28 junio 2019

Las formas de la materia cómica en Nikolái Gógol desde los presupuestos de la Crítica de la razón literaria

 



Las formas de la materia cómica en Nikolái Gógol
desde los presupuestos
de la Crítica de la razón literaria

 

 

Andriy Zhmundulyak

Universidad Complutense de Madrid
Escuela Hispánica de Estudios Literarios

 

 

A raíz de la publicación de la Crítica de la razón literaria, se ha abierto un elenco de trabajos que, sirviéndose de sus materiales, analizan las ideas objetivadas en las más diversas obras literarias. El presente texto, es fruto del análisis de los materiales cómicos de la literatura eslava; en este caso, se expondrá el humor en Nikolái Gógol (1809-1852), específicamente en Veladas en un caserío de Dikanka. En las siguientes páginas se tratarán uno por uno, los ocho relatos que conforman el volumen. Adelantamos también que, dicho estudio de lo cómico es una de las principales fuentes de la que nos serviremos —además de un elemento predominante per se—, para concluir afirmando que nos encontramos ante una literatura sofisticada o reconstructivista.

 

 

Análisis

 

Veladas en un caserío de Dikanka está dividida en dos partes, conformadas, cada una de ellas, de cuatros relatos.

Antes de nada, querríamos reiterar que partiremos de las definiciones ofrecidas en la Crítica de la Razón Literaria: de este modo, se entiende por cómico a la dialéctica entre los hechos consumados y los hechos exigidos; entre el ser y el deber ser.

El humor no es otra cosa que el efecto del hecho cómico que incluye al artífice como interprete subversivo de una propia experiencia. Supone siempre una prueba y demostración de ingenio ante la adversidad; tal es así que incluso supera el dolor y es en este punto precisamente donde tenemos una cita con Nikolái Gógol.

 

 

Introducción

 

Ocurría, pues, que en vísperas de una fiesta, gentes de bien acudían a la choza del colmenero, se sentaban a la mesa y entonces era cosa de ponerse a escuchar.

 

Así es como el colmenero Rudi Panko nos introduce a una serie de relatos recopilados de lo contado por diversas personas, como es el caso del primer chiste de la obra[1]:

 

Foma Grigórievich contó cómo un mozo que estudiaba letras con un diácono llegó a casa de sus padres tan latinista que hasta había olvidado nuestra lengua ortodoxa. Todas las palabras acababan en us. La palabra pala era para él palus, baba (abuela) era babus. Pues bien, en cierta ocasión salieron su padre y él al campo. El latinista vio un rastrillo y preguntó: ¿Cómo llamáis a esto, padre? Y sin darse cuenta, en un descuido, pisó los dientes del rastrillo. Antes de que el padre tuviese tiempo de contestar, se levantó el mango y ¡zas!, le dio en la frente. ¡Maldito rastrillo!, gritó el escolar, al tiempo que se llevaba la mano a la frente y daba un salto de una vara hacia atrás: Así lo tire mi padre por el puente, ¡cómo pega! ¡Ni más ni menos! Recordó cómo se llamaba el rastrillo.

 

El chiste es la expresión verbal o iconográfica de genio irónico, crítico o humorístico. Es interesante señalar que éste es un recurso muy propio de individuos de las clases bajas —como en el presente caso—, y que lo ingenioso no tiene apegada la inteligencia o los conocimientos; es más, es un recurso muy propio de los mediocres y de los individuos que por medio del chiste pretenden ridiculizar una situación a la que de un modo racional les sería difícil enfrentarse a ella.

 

 

1

La feria de Soróchinets

 

Un joven cosaco se enamora de una muchacha y, en su propósito de casarse con ella, consigue convencer al padre, pero no así a la madrastra. Se dan a partir de aquí diversas situaciones cómicas donde abundan los pactos con gitanos, las confusiones y, sobre todo, la leyenda sobre la casaca del maligno.

El cosaco, en compañía de sus amigos, al ver el carro por donde pasaba la joven con sus padres, en un primer contacto dijo:

 

¡Guapa moza!... Daria cuanto tengo por besarla, pero delante de ella va el diablo.

 

Una vez más, el humor es explícito: hay un efecto cómico que incluye al artífice como intérprete subversivo de una propia experiencia, es la muestra y demostración de ingenio. A estas palabras las siguió la respuesta de la mujer:

 

—¡Ojalá te atragantes, maldito grosero! ¡Ojalá le caiga a tu padre un puchero en la cabeza! ¡Ojalá resbale en el hielo, el maldito anticristo! ¡Ojalá el diablo le queme en el otro mundo las barbas!

—¡Ved cómo insulta! —dijo el mozo, mirándola con ojos que parecían salírsele de las orbitas, como si le preocupase en aquella rotunda andada de inesperados saludos—. ¡Y pensar que esa bruja centenaria pronuncia tales palabras y no le duele la lengua!


La escena concluye de la siguiente manera:


El mozo […] ni corto ni perezoso, cogió una pella de barro y se la tiró a la vieja. Acertó mejor de lo que hubiera podido pensarse: toda la nueva cofia de satén quedó cubierta de barro, y las risotadas de los jóvenes juerguistas se duplicaron con nueva fuerza.

 

Estamos ante un claro caso de escarnio. Desde los presupuestos ofrecidos por Maestro en la CRL, entendemos por escarnio al ejercicio de burla que se ejecuta y practica de forma relativamente violenta con intención de ofender moralmente.

La trama continúa cuando el mozo consigue convencer al padre en lo que concierne al matrimonio con su hija. Pero cuando es el padre el que tiene que convencer a la madrastra se da una conversación cómica no exenta de chiste:

 

—[…] Que el diablo nos lleve a ti y a mí si en toda la vida he visto a un mozo capaz de beberse medio cuartillo de un tirón, sin pestañear.

—Si es un borracho, y un vagabundo, no se despinta: apuesto a que es el mismo granuja que se metió con nosotros en el puente. Lástima que no me haya topado con él hasta ahora: me habría oído.

—Pues, a pesar de todo, yo no veo en él nada malo: el mozo lo vale. Lo único que se puede decir es que en un momento te ensució la cara con estiércol.

 

El relato tiene aún mucho humor que ofrecer, pero nos atendremos a señalar el material cómico predominante. La sátira es, por excelencia, la marca de Gógol; así, cuando a punto estuvo de darse un acto de adulterio entre la madrastra y el hijo del pope, éste último tuvo que esconderse cuando vio llegar a una multitud a la casa:

 

El peligro infundió ánimos a nuestro héroe. Recobrose un tanto, saltó a la estufa y desde allí trepó a las tablas.

 

Los que entraron fueron Cherevik, el compadre, la hijastra y otros tantos, quienes, se querían refugiar en la casa debido al temor producido por la supuesta presencia del diablo en la feria. Y aquí el blanco de la crítica del autor no es otro que la ingenuidad de los supersticiosos habitantes de Dikanka, quienes se alteran y comienzan a ver la presencia del maligno sin ton ni son, dando pie al ridículo:

 

El terror dejó inmovilizados a cuantos había en la casa. El compadre, con la boca abierta, se quedó como una piedra; los ojos se le salían de las orbitas, como si quisieran salir disparados; sus dedos todos separados, permanecieron inmóviles en el aire. El alto valentón, presa del miedo, saltó hacia el techo y se dio con la cabeza en el camaranchón, las tablas cedieron y el hijo del pope vino al suelo con gran estrépito.

El compadre, arrancado de su inmovilidad por el segundo susto, se arrastró entre convulsiones hasta refugiarse bajo las sayas de su mujer. El alto valentón se metió en la estufa, a pesar de la estrechez de la boca, y él mismo cerró la puertecilla. Cherevik, escaldado al encasquetarse en la cabeza una olla, que había confundido con el gorro, se tiró a la puerta como un loco y salió corriendo por las calles, sin ver dónde pisaba.

 

Recordemos, remitiéndonos siempre a la Crítica de la razón literaria, que la sátira es la expresión de una experiencia cómica determinada formalmente por la agudeza crítica, mordacidad y acritud de su artífice, cuyo objetivo es ridiculizar, desde criterios morales, hechos o hábitos codificados como vicios, es decir, desde las normas establecidas por un grupo dominante, un determinado referente o arquetipo socialmente reconocido como vicioso: en este caso, la ingenuidad de las gentes del relato.

 

 

2

La noche de san Juan

 

Petró se enamora de una cosaca, al no ser éste un amor correspondido, pacta con el diablo con tal de casarse con ella: decisión con consecuencias trágicas. En este relato se mezcla lo cómico con lo terrible, concluyendo con un desenlace que deja un mal sabor de boca. Lo más destacado en esta obra es el supuesto carnaval:

 

No eran como los disfraces que ahora vemos en nuestras bodas. No se les ocurre más que disfrazarse de gitanos o buhoneros […] uno se vestía de judío, y otro de diablo, y empezaban a besarse, para acabar por tirarse de los pelos […] La tía del abuelo iba vestida con un amplio traje tártaro.

 

El carnaval es la representación en que los valores de una sociedad, codificados oficialmente como serios, que se manifiestan invertidos en un sentido cómico, paródico y grotescos, de modo tal que se proyectan por igual sobre las clases sociales. Ahora bien, para poder calificar esta escena de carnavalesca, ¿es suficiente con que los personajes vayan disfrazados? ¿Acaso reflejan unos valores sociales serios invertidos en sentido cómico? En este caso, sostenemos que, a pesar de ser una escena cómica por la disonancia existente entre los hechos consumados y lo hechos exigidos, no hay una idea de crítica objetivable detrás, más bien, este tipo de «carnaval» parece proceder de las esquirlas de un rito pagano.

 

 

3

La noche de mayo o la ahogada

 

La trama gira en torno a Levko, un cosaco enamorado de Ganna que decide darle un escarmiento a su padre, el alcalde del pueblo, por intentar éste casarse con la muchacha a sus espaldas. Todo esto bajo el hilo conductor de la leyenda de una joven ahogada que reside en las aguas que será figura clave para el desenlace.

El narrador describe al alcalde como alguien severo, taciturno y poco hablador; un viudo que vive con su cuñada sin ningún tipo de parentesco, pero que, las malas lenguas le desean el mal afirmando lo contrario. Parece que el narrador defiende al alcalde, pero no ha hecho otra cosa que preparar la alfombra roja al sarcasmo, pues a todo este cinismo de afirmar que son las malas lenguas los artífices de estas habladurías, añade diciendo que, a pesar de todo, sí es cierto

 

que la cuñada mostraba su descontento cuando el alcalde salía al campo en época en que estaba lleno de segadoras, o visitaba a un cosaco si éste tenía una hija joven.

 

Y es que el sarcasmo, consiste en la afirmación de una proposición falsa, en este caso burlesca e incluso un poco cruel, que se esgrime ad hominem, con consecuencias morales.

Lejos de dejar de lado al alcalde, el narrador continúa con una descripción grotesca de éste:

 

El alcalde es tuerto; pero con el ojo que le queda, el muy pícaro, es capaz de cubrir a lo lejos a cualquier muchacha bonita. Más antes de fijarlo en un lindo rostro, se aseguraba bien de que no estaba por allí la cuñada.

 

Sin dejar de emplear el sarcasmo, expone una escena grotesca, esto es, se sirve de la dialéctica irresoluble y conflictiva entre un elemento incompatible con la risa, pero que resulta esencial en la materialización de la experiencia cómica. Si este conflicto se resuelve, lo grotesco tiende a disolverse desembocando, bien del lado cómico o burlesco, bien del lado trágico u horroroso; en el presente caso cómico, como se ha podido observar. Otro ejemplo más, muy cercano a la caricatura, es la descripción que hace el huésped del alcalde de su esposa:

 

Es vieja como un diablo. Tiene la cara arrugada como una bolsa vacía.

 

Una de las escenas más cómicas de este título se da cuando el borracho de la aldea, llamado Kalenik, completamente ebrio, entra en la casa del alcalde creyendo que era la suya propia. Hasta tal punto iba ciego de alcohol que al pasar ni siquiera se cercioró de la presencia del alcalde y el destilador:

 

—¡Cómo me ha alargado el camino el maldito Satanás! Todo era andar y sin ver nunca el fin. Es como si alguien me hubiera partido las piernas. Eh, mujer, trae la anguarina y extiéndela aquí, para que me acueste. No iré contigo a la estufa, de veras que no, me duelen las piernas.

—¡Me gusta! —dijo el alcalde— ¡Entra en la jata de otro y dispone como si estuviese en casa! ¡Échalo sin contemplaciones!...

—¡Déjalo que descanse, compadre! —dijo el destilador, sujetándole del brazo—. Es un hombre útil. Cuántos más haya como éste, mejor se venderá nuestro aguardiente.

Pero estas palabras no se las dictaba un carácter bondadoso. El destilador creía en toda clase de señales y signos: arrojar a un hombre que ya se había sentado en el banco significaba para él atraer la desgracia.

—Pues no digo nada cuando la vejez llegue… —gruñía Kalenik tumbándose en el banco— Todavía lo comprendo si estuviera borracho, pero no estoy borracho. ¡De veras que no estoy borracho! ¿Para qué voy a mentir? Estoy dispuesto a decírselo al mismo alcalde. ¡Qué me importa el alcalde! ¡Ojalá reviente, el hijo de perra! ¡Le escupo! ¡Que le pase por encima una carreta a ese demonio tuerto! Manda echar agua fría a la gente en plena helada…

 

El escarnio es explícito, lo cómico brilla en cada línea, es una situación ridícula y, como podemos observar, toda esta experiencia cómica estriba en los hechos cometidos frente a los hechos exigidos: un tipo decente no entra borracho en casa ajena y encima insulta a su dueño.

Antes de que el alcalde pudiera darle una respuesta, si acaso, un castigo, la atención se desvió hacia el exterior: desde afuera un grupo de maleantes había tirado una piedra rompiendo así la ventana.

Al parecer, cuando Levko hubo descubierto las andadas de su padre, decidió vengarse persuadiendo a sus amigos de disfrazarse y darle su merecido. Como bien afirma uno de esos jóvenes:

 

 Siempre me aburro cuando no consigo hacer correrla bien y gastar alguna broma. Como si hubiera perdido el gorro o la pipa; en una palabra, como si uno no fuera cosaco.

—¿Somos, acaso, siervos, muchachos? ¡Gracias a Dios somos cosacos libres! ¡Demostrémosle, muchachos, que somos cosacos!

 

Esta cita evidencia que nos encontramos ante una sociedad con un gran sentido del humor, pero también va cargada de veneno; el cosaco es por imperativo un individuo libre, no es un siervo: no está sometido a un ente de la talla de un monarca. Siempre que se sea cosaco se será libre, por lo que perder la condición de cosaco es lo mismo que perder la libertad. Este apunte es muy importante de recordar a la hora de analizar el relato de Nochebuena.

A los acontecimientos que siguen a esta cita, los podemos clasificar en dos formas de lo cómico. La primera es lo carnavalesco de la escena, los jóvenes se disfrazan de demonios y seres grotescos, representan valores serios, pero se manifiestan en un sentido cómico, se comportan de una manera que no encaja con de las exigencias sociales:

 

 El destilador aprovechó la ocasión para acercarse y mirar la cara del perturbador del orden, pero se hizo tímidamente atrás al ver una larga barba y una terrible cara pintada.

 

La segunda forma de lo cómico es el escarnio, es decir, el ejercicio de burla que se ejecuta y practica de forma relativamente violenta con intención de ofender moralmente, como bien hacen los cosacos disfrazados, con un canto, además, que lo evidencia:

 

                                        Muchachos, ¿habéis oído?
                                        La cabeza del alcalde tuerto
                                        sus duelas a perdido.
                                        Arréglasela, tonelero,
                                        con fuertes aros de acero.
                                        Arréglasela a bastonazos,
                                        tonelero, tonelero.
                                        Nuestro alcalde es cano y tuerto,
                                        viejo como el diablo y feo,
                                        caprichoso y rijoso.
                                        Se acerca a las mozas, ¡necio!
                                        ¿Tú desbancar a los mozos?
                                        Hay que agarrarle del cuello.
                                        Darle en la cara, arrancarle
                                        los bigotes y el pelo.

 

Los cosacos disfrazados no hacen otra cosa que mostrar su animadversión y condena hacia el comportamiento del alcalde. Y por supuesto que hay humor para aburrir, ya que son los jóvenes los intérpretes subversivos de una experiencia cómica propia.

Cuando el alcalde es ayudado por una serie de individuos a paliar el jaleo provocado y consiguen encerrar a uno de los presuntos demonios en una casa, se da una de las páginas que mejor representan la sátira. El vicio del que peca la sociedad que nos muestra el narrador es, nuevamente, la ingenuidad, un grupo que cree en elementos fantásticos y mitológicos; así, al abrir la puerta de la choza para observar de cerca al demonio, todos quedaron boquiabiertos:

 

—¡Quieta! —gritó el alcalde con voz salvaje y cerró de golpe la puerta—. ¡Señores… es Satanás! —continuó—. ¡Fuego! ¡Venga fuego! ¡No perdonaré la casa, aunque sea un bien público! ¡Quemadla, quemadla, para que ni sus huesos de diablo queden sobre la tierra!

 

Si el alcalde queda como un completo ignorante, el resto de la cuadrilla no le deja atrás, regalándonos este chiste:

 

—¿Qué hacéis, hermanos? —dijo el destilador—. Aunque tenéis el pelo ya blanco, gracias a Dios, todavía carecéis del más mínimo juicio. El fuego corriente no hace nada a los brujos, únicamente el fuego de la pipa puede hacer arder a los duendes. Esperad, ahora lo arreglaré todo.

 

Todo esto, de por sí ya es gracioso, pero la agudeza del autor en este relato pone el broche final cuando desvela que todo ha sido una confusión y que se había encerrado, por error, a la cuñada.

 

 

4

La carta perdida

 

El relato cuenta la aventura del abuelo de uno de los narradores, el cual fue el encargado de llevar un despacho a la zarina; situación que se truncó por la intervención del diablo.

Con elementos muy propios del cuento popular europeo, el protagonista se adentra en el bosque para recuperar el despacho que el maligno le había arrebatado. Su encontronazo y choque con seres sobrenaturales, crea una situación grotesca que desemboca en lo cómico por la desbordante presencia del humor. El protagonista es el que configura unas situaciones horripilantes y complicadas en cómicas.

El nudo de la historia se da cuando el abuelo se duerme y al despertar se encuentra con la ausencia de un cosaco compañero suyo (el cual había vendido su alma al diablo) y el gorro en el que tenia guardado el despacho de la zarina. Se da juego, de este modo, a una situación terrorífica, pues la noche anterior, antes de dormirse sucedió que:

 

Todo estaba silencioso, no se oía ni el vuelo de una mosca. Y así estaba cuando le pareció que atrás de la carretera vecina algo gris asomaba los cuernos… Empezaron a cerrársele los ojos y a cada momento tenía que restregárselos con el puño y a lavárselos con los restos de vodka. Pero en cuanto se le aclaraba la vista, todo volvía a repetirse. Finalmente, al cabo de un rato, por detrás de la carretera aparecía algo espantoso. El abuelo abría cuanto podía los ojos, pero la maldita modorra lo cubría todo de una niebla. Las manos se le paralizaron, inclinó la cabeza y se apoderó de él un sueño tan fuerte que se desplomó como un muerto.

 

Al despertarse y ver que faltaba el zapórogo, pero también su gorro y caballo, formula un chiste:

 

Fue a mirar los caballos y faltaban el suyo y el del zapórogo. ¿Qué significa esto? Admitiendo que al zapórogo se lo hubiera llevado el Maligno, ¿y los caballos? Después de mucho pensarlo, el abuelo llegó a la conclusión de que el diablo había venido a pie, y como el infierno se quedaba lejos, se había llevado a su caballo.

 

Es cómico, es grotesco, es ridículo y, sobre todo, es muy ingenioso, aunque sea una suposición desacertada: lo cortés no quita lo valiente.

Ahondando más en la historia, el abuelo se adentra en el bosque, lugar donde recuperaría la carta. Una vez allí, se encuentra a unos tipos bastante antipáticos, con lo que decide pagarles:

 

Reunió en un puñado todo el dinero que tenía y se lo echó en medio, como el que echa algo a los perros. Apenas había arrojado el dinero se armó una confusión terrible, la tierra se estremeció y él se creyó en el infierno mismo. «¡Qué caras, Dios mío!», se dijo el abuelo, mirando atentamente a los que le rodeaban. ¡Qué monstruos! Eran a cuál peor. Un tropel de brujas tan abundante como los es la nieve en Navidad, todas disfrazadas, pintarrajeadas, como mozas de feria. Y todas ellas, como ebrias, bailaron no sé qué danza de los demonios. ¡Qué polvo levantaban, Dios nos libre! Cualquier cristiano habría temblado al ver los saltos de aquella caterva demoníaca.

 

 Por supuesto que el abuelo no es un cristiano cualquiera:

 

A pesar del miedo, el abuelo no pudo contener la risa al ver que los diablos, con hocico de perro y patas de alemán[2], movían el rabo y rondaban a las brujas lo mismo que los mozos cortejan a las chicas guapas; los músicos se daban puñetazos en las mejillas, como si fueran panderos, y silbaban con las narices, sacando un sonido como de trompa.

 

Por si fuera poco, hay otra escena, bastante incómoda, en la que los monstruos agarran al abuelo y lo sientan en una larga mesa. El protagonista, con un gran sentido del humor, reacciona formulando otro chiste:

 

Vaya, esto no está del todo mal —pensó el abuelo al ver en la mesa jamón, embutidos, cebolla picada con col y otros muchos manjares—; se ve que este canalla del diablo no guarda ayuno.

 

Lejos de acabar mal, el relato continúa desarrollando lo grotesco perdiendo el cariz horripilante en su totalidad. Como es de suponer, el anciano se sale con la suya, recupera el despacho y logra escapar de aquella situación a la que, por otro lado, no lo parecía incomodar demasiado.

 

 

5

Nochebuena

 

Vakula, herrero de la aldea, se enamora de Oxana, pero su amor se ve condicionado por dos impedimentos: por un lado, la posible relación amorosa entre su madre, la bruja Soloja, con Chub, el padre de su amada y, por el otro, la condición de entregarle a Oxana los chapines de la zarina para conseguir su mano. Una vez más, Gógol se sirve de la figura del demonio como figura clave, pero en este relato va más allá; en un viaje romántico, los cosacos zapórogos tienen una cita histórica con la zarina Catalina II la «Grande».

Una vez más, el elemento grotesco junto con la sátira ocupa un primer plano. Vemos cómo la bruja, amante del diablo, cuando a punto está de mantener una relación íntima con éste:

 

El diablo […] le besaba la mano con las mismas carantoñas que el secretario del juzgado empleaba con la mujer del pope, se lleva las manos al corazón, suspira y decía abiertamente que está dispuesto a tirarse al agua si ella no quería corresponder a su pasión y recompensarle adecuadamente.

 

Es visitada por otros de sus seguidores. Cuando el primero de ellos, el alcalde, llama a la puerta, la bruja esconde al diablo en un saco:

 

Escogió el mayor de los sacos de carbón, lo vació en la artesa e hizo entrar en él al grueso alcalde con sus bigotes y su capuchón y todo.

 

Cuando el que llama es el diácono se da una de las páginas más críticas con las clases eclesiásticas:

 

[…] se acercó, tosió ligeramente, sonrió, tocó con largos dedos el brazo descubierto y regordete de ella y preguntó con un aspecto que denotaba malicia y satisfacción de sí mismo.

—¿Qué es esto, esplendida Soloja?

—Un brazo, Osip Kikíforovich.

—Hum… el brazo. Je, je, je. Prosiguió el diácono, verdaderamente contento del modo como había comenzado, y dio unos pasos por la habitación.

—¿Y qué es esto, carísima Soloja? —dijo con el mismo aire de antes, acercándose de nuevo a ella, cogiéndole ligeramente del cuello.

—Parece como si no lo viera, Osip Kikíforovich —respondió Soloja—. Es el cuello, y lo que llevo en el cuello es un collar.

—Hum…, en el cuello un collar. Je, je, je… —y el diácono reanudó sus paseos por la habitación, frotándose las manos.

—¿Y qué es esto, incomparable Soloja? —no sabemos lo que los largos dedos del diácono habrían tocado, en este momento llamaron a la puerta y se oyó la voz del cosaco Chub.

Soloja vació otro saco y el diácono, de cuerpo más bien magro, se metió hasta el mismo fondo, de tal manera que por encima de él se podía echar otro medio saco de carbón.

 

Cuando llama el hijo de Soloja, Valuka, que regresa a casa:

 

La propia Soloja se asustó de veras, iba y venía como sobre ascuas y, olvidada de todo, hizo señas a Chub para que se metiese en el mismo saco en que ya se encontraba el diácono.

El pobre diácono no se atrevió ni siquiera a dar muestras de dolor mediante toses y carraspeos cuando aquella humanidad se le sentó casi en la cabeza y acomodó las dos heladas botazas a la altura de las sienes.

 

Y ya cuando entró Vakula, enfadado por el rechazo de Oxana, casualidades de la vida, lo siguió otro amante:

 

 Era el cosaco Sverbigús. A éste ya no se le podía meter en un saco, siquiera fuese porque no hay saco capaz de darle cabida. Era más corpulento que el alcalde y más alto que el compadre de Chub. Por eso Soloja lo llevó al huerto, a fin de escuchar cuanto él tuviera bien a decirle.

 

Mientras tanto, Valuka, se percató de los sacos que había en casa y se dispuso a sacarlos de allí:

 

El herrero se acercó a los enormes sacos, los ató fuertemente y se dispuso a echárselos al hombro. Pero estaba claro que sus pensamientos vagaban Dios sabe por dónde, pues de otro modo hubiera oído el chillido de Chub cuando un mechón de pelo se le quedó sujeto por la cuerda que ataba el saco, y al corpulento alcalde, que empezaba a hipar sonoramente.

—¿Será posible que no me pueda quitar de la cabeza a esa malvada de Oxana? —se decía el herrero—… ¡Diablos! ¡Parece como si los sacos fueran más pesados que antes! ¡Pero soy un estúpido! Olvidaba que ahora todo me parece como si pesase más.

 

Avanzando un poco más en el relato, Valuka no deja de pensar en Oxana, se dice a sí mismo que, dispuesto estaría, a pactar con el diablo por amor:

 

Al darse cuenta de esto, el diablo, que durante todo el tiempo había permanecido inmóvil, brincó dentro del saco con alegría. Pero el herrero creyó que lo había hecho moverse él mismo, descargó un fuerte puñetazo sobre el saco y se lo acomodó en el hombro…

 

Es una escena ridícula, es decir, ajena e inferior a lo normativo, ortodoxo —nunca mejor dicho— o convencionalmente respetable.

Lo grotesco no deja de ser una constante en la obra de Gógol, tanto es así que el relato prosigue de un modo surrealista, en el cual, el diablo se escapa del saco y mantiene una pelea con Valuka. El herrero lo agarra del rabo y consigue montarlo a caballo, sometiéndolo con el símbolo de la cruz:

 

¡Hola! ¡Ya canta con otra voz el maldito alemán! ¡Llévame ahora mismo! ¿Lo oyes? ¡Llévame como un pájaro! …A San Petersburgo. Al palacio de la zarina…

 

Después de llevarlo volando a San Petersburgo:

 

En un instante, el diablo adelgazó y se redujo tanto, que no le costó ningún trabajo introducirse en el bolsillo del herrero.

 

Este es un elemento típico de los cuentos populares, es muy común encontrarnos con personajes que reducen su tamaño. Es un elemento bastante urdido por escritores del romanticismo, un ejemplo muy similar es el presentado por el estonio Friedrich Reinhold Kreutzwald; en su poema Kalevipoeg, el protagonista reduce su tamaño hasta poder esconderse en la muela de un hombre[3].

El relato acaba con una cita con Catalina II, más conocida como «la Grande». Vakula se reúne con unos cosacos que conoció el verano anterior y, vistiéndose como éstos, se le permite unirse a ellos para verse con la zarina. En estas líneas se aprecia el romanticismo de Gógol: los zapórogos visitan a la zarina con la pretensión de evitar la abolición de sus fueros —lo que nos sitúa en el año 1764—. En unas líneas donde la ficción se sirve de personalidades que han quedado inmortalizadas en la historia, el autor no puede evitar de emplear elementos cómicos, incluso al escribir sobre la zarina:

 

En esto, los zapórogos cayeron al suelo y gritaron a una voz:

—¡Merced, madre, merced!

—¡Levantaos! —resonó sobre ellos una voz imperiosa y, al mismo tiempo, grata […]

—¡No nos levantaremos, madre! ¡Moriremos, pero no nos levantaremos! —gritaron los zapórogos.

Potemkin se mordía los labios. Finalmente se acercó él mismo y murmuró imperiosamente algo a uno de los zapórogos. Éstos se alzaron.

 

A continuación, se da una cómica conversación entre la zarina y los cosacos que, por lo irónico de la respuesta del cosaco, no pasa desapercibida.

 

—El Serenísimo me prometió que me haría conocer un pueblo mío al que hasta hoy no he visto—dijo la dama de los ojos azules, mirando con curiosidad a los zapórogos—. ¿Os tratan bien? —continuó, acercándose unos pasos más.

—Sí, madre, gracias. Los víveres que nos suministran son buenos (aunque los corderos de aquí no admiten comparación con los de Zaporizhie). ¿Por qué no vamos a vivir, mal que bien?...

 

Entendemos por ironía a la expresión de un discurso en el que los sentidos intencional y literal difieren con el fin de provocar una interpretación crítica: qué remedio que conformase con los corderos, es lo que hay…

 

Potemkin fruncía el ceño al ver que los zapórogos decían todo lo contrario de lo que él les había indicado…

Uno de los zapórogos se irguió y dio un paso al frente:

—Merced, madre, ¿por qué quieres perder a un pueblo que es adicto? ¿Qué hemos hecho para granjearnos tu cólera? ¿Es que dimos la mano al tártaro infiel? ¿Estuvimos jamás de acuerdo con los turcos? ¿Te hemos traicionado de obra y ni siquiera con el pensamiento? ¿A qué se debe entonces tu desfavor? Antes supimos que ordenabas construir en todos los sitios fortalezas contra nosotros. Después supimos que querías convertirnos en carabineros. Ahora oímos nuevas desventuras. ¿En qué culpa ha incurrido el ejército zapórogo? ¿Será culpable de haber llevado tus tropas al otro lado de Perekop (Crimea) y de haber ayudado a tus generales a acabar a sablazos con las gentes de Crimea?...

—¿Qué deseáis? —preguntó solícita Catalina.

 

De por sí, todo el que sepa un poco de historia no puede más que sorprenderse de lo irónico que parece el discurso del cosaco —aunque éste no lo persiga—: resulta que a lo largo de su aventura, los cosacos sí que pactaron con tártaros, aunque para luchar contra los polacos; con el turco se pactó el primer intento de repartir Polonia y es en Turquía donde se exilió y murió Mazepa —seguramente la figura más cínica de su tiempo y uno de los cosacos más controvertidos y emblemáticos que hay: traicionó al zar Pedro—; en lo concerniente a la traición con el pensamiento, ya vemos qué tipo de palabras pasan por la mente del cosaco en relación a los corderos; es decir, hay una secuencia de cinismo desbordante. Cabe subrayar que es muy probable que Gógol no persiga este cinismo, partamos de que las preguntas a las que hemos hecho mención son harto genéricas y, además, las que las siguen sí son específicas y evidencian la fidelidad de los cosacos hacia la zarina. De resultas, nos encontramos ante un escenario de carices románticos, que enmascara unas ideas críticas con el empleo de materiales cómicos: recordemos lo señalado en La noche de mayo o la ahogada, ser cosaco es ser libre, luego acabar con los cosacos equivale a acabar con la libertad.

A continuación, viene la situación (cómica) por la que Gógol decide encaminar la historia, pues en vez intervenir uno de los cosacos para pedir un deseo que el autor no menciona —pero que, a tenor de lo anteriormente expuesto, parece evidente—, ocurre que:

 

«¡Esta es la mía! ¡La zarina pregunta qué queréis!» —se dijo el herrero, que se arrojó al suelo.

—Majestad, no castiguéis mi osadía. No se ofenda su merced real, ¿de qué están hechos los chapines que calza? Yo creo que ningún sueco ni en ningún otro país del mundo sabrían hacerlo así. ¡Dios mío! ¡Si mi mujer tuviera unos chapines como ésos!

La emperatriz se echó a reír. Los cortesanos rieron asimismo. Potemkin torcía el gesto y reía a un tiempo. Los zapórogos empezaron a tirar del brazo al herrero, pensando que se había vuelto loco.

—Levántate —dijo cariñosamente la emperatriz—. Si tantos deseos tienes de poseer unos zapatos como éstos, no será difícil complacerte. Traedle ahora mismo los zapatos más ricos, adornados con oro…

 

Después de esto, la zarina hace una afirmación que coloca a los cosacos en una situación un tanto embarazosa:

 

—Pero, sin embargo, he oído decir que en la Siech no os casáis nunca.

 

Pero, lo más curioso, es la respuesta que recibe:

 

—¡Cómo, madre! Tú misma sabes que el hombre no puede vivir sin la mujer […]

—Nosotros no somos monjes —continuaba el zapórogo—, sino pecadores. Nos gusta la carne, como a todos los cristianos honrados. Muchos de nosotros tienen esposa, pero no viven con ella en la Sech. Hay quienes tienen esposa en Polonia. Otros la tienen en Ucrania. Los hay quienes tienen esposa hasta en Turquía.

 

La respuesta no puede ser más cómica, los cosacos pasan de ser unos individuos que se abstienen de casarse a ser justamente el extremo contrario: resulta que no solo se casan, sino que lo hacen por una geografía que desborda los límites del Imperio ruso. Podríamos bromear hablando de un Geist cosaco: unos tipos bebedores y ociosos, mujeriegos, la encarnación de los vicios terrenales…, en definitiva, que no le hacen feos a ningún tipo de mujer, independientemente, incluso, de la religión —que por otra parte tanto parecen defender—.

Sea como fuere, el caso es que Gógol crea una situación cómica no exenta de ironía, sarcasmo, burla, chistes, ridiculeces, etc.

 

 

6

Terrible venganza

 

Se narra la trágica historia de pan Danilo y pani Katerina, un matrimonio que se verá perjudicado por la maligna presencia del padre de la cosaca.

Este relato, como los dos que le siguen, apenas tiene humor, en él se abre un amplio elenco de posibilidades de jugar con lo grotesco, no obstante, no es éste el objetivo de Gógol. Aunque, por otro lado, reporta una cantidad de información histórica y conocimientos por parte del autor que será esencial, como veremos más adelante, para la calificación de esta literatura como reconstructivista o sofisticada. A pesar de todo, mencionaremos un chiste que hace Danilo al ver regresar a su sirviente con el hidromiel que le había pedido:

 

—¿Qué, Stetsko, has bebido mucho hidromiel en el sótano?

—Lo he probado únicamente, señor.

—¡Mientes, hijo de perra! Fíjate cómo se han pegado las moscas a tu bigote. Por los ojos veo que te echaste al cuerpo medio cubo. ¡Estos cosacos! Son un pueblo valiente, están dispuesto a dar todo al compañero, pero la bebida no la ceden a nadie.

 

Si acaso, hay otra una cita con lo cómico que podría resultar controvertida a nuestros ojos; Danilo le reprocha a su esposa la actitud tan particular de su padre, el cual, no bebe ni una sola gota de alcohol, cosa rara, «siendo incluso los católicos aficionados al vodka». Al parecer, también rechazó comer cerdo y ya cuando hace otro tanto con un plato de pasta, a Danilo se le pasa un escarnio por la mente que no llega a pronunciar: «Sé que te atragantarían más los fideos judíos». Sea como fuere, lo cierto es que en esta historia hay mayor presencia de muertos vivientes que de humor.

 

 

7

Iván Fiódorovich Shponka y su tía

 

Relato incompleto, inconcluso, seguramente el más particular de esta obra. Narra la historia de Iván, un soldado que hereda las tierras de su familia y se muda con su tía, aconteciéndole así, hechos que serían triviales de no ser por un pequeño detalle que nos revela el posterior relato: al parecer las tierras en las que se sitúa esta historia está maldita, luego, su desenlace, completamente abierto, no será, precisamente, lo que solemos llamar un final feliz.

A pesar de todo, Gógol siempre deja, por muy pequeña que sea, una partícula de humor en los relatos aun a pesar de no tener un objeto cómico; así es cómo nos describe las fantasías de la tía de Iván Fiódorivich:

 

A menudo, al hacer un pastel, cosa que jamás confiaba a la cocinera, olvidábase de todo, se imaginaba que al otro lado tenía una nietecilla pidiendo pastel y le tendía distraídamente con el mejor trozo, ocasión que aprovechaba un perro para apoderarse de él; el ruido que hacia el perro al engullir la sacaba de sus meditaciones y todo acababa con un trastazo que se ganaba el animal.

 

Además, se da un buen ejemplo del cinismo del autor empleando la ironía al describir un carro del siguiente modo:

 

Considero un deber advertir a los lectores que éste era justamente el vehículo en que viajó Adán. Por eso, si alguien quiere hacer pasar otro coche por el de Adán, será un engaño manifiesto; se tratará de un coche falsificado. Se desconoce en absoluto la manera de cómo se salvó del diluvio. Hay que pensar que en el Arca de Noé hubo una cochera especial para él. ¡Qué lástima que no podamos describir a los lectores con vivos tonos su aspecto!

 

En esto precisamente consiste lo irónico, en la expresión de un discurso en el que los sentidos intencional y literal difieren con el fin de provocar una interpretación crítica.

 

 

8
El lugar embrujado

 

Este último relato cuenta la historia del abuelo de Fomá Grigórievich, quien, en unas circunstancias escalofriantes, encuentra un cofre.

Una vez más, la cita con lo cómico es inevitable al igual que lo es, también, con lo sobrenatural y lo horroroso; aunque en esta ocasión, son acontecimientos completamente heterogéneos y, por lo tanto, no solubles en lo grotesco.

La madre, dispuesta a tirar el agua sucia, se encontró con que una se le acercaba una cuba. Creyendo que era uno de los críos le vertió el agua, para descubrir después que era el abuelo y que traía un cofre, situación irónica y ridícula:

 

—¿Qué has hecho, mujer del diablo? Me has calado como a un cerdo en vísperas de Navidad. Bueno, muchachos, ¡ahora tendréis rosquillas! ¡Vestiréis, hijos de perra, caftanes bordados de oro! ¡Mirad que os he traído! —y destapó la olla.

¿Qué creéis que había allí? Bien pensado, se imaginan que era oro, ¿no? Pues no era nada de eso: era basura, porquería… hasta da vergüenza decirlo. Escupió asqueado el abuelo, tiró la olla y se lavó las manos.

 

 

9

Literatura Sofisticada o Reconstructivista en Nikolái Gógol

 

La denominada Literatura sofisticada o reconstructivista es aquella que combina, de forma tan poética como retórica, es decir, tan estética como artificiosa, contenidos pre-racionales —o pseudoirracionales— y saberes críticos, esto es, tipos de conocimiento antiguos e incluso arcaicos, de naturaleza irracional, propios de la naturaleza crítica, sofisticados gracias al desarrollo del racionalismo sobre el que se construyen, perfeccionados y ejercitados en el reconocimiento de la desmitificación que revelan, así como en la aceptación de la filosofía crítica y en la reconstrucción tecnológica y formalista de los materiales literarios. Este tipo de Literatura sofisticada o reconstructivista deja explícitamente al descubierto su naturaleza formalista y esteticista, no exenta con frecuencia de implicaciones lúdicas y recreativas, en las que se incluye de modo más o menos latente o patente el ejercicio de la crítica sobre la complejidad y la realidad de la vida humana. Sus principales características son:

1. La literatura sofisticada reconstruye el mito desde una estética absolutamente psicológica.

2. Esta literatura sofisticada habla de episodios y acontecimientos en los que la magia, lo imposible o lo extraordinario desempeñan una actividad fundamental y decisiva.

3. La literatura sofisticada introduce figuras que reemplazan la religión por el animismo puro (la no operatividad de los númenes). Disuelven la experiencia religiosa arcaica y antigua en la estética de un animismo basal.

4. Es un tipo de literatura que se sirve de todas las técnicas posibles para someter los materiales literarios a procesos de reconstrucción y sofisticación cada vez más complejos y efectistas.

Además, añade Maestro, es un tipo de literatura susceptible de tener interpretaciones de cariz nostálgica y de la reconstrucción de un mundo primitivo o prehistórico, o de alguno de los materiales o componentes arcaicos propios de ese pasado.

Todas estas características parecen estar hechas a medida de la presente obra. Nikolái Gógol juega con la mitología eslava, recoge las historias y leyendas de tradición oral y las moldea en un espacio histórico y geográfico determinado; reconstruye un mundo fabuloso, propio del entorno rural, que sobrevive en el seno de uno de los modelos familiares más sólidos del continente europeo: tanto es así que, aún con la introducción del cristianismo en los diversos espacios y tiempos habitados por eslavos, que inició la lucha contra el paganismo, las ideas de éstos últimos, sin embargo, se mantuvieron vivas, produciendo la coexistencia de elementos de las dos religiones (la cristiana y la pagana), surgiendo así el fenómeno de la «doble confesión». De este modo y a pesar de lo lejanas, dispersas y heterogéneas que puedan ser las lenguas eslavas, aun a pesar de carecer prácticamente de lazos históricos —en algunos casos hablamos de más de milenio y medio de aislamiento—, tradicionalmente se constata un gran parecido entre las culturas materiales de los pueblos eslavos: folclore, costumbres, ritos, hábitos, arquitectura. R. O. Jakobson (1896-1982) añadió la idea de que los eslavos están unidos también por la literatura, entre los rasgos más comunes de las literaturas eslavas señaló la riqueza afijal de estos idiomas que les permite rimar con facilidad y variedad.

En la reconstrucción del mito, Gógol nos deja mucho material que analizar; lo encontramos en La noche de San Juan, llamada también Kupala[4], un rito presuntamente cristiano pero que, como bien indica su nombre vulgar y la forma de desarrollarse, tiene un cariz precristiano —por no decir que es un rito pagano con barniz cristiano—; en La noche de mayo o la ahogada, independientemente de estar puesto con intención o no[5], el rito peca de unas características bastante semejantes al anterior y, para colmo, la figura de la ahogada es una especie de rusalka[6]; en La carta perdida, la magia y lo sobrenatural se desarrolla en el bosque, entorno propio de las mitologías indoeuropeas y, en especial, de las arcaicas creencias de los eslavos, quienes, al ser el único pueblo estrictamente continental sin acceso al mar, dotaban a los arboles de un significado esencial en la concepción del mundo, llegando incluso a encarnar a los seres numinosos, siendo así que las tupidas masas forestales fueron el lugar idóneo para los espíritus como el lisovik o leshi[7]. Lo cierto es, que si se expusieran uno por uno los mitos de los que se sirve el autor darían para la eternidad, resulta que la lengua o lenguas ortodoxas a las que se refiere Gógol están cargadas de veneno.

La exposición de los relatos, empero, no deja lugar a dudas acerca de la pertenencia de Nikolái Gógol a lo que en literatura llamamos Romanticismo. Ahora bien, nos permitimos la libertad de no encasillarlo dentro del irracional grupo de autores europeos del corte de Washington Irving o Giacomo Leopardi: con el debido respeto, al menos Gógol se esforzó en documentarse exhaustivamente acerca del momento histórico, de los individuos y los hábitos que trataba. Cuando relata las diversas historias de los cosacos zapórogos, sus andanzas, sus glorias y sus penas, si acaso, su desprecio y odio hacia el polaco y el judío, no se ha de interpretar a Gógol como el propagandista de un incipiente nazismo o antisemitismo —como más de una vez se ha hecho—, sino que hay que remitirse a las fuentes fidedignas y primarias, a unos momentos históricos y así se podrá comprobar que, efectivamente, se daban tales condiciones[8]. Los conocimientos históricos del autor quedan expuestos, de forma dispersa, en los relatos de Dikanka y de Mírgorod y en su breve novela Taras Bulba. Tanto es así, que nos habla de los tiempos remotos en los que se repoblaron las estepas:

 

Hará más de cien años —muchos más— …nadie habría reconocido nuestro pueblo; ¡un caserío, el más pobre de los caseríos! Cosa de diez isbas de paredes sin encalar, mal techadas, dispersas aquí y allá en medio del campo. No había ni un cercado ni un cobertizo decente donde guardar los animales y la carreta. […] No vivían así debido a la pobreza: en aquellos tiempos casi todo el mundo participaba en las correrías de los cosacos y en tierras extrañas tenía ocasión de llenar la bolsa; más bien se debía a que entonces no se sentía la necesidad de una jata decente. […] En aquellos tiempos se lanzaban a las correrías toda clase de gentes: de Crimea, polacos, lituanos. A veces eran los propios los que atacaban en bandas y desvalijaban a los habitantes de su país. Ocurría de todo.

En lugar de antiguos principados, de los pequeños pueblos llenos de cazadores y monteros, en lugar de los principillos que guerreaban entre ellos y comerciaban con sus ciudades, surgieron terribles poblados, aldeas y recintos fortificados, unidos por el peligro común y el odio a los rapaces infieles.

 

Gógol menciona, en los relatos que hemos tratado, citas de obras que, obviamente, le habían servido de inspiración, por no decir que contribuyeron al sentido de humor tan ácido que lo caracteriza. Estas obras son El simplón —una comedia escrita por su padre—, Natalka Poltavka y Eneyida —obra de teatro y poema épico-burlesco de Iván Kotlyarevsky—. Es esencial detenerse en la Eneyida o Eneida de Kotlyarevsky; una obra sin precedentes, de un particularismo y exclusividad que se imponen desde los primeros versos:

 

                                        Enei (o Eneas) era un joven activo
                                        cosaco donde no los haya,
                                        defensor de la verdad
                                        el más virtuoso de todos los burlak[9].
                                        Los griegos, tras quemar Troya,
                                        redujéronla a la ceniza,
                                        (Enei) Decidido, cogió su bolsa;
                                        llevose a algunos troyanos
                                        desgastados como sus cadenas, consigo
                                        y a Troya pisoteó con las suelas
[10].

 

¿Cómo es posible que Enei sea tan honrado y virtuoso siendo un esclavo? Al igual que haría posteriormente Gógol, Kotlyarevski camufla sus ideas bajo la fachada de una simple obra cómica.

En este poema se consagran dos de las particularidades que caracterizan a Gógol: la primera es lo cómico, esta Eneida es una parodia de la obra de Virgilio, en ella se sustituyen a los troyanos por cosacos zapórogos; la segunda es la figura del cosaco, figura que se canoniza en la primera oleada de los grandes escritores del Imperio ruso. Es más, muchos de los grandes literatos rusos o ucranianos, tienen una cita con los cosacos: Kotlyarevsky, Gógol, Lermontov, Pushkin, Shevchenko, Tólstoi y Shólojov entre otros. Sin ir más lejos, el premio nobel polaco, Henryk Sienkiewicz, en la búsqueda del origen de la caída y desaparición de su patria, tiene, en su novela A sangre y fuego, una cita con sus hermanos esteparios. Incluso Lord Byron, le dedica una obra a Mazepa, con el título del mismo o Espronceda, que hace un homenaje al pueblo cosaco en su poema titulado El canto del cosaco.

Concluiremos afirmando que el humor no solo existe en las literaturas eslavas, si no que, además, goza de buena salud. No obstante, como siempre puede haber disidencias al respecto, la defensa a esta disyuntiva será la tajante respuesta de: siempre nos quedará Nikolái Gógol.

Tal vez autores como Dostoyevski no desarrollen lo cómico en su literatura, pero sí saben reconocer cuando lo hacen otros, ya se lo decía el juez a Raskolnikov en Crimen y castigo:

 

Es usted muy avispado, sí señor. Se da cuenta de todo. ¡Ingenio travieso el suyo! Siempre ve el lado cómico de las cosas… Se dice que ése era el rasgo sobresaliente de Gógol, entre los escritores.

 

 

 

Bibliografía

 




NOTAS

[1] Nótese que Gógol se sirve del colmenero como recopilador de unos relatos que a su vez son contados por diversos individuos. Es particular cómo en este punto, al igual que hizo Cervantes en el Quijote, el autor parece limpiarse las manos: él no es el creador o artífice de la obra, sino que hay sujetos como un Fomá Grogórievich o un recopilador (Rudi Panko), pero, es que además, ha de haber un traductor —porque a lo largo de la obra se desprende que la lengua que emplean los personajes no es ruso, algunos de hecho presumen de saber hablarlo con soltura—, ahora bien, ¿quién es? ¿Es Gógol, es Panko o hay otro? ¿Y el editor? Lo que aquí sostenemos es que esto no es casual, Gógol enmascara unas ideas en lo cómico y, además, se cubre las espaldas con unos personajes de cuyas bocas salen los relatos. Cabe destacar que aquí no pretendemos equiparar a Gógol con Cervantes, ni mucho menos, simplemente hemos analizado una semejanza que, por otro lado, no sorprende que se dé teniendo en cuenta que, como bien afirma Maestro, en el Quijote se encuentra el genoma de la literatura.

[2] Los ucranianos llaman alemán al extranjero, extraño o diferente. Los eslavos conocían a los germanos por el nombre de «nímets», que significa literalmente «mudo» o «callado», es decir, los hombres que no hablan (o no emplean el mismo idioma) frente a los eslavos o «sloviane» que sí poseen palabra o «slovo» (o comparten lengua).

[3] Reinhold Kreutzwald, Fiedrich (2015), Kalevipoeg, Madrid, Miraguano S.A. Ediciones.

[4] Nombre cuyo origen proviene del verbo bañar.

[5] Recordemos que Gógol no es un folklorista ni un filólogo, lo más probable es que no conociera el origen de muchas de las palabras y nombres que vierte en su literatura, habiendo referencias a mitos y resquicios paganos que él mismo desconocía.

[6] Hermosas doncellas que viven en las profundidades de las aguas. Atendiendo a las creencias populares, las niñas que habían nacido muertas, las que habían fallecido sin haber sido bautizadas y las jóvenes que se suicidaban ahogándose en el agua se convertían en Rusalki.

[7] Ser mitológico que reside y protege el bosque y se dedica a molestar o ayudar a los humanos, según le venga en gana o la conducta de estos.

[8] En los Cuentos cosacos recopilados y publicados a lo largo del siglo XIX por Kulish, Rudchenko y Dragomanov, se puede dar buena cuenta de la mala fama que tenían los judíos entre los cosacos. En un cuento titulado La historia del viento, unos judíos abusan de la ignorancia e ingenuidad de un hombre dado a la bebida.

[9] Trabajadores que tiraban de los barcos encadenados a los mismos; aparecen perfectamente plasmados en el cuadro de Ilya Repin «Transportadores de barcazas en el Volga».

[10] Traducción del autor.




Nikolái Gógol