27 mayo 2020

El maoísmo, un cuento chino


 



El maoísmo, un cuento chino

 

 

María Teresa Glez. Cortés

Escuela Hispánica de estudios Literarios

 

 

Somos culpables de un gran número de disparates revolucionarios con los ‘¡Viva Trotski!’, ‘¡Viva Che Guevara!’, ‘¡Viva Mao!’, en otras palabras, con los ‘Viva la revolución autoritaria o totalitaria’, ‘libertaria o plebeya’. Culpables, pues, de haber beatificado a Marx o a Proudhon ignorando con ello a Hannah Arendt y a Albert Camus, pero también de no haber leído bien a Jean-Paul Sartre.

D. Cohn-Bendit et A. Geismar (2 mai 2007), Nous sommes coupables..., journal Libération.

 

 

Seré muy breve en esta introducción diminuta. Pienso que el tema así lo exige. Solo apuntaré a un hecho específico: cómo el maoísmo alcanza en Europa una espectacular visibilidad casi a la vez que en Francia se produce el estallido de protestas durante mayo de 1968. Como veremos a continuación, el gran éxito de esta ideología oriental se debió a la publicidad dada a un relato político que, trufado de mentiras, sigue en pie incluso hoy. De ahí el título de esta ponencia.

 

 

Pequín, ‘mon amour’

 

Revolución no es escribir un artículo o pintar un cuadro […], es un acto violento en el que una clase derroca a otra.

Mao Tse-Tung (1927), pensamiento incorporado a su Libro Rojo (1964).

 

La política expansionista, ‘social-imperialista’ en términos de Mao, fue uno de los rasgos de la geopolítica china en la década de 1960. Por eso, conforme adquiere relieve en la esfera internacional, China, sometida a las órdenes del mandarín del comunismo, trata de conquistar Indonesia en 1965 y busca ampliar su influjo sobre Camboya, cosa que conseguirá a través de la Revolución de los Jemeres rojos. Y no solo eso. En noviembre de 1966 el Partido Comunista de la India sufre una segunda escisión por las injerencias ideológicas de China. Con lo cual, una parte del grupo disidente se hace ‘maoísta’. Similar proceso cismático aparece en el Partido Comunista del Perú (PCP) del que brotarán dos sectores maoístas: Patria Roja y PCP-Sendero Luminoso (PCP-SL). En 1968, cómo no, el Partido Comunista marxista-leninista Francés, que no el Partido Comunista Francés, es reconocido y sostenido por el gobierno de Mao tras alinearse a las posiciones ortodoxas de Pequín, mientras ―y no es casualidad― en la l’Union d’Étudiants Communistes (UEC), que es afín a las directrices del PCF, brotan disidentes prochinos. Eso sin olvidar que en 1969 se forma el grupo periodístico maoísta italiano Il Manifesto, y se funda el Ejército Revolucionario Irlandés, IRA Provisional, de simpatías tanto católicas como maoístas. Meses más tarde, en 1970, aparecerá la organización comunista española de inspiración maoísta Bandera Roja. Y en Alemania, una vez disuelta en marzo de 1970 la influyente asociación estudiantil de la SDS (Der Sozialistische Deutsche Studentenbund: Federación Socialista Alemana de Estudiantes​) surgirá un sinfín de organizaciones y grupúsculos de ideología maoísta.

En Hispanoamérica ocurrirá otro tanto con la aparición del Partido Comunista de Colombia-Maoísta y del Partido Comunista Marxista Leninista de Ecuador, también maoísta. La inclinación del comunismo hacia el maoísmo se dio igualmente en Argentina, Chile, Venezuela, México y Brasil. El maoísmo estaba de moda. Y era una tendencia en alza. Y si China, con la llegada de la Revolución cubana, abría embajada en La Habana, los comunistas chinos planifican y difunden sus mensajes en las transmisiones en español de Radio Pekín y con la revista Pekín Informa (1962), no sin antes haber establecido lazos de unión con Hispanoamérica mediante la Asociación de Amistad entre China y América Latina (1960).

Estados Unidos tampoco fue inmune al virus del maoísmo. En su empeño por recortar la influencia de la Unión Soviética decidió en 1971 romper el aislamiento de China y reconocerla como país, y permitió incluso al gobierno de Mao formar parte de Naciones Unidas. La omnipresencia del emperador marxista parecía no tener fronteras. En eso colaboraba el aura de misterio que emanaba Oriente. Así que entre la fascinación y, sobre todo, con el equipaje preparado para culminar el tercer tránsito, esta vez, del comunismo soviético al maoísmo, los estudiantes franceses leen Le Petit Livre Rouge, un libro de propaganda de Mao Tse-Tung que sale a la luz el año en que Charles De Gaulle, 1964, reconoce a la República Popular China. ¡Inquietante ironía!, por cuanto China hizo mucho por desestabilizar la nación que De Gaulle presidía. El texto de Mao se tradujo y editó al francés, pero en la ciudad de Pequín. Y se convirtió en el segundo libro más vendido después de la Biblia. De carácter divulgativo, Le Petit Livre Rouge incluía una selección de pensamientos de Mao, además del prefacio de Lin Biao. Biao era responsable de la distribución de la obra, amén de líder al que Mao declararía su sucesor.

Pues bien, al reparar en cómo buen número de estudiantes gira hacia el maoísmo, a las autoridades de Moscú no les interesó secundar las revueltas de Mayo del 68, igual que China silenció cualquier comentario durante la intervención rusa en la Primavera de Praga. Sobra señalarlo, pero en esta exaltación a Mao los estudiantes franceses se sienten, llevados por las hemorragias de la imaginación, guardias rojos. Y dado que las autoridades del Partido Comunista Chino ven con buenos ojos el papel de vanguardia que se han asignado los jóvenes durante las jornadas de la primavera del 68, Mao y su gobierno aprueban manifestaciones populares de jóvenes chinos en solidaridad con la revuelta estudiantil francesa.

 

 

La imaginación al poder

 

Mientras que hasta ese momento todo ha sucedido sin violencia verdadera y se han obtenido excelentes resultados, incluido el cierre de la Universidad, el delirio militarista de los jefes maoístas, Robert Linhardt entre otros, va a hacer de Nanterre un campo atrincherado. A partir del enfrentamiento militar con los fascistas y la policía, los maoístas esperan apuntalar la revolución. Esta idea les guiará durante todo Mayo y no pararán hasta arrastrar a todo el movimiento a una batalla campal.

Jacques Baynac (1978), Mai retrouvé: Contribution à l'histoire du mouvement révolutionnaire du 3 mai au 16 juin 1968.

 

Los ‘maoístas’ buscaban ahogar la individualidad en la colectividad. Y repudian las ventajas de los derechos individuales, razón por la que los jóvenes maoístas, también galos, entienden la política al modo rousseauniano, es decir, desde el desprecio a los derechos civiles y la sumisión a las órdenes del ‘Partido’. La prueba de que los objetivos de los maoístas eran ‘estatalistas’ aparece en los comunicados del PC maoísta o PCmlF (Partido Comunista marxista-leninista Francés), en uno de los cuales se recogía la sentencia de Mao Tse-Tung, de que «sin un partido revolucionario, sin un partido fundado sobre la teoría revolucionaria, sin un partido fundado sobre la teoría revolucionaria marxista-leninista y el estilo marxista-leninista resulta imposible conducir a la clase obrera y a las grandes masas populares a la victoria en su lucha contra el imperialismo y sus siervos»[1].

A diferencia de la mayoría de los sesentayochistas franceses que deseaba modificar el entramado burocrático de las instituciones, los maoístas veían a Mao montado a lomos de la revolución definitiva como, a ojos de Hegel, Napoleón Bonaparte cabalgaba en el éter de la Revolución Francesa. Convencidos de la llegada de un mesías revolucionario, los maoístas no tenían reparos en afirmar, frente a otros grupos estudiantiles de izquierda, que el poder estaba en la boca del fusil: «Le pouvoir est au bout du fusil», aforismo de Mao que era moneda ‘común’ entre los sesentayochistas prochinos, así como en el lenguaje de los grafitis estudiantiles[2].

Es más, debido a esa fascinación por la violencia, Mao había aprobado el 16 de mayo de 1966 (con el fin de declarar la guerra a los representantes de la burguesía y dar comienzo a la Revolución Cultural) la medida «¡Por el nacimiento de una guerra civil por todo el país!». Pues bien, los maoístas chinos seguirían los pasos de Mao. Y en Francia, Serge July defendería que, «con el fin de derribar la autoridad de la clase burguesa, la población humillada tendrá razón para instalar un breve período de terror y atentar en contra de la persona de unos cuantos individuos despreciables, odiados. Resulta difícil atacar la autoridad de una clase sin que algunas cabezas de los miembros de esta clase se exhiban en la punta de una pica»[3].

Con la radicalidad como guía, «algunos grupos de Guardias rojos [franceses] desarrollaron, entre 1967 y 1969, la idea de que se podía dar un vuelco a una situación mediante una ideología todopoderosa y acciones violentas espectaculares. Siempre pensé que Kuai Dafu, la principal figura de los Guardias rojos de Pequín, se parecía mucho a los dirigentes de GP; adoraban a Lin Biao, su dirigente chino favorito, que decía que había que ‘cambiar al ser humano en lo más profundo’. Les gustaba esa metafísica activista», confiesa Alain Badiou, el que fuera miembro de la coalición prochina del PSU y más tarde ardiente maoísta[4].

Y es que, según Mao, la revolución «es un acto violento en el que una clase derroca a otra». Acorde con esta máxima, el filósofo maoísta francés Robert Linhart lanzará la consigna, a su vuelta de China en 1967, del exterminio selectivo: «Feu sur l’intellectuel bourgeois». Apegados a una ideología de guerra que dividía el mundo en buenos y malos, en víctimas y villanos, los maoístas anhelan la redención del proletariado. Y dicen luchar por el Pueblo. No extraña entonces que el sesentayochista Jacques Baynac se quejara del «delirio militarista de los jefes maoístas», y encontrara alarmante la búsqueda del «enfrentamiento militar» por parte de los maoístas en las jornadas del Mayo francés.

 

 

Todo por el Pueblo. Y sin el Pueblo

 

Al decir ‘nosotros’, de momento estoy designando la comunidad que se relaciona consigo misma como sujeto del discurso […]. Se considera que estamos aquí representando esas sociedades, de un modo u otro, bajo tal forma o con tal grado de legitimidad. Nosotros seríamos sus representantes, más o menos bien acreditados, sus delegados, sus embajadores, sus emisarios, prefiero decir, sus enviados.

Jacques Derrida (1989), La deconstrucción en las fronteras de la filosofía.

 

El devenir del ‘Pueblo’ va ligado a la idea que tienen de él sus delegados, sus emisarios, sus ‘enviados’ en fin. Esta es la razón de que el término ‘Pueblo’ siempre funcione espectacularmente bien en el seno de las mitologías de izquierda. Un ejemplo, a Mao le gustaba trenzar su retórica almibarada en frases de este tipo: «En el seno del pueblo no se puede prescindir de libertad, pero tampoco se puede prescindir de disciplina; no se puede prescindir de democracia, pero tampoco se puede prescindir de centralismo. Esta unidad de democracia y centralismo, de libertad y disciplina constituye nuestro centralismo democrático»[5].

¿Trabajar al servicio del Pueblo? Los maoístas así lo creían, aunque en la práctica el Pueblo rara vez es agente activo de la Historia, eso sin contar con que en China el Pueblo solo era un simple ‘tigre de papel’, en terminología de Mao[6]. Huelga decirlo, pero antes que Mao, ya Stalin, Lenin y Karl Marx, habían considerado al ‘Pueblo’ fuerza motriz de la Historia Universal. También Sartre llegaría a certificar que «el amor por la Justicia y el odio a la Injusticia son las fuerzas reales que empujan al pueblo a actuar»[7]. Los maoístas franceses ―no eran excepción― reavivarán los fuegos de su devoción por (la idea de) el ‘Pueblo’. De dicha devoción hace hincapié el ingeniero francés y sesentayochista maoísta Le Dantec, quien llegó a revelar esta intimidad: «Las masas eran mis dioses: yo me empeñaba en descifrar cada palabra proferida por ellas a fin de ajustarme siempre mejor a sus consignas sagradas»[8].

Pero si las masas son dueñas de su destino sagrado, ¿qué hace un partido hiperelitista colocándose por encima de ellas y mostrando empeño infinito por dirigirlas? Bajo la libertad omnímoda de quien posee todo el poder no podía ser cierto que el ‘Pueblo’ constituyera el elemento propulsor de la Historia. Las mentiras tienen recorrido muy corto, y Mao no creía en la autonomía del Pueblo. Los viejos comunistas franceses tampoco. De hecho, en Las aventuras de la dialéctica (1965), Maurice Merleau-Ponty ubicó al militante tras la obediencia a las órdenes, mientras que Sartre señala que los obreros nacen como clase «cuando todos se someten a las órdenes de los dirigentes»[9].

Es cierto que el paso de la militancia a «la religión de la militancia» se había dado antes entre aquellos que se agarraron a la visión del mundo o Weltanschauung del Partido Comunista. Pues bien, con el foco sobre China muchos estudiantes se hacen neomarxistas, esto es, maoístas. Y acaban por creer que el Pueblo es la panacea que diluye las jerarquías políticas y hace viable la epifanía del cambio social sin los mandarines de los políticos, de los profesores, de los burócratas y… de los padres.

Un sesentayochista español y discípulo de Louis Althusser, nos referimos al filósofo Gabriel Albiac, explica el éxito del maoísmo entre los jóvenes: «Yo fui antisoviético mucho antes de ser comunista ―explica―, y toda mi militancia comunista se hizo desde posiciones antisoviéticas. Entonces empezamos a utilizar a China, según lo que los psicoanalistas llaman ‘mecánica de transfer’: las ilusiones y fantasías que nuestros padres y abuelos habían fijado sobre la Unión Soviética nosotros las trasplantamos a China en un momento en el que China estaba al borde de la guerra con la Unión Soviética. China estaba muy lejos y allí hablaban chino. Era todo un imaginario, y a efecto de crear una teología sustitutiva esto es algo maravilloso, porque no conocíamos la realidad del país, así que no nos podía ocasionar ninguna molestia, no oponía barrera alguna a la teoría»[10].

 

 

La «nueva» fe

 

Desde que he podido, he elegido hablar sin parar jamás. Argelia, Cuba, el comunismo y el maoísmo, la arquitectura, los suburbios: no han faltado causas. Yo he querido reparar la Historia. Yo he aprendido la rebelión, yo he odiado la resignación, yo he renunciado a la renuncia. Yo he soñado con remodelar el mundo.

Roland Castro (2010), La fabrique du rêve.

 

Empecemos con la confesión de un sesentayochista que, con el paso del tiempo, llega a ser persona de gran influencia, tras hacerse cargo de la remodelación urbanística de la ciudad de París por encargo del Presidente de Francia François Mitterrand. Y digo que empecemos por la confesión del maoísta R. Castro ―«J’ai voulu réparer l’Histoire. J’ai appris la rébellion, j’ai haï la résignation, J’ai renoncé au renoncement. J’ai rêvé de remodeler le monde»―, porque las ideologías, mientras ocupan el espacio de la religión, se alzan, orgullosas, como modelo único de interpretación de la realidad.

Esto significa que quienes colaboraban en organizaciones políticas extremistas tenían más probabilidades de trasladar la gramática del militante al campo de los absolutos. Esto al menos es lo que les ocurrió a los miembros de la UEC (Union des Étudiantes Communistes), a los trotskistas de la OCI (Organization Communiste Internationale), de la FER (Fédération des Étudiantes Révolutionnaires), de la ORJ (Organization Révolutionnaire de la Jeneusse) y de la JCR (Jeneusse Communiste Révolutionnaire), entre otras coaliciones. Pero también la fe en los absolutos llegó a niveles extraordinarios en la coalición prochina de la UJCml (Union des Jeunesses Communistes marxistes-léninistes), asociación que aparece en 1966 en el momento álgido de la Revolución Cultural china, y, cómo no, afectó a la organización maoísta del PCmlF (Partit Communiste marxiste-léniniste Français), nacida en diciembre de 1967 en Aix. Eso sin dejar de lado las muestras de simpatía que despertaban las doctrinas de Mao tanto en el seno del famoso PSU (Parti Socialiste Unifié), situado a la izquierda del Partido Socialista francés y del Partido Comunista Francés, como en el seno del ESU (Étudiants Socialistes Unifiés), grupo estudiantil afín a las consignas del PSU.

Con el maoísmo era posible desearlo todo, y sin limitaciones de ninguna clase. Recuérdese la revista de extrema izquierda Tout, subtitulada Ce que nous voulons: tout, nacida después de los fuegos de Mayo de 68, aunque lo paradójico era que cuanto más repudiaban los jóvenes franceses el Partido Comunista Francés por considerarlo antigualla ‘estalinista’, más posibilidades había de que esos mismos jóvenes abrazaran la versión china del estalinismo. ¿Salir del estalinismo para volver al estalinismo? Como contó y demostró el que fuera influyente dirigente del Partido Comunista de Perú, Eudocio Ravines, Mao nunca escondió la gran devoción que profesaba por Stalin[11].

Que el maoísmo era la versión china del ‘estalinismo’ era cosa sabida. ¡Hasta el citado maoísta Serge July lo reconoce al reducir el maoísmo francés «GPiste» a movimiento «estalinista-libertario»![12] De este modo, Mao pasó a simbolizar, en una sucesión de simulacros delirantes, la idea libertaria de que en él cabían formas magníficas de vida humana. Con una borrachera de confusión, los estudiantes franceses escribían en la pared «Mao Tse-Tung Wan Wan Suyn, ¡Que viva 2.000 años!»[13] Pero, ¿había que soñarse «maoísta» para sentirse un francés de bien? ¿Había que idealizar a Mao para considerarse un buen español o un buen peruano? Cabe que en el fondo latieran fuertes conflictos de identidad. En cualquier caso, la eclosión, a finales de los 60, de grupos y grupúsculos de extrema izquierda era consecuencia de la búsqueda del altermundismo y de su lema «¡otro mundo es posible!» De hecho, los jóvenes, y no solo franceses, padecían un estremecimiento identitario que les llevaba a vivir en los bordes de la esquizofrenia, es decir, entre el mundo que detestaban y el mundo que anhelaban.

Y no solo eso. Pintada la iustopía de Mao, incluso con los rasgos de equidad y armonía espirituales de Confucio, los estudiantes de izquierda y extrema izquierda de ambos lados del Atlántico creyeron en la revelación de Mao Tse-Tung como tabla de salvación a sus conflictos interiores. Y en nombre del estalinismo maoísta les fue factible reclamar una sociedad libérrima en la que reivindicaban, valiente contradiós, el autoritarismo. Tal cerrilidad era plausible en teoría ―la teoría lo soporta todo―, pues los estudiantes ‘maoístas’ enaltecían los valores de la ignorancia, de la tabula rasa. Sin embargo, en la práctica nunca es viable una sociedad ex nihilo, ya que no existe una corporación humana que parta del cero absoluto o que prospere sin pautas, incluso sin las reglas de las antirreglas. Esto explica que los désirévolutionnaires maoístas pretendieran en Francia imponer con el desorden contracultural la puesta en escena de un nuevo orden Kultural.

 

 

La ideología, trinchera religiosa para descreídos

 

Este compañero de ruta del maoísmo francés llegará a proclamar: «Mayo [de 68] confirmó a Dios. Sí, un Pentecostés de la Iglesia invisible».

Jean Birnbaum (2009), Les Maoccidents. Un néoconservatisme à la française.

 

En este tránsito del buen revolucionario al buen ignorante ciertos estudiantes aceptaron la visión que ofrecían Mao y sus paisajes de abismos. Por ejemplo, el citado maoísta Roland Castro continúa calificando de ‘moderna’ a la Revolución Cultural de Mao cada vez que exhibe su afán rousseauniano de cambiar la Historia y remodelar el Mundo. Hasta persiste en admitir que Vive la Révolution! (VLR) era una organización maoísta muy ‘cool’ porque, en sus palabras, «on était cool, peace and love, on était libertaires. Je me rappelle que j’avais dit que le seul mot d’ordre que Mao avait donné c’était ‘démerdez-vous’. En fait, on avait été attrapés par Mao à cause d’un mot, ‘révolution culturelle’» («Éramos modernos, paz y amor, éramos libertarios. Recuerdo que dije que la única palabra imperativa que Mao había dado era ‘apáñense’. De hecho, fuimos atrapados por Mao debido a una palabra, ‘revolución cultural’»[14].

No voy a analizar estas declaraciones. Me limitaré a referir cómo la magia de una expresión ―«por una palabra fuimos atrapados»― paralizó la actividad neuronal de los jóvenes hasta quedar estos ‘suspendidos’ en una nebulosa ideológica. Fijémonos en que los estudiantes de la UEC que inicialmente simpatizaban con las teorías de Lenin y Althusser, tras haber fundado en 1967 la Unión de Juventudes Comunistas marxista-leninistas (UJCml) dejaron de tener esos referentes, y de la noche a la mañana los capta la secta del maoísmo hasta el límite de que «en todos los puntos donde la China popular toma una posición precisa y categórica, la dirección de la UJCml la sigue. [… Además,] los militantes de la UJCml deifican a Mao en la forma de su ‘Pensamiento’, que es infalible, omnisciente, invencible. Mao siempre tiene razón, siempre tendrá razón, salvo en los detalles. En todas las esferas de la práctica, no hay un solo problema que él no pueda resolver. Por eso conviene en cualquier cuestión seguir sus pasos, y cada militante debe, en su interior, ‘implantar la autoridad absoluta del pensamiento de Mao Tse-Tung’»[15].

Que los chicos del 68, sin entender una palabra china, ni disponer de datos reales de lo que acontecía en China, abrazaran la brújula de la ignorancia y aceptaran desde su rol de apóstoles al Cristo ‘Mao’ ―los jesuitas misioneros en el XVIII ya habían equiparado torticeramente China con el Paraíso― da pistas del modo en que los estudiantes atacaban los fundamentos del racionalismo occidental. Y al señalar a Oriente como lugar de promisión para la Humanidad obviaron saber. Y obviaron averiguar. Y contrastar la información. Y obviaron investigar la muerte de más de 70 millones de chinos que Mao provocó con el Gran Salto Adelante (1958-1960) y, luego, con la llegada de su Revolución Cultural (1966-1976).

Y si los jóvenes se ahorraron tener espíritu (auto) crítico fue por un motivo: en la gramática del militante solo hay espacio para la fe en los absolutos. De esta manera, y aferrados a relatos sin datos, fueron incapaces de diferenciar entre hechos y ficción. Y pasó que «el maoísmo de lengua francesa no sintió jamás necesidad de preguntarse por las lenguas chinas. Mao hablaba todas las lenguas del mundo; simplemente, para comodidad de los lectores, las hablaba todas en francés», lo relata sarcásticamente un antiguo maoísta[16].

¿Acertó en el diagnóstico el que fuera situacionista y militante maoísta Jean-Pierre Le Goff cuando asegura que durante los sucesos del 68 «había una locura en los movimientos izquierdistas franceses, ¡hay que decirlo!»?[17] Visto el efecto envolvente que generaba Mao sobre buen número de corporaciones estudiantiles, la captura y fusilamiento del Che Guevara en 1967 iban a avivar un profundo sentimiento de orfandad, amén de posteriores adhesiones al maoísmo. La reflexión del militante trotskista guevarista y líder de la Juventud Comunista Revolucionaria (JCR), Daniel Bensaïd, es a este respecto muy significativa: «Esta tragedia era la nuestra. El Che era nuestro mejor antídoto a la mística maoísta»[18].

¿Y sin el Che, entonces…? Y sin el Che, la adhesión al maoísmo comportó otra clase de estragos. Hubo hasta anarquistas que se pasaron a las filas del maoísmo. Fue el caso de Stéphane Delage-Muracciole, de Suzanne Fenn, de Jean-Pierre Le Goff y, en general, de todos los estudiantes ‘mao-spontex’, como así los trotskistas de la JCR llamaban a los anarco-maoístas. Pero, quizás, de entre los estragos que provocó la fe maoísta sobresale, en concreto, uno. A él hace referencia el sesentayochista Jean-Pierre Le Dantec, al afirmar que «la lectura marxista-leninista de Mao Tse-Tung […] bloqueó nuestros cerebros»[19].

En contra de las tácticas manipuladoras la marxista ortodoxa Raya Dunayevskaya dirá: «Y ahora que el ‘pensamiento’ de Mao ha sido endiosado y cosificado en el ‘Librito Rojo’, su presencia no solo dice muchísimo acerca del vacío teórico. Amenaza con absorbernos a todos, apartándonos de la dialéctica de Hegel-Marx-Lenin»[20].

Estas derivas ya habían sido anotadas por el gran gurú del movimiento de protesta estudiantil, Herbert Marcuse, quien comentaría que «ciertamente hoy cada marxista que no es un comunista de obediencia estricta es maoísta[21]». Pues bien, entre tanto compromiso y tanto entusiasmo muy pocos estaban en condiciones de juzgar, sin el velo de las pasiones, la falta de solidez del movimiento estalinista que encabezaba Mao.

 

 

¡¡¡Arriba la ignorancia!!!

 

Mao era nuestro Dios, le adorábamos; ese era el lavado de cerebro que habíamos sufrido. Y después empezó la Revolución Cultural y empezaron a pasar un montón de cosas horribles, y fue entonces cuando empecé a cuestionarme el régimen. Yo pensaba que, si esto era el paraíso, entonces, ¿qué sería el infierno?

Jung Chang, (29-III-2006), La peor cara de Mao, entrevista de B. Esteruelas, diario El País.

 

En condiciones de ignorancia generalizada, la propaganda maoísta fagocita a buen número de estudiantes de izquierda. También a filósofos y humanistas, escritores y cineastas. En este sentido, es elocuente que el director Jean-Luc Godard mostrara en el film La Chinoise, exhibido en el Festival de Avignon el 3 de agosto de 1967, su devoción por Mao. Y Godard no fue el único. Yves Montand, Simone Signoret, Jean Genet o el propio Michel Foucault también coquetearon con el maoísmo, entre otros. Y, antes que ellos, Edgar Snow, primer biógrafo de Mao, llegó a inmortalizar al emperador del marxismo chino como un hombre educado y sensible a la causa campesina[22].

Entre el fervor y la hagiografía, hasta un exfascista como Kurt Malaparte querrá asomarse a China. La visitará en 1956. Y tras anotar en Mao Zedong su falta de sectarismo y de fanatismo, el italiano Malaparte, imbuido por su fe en el comunismo, que ya no en el fascismo, percibe en el líder chino «su sentido profundo de equilibrio y humanidad»[23]. Pero es que un año antes, en 1955, la pareja ‘Beauvoir-Sartre’ había acudido a China, invitada por el gobierno de Mao, quien les pide divulgar en Occidente su revolución en marcha, cosa que harían. Y a las mil maravillas.

La conducta de Sartre choca con el juicio exculpatorio que lanza el filósofo Jean-Claude Milner. En opinión de este antiguo maoísta, Sartre no fue «particularmente maoísta»[24]. Bien, de acuerdo, imaginemos por un momento que el GPiste Milner tiene razón, pero entonces, ¿por qué los intelectuales franceses se alinean en Mayo del 68 con la revuelta prochina de los estudiantes? Tan bien actuaría Sartre a favor de Mao, que las opiniones de un discípulo suyo, André Gorz, provocarían un maremoto, pues el antiautoritario y antiestructuralista Gorz denuncia la deriva maoísta de la revista Les Temps Modernes. Denuncia, la de Gorz, que no cae del cielo, pues Sartre había proclamado que «los maos me rejuvenecen por sus exigencias»[25].

Vinculado a ideologías totalitarias, y temeroso de ser destronado por la moda del estructuralismo, Sartre toma la dirección de La Cause du Peuple, periódico de tendencias maoístas. Y es él quien reparte ejemplares de La Cause du Peuple en la calle y al lado de Simone de Beauvoir[26]. Y es él, Sartre, quien dirigirá la revista Tout, publicación que daba salida a las ideas del grupo maoísta Vive la Révolutión! (VLR). Y es él, no se olvide, quien funda el diario parisino Libération, al lado de sesentayochistas de prominentes simpatías maoístas, como Benny Lévy y Serge July.

Por su trayectoria indulgente con las ideologías dictatoriales, Sartre viaja a la URSS y se dedica, en la revista Les Temps Modernes, a proteger la afinidad prosoviética del PCF de las críticas de Albert Camus, de Claude Lefort y de Maurice Merleau-Ponty inclusive. Es más, de la misma manera que George B. Shaw, Beatrice y Sidney Webb, Bertolt Brecht, Pablo Neruda y Louis Aragon habían divisado en Stalin al «Sol de los Pueblos», Sartre no se quedará atrás. Y declara que «en la URSS», lugar de miel y progreso, «la libertad de crítica es total»[27], aunque luego Sartre reconocería que «después de mi primera visita a la URSS en 1954, mentí. Dije cosas amables sobre la URSS que no pensaba»[28]. Años más tarde Sartre vuelve con la misma cantinela. Y con idéntica benevolencia asevera que el dictador Mao no cometió ningún error. «Mao, contrairement à Staline, n’a jamais commis aucune faute» («Mao contrariamente a Stalin no ha cometido jamás ninguna falta»), dice Sartre[29].

 

 

No te preocupes de que mientan

 

Dentro de la revolución, todo; fuera de la revolución, nada.

Fidel Castro (30-VI-1961), Palabras a los intelectuales.

 

Sesentayochistas célebres harán en agosto de 1968 un viaje a Cuba. Y allí, las autoridades revolucionarias reciben triunfalmente a los maoístas Serge July y Alain Geismar. Estas travesías movidas por la fe no eran cosa nueva. Años antes, Beauvoir y Sartre habían decidido también acogerse al calor caribeño de la revolución. Invitada a Cuba en 1959 por Carlos Franqui, director del periódico oficialista cubano Revolución, la pareja acepta el cumplido. Y en febrero de 1960 inician el viaje. Al llegar se les trata casi como jefes de Estado. Permanecerán en Cuba tres días al lado de Fidel Castro. Durante su estancia recorren La Habana y el resto de la isla. Y, claro está, conocen al Che Guevara. La Cuba revolucionaria recibe los mismos fervores, levanta los mismos halagos por parte de estos dos intelectuales de izquierdas que el Moscú de los años 1920. Seducido por Fidel Castro y por su revolución en marcha, Sartre elabora un reportaje elogioso titulado Huracán sobre el azúcar. En el primero de esos 16 artículos que componen el reportaje, Sartre nos informa de que él acaba «de pasar un mes en Cuba» y, añade, «es preciso decir la verdad sobre Cuba»[30]. En palabras de Simone de Beauvoir, «fue una experiencia apasionante asistir a la lucha de seis millones de hombres contra la opresión, el hambre, los cuchitriles, el analfabetismo»[31].

Con la ilusión de ser espectadores de una revolución, Jean-Paul Sartre comenta a su compañera sentimental que la revolución caribeña «es la luna de miel de la revolución, nada de burocracia, sino una relación directa de los dirigentes con el pueblo y una agitación de esperanzas un poco desordenadas»[32]. Por su experiencia caribeña, Sartre creyó percibir signos claros de la insurrección castrista en el estallido de Mayo de 68. Marcuse, en cambio, más realista que Sartre, está convencido de que el movimiento sesentayochista galo era de carácter predominantemente «maoísta». Así lo relata Dunayevskaya, amiga personal de Marcuse[33].

¿Cómo se explica que Sartre vire en dirección al maoísmo cuando se equivocó en su diagnóstico castrista sobre el Mayo francés? Sartre nunca estuvo en toda su vida más cerca de una revolución que en el 68, sentencia Ronald Hayman[34]. Por otra parte, el otrora ‘prosoviético’ Sartre había sido declarado ‘obsoleto’ a raíz del empuje de los estructuralistas. Y, es obvio, con el maoísmo Sartre pudo reinventarse y resucitar cual Ave Fénix, sobre todo tras romper con el Partido Comunista un año después de su visita a China, en 1956. Y es que, a partir de la muerte de Stalin en 1953, Sartre descubre en el maoísmo un fármaco para su menguante vigor intelectual, aunque lo que hacía este existencialista era saltar de un charco ideológicamente dogmático a otro charco igual de dogmático. E igual que el filósofo argentino Carlos Astrada pasó del nazismo de los años 40 al maoísmo de los 60, Sartre, el Heidegger francés, saltó con idéntica facilidad del comunismo de Stalin al doctrinarismo de Mao, para luego ir sin discordias ni rupturas de la defensa de Mao a la defensa del ayatolá Jomeini.

¿Y esto adónde nos lleva? A la evidencia de que Sartre mostraba clara enemistad hacia el derecho democrático edificado sobre el disfrute de las libertades individuales. Y aunque esa enemistad no era solo peculiaridad exclusivamente sartriana, igual que los maoístas, los anarquistas exhibieron durante el 68 francés su desconfianza hacia el sistema de representación por sufragio universal. Los lemas de los jóvenes libertarios eran: «Elecciones, una trampa para gilipollas», «El poder está en la calle», «No os adormezcáis a la sombra de los comités», «Hagamos nuestros negocios nosotros mismos», «¡Viva la democracia directa!», «Democracia directa y total», etc. Pues bien, con el espíritu aventurero de quienes obstinadamente no dejan de cultivar gustos por la utopía-dictadura, Sartre pudo pasar de Marx a Jomeini sin transiciones, sin hacer ascos a ideologías necrófagas. Y en consonancia con sus pasiones pudo escribir un artículo con el título de Elecciones, una trampa para gilipollas, en donde el filósofo Sartre (que se declaraba «marxiano», que no «marxista»), subraya que «la cabina de votación» era «el símbolo de todas las traiciones que el individuo puede cometer hacia los grupos de los que forma parte»[35].

En la raíz de esas mitologías que anteponen la Razón de lo Político a los derechos de las personas, suelen sobresalir ciertos intelectuales que no se alarman en prestar ayuda a Príncipes tiranos. ¿O se olvida de que en 1972 los filósofos Christian Jambet y Guy Lardreau declaran que «Mao es la «resurrección de Cristo», y el Libro rojo, «la reedición de los Evangelios»»?[36]

En definitiva, los cantos a la fraternidad (a través del autoritarismo) son las mentiras del cuento que se localizan en la base misma del desarrollo de la Revolución Cultural China. ¡Las referencias al relato patrañero las señaló en sus memorias el lingüista chino Ji Xianlin, purgado durante la década maldita de Mao![37] Así que, hundidos en el compromiso por ideales ‘equivocados’, por ‘mentirosos’, no solamente Sartre y Beauvoir defienden los frutos ‘exquisitos’ de la Revolución Cultural. El grupo Tel Quel al completo, con Philiph Sollers, Julia Kristeva, Roland Barthes, Marcelin Pleynet, etc., rindió también homenaje a Mao. Y a sus enseñanzas contenidas en su Libro rojo[38].

 

 

Un gigantesco cuento chino

 

Éramos ombliguistas, olvidadizos del mundo exterior, no veíamos lo que pasaba en el resto del mundo, estábamos encerrados en nosotros mismos.

Bernard Kouchner, Mai 1988.

 

Estudiantes y filósofos promaoístas tomaban por ciertas las noticias que difundía Radio Tirana. ¿Radio Tirana? Sí, pues Albania era el único país de todo el Telón de Acero que no estaba bajo yugo soviético, sino bajo influencia de China, y desde el año 1956. Al mismo tiempo, jóvenes e intelectuales prochinos aceptaban por verdad las falsas noticias (fake news) que divulgaban en francés los periódicos Pékin Information, Le Quotidien du peuple, Le Drapeau rouge y otros medios de propaganda del Partido Comunista Chino, dedicados a enaltecer la belleza política de Mao (sic).

Fomentado el fenómeno de la repetición de mensajes a través de circuitos cerrados de información, grupos y personas acabaron por devorar noticias imaginarias que, por autocircuitadas, eran fuente de desinformación. Y de falsedad. Y mientras la miopía y su efecto, la falta de datos, se instalaron en suelo francés, en China, «de 1966 a finales de 1967 se imprimieron más de 840 millones de ejemplares de retratos del Presidente Mao»[39]. El número de imágenes superaba con creces a los 745 millones de ciudadanos chinos censados en 1966.

Se cumplía el dictum de Baltasar Gracián: «Como la mentira llega siempre la primera, la verdad no encuentra ya sitio». Lo cual nos lleva a la siguiente paradoja: que muchos jóvenes encontrasen aceptables, válidas o correctas unas ideas no hacían válidas o correctas tales ideas. Simplemente indicaba que hay personas sin criterio que, aunque cultas, y no menos estúpidas, asumen toda clase de alucinaciones solo por la presión mediática que ejercen grupos de poder a la hora de presentar como novedad experimentos políticos ya fracasados.

Los maoístas, como antes les había pasado a los estalinistas y a los nacionalsocialistas igualmente, habilitaron a individuos, tan reaccionarios como sociópatas, que eludían cualquier control político gracias al cuchillo asesino de sus dictaduras. Así que la victoria del relato maoísta es otra manifestación contemporánea de la voluntad de no pocas personas por legitimar el paradigma tiránico del poder. Y digo «tiránico» porque en una montaña, a las afueras de la ciudad de Shantou, se alza el único museo que rinde homenaje en China a las víctimas de la Revolución Cultural, museo completamente desconocido incluso hoy, dado que el maoísmo como fabuloso cuento chino sigue en pie.

Y si Mao fue un caos de dimensiones enormes, caos orquestado para reforzar su poder, muerto Mao, su sucesor, Deng Xiaoping, decidió en 1981 mantener intacto el pasado totalitarista de China concluyendo que el maoísmo solo en un 30% era un suceso negativo. Y en un 70% algo bueno. La decisión antisalomónica de Xiaoping suscita problemas, ya que Mao creó victimarios al conducir a la muerte a 70 millones de chinos, 25 millones de los cuales morirían en campos de concentración, eso sin olvidar la represión que provocó la invasión militar de Mao sobre el Tíbet en octubre de 1950, o las amenazas del mandarín comunista con empezar una guerra atómica y hacer desaparecer a la mitad de la humanidad con tal de instaurar el socialismo. Y además de las hambrunas atroces que extendió su catastrófico gobierno, no debe omitirse el ofrecimiento de Mao de regalar 10 millones de mujeres chinas a EE. UU. con motivo de la visita del Consejero de Seguridad Nacional Henry Kissinger a China en 1971.

 

 

La guerrilla intelectual

 

Tardé mucho en descubrir que yo era parte de esa oligarquía. Los espejeros quisiéramos creer que no tenemos intereses particulares (sociales, políticos, económicos, relacionados con la construcción de espejos): únicamente intereses superiores (la Verdad, el Arte, el Pueblo, la Historia, el Progreso).

Gabriel Zaid (1988), De los libros al poder.

 

Buen número de estudiantes y profesores sesentayochistas configuró su percepción del bien a partir del providencialismo de Mao. Que creyeran en las patrañas que la propaganda china divulgaba no hace sino ratificar cuán interesados estaban esos sesentayochistas en apoyar la dictadura. Además, se da la coincidencia, históricamente mil veces repetida, de advertir entre los ‘soñadores de utopías’ a individuos que poseen excelente educación académica y, no obstante, son los primeros en subirse al carro del poder por la vía del golpe de Estado.

Las utopías simulan ampliar las líneas del horizonte, y prometen llevarnos a la orilla deseada. Y en la realización de la utopía china hubo muchos abrazos y muchos atracos culturales. Sartre rehusó recoger el Premio Nobel porque dice buscar la neutralidad o, con sus propias palabras, «no quiero ser institucionalizado ni en el Este ni en el Oeste»[40]. Y no solo eso. Igual que entre los ‘culturicidas’ de los Guardias Rojos de Mao sobresalieron individuos ilustrados, entre los maoístas franceses su elevado nivel cultural rara vez fue de la mano de la duda razonable. Y por esa pertinaz impostura de consentir una política para déspotas, los maoístas se sintieron salvadores del mundo y se erigieron en emisarios de la Voluntad General, además de asumir que tenían toda la razón de su parte sin necesidad de demostración alguna. Por eso se aferraron a la ignorancia. Por eso despreciaron los hechos empíricos. Fue el caso de Alain Badiou, Charles Bettelheim, Rony Brauman, Roland Castro, Monique Dental, Michèle Douerin, Lydia el Haddad, Frédéric H. Fajardie, Michel Favart, Rosine Feferman, Yves Fleischl, Monique Frydman, Alain Geismar, André Glucksmann, Dominique Grange, Alvin Gouldner, Tiennot Grumbach, Anne-Marie Guerra, Christian Jambet, Serge July, Marin Karmitz, Guy Lardreau, François Lebovits, Michel Le Bris, Jean-Pierre Le Dantec, Jean-Pierre Le Goff, Benny Lévy, Robert Linhart, Gilles Mille, Gérard Miller, Judith Miller, Jean-Claude Milner, Pierre Rigoulot, Christian Riss, Olivier Rolin, Danyel Rondeau, Olivier Roy, Philippe Soller, Jocelyne Streif, Gilles Susong, Yvonne Tenenbaum, Jacques Theureau, etc.

En cualquier caso, resulta llamativo ver a individuos que atacan el sistema social y político, y acto seguido conquistan los lugares de los que abominan. En esto, Luis Guillermo Piazza mostró buen olfato un año antes de explotar Mayo del 68. Este escritor argentino afincado en México explicaba que la palabra «Mafia, término que en Italia o USA implica cierta asociación de índole más bien criminal […] se aplica preferentemente a un supuesto confuso difuso misterioso grupo de regidores de la cultura, al que todos atacan y al que todos ansiarían pertenecer»[41].

Cosa curiosa que haya un leve paso entre la aristocracia, que integra la guerrilla académica estudiantil, y la toma de puestos de poder por parte de esa misma guerrilla académica estudiantil. Y es que la hipercrítica ―Derrida decía que en el uso del lenguaje había que ser «abusivo», léase, ‘exagerado’― proporciona réditos a raudales. De hecho, situarse perennemente en la contra ―recuérdese el libro On a raison de se révolter del maoísta Alain Badiou acaba regalando enormes dosis de prestigio a quienes se definen «anti», dosis de prestigio que suele ir acompañado, acabadas las tormentas de la révolte, de buenos puesto de trabajo, así como de dádivas económicas.

No hubo ‘maoísmo’ sin beneficiarios o, con otras palabras, no hubo ‘Mayo de 68’ sin una nueva generación de favorecidos. De este modo, buena parte de la élite universitaria francesa pasó, tras su militancia maoísta, a ocupar puestos de responsabilidad dentro del ámbito de la comunicación, de Bolsa, la Patronal y la alta política. Y a excepción de Jacques Broyelle, Claudie Broyelle, Jean-Pierre Le Goff, André Glucksmann…, esa élite no dio respuesta ―‘responsabilidad’ deriva del término latino ‘responsare’ que significa ‘responder’― de los errores políticos ejecutados. Y es que rebelarse proporciona, gratis et amore, beneficios al profesional de la rebeldía[42], que, por lo demás, suele sentirse muy orgulloso de los valores que defiende:

 

Hemos experimentado la generación de Sartre como una generación claramente generosa y valiente que tenía la pasión por la vida, por la política, por la existencia. Pero nosotros, nosotros nos hemos encontrado otra cosa, otra pasión: la pasión por el concepto y de lo que yo denominaría el ‘sistema’[43].

 

¿Cargos, premios…? Y si no, que se lo digan a los «nuevos filósofos», término acuñado por el entonces filósofo maoísta católico Maurice Clavel (†1979), y que englobaba a los jóvenes y no tan jóvenes ‘maoístas’, que tras participar en el Mayo francés, o bien destacar en los rescoldos sesentayochistas de los primeros años 70, obtuvieron de los representantes de la cultura (de la que renegaban) las condecoraciones del prestigio. Lo cual, además de ser una gran ironía, constituye la prueba de cómo determinados individuos, afectos al poder, usan como fabuloso trampolín social el credo revolucionario con el fin de infiltrarse en el sistema y, de paso, hacerse con el control de los aparatos ideológicos, políticos y económicos de esa sociedad que dicen detestar.

 

 

Conclusiones

 

La única verdadera diferencia con mis camaradas de fábrica ―entre los cuales se encuentran buen número de obreros que se han puesto a trabajar, venidos del campo o de otros países― es que yo siempre podía retomar mi estatus de intelectual.

Robert Linhart (1978), L’Établi.

 

En la lucha por imponer un relato, una ‘gran estafa’ en palabras del comunista Eudocio Ravines, siempre hay personas que por cosas del entusiasmo político actúan según lo que demanda la coyuntura y disculpan los flirteos totalitarios de los famosos y a falta de argumentos optan por presumir de superioridad moral y eligen una interpretación errónea de la realidad antes que reconocer los desastres que ocasiona su cretinismo. ¡Mejor la locura que la cordura!, parecen defender. A este respecto, resulta muy interesante la anécdota que menciona Julien Freund. Cuenta este filósofo cómo un día Pierre Nora le manifiesta que prefiere estar extraviado al lado de Sartre que situarse en defensa de la verdad al lado de Aron. «Yo prefiero a un Sartre que se ha equivocado antes que a un Raymond Aron que tiene siempre razón», le dijo a Freund[44].

Los ‘Pierre Nora’ no aluden a los conflictos que supone aplaudir el izquierdismo radical. Simplemente, y consolándose en falsedades, y sobre un entramado de intereses mundanos también, aplazan las incoherencias ideológicas. Y no por inexistentes, sino por el acto cerril de querer ignorar los sanguinarios efectos políticos que implica mantener su ciudad ideal. Y entre la razón de (su proyecto de) Estado y, en términos maquiavélicos, la salvación del alma se escudan en la necesidad de conservar su utopía despótica contra viento y marea[45]. De esta forma, las víctimas del maoísmo han muerto trágicamente dos veces. Primero, a manos del genocida Mao Tse-Tung. Más tarde, y por segunda vez, a manos de los Deng Xiaoping que aquí y allá ocultan las lápidas de las evidencias.

En el ADN maoísta estaba defender los atlas de un nuevo totalitarismo, y más cuando buen número de estudiantes, franceses y no franceses, ¿desorientados y de buena fe?, configuró su percepción estalinista del bien político a partir de la dictadura maoísta. Y al tomar al dirigente chino como instrumento ‘clave’ para arribar a un paraíso de paz, de justicia y prosperidad, resultó que esos jóvenes se hundieron en el marasmo de la entropía. Lo cual no es disculpa, pues como ha señalado Shlomo Sand, «la magna Revolución Cultural que sacudió a China y causó una masacre de grandes proporciones fue una empresa política muy poco cultural, impulsada principalmente por una nueva generación de la joven intelligentsia». Con lo cual, y agrega S. Sand, «¿por qué se dejaron arrastrar y simpatizaron con movimientos ordenadores de un culto y cuyas afinidades con una dictadura lejana de prácticas opresoras eran visibles a simple vista?»[46]

Entre delirios y utopías se fue cumpliendo el pronóstico de Louis Althusser. Arrinconado por sus alumnos que repentinamente se convertían al maoísmo, este filósofo marxista, y también profesor en l'École normale supérieure, diría: «el fin del dogmatismo ha producido una libertad real de búsqueda, y también una fiebre, cuando algunos andan un poco apresurados por afirmar como filosofía el comentario ideológico de su sentimiento de liberación y de su gusto por la libertad. Las fiebres caen tan seguro como las piedras»[47]. Lo que me hace pensar en las calenturas ideológicas que hicieron posible, antes de desplomarse como pedruscos, la interpretación del maoísmo desde la bondad de sus excesos.

Por comportamientos de esta clase, «esta es la izquierda que hunde a la izquierda», pensaba el filósofo español Gustavo Bueno. Y «esta es la izquierda en la agonía», advierte el exmaoísta y filósofo francés Jean-Pierre Le Goff. Lo que significa que con Mayo del 68 se confirmó de nuevo el esquema de (quienes apoyan las propuestas de) la izquierda radical: adhesión a la utopía desde la ceguera voluntaria, desprecio a los datos que apuntan al fracaso de esa utopía, y huida hacia adelante, no sin antes haber caído en la indignidad de ningunear los mortales errores políticos cometidos.




NOTAS

[1] PCmlF (1968), Communiqué du 20 mai 1968, en línea.

[2] Le Dantec, Jean-Pierre (1978), Les dangers du soleil, Paris, Presses d’Aujourd’hui, p. 152. Grafiti en Rue du Santeuil, en Besançon, Julien (1968), Les murs ont la parole: Journal mural mai 68, Paris, Tchou, p. 151.

[3] July, Serge (17 mai 1972), La Cause du Peuple, citado por Serge Halimi en su prefacio al libro de Hocquenghem, Guy (1986), Lettre ouverte à ceux que sont passés du col Mao au Rotary, Marseille, Agone, 2014. La aniquilación de determinados sectores de la población francesa estaba acorde con el editorial del periodista chino Chen Boda, aparecido en el Diario del Pueblo el 1 de junio de 1966, en donde se exhortaba a «barrer a todos los monstruos y demonios» burgueses y contrarrevolucionarios.

[4] Badiou, Alain (2007), Entretien, avec Eric Hazan, en Hazan, Eric (2007), Changement de propriétaire, Paris, Seuil, pp. 93-94. Muy interesante la lectura de Bourseiler, Cristophe (1996), Les maoïstes. La folle aventure des gardes rouges français, Paris, Plon.

[5] Mao Tse-Tung (1964), Le Petit Livre Rougesixième partie, chapitre XXVI (La discipline), en línea.

[6] Mao solía afirmar que «todos los reaccionarios, tenidos por fuertes, no son más que tigres de papel. La razón es que viven divorciados del pueblo» (Mao Tse-Tung (18-XI-1957), Todos los reaccionarios son tigres de papel, intervención de Mao en Moscú en la Conferencia de Representantes de Partidos Comunistas y Obreros, en línea.

[7] Gavi, Philiphe, Sartre, Jean-Paul, & Victor, Pierre (1974), On a raison de se révolter, Paris, Gallimard, p. 76. El título de este libro –‘Tenemos una razón para rebelarnos’- procede de un aforismo de Mao.

[8] Le Dantec, Jean-Pierre (1978), Les dangers du soleilop. cit., p. 189.

[9] Sartre, Jean-Paul (1952), Les communistes et la paix, revue Les Temps Modernes, VIII, nº 81 (juillet 1952). Puede leerse también en Situations VI: Problémes du marxisme, Paris, Gallimard, 1964.

[10] Albiac, Gabriel (2018), Entrevista, por López Cambonero & Merino Escalera, en López Cambonero, Marcelo, & Merino Escalera, Feliciana (2018), Mayo del 68. Cuéntame cómo te ha ido, Madrid, Encuentro, p. 90.

[11] Ravines, Eudocio (1952) La gran estafa. La penetración del Kremlin en Iberoamérica, Editorial Francisco de Aguirre, Buenos Aires, 1977, pp. 205-218.

[12] Joffrin, Laurent, Daumas, Cécile, & Laïreche, Rachid (21 mars 2018), Serge July: le 22 mars 1968, «personne ne voulaint de leaders», journal Libération. El adjetivo francés ‘GPiste’ deriva de la abreviatura GP (Gauche Prolétarienne: Izquierda Proletaria). Servía para nombrar a un grupo maoísta nacido en 1968, tras el fin del Mayo francés. Dicho grupúsculo lo integraba una minoría de militantes con Benny Lévy, Christian Riss, Olivier Rolin, Serge July, Alain Geismar, Robert Linhart y Jean Pierre Le Dantec, entre otros.

[13] Grafiti en Cour Lycée Buffon, en Besançon, Julien (1968), Les murs ont la paroleop. cit., p. 32.

[14] Castro, Roland (2012), Entretien, avec Johan Weisz, en línea.

[15] Bensaïd, Daniel, & Weber, Henri (Mai 68: une répétition générale, 1968), Mayo del 68: Un ensayo general, México, Era, 1969, pp. 71 y 79. Para un análisis de la hipercentralización que reinaba en el seno de la antidemocrática UJCml léase La UJCml en la encrucijada, en Bensaïd, Daniel, & Weber, Henri (1968), Mayo del 68op. cit., pp. 68-79.

[16] Milner, Jean-Claude (L’arrogance du présent. Regards sur une décennie: 1965-1975, 2009), La arrogancia del presente. Miradas sobre una década: 1965-1975, Buenos Aires, Manantial, 2010, p. 92.

[17] Le Goff, Jean-Pierre (14 février 2018), Interview, avec Cécile Daumas, journal Libération, en línea.

[18] Bensaïd, Daniel (2004), Une Lente impatience, Paris, Stock, p. 75. El influjo que provocaba el Che traspasaba los círculos estudiantiles. La prensa de izquierdas francesa, salvo L’Humanité, estuvo hechizada por el aura de este argentino. Léase al respecto Frank, Robert, Imaginaire politique et figures symboliques, en Dreyfus-Armand, Geneviève, Frank R., Lévy M.-F., Zancarini Furnel M. (dir., 1998), Les années 68: le temps de la contestation, Bruxelles, Éditions Complexe, 2000, pp. 42 y ss.

[19] Le Dantec, Jean-Pierre (1978), Les dangers du soleilop. cit., p. 112. Le Dantec, ex miembro del PCF (Partido Comunista Francés), fue uno de los responsables del viraje maoísta de l’Union des Jeunesses Communistes marxistes-léninistes (UJCml). Muy recomendable el artículo de Prévost, Claude (1967), Portrait robot du maoïsme en France, La Nouvelle Critique, nº 5, juin 1967.

[20] Dunayevskaya, Raya (Philosophy and Revolution: From Hegel to Sartre, and from Marx to Mao, 1973), Filosofía y Revolución: De Hegel a Mao y de Marx a Sartre, México, Siglo XXI, 1989, pp. 134-135.

[21] Marcuse, Herbert (juin 1969), Interview, avec Pierre Viansson-Ponté, journal Le Monde, en Marcuse, Herbert, Marxism, Revolution and Utopia: Collected Papers of Herbert Marcuse, London and New York, Routledge (edited by Douglas Kellner & Clayton Pierce), 2004, vol. VI, p. 297.

[22] Mao Tse-Tung (July to September 1936), Interviews, by Edgard Snow, en línea. Las entrevistas, según Snow, se realizaron en inglés.

[23] Glez. Cortés, María Teresa (2019), De Robespierre a Hitler: El auge de los movimientos revolucionarios, vol. II, Amazon, e-book.

[24] Milner, Jean-Claude (29 septembre 2009), Interview, par Béatrice Vallaeys, journal Libération (Dans le maoïsme d’après 68, il y a la Chine et Mai), en línea. Puede leerse en (19-III-2020).

[25] Gavi, Philiphe, Sartre, Jean-Paul, & Victor, Pierre (1974), On a raison de se révolterop. cit., p. 74.

[26] Tras cambios en la dirección de La Cause du Peuple, Jean-Pierre Le Dantec dirigirá este hebdomadario. La publicación, que era el órgano de expresión de la citada UJCml, fue incautada por decreto del Ministro del Interior y Le Dantec fue detenido y condenado a un año de prisión por «apología del asesinato, del robo, pillaje e incendio». En estas circunstancias, tras la prohibición de La Cause du Peuple y consecuente arresto de su posterior director Michel Le Bris, Jean-Paul Sartre sería nombrado director de La Cause du Peuple.

[27] Sartre, Jean-Paul (15 juillet 1954), La liberté de critique est totale en URSS, journal Libération, en línea.

[28] Sartre, Jean-Paul (1954), Situations X, Paris, Gallimard, 1975, p. 120.

[29] Sorman, Guy (8 septembre 2006), Mao ou l'étrange fascination française pour le sado-marxisme, journal Le Figaro. Recomiendo su lectura en línea. Este artículo periodístico aparece en el libro de recopilación de escritos de prensa del filósofo Sorman, Guy (2009), Wonderful World. Cronique de la mondialisation (2006-2009), Paris, Fayard, aunque con fecha 5 de septiembre de 2006 y con el título Ils ont tant aimé Mao…

[30] Sartre, Jean-Paul (1960), Ouragan sur le sucre, journal France Soir (28 juin-15 juillet 1960).

[31] Francis, Claude, Beauvoir, Simone de, & Gontier, Fernande (1979), Les écrits de Simone de Beauvoir, Paris, Gallimard, p. 68.

[32] Beauvoir, Simone de (1963), La force des choses, Paris, Gallimard, rééd. Folio, 1977, p. 515.

[33] Dunayevskaya, Raya (1973), Filosofía y Revoluciónop. cit., p. 269.

[34] Hayman, Ronald (1986), Writing against. A biography of Sartre, London, Weidenfeld and Nicolson, p. 396.

[35] Sartre, Jean-Paul (1972), Elections, piège à cons, revue Les Temps modernes, nº 318, 1 janvier 1973.

[36] Sorman, Guy (8 septembre 2006), Mao ou l'étrange fascination française pour le sado-marxismeop. cit.

[37] Xianlin, Ji (1998), The Cowshed: Memories of the Chinese Cultural Revolution, New York, New York Review Books, 2016.

[38] Léase el archivo histórico de la revista Tel Quel en línea, en donde se analizan las querencias maoístas de los Telqueístas.

[39] Dunayevskaya, Raya (1973), Filosofía y Revoluciónop. cit., p. 163.

[40] Sartre, Jean-Paul (24-X-1964), L’écrivain doit refuser de se laisser transformer en institution, journal Le Monde.

[41] Piazza, Luis Guillermo (1967), La mafia, México, Joaquín Mortiz, 1968, p. 7. Piazza hablaba, en concreto, de la mafia intelectual ‘mexicana’, motivo por el que recibió sinfín de críticas de sus colegas mexicanos.

[42] Léase Hocquenghem, Guy (1986), Lettre ouverte à ceux que sont passés du col Mao au Rotary, Marseille, Agone, 2014. El autor estudia el paso del confort ideológico al confort económico analizando el movimiento ascendente de los maoístas hasta el abordaje de puestos y jerarquías en Francia.

[43] Foucault, Michel (15 avril 1966), Interview, journal La Quinzaine littéraire.

[44] Freund, Julien (1991), L’aventure du Politique. Entretiens avec Charles Blanchet, Paris, Criterion (Idées), p. 165.

[45] Sobre el conflicto entre la razón de Estado y la salvación del alma, léase Berlin, Isaiah (1972), The Originality of Machiavelli, en Berlin, Isaiah (1979), Against the Current: Essays in the History of Ideas, Princeton, Princeton University Press, 20132pp. 33 y ss.

[46] Sand, Shlomo (La fin de l’intellectuel français? De Zola à Houellebecq, 2016), ¿El fin del intelectual francés? De Zola a Houellebecq, Madrid, Akal, 2017, pp. 36-37.

[47] Althusser, Louis (1965), Pour Marx, Paris, François Maspero, Préface.

 



Jesús G. Maestro