetivo de reproducir y ensalzar ideologías, la tecnologías y teologías imperantes en esos Estados. Los materiales literarios monopolizados de este modo fundamentan las ideologías gremiales. Es el caso del ideario político de la obra de Milton, de la visión de la religión en Dante, o de la creación estético-artística del Arte nuevo de hacer comedias de Lope de Vega. Maestro afirma: «La Literatura programática o imperativa exige, pues, examinar el funcionamiento de la Literaturaes decir, de los materiales literarios (autor, obra, lector, e intérprete o transductor)en la sociedad política o Estado, y considerar las relaciones de analogía, paralelismo o dialéctica que pueden establecerse entre Literatura y Política» (p. 160). En las sociedades políticas, los saberes literarios se organizan a través de las ciencias positivas (Historia, Filología...), que añaden conocimientos interdisciplinares capaces de aplicarse al estudio de la Literatura; de obras que codifican los aspectos teóricos, como Poéticas; y de una visión de la Literatura que atraviesa el pensamiento filosófico y crítico basado en conceptos y métodos científicos.

Para entender la estrecha relación entre la Literatura programática y las sociedades políticas o Estados se recurre a otro concepto del Materialismo Filosófico: el espacio gnoseológico, que «tiene como objetivo ubicar la Literatura en el terreno más adecuado para proceder al análisis científico de los materiales literarios. El espacio gnoseológico delimita, pues, el lugar que ha de ocupar la Literatura como objeto de interpretación de la Teoría de la Literatura» (p. 161). Este espacio se divide en tres ejes: eje sintáctico, eje semántico y eje pragmático. Desde estos tres ejes es posible analizar la actuación de la Literatura dentro de las sociedades políticas. Cada eje se divide a su vez en tres sectores.

En último lugar, para cerrar la tetralogía que conforma el «genoma literario», se encuentra la Literatura sofisticada o reconstructivista. Autores tan dispares como Cervantes, Goethe, Rilke, Borges o Torrente Ballester se enmarcan bajo este tipo de Literatura basada en conocimientos pre-racionales (magia, mitología, religión...), debidamente reconstruidos, y saberes críticos. La consciencia de la inexistencia de ciertos elementos o figuras mágicas o mitológicas que aparecen en estas obras, cuya existencia operatoria queda relegada a la ficción, es la tónica general de esta Literatura. El uso de estos elementos desde los modos críticos se explica por la finalidad formalista, esteticista y lúdica con la que se trata de reconstruir la realidad. Desde esta perspectiva, lo mágico se aprecia como algo fantástico (lo sobrenatural no maravilloso), como la transformación de Gregor Samsa en La metamorfosis. «Kafka no es Apuleyo» (p. 201). Kafka es plenamente consciente de que esta transformación resultaría imposible en la realidad, a diferencia de la presunta religiosidad de un Apuleyo, susceptible de confiar en el poder de la magia como acólito del culto de Isis. La reconstrucción se hace visible en otros aspectos como en Ifigenia de Torrente Ballester, donde «los dioses mitológicos, propios de las religiones secundarias, se comportan como númenes que parecen haber sido educados en un mundo contemporáneo al del autor» (p. 202). La Literatura sofisticada recupera elementos propios de la Literatura primitiva para tratarlos desde una perspectiva crítica y dialéctica.

Jesús G. Maestro aún guarda unas palabras contra los intelectuales al final de este libro: «los intelectuales son los principales deformadores y pervertidores del conocimiento científico y de la filosofía» (p. 226). ¿Estará este libro dedicado a los intelectuales y profesores universitarios que ejercen la crítica literaria como método de propagación de su ideología? Esta obra ha tratado de reconstruir el origen de la literatura, pero va mucho más allá, porque no se limita a una perspectiva historicista y unívoca sobre el origen de la Literatura. La explicación de aspectos relativos a la sociedad, la religión o el conocimiento es clave para entender el nacimiento de la Literatura. El origen de la Literatura es una obra innovadora, valiente, bien construida y argumentada desde el Materialismo Filosófico, que responde a la pregunta a la que casi nadie se ha enfrentado con éxito: ¿cómo y por qué nació la literatura?




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Critica de la razón literaria