28 mayo 2018

Michel Houellebecq: ¿Kitsch pornográfico o genialidad crítica?

 



Michel Houellebecq:

¿Kitsch pornográfico o genialidad crítica?

 

Ramón de Rubinat

Escuela Hispánica de Estudios Literarios

 


Palabras clave

Michel Houellebecq · Kitsch · Teoría del genio · Crítica de la razón literaria · Feminismo


Sinopsis

Se expone una interpretación de la obra literaria de Houellebecq desde el punto de vista de la teoría del genio, según los presupuestos metodológicos de la Crítica de la razón literaria de Jesús G. Maestro.



Artículo 


En este artículo vamos a tratar la cuestión del machismo y la cosificación de la mujer en la novelística de Michel Houellebecq[1], que es lo que la crítica feminista –ejercida por hombres y mujeres–, ha recriminado a nuestro autor de forma, a nuestro juicio, gremial e ideológicamente tendenciosa. Pero que no se equivoque nadie, no tenemos ninguna intención de defender a Houellebecq o, mejor dicho, de defender las ideas que Houellebecq objetiva en sus novelas; lo que nosotros vamos a hacer es una defensa de la Teoría de la Lectura de la Crítica de la razón literaria (Maestro, 2017), que es algo muy distinto. ¿Hay machismo y cosificación de la mujer? Sí, lo hay:

 

El efecto beneficioso de la compañía de un perro proviene de que es posible hacerlo feliz; pide cosas tan simples, su ego es tan limitado... Puede que en una época anterior las mujeres se encontrasen en una situación comparable: semejante a la de un animal doméstico (La posibilidad de una isla, 2005: 25)[2].

El problema también para usted es el Captorix, cuando lo haya tomado quizá no se le empine, no puedo garantizárselo, ni siquiera con dos bonitas putillas de dieciséis años, es la cabronada de este producto (Serotonina, 2019: 1881),

 

pero nosotros sostenemos que lo hay del mismo modo que hay «amor» en la respuesta que uno de los galeotes que van presos le da a don Quijote en aquel conocido episodio, concretamente, le dice que va preso «por enamorado», lo cual sorprende sobremanera a don Quijote, que no puede aceptar semejante injusticia. Nosotros sostenemos que la crítica feminista actúa como el Quijote de este pasaje: ve sexismo (que equivale al ir preso por enamorado), entiende que el sexismo es intolerable («pues si por enamorados echan a galeras, días ha que pudiera yo estar bogando en ellas») y construye su crítica sin atender al conjunto del relato, que es el que sigue:

 

No son los amores como los que vuestra merced piensa –dijo el galeote–, que los míos fueron que quise tanto a una canasta de colar atestada de ropa blanca, que la abracé conmigo tan fuertemente, que a no quitármela la justicia por fuerza, aún hasta agora no la hubiera dejado de mi voluntad (Q, I-22).

 

Pues bien, nosotros afirmamos que la crítica feminista, como toda crítica de signo ideológico, está sometida a la misma limitación, a la misma patología que presenta don Quijote en el episodio de la cadena de galeotes: ven lo que les conviene, fuerzan cínicamente (¿o es ignorancia?) la obra y obvian lo demás. Afirmamos que en la novelística de Michel Houellebecq hay machismo y cosificación de la mujer pero no podemos detenernos aquí, es preciso ver de qué modo se explotan estos contenidos y con qué objeto o finalidad. Y lo vamos a hacer a partir de la definición de Literatura contenida en la Crítica de la razón literaria y a partir del eje semántico del Espacio estético, que pasamos seguidamente a caracterizar.

La Crítica de la razón literaria define Literatura como:

 

Una construcción humana y racional, que se abre camino hacia la libertad a través de la lucha y el enfrentamiento dialéctico, que utiliza signos del sistema lingüístico, a los que confiere un valor estético y poético y otorga un estatuto de ficción, y que se desarrolla a través de un proceso comunicativo de dimensiones históricas, geográficas y políticas, cuyas figuras fundamentales son el autor, la obra, el lector y el intérprete o transductor (Crítica de la razón literaria, 126).

 

Adviértase (1) que la alusión a la «construcción humana y racional, que se abre camino hacia la libertad a través de la lucha y el enfrentamiento dialéctico» nos remite a un contenido lógico, (2) que la alusión al uso de signos del sistema lingüístico a los que «confiere un valor estético y poético», nos remite a un contenido estético y (3) que la alusión a que la Literatura otorga a esos signos «un estatuto de ficción» nos remite a la construcción de una fábula o anécdota literaria. La Teoría de la Lectura de la Crítica de la razón literaria sostiene que estos tres contenidos no se pueden hipostasiar (no se pueden separar), no puede uno construir una crítica de los contenidos lógicos de una obra sin atender a la relación (a la symploké) que esos contenidos guardan con la fábula y con los recursos estéticos explotados por el autor literario. Lo que debe examinarse no es lo que dice tal o cual personaje, sino el conjunto de relaciones que se establecen entre la fábula, los contenidos estéticos y los contenidos lógicos.

Esta symploké entre fábula, contenido estético y contenido lógico vamos a examinarla, como decíamos, desde el eje semántico del Espacio estético. El Espacio estético, como leemos en la Crítica de la razón literaria, es el lugar en el que el ser humano, como sujeto operatorio, lleva a cabo la autoría, manipulación y recepción de un material estético, es decir, la construcción, codificación e interpretación de una obra de arte. Este espacio, construido a partir del Espacio gnoseológico diseñado por Gustavo Bueno, comprende tres ejes (sintáctico, semántico y pragmático) cuyas figuras resultan de una grandísima potencia para, en nuestro caso, interpretar una obra de arte. En esta ocasión nos centraremos, concretamente, en los tres criterios del eje semántico (mecanicismo, logicismo y genialidad [subvierto el orden en el que aparecen en la Crítica de la razón literaria: mecanicismo, genialidad y logicismo]), que presentamos seguidamente.

El primer criterio, el mecanicismo, representa una concepción estrictamente formalista de la literatura. Piensen en el kitsch, en la producción de un objeto artístico desemantizado (el BigPinkHeart o el Maneki-neko japonés). En nuestro caso, de entender que el machismo de la novelística de Houellebecq es una simple acumulación de tópicos con el único objeto de generar una polémica que pudiera traducirse, por ejemplo, en un aumento de la popularidad del autor, diríamos que estos contenidos machistas responden o siguen un criterio mecanicista. Nosotros negamos que sea mecanicista, a pesar de que, en algunas ocasiones, lo pueda parecer:

 

Para que nos situemos, ahí va uno de los chistes que salpicaban mis espectáculos: —¿Sabes cómo se llama la parte carnosa que rodea la vagina? —No. —Mujer (La posibilidad de una isla, 2005: 122).

Si quieres que la polla esté rodeada de carne pues, bueno, ahí tienes el chocho, está hecho para eso (Serotonina, 2019).

 

Han pasado catorce años y es lo mismo, sí, pero solo será mecanicismo si se queda en eso, si su radio de acción no sobrepasa el chiste o la misoginia. Y nosotros afirmamos que sí lo sobrepasa.

El segundo criterio, el logicismo, constituye una interpretación basada en criterios programáticos y lógicos. De entender el machismo de estas novelas desde este criterio, diríamos que Houellebecq formaría parte del gremio ideológico machista y que, en buena lógica misógina, atacaría directamente a la mujer, que sería el enemigo. Esto sí sería una auténtica violencia de género pues aquí se daría el ataque de un individuo del género masculino contra el conjunto de individuos del género femenino, única y exclusivamente, por su condición de mujeres.

El tercer criterio, el de genialidad, interpretará este racionalismo como propio de un genio por lo inédito de sus contenidos. Esta es, precisamente, la razón por la que las obras del genio siempre provocan controversia; esto es así porque su racionalismo está dado a una escala superior a la de sus contemporáneos. La Crítica de la razón literaria sostiene que, por este motivo, una sociedad solo acepta a sus genios «cuando ha controlado –incluso domesticado o normalizado– las consecuencias de sus genialidades» (151).

Por tanto, la cuestión a determinar aquí es si el machismo presente en la novelística de Houellebecq es de signo mecanicista (un kitsch), logicista (un ataque del género masculino al género femenino por razón de género) o genial (singularmente tratado), y para ello examinaremos el curso de una idea que recorre la novelística de nuestro autor (desde Ampliación del campo de batalla, de 1994, hasta Serotonina, de 2019); nos referimos, concretamente, a la idea de persona.

Antes de ello, es preciso señalar que (1) el concepto de persona es una creación occidental, que nace en el teatro clásico (es, por tanto, un concepto de la Teoría de la Literatura (las máscaras [prosopon] se utilizaban per-sonare, para proyectar la voz); (2) se desarrolla en el Derecho romano (en la tricotomía personae-res-actiones de las Instituciones de Gayo); (3) adquiere una dimensión trascendente en el Concilio de Nicea, y en otros posteriores, en cuanto se fija el dogma de la Trinidad y concretamente, el de la Doble naturaleza (divina y humana) del Hijo de Dios; (4) recorre toda la escolástica española (como muy bien ha señalado el profesor Gustavo Bueno, si observamos que, para Santo Tomás, el entendimiento agente aristotélico es individual y corpóreo y que, para Averroes [para el Islam, por tanto] se entiende que es supraindividual, entenderemos, entre otras cosas, por qué no hay terrorismo occidental que sacrifique los cuerpos de sus militantes, mientras que el terrorismo islámico, por no considerar que la razón es corpórea e individual, no tiene esta prevención y es más propenso a la alegría charcutera [el individuo no cuenta]); y que, finalmente, (5) se codifica, como principio supremo, en la Declaración de los Derechos del Hombre.

Este es el punto del que parte Houellebecq, por ejemplo, en Sumisión. En este sentido, el siguiente pasaje es determinante:

 

La idea de la divinidad de Cristo, proseguía Rediger, era el error fundamental que ineluctablemente conducía al humanismo y a los «derechos del hombre» (Sumisión, 2015: 2702).

 

La cuestión de la «divinidad de Cristo» alude al dogma de la Doble naturaleza del Hijo, pero la clave está en el hecho de considerar la importancia del cuerpo de la persona (sagrario) como el «error» que va a desencadenar el suicidio de Occidente. El humanismo y los Derechos Humanos son la culminación del esfuerzo de Occidente por legislar atendiendo a la personalidad jurídica del individuo (como recogen todos los principios de la Declaración) pero esta victoria, sostiene la novelística de Houellebecq, está conduciendo al declive del Occidente cristiano y, en última instancia, a su extinción. A partir de las novelas de Houellebecq entendemos que este declive y próxima extinción de nuestra civilización se deberá a que el liberalismo económico, en primer lugar, ha llevado a un extremo la cuestión del individualismo mediante la destrucción de toda moral o religación social (Cristianismo) y nos ha convertido en una suerte de desaforados egotistas, en unas insaciables mónadas consumistas, y, en segundo lugar, este liberalismo ha facilitado y promovido la emancipación de la mujer (su incorporación al mundo laboral, la revolución sexual –que rompe la relación entre sexualidad y procreación– y su asunción de los roles masculinos) y con ello han provocado la destrucción de los núcleos familiares y, en consecuencia, la insularidad del individuo, su extrema soledad.

La consecuencia de esta desintegración de lo grupal (moral) en favor de lo individual (ética) ha sido la creación de unas individualidades sujetas a un deseo consumista que no pueden saciar. Este individuo, sin un sentido de la vida, sin sentido moral ni trascendente, solo tiene el objetivo de procurarse placer. La trampa es que ese deseo (que en el hombre es, fundamentalmente, sexual), por la lógica consumista, nunca se satisface. Por este camino se llega siempre a la violencia: en primera instancia, al sadomasoquismo y, en última instancia, al sadismo (hacerles daño a los demás). Por ese camino, el individuo llega, también, al suicidio, que en la novelística de Houellebecq cumple, en ocasiones, la función de epítome del suicidio colectivo, de todo lo que implica comunidad y tradición, es decir, del final del Occidente cristiano.

Así las cosas, ¿de este hombre occidental, blanco, heterosexual, que se conduce, por su incapacidad, a la decrepitud moral y ética, a la abyección más absoluta, puede decirse que se cree superior a la mujer? La cosificación de la mujer que lleva a cabo este individuo ¿es fruto de su beligerancia patriarcal y misógina o es una nota más de su decrepitud y abyección? Este hombre blanco, heterosexual, occidental, decrépito y abyecto, dirá:

 

Las mujeres eran mejores que los hombres. Eran más dulces, más amables, más cariñosas, más compasivas; menos inclinadas a la violencia, al egoísmo, a la autoafirmación, a la crueldad. Además eran más razonables, más inteligentes y más trabajadoras […] Desde todos los puntos de vista, un mundo compuesto sólo de mujeres sería infinitamente superior; evolucionaría más despacio pero con regularidad, sin retrocesos ni nefastas recriminaciones, hacia un estado de felicidad común [...] Los hombres, con su amor por el riesgo y el juego, su grotesca vanidad, su irresponsabilidad, su violencia innata, eran directamente responsables de todo eso (Las partículas elementales, 1998: 2146).

 

Son estos un párrafos del todo criticables, pues no es cierto lo que aquí se afirma (no se puede reducir distributivamente la totalidad atributiva conformada por las mujeres), pero no es esta la cuestión ahora; lo importante es ver, y esta es nuestra tesis, que el machismo presente en estas novelas no es de signo logicista (ideológico, gremial, sectario, programático o imperativo) sino que debe entenderse en su symploké (relación) con los contenidos estéticos y las fábulas construidas por el autor. Examinemos algunos pasajes para ilustrar lo que aquí sostenemos. Si leemos lo siguiente:

 

Los coños tenían necesidad de pollas, bueno, al menos es lo que los coños se habían imaginado (feliz desprecio sobre el que descansa el placer del hombre, la perpetuación de la especie y quizá incluso la de la socialdemocracia), en principio la cuestión es solucionable pero en la práctica ya no lo es, y es así como muere una civilización, sin trastornos, sin peligros y sin dramas y con muy escasa carnicería, una civilización muere simplemente por hastío, por asco de sí misma, qué podía proponerme la socialdemocracia, es evidente que nada, solo una perpetuación de la carencia, una invitación al olvido (Serotonina, 2019: 1618),

 

diremos que la mujer (también el hombre, pero no es el caso) aparece convertida, metonímicamente, en un coño. Eso es lo que la mujer es: un coño. Pero, si nos detenemos aquí, nos quedaremos en el ir preso por enamorado de la cadena de galeotes. ¿Por qué no seguir leyendo? ¿Por qué no fijarnos en el paréntesis? Nosotros sostenemos que la crítica feminista contra Houellebecq, o se manifiesta claramente parcial, ideológica, violenta (sí, sí, porque esto es una violencia) cuando decide no seguir leyendo, o se manifiesta descaradamente analfabeta o necia cuando no es capaz de entender el paréntesis que sigue a esa primera explosión de vulgaridad y de cosificación del hombre y la mujer. Lo que encontramos en el paréntesis es que la disociación entre sexo y reproducción lleva, en primer lugar, al hombre (al varón) librado al liberalismo económico y falto de toda cohesión o principio que instruya su vida, a abocarse al placer sexual (que siempre, por la lógica del consumo, terminará incorporando la violencia hacia uno mismo y, en última instancia, hacia los demás); en segundo lugar, y por la misma razón, la consecuencia de esa disyunción causa un descenso alarmante de la tasa de población y, en tercer lugar, y aquí hay que pensar en la sociedad enemiga o amenazante del Occidente cristiano, tenemos al Islam, religión que, por sustraerse a toda consideración de lo individual (el entendimiento agente de Santo Tomás) y ceñirse a lo supraindividual (el entendimiento agente de Averroes), no se verá afectada por este declive y, por tanto, se mantendrá fuerte (culturalmente) y se impondrá demográficamente desde dentro, en un claro ejercicio de tacitismo indisimulado (se si nos permite la expresión), pues se servirá de la socialdemocracia (que, por no discriminar individuos, por su buenismo papanatas –DD.HH.–, es capaz de aceptar a quien la ha de acabar) para destruirnos.

Obsérvese el siguiente pasaje, pues es un caso similar al anterior:

 

Seguiré siendo hasta el final un hijo de Europa, de la angustia y de la vergüenza; no tengo ningún mensaje de esperanza. No odio Occidente, todo lo más lo desprecio con toda mi alma. Sólo sé que, tal como somos, apestamos a egoísmo, masoquismo y muerte. Hemos creado un sistema en el cual ya no se puede vivir; y lo que es más, seguimos exportándolo (Plataforma, 2001: 4160).

 

Se trata de la misma crítica. No hay vulgaridad, ni machismo, pero el dibujo, la secuencia, es la misma: egoísmo, masoquismo y muerte, es decir: destrucción de la moral cristiana que nos cohesionaba e implantación y promoción de una socialdemocracia que nos convierte en mónadas consumistas (de sexo), insaciables (llegando al masoquismo) y suicidas (muerte). Si uno atiende a estas ideas, que están presentes en toda la novelística de Houellebecq, y se plantea, entonces, el machismo y la cosificación de la mujer que practican estos hombres (varones) decrépitos, abyectos, trastornados y autodestructivos, ¿cómo puede –visto todo esto– defenderse que aquí se da un ataque sexista contra la mujer? Todas estas ideas son demasiado fuertes y aparecen demasiadas veces como para obviarlas de un modo tan descaradamente tramposo. Un lector mínimamente competente debería advertir la symploké (la relación) entre lo que nos dice la fábula (y las ideas que aparecen disueltas en ella), el modo en que esta anécdota y estas ideas aparecen estéticamente desarrolladas (metáforas, epítomes, hipérboles, registro vulgar, etc.) y los contenidos lógicos explícitamente formulados. Pero no es esto lo que la crítica feminista hace. Fíjense en los siguientes dos casos. Alberto Olmos, desde las páginas de El Confidencial, y a propósito de Serotonina, nos advierte de lo siguiente:

 

Dense cuenta de que Anagrama está dirigido por una mujer y que son mujeres sus autores más afamados hoy en día (Sara Mesa, Marta Sanz; el premio Herralde para el holocausto feminista de Cristina Morales), y que el único motivo de que en su catálogo tenga sitio este libro de muy averiada testosterona es, simplemente, que lo firma Michel Houellebecq. Si esto lo escribe un español, no se lo publicaría nadie (Olmos, 2019).

 

Alberto Olmos está manifestando su sorpresa por el hecho de que una editorial cuyas principales figuras son mujeres publique a semejante machista (criterio logicista). Y entonces, para explicarse el fenómeno, como tampoco puede acudir al criterio de genialidad, se mete de lleno en la leyenda negra antiespañola para notar que, puesto que somos una especie de paletos sin criterio, nos tragamos cualquier sandez (mecanicismo) que venga de un país como Francia, que nos parece superior. Hagan lo que hagan (mecanicismo) los franceses, lo compraremos porque estamos así de acomplejados y somos así de simples.

Lorena G. Maldonado, desde las páginas de El Español, a propósito, también, de Serotonina, sostendrá que:

 

En realidad, ésta es una novela escrita con el pene que, con todo, elabora un retrato robot íntegro, despiadado y útil del macho blanco y heterosexual derrotado –por su torpeza emocional, claro, aunque él prefiere achacarlo al sistema: quizás sea lo mismo– [...] El autor trabaja en la crónica y dispara con honestidad brutal, especialmente a sus enemigas íntimas –las mujeres–, que –qué profecía autocumplida– hoy causan estragos en la sociedad moderna por sus reivindicaciones feministas (Maldonado, 2019).

 

Una novela «escrita con el pene»: este es el nivel. De este pasaje nos interesa destacar dos cosas: la primera, que Serotonina es un retrato «robot íntegro, despiadado y útil del macho blanco y heterosexual derrotado» y, la segunda, que Houellebecq tiene a las mujeres por sus «enemigas». Adviértase que, si atendemos a la symploké entre contenidos estéticos y contenidos lógicos, deberíamos ver que este retrato del hombre blanco derrotado es epítome de una derrota de un calado mucho mayor pero esto, esta visión de la symploké entre los distintos contenidos de la obra, es inadmisible –e incluso inadvertible– para quién no sabe salir de sus trincheras a la hora de enfrentarse a la Literatura, en este caso, para quien se inmunda en la trinchera feminista, de ahí que podamos interpretar la alusión a que las mujeres son «enemigas íntimas» de Houellebecq como una visión desde el gremio, desde la secta, como un puro logicismo. El trozo que reproducimos a continuación –la relación de los veinte pasajes más sexistas del libro– es otra prueba de que Maldonado no sabe ir más allá:

 

Aquí algunos [reproducimos los cuatro primeros, pero son veinte] de los extractos más machistas del libro: con todo, un buen recordatorio de que esta mirada aún existe y hay que combatirla:

1. «Iba a mentir sobre mis obligaciones profesionales, la muy puta no podría objetar nada al respecto, dependía por completo de mi pasta, lo cual al fin y al cabo me daba ciertos derechos».

2. «Ella se habría desvestido en la playa sin rencor ni desprecio, como una chica obediente de Israel, a ella no le molestarían los michelines de las gordas jubiladas alemanas: tal era el destino de las mujeres, ella lo sabía, hasta la llegada de Cristo en su gloria». 

3. «Tropecé con ella en la cocina y se me escapó un “apártate, putón”». 

4. [Piensa en matar a su pareja]: «Una búsqueda rápida en Internet me informó de que la pena media por un crimen pasional cometido en un marco conyugal era de diecisiete años de prisión; algunas feministas desearían ir más lejos, permitir la imposición de penas más severas introduciendo el concepto de “feminicidio” en el Código Penal, lo que a mí me parecía bastante divertido, me sonaba a insecticida o raticida» (Maldonado, 2019). 

 

Esta es, según Maldonado, la relación de ataques a la mujer. De ahí su apelación al combate: la mirada de los machistas como Houellebecq «hay que combatirla», dice Maldonado. Insisto en que nosotros no negamos el machismo, sino que tratamos de explicar su razón de ser en el contexto literario (la obra literaria) en el que está formulado, moldeado y disuelto, y añadimos que este ejercicio no está al alcance del individuo ideologizado, que este ejercicio no se puede hacer desde la trinchera ideológica, sino desde el conocimiento conceptual (gnoseología) de los materiales literarios, ya que es este conocimiento (conceptos) la base sobre la que construiremos nuestra crítica (ideas) de la realidad literaria (ontología).

Vistos estos pasajes a los que acude Maldonado para llamar al combate contra Houellebecq, vamos nosotros ahora a presentar algunos pasajes de toda esta novelística que nos servirán, no para defender a Houellebecq, sino, como decíamos al principio, para defender una forma de hacer crítica literaria que entiende esta actividad como un ejercicio que, por estar enfrentado al capricho constructivo de los autores, siempre nos impone estar en guardia y bien armados, es decir, nos impone leer atentamente y disponer de una Teoría de la Literatura que nos proporcione un sistema conceptual (concepto de Literatura, idea de symploké y los criterios de mecanicismo, logicidad y genialidad del Espacio estético, en este caso) sobre el que construir nuestra crítica. Atendemos a la Literatura (realidad ontológica) a partir de un conocimiento conceptual (Teoría de la Literatura) que nos capacita para enfrentarnos a las ideas allí desarrolladas (Crítica de la Literatura). Quienes no disponen de conceptos para pensar la literatura, es decir, para construir su enfrentamiento con las ideas objetivadas en las obras literarias, siempre acaban acudiendo al psicologismo (lo que sienten), a la ideología (aquello en lo que creen [no aquello que saben]), a la retórica (enunciados formalmente eufónicos o impactantes pero materialmente débiles o fraudulentos) o a la doxografía (a la exhibición eruditísima de un rosario de citas de autoridades). Olmos y Maldonado han acudido a lo ideológico.

Como decíamos, vamos, seguidamente, a reproducir una serie de pasajes de todas estas obras con el objeto de que nos ayuden a entender la escala (superior al maniqueísmo que postula la lucha sexista) en la que se dan los contenidos lógicos de esta novelística.

El principal problema del Occidente cristiano es, como ya hemos indicado, el liberalismo que, en su anhelo radicalmente emancipador, ha aislado al individuo de todo lo moral, de toda cohesión con los demás:

 

Si bien estas revistas se situaban, en principio, en una perspectiva política de contestación al capitalismo, estaban esencialmente de acuerdo con la industria del entretenimiento: destrucción de los valores morales judeocristianos, apología de la juventud y de la libertad individual (Las partículas elementales, 1998: 679).

El amor sólo puede nacer en condiciones mentales especiales, que pocas veces se reúnen, y que son de todo punto opuestas a la libertad de costumbres que caracteriza la época moderna (Ampliación del campo de batalla, 1994: 1240).

Por primera vez había jóvenes educados y con un buen nivel socioeconómico que declaraban públicamente no querer hijos, no sentir el deseo de soportar las preocupaciones y cargas asociadas a la educación de una progenitura. Por supuesto, una relajación semejante tenía que ser emulada […] Aumentar los deseos hasta lo insoportable y a la vez hacer que satisfacerlos resultara cada vez más difícil: ése era el principio único en el que se basaba la sociedad occidental (La posibilidad de una isla, 2005: 634).

 

Pero no es este, únicamente, un problema occidental, véase el caso de Tailandia:

 

[De la dinastía de los Rama, leemos que] durante dos siglos (de hecho, hasta nuestros días), el reino no libró ninguna guerra importante fuera de sus fronteras, ni sufrió guerras civiles o religiosas; además logró escapar a cualquier forma de colonización. Tampoco hubo hambrunas ni grandes epidemias. En semejantes circunstancias, cuando la tierra es fértil y produce abundantes cosechas, cuando las enfermedades no se abaten sobre la población, cuando las reglas de una religión apacible impregnan las conciencias, los seres humanos crecen y se reproducen; y, en general, viven felices. Ahora era diferente, Tailandia había entrado en el mundo libre, es decir, en la economía de mercado; cinco años antes había sufrido una crisis económica fulgurante, que había hecho perder a la moneda la mitad de su valor y había empujado a las empresas más prósperas al borde de la ruina. Era el primer drama serio que había padecido el país desde hacía más de dos siglos (Plataforma, 2001: 931),

 

o el de cualquier otro lugar refractario a nuestro liberalismo:

 

Sólo un país genuinamente moderno era capaz de tratar a los viejos como meros desechos, y que semejante desprecio de los ancestros habría sido inconcebible en África o en un país asiático tradicional (La posibilidad de una isla, 2005: 885).

 

Contra este liberalismo han luchado de forma ímproba tanto el Cristianismo como el Comunismo:

 

La pareja y la familia eran el último islote de comunismo primitivo en el seno de la sociedad liberal. La liberación sexual provocó la destrucción de esas comunidades intermediarias, las últimas que separaban al individuo del mercado. Este proceso de destrucción continúa en la actualidad (Las partículas elementales, 1998: 1471).

El Partido Comunista, única fuerza espiritual capaz de enfrentarse a la Iglesia católica durante esos años, luchaba por objetivos casi idénticos (Las partículas elementales, 1998: 665).

 

El mercado se obstinará en ofrecernos todo tipo de sucedáneos que, lejos de procurarnos consuelo, acentúan el mal:

 

Recurrir al espiritismo, la última esperanza, el consuelo postrero de todos aquellos que no logran ni aceptar la muerte de sus seres queridos ni adherirse a la cristiandad (Serotonina, 2019: 3469).

En 1987 hicieron su aparición en el Espacio los primeros talleres de inspiración semirreligiosa. Por supuesto, el cristianismo estaba excluido; aunque –para seres que, en el fondo, eran débiles de espíritu– una mística exótica lo bastante imprecisa podía casar con el culto al cuerpo que seguían pregonando contra toda lógica (Las partículas elementales, 1998: 1345).

 

Así podemos explicar, también, las distintas críticas que se vierten sobre el psicoanálisis:

 

Éste es el primer efecto del psicoanálisis: desarrollar en sus víctimas una avaricia y una mezquindad ridículas, casi increíbles (Ampliación del campo de batalla, 1994: 1132).

Y eso que yo siempre había odiado a las estudiantes de psicología: pequeñas zorras, eso es lo que pienso de ellas (Ampliación del campo de batalla, 1994: 1607).

 

Una de las consecuencias del liberalismo es la emancipación de la mujer pues, en la medida en que asume roles masculinos, se iguala al hombre, es decir, a lo decadente, a lo débil, a la insaciable mónada consumista, e incurre, en consecuencia, en la misma abyección y decrepitud a la que este se ha conducido:

 

La realización de las mujeres pasa por la vida profesional, eso es lo que todo el mundo creía o fingía creer en aquella época; y ella se empeñaba, sobre todas las cosas, en pensar lo mismo que todo el mundo (Las partículas elementales, 1998: 2451).

Cuando ella se dejó caer en el sofá, dirigiendo una mirada hostil al tabulé, pensé en la vida de Annelise y en la de todas las mujeres occidentales […] ella misma tenía la sensación de que la habían jodido, y que eso no iba a arreglarse con los años, los hijos crecerían y las responsabilidades profesionales aumentarían automáticamente, sin tener ni siquiera en cuenta el decaimiento de las carnes (Sumisión, 2015: 895).

 

La liberación sexual es una de las formas en que se da esta emancipación y, según se plantea en esta novelística, la disociación entre sexo y reproducción lleva a la igualación entre hombre y mujer, en el sentido de que ambos pliegan su vida a la obtención de placer:

 

Claro, se imaginaba el tipo de mujeres: ex izquierdistas flipadas, seguramente seropositivas. Pero bueno, con dos mujeres por hombre tenía una oportunidad; si se las arreglaba bien, a lo mejor podía tirarse dos (Las partículas elementales, 1998: 1289).

 

La cuestión (que también hay que revisar, por supuesto) es si existe una inclinación natural en hombres y mujeres:

 

La muchacha puede perfectamente, con los años, transformarse en mujer hogareña, que es incluso su deseo secreto y su inclinación natural (Sumisión, 2015: 911).

Llegados a este punto, quizá sea necesario que haga algunas aclaraciones sobre el amor, destinadas sobre todo a las mujeres, porque ellas comprenden mal lo que es el amor en los hombres, están siempre desconcertadas por la actitud y el comportamiento masculinos y a veces llegan a la conclusión errónea de que los hombres son incapaces de amar […] con su amor la mujer crea un mundo nuevo, pequeñas criaturas aisladas chapoteaban en una existencia incierta y de pronto la mujer crea las condiciones de existencia de una pareja, de una nueva entidad social, sentimental y genética, cuya vocación es efectivamente eliminar todo rastro de los individuos preexistentes […] El amor en el hombre es, por tanto, un fin, una realización y no, como en la mujer, un comienzo, un nacimiento; he aquí lo que se debe considerar (Serotonina, 2019: 658).

 

Aquí se plantea un interesante problema de sociobiología: ¿cómo explicar, por ejemplo, que la hybristofilia solo se dé en mujeres?

 

Siempre me ha asombrado la atracción de las intelectuales por los hijos de puta, los brutos y los gilipollas (Las partículas elementales, 1998: 1890).

 

Pero no es este un asunto problematizado en estas obras, aquí se parte de la natural diferencia entre hombres y mujeres y se sostiene que, en la medida en que la mujer abandona su papel vertebrador del núcleo familiar, cae el hombre, cae la mujer y cae Occidente. Contra esta disolución, el Islam, ajeno a estos efectos emancipadores que causa el liberalismo, se mantiene incólume:

 

La Hermandad Musulmana es un partido especial, como sabe: son indiferentes a muchos de los retos políticos habituales y, ante todo, no sitúan la economía en el centro de todo. Para ellos lo esencial es la demografía y la educación; la subpoblación que cuenta con el mejor índice de reproducción y que logra transmitir sus valores triunfa; a sus ojos es así de fácil, la economía o incluso la geopolítica no son más que cortinas de humo: quien controla a los niños controla el futuro, punto final (Sumisión, 2015: 765).

 

La pujanza demográfica del Islam aparece en numerosas ocasiones:

 

En la inmensa mayoría de los casos, las personas permanecen fieles al sistema metafísico en el que han sido educadas. El humanismo ateo, sobre el que reposa el «vivir juntos» laico está por lo tanto condenado a corto plazo, pues el porcentaje de la población monoteísta está destinado a aumentar rápidamente y tal es el caso en particular de la población musulmana, sin tener siquiera en cuenta la inmigración, lo que acentuará aún más el fenómeno (Sumisión, 2015: 638).

La llegada masiva de poblaciones inmigrantes impregnadas de una cultura tradicional marcada aún por las jerarquías naturales, la sumisión de la mujer y el respeto a los ancianos constituía una oportunidad histórica para el rearme moral y familiar de Europa, abría la perspectiva de una nueva edad de oro para el viejo continente. Esas poblaciones eran a veces cristianas; pero por lo general, había que admitirlo, eran musulmanas (Sumisión, 2015: 2745).

En ese momento tuve una especie de visión en la que los flujos migratorios eran vasos sanguíneos que atravesaban Europa; los musulmanes eran coágulos que se reabsorbían despacio (Plataforma, 2001: 241).

 

Pero no se reabsorben, la clave está en que el Islam «no sitúan la economía en el centro de todo», en que la economía es «una cortina de humo», y, por tanto, la mecánica consumista no llega a perturbar los fundamentos morales de este grupo. «Quien controla a los niños, controla el futuro»: esta es la clave y esto es exactamente lo que Huari Bumedián, presidente de Argelia, dijo en la histórica sesión de la Asamblea de la Naciones Unidas en 1974:

 

Un día millones de hombres abandonarán el hemisferio sur para irrumpir en el hemisferio norte. Y no lo harán precisamente como amigos, pues irrumpirán para conquistarlo. Y lo conquistarán poblándolo con sus hijos. Será el vientre de nuestras mujeres el que nos dé la victoria (Guerra, 2016).

 

Esta es la amenaza. Con una tasa de natalidad en unos mínimos intolerables, la superioridad demográfica y, por tanto, política, del Islam es una cuestión de tiempo. El Occidente cristiano está condenado. Así son nuestras familias:

 

La tercera carta, sin embargo, me reservaba una sorpresa. Remitida por el ayuntamiento de Nevers, me transmitía su sincero pésame por el fallecimiento de mi madre […] Fue mi padre quien murió, unas semanas más tarde. Lo supe por una llamada de Sylvia, su pareja (Sumisión, 2015: 1706).

Envejecer no es divertido; pero envejecer solo es lo peor que hay (Plataforma, 2001: 4075).

En el mundo moderno podías ser aficionado al intercambio de parejas, podías ser bi, trans, zoófilo, sadomaso; pero ser viejo estaba prohibido (La posibilidad de una isla, 2005: 2261).

El día del suicidio de mi hijo me hice unos huevos con tomate (La posibilidad de una isla, 2005: 186).

 

Cuando decíamos que las fábulas, los contenidos estéticos y los contenidos lógicos deben analizarse en symploké, nos referíamos a este tipo de casos. En el primer pasaje, dos hechos fabulados (las muertes de la madre y del padre del protagonista) no son únicamente anécdota literaria, sino que forman parte, también, de un contenido lógico pues, en la medida en que nos informan de la disgregación de la familia del protagonista, coadyuvan a establecer la dialéctica entre el declive de Occidente y la pujancia de un Islam en el que la familia está fuertemente cohesionada. Por eso, la única posibilidad de cambiar este curso es retornar al modelo tradicional de familia:

 

Piensa en una moldava o, desde otro punto de vista, en una camerunesa o una malgache o, si me apuras, una laosiana: son chicas no muy ricas o incluso rematadamente pobres, procedentes de un medio totalmente rural, no han conocido otro universo, ni siquiera saben que existe. Entonces llegas tú, estás en la flor de la vida, todavía potable físicamente, un tío guapo y macizo en los cuarenta, y posees la mitad del departamento en pastos (Serotonina, 2019: 2136).

 

Las referencias a la destrucción de la familia, modelos fracasados de familia, etc., son muy numerosas y revisten siempre una especial significación:

 

Pero desde entonces había transcurrido tiempo, se había inventado la ciudad y su corolario natural, la soledad, al que solo la pareja podía ofrecer una alternativa, no volveríamos nunca al estadio de la tribu, algunos sociólogos poco inteligentes pretendían detectar nuevas tribus en las «familias reconstituidas», era muy posible, pero por mi parte no las había visto nunca, en cambio sí había visto familias descompuestas, incluso casi no había visto otra cosa, exceptuando, por supuesto, los casos por lo demás numerosos en que el proceso de descomposición acontecía ya en el estadio de la pareja […] esa historia de las familias reconstituidas no era, en mi opinión, más que una chorrada repulsiva, cuando no se trataba incluso de pura propaganda, optimista y posmoderna, desfasada, dedicada a las categorías socioprofesionales altas y muy altas, inaudible más allá de la puerta de Charenton (Serotonina, 2019: 3224).

 

No se puede confiar en el hombre, o esto lo salva la mujer, o esto se acaba: es lo que nos viene a decir esta novelística. La emancipación de la mujer y, concretamente, la asunción por parte de esta de los roles masculinos, intimida e inhibe al hombre occidental:

 

Hay muchos hombres que tienen miedo de las mujeres modernas, porque sólo quieren una dulce esposa que les lleve la casa y cuide a los niños. No es que eso haya desaparecido, pero en Occidente se ha vuelto imposible confesar esa clase de deseos, y por eso se casan con asiáticas (Plataforma, 2001: 1684).

Podría haberle propuesto que dejara sus estudios, que se convirtiera en ama de casa, o sea, que fuese mi mujer, y con la distancia cuando pienso en ello (y pienso en ello continuamente), creo que ella hubiera dicho que sí, sobre todo después de la granja industrial de gallinas. Pero no lo hice y sin duda no podía hacerlo, no había sido formateado para una propuesta semejante, no formaba parte de mi software, yo era un moderno y para mí, como para todos mis contemporáneos, la carrera profesional de las mujeres era algo que debía respetarse ante todo, era el criterio absoluto, la superación de la barbarie, la salida de la Edad Media (Serotonina, 2019: 1748).

 

Se acusa a esta novelística de ser patriarcal. Por supuesto que lo es, de hecho, el patriarcado, según la disyuntiva que aquí se plantea (¿patriarcado o muerte?) es la única opción para que el Occidente cristiano siga vivo:

 

Sabes que no estoy «a favor de nada», pero el patriarcado por lo menos tenía el mérito de existir, me refiero a que como sistema social perseveraba en su ser, había familias con hijos, que reproducían a grandes rasgos el mismo esquema, en resumidas cuentas funcionaba (Sumisión, 2015: 334).

Para resumir su tesis, la trascendencia es una ventaja selectiva: las parejas que se reconocen en una de las tres religiones del Libro, las que mantienen los valores patriarcales, tienen más hijos que las parejas ateas o agnósticas; las mujeres tienen menos educación, y el hedonismo y el individualismo tienen menor peso (Sumisión, 2015: 632).

 

Sucede, no obstante, que, en esta novelística, el principal derrotado es el hombre, seguido de la mujer que se le iguala pero no de la mujer que no se le iguala, esta segunda sobrevive:

 

Mi mente, si es que todavía tenía una, estaba cada vez más confusa, en cualquier caso tenía un cuerpo, un cuerpo enfermo y estragado por el deseo (La posibilidad de una isla, 2005: 3401).

Mi realidad se había vuelto insostenible, ningún ser humano podía sobrevivir en una soledad tan rigurosa, sin duda yo intentaba crear una especie de realidad alternativa […] lo cierto es que te falta una persona y todo está muerto, el mundo está muerto y tú mismo estás muerto, o bien transformado en una figurilla de cerámica, y los demás también son figurillas, un aislante perfecto desde los puntos de vista térmico y eléctrico, así que ya absolutamente nada puede afectarte, salvo los sufrimientos interiores, emanados de la desintegración de tu cuerpo independiente, pero yo aún no había llegado a eso (Serotonina, 2019: 1601).

Buscan y buscan pero no encuentran nada, y son desgraciados hasta los tuétanos (Plataforma, 2001: 2846).

 

Esta búsqueda, como ya hemos indicado, les conduce al consumo insaciable de sexo:

 

En el seno de una encopetada franja de la población aparecían ya los primeros signos de un consumo lúdico-libidinal de masas (Las partículas elementales, 1998: 287).

El deseo sexual no sólo no desaparece, sino que con la edad se vuelve cada vez más cruel, cada vez más desgarrador e insaciable (La posibilidad de una isla, 2005: 3485),

 

y, como consecuencia de ese deseo no saciado, se conducen, también, a la violencia. Primero al sadomasoquismo:

 

Cuando ya no hay ninguna posibilidad de identificación con el otro, la única modalidad que queda es el sufrimiento... y la crueldad (Plataforma, 2001: 2240).

En aquel verano de 1976 ya era evidente que todo aquello iba a acabar muy mal. La violencia física, la manifestación más perfecta de la individuación, iba a reaparecer en Occidente a consecuencia del deseo (Las partículas elementales, 1998: 2005).

En mi opinión, el intercambio sexual tiene actualmente tantas posibilidades de sobrevivir como el autostop en los años setenta. La única práctica que significa algo en este momento es el sadomaso... (Plataforma, 2001: 2840).

El sadomaso organizado, con sus reglas, sólo le interesa a la gente culta, cerebral, que ha perdido cualquier atracción por el sexo (Plataforma, 2001),

 

y, después, al sadismo:

 

A los masoquistas sólo les interesan sus propias sensaciones, quieren saber hasta dónde pueden llegar por el camino del dolor, un poco como los aficionados a los deportes extremos. Los sádicos son harina de otro costal, siempre van lo más lejos que pueden, quieren destruir: si pudieran mutilar o matar, lo harían (Plataforma, 2001).

 

Si tomamos esta degradación como metáfora de nuestra Europa, la violencia sadomasoquista y sádica equivaldría a la guerra civil, que es uno de los términos a los que se conducen muchas de las reflexiones y acciones aquí desarrolladas:

 

Para los identitarios europeos está claro que, tarde o temprano, estallará necesariamente una guerra civil entre los musulmanes y el resto de la población. Concluyen que si quieren tener alguna posibilidad de ganar esa guerra es mejor que estalle cuanto antes, en cualquier caso antes de 2050 y, preferentemente, mucho antes (Sumisión, 2015: 638).

Tienen ustedes miedo, y con razón. Creo que en los próximos años aumentará la violencia racial en Europa; y todo eso acabará en guerra civil –dijo, con los primeros espumarajos de rabia–; todo se arreglará a golpe de Kalashnikov (Plataforma, 2001).

Ben Abbes también cree en Europa, cree en ella más incluso que los demás, pero es diferente, tiene una idea de Europa, un verdadero proyecto de civilización. Su modelo último, en el fondo, es el emperador Augusto (Sumisión, 2015: 1567).

 

Está claro que el enemigo a batir es el Islam, por muchas razones:

 

¡Cuando pienso que este país lo ha inventado todo!», exclamaba, señalando con un gesto el valle del Nilo. «La arquitectura, la astronomía, las matemáticas, la agricultura, la medicina... [Exageraba un poco, pero era oriental, y necesitaba convencerme rápidamente.] Desde la aparición del Islam, nada más. La nada intelectual absoluta, el vacío total. Nos convertimos en un país de mendigos piojosos. Sí, mendigos llenos de piojos, eso es lo que somos. ¡Chusma, chusma!... (Plataforma, 2001: 2948).

Sé que el Islam (la más estúpida, la más falsa y la más oscurantista de todas las religiones) parece estar ganando terreno; pero sólo se trata de un fenómeno superficial y transitorio: a largo plazo el Islam está condenado, más aún que el cristianismo (Las partículas elementales, 1998: 3613).

No puedo esperar nada de mi familia –siguió, con rabia contenida–. No sólo son pobres, encima son imbéciles. Hace dos años, mi padre fue de peregrinaje a La Meca; desde entonces, no hay quien le saque de ahí. Y mis hermanos son todavía peores: se divierten mutuamente con sus gilipolleces, se ponen ciegos de pastís mientras pretenden ser los depositarios de la verdadera fe, y se permiten llamarme guarra porque prefiero trabajar a casarme con un imbécil como ellos (Plataforma, 2001: 236).

Cuanto más monoteísta es una religión, piénselo, querido señor, más inhumana y cruel resulta; y de todas las religiones, el Islam es la que impone un monoteísmo más radical. Desde que surgió, ha desencadenado una serie ininterrumpida de guerras de invasión y de masacres; mientras exista, la concordia no podrá reinar en el mundo. Ni habrá nunca sitio en tierras musulmanas para la inteligencia y el talento; si han existido matemáticos, poetas y sabios árabes, es sólo porque habían perdido la fe (Plataforma, 2001: 2956).

el desierto sólo produce desequilibrados y cretinos. ¿Puede usted citarme a alguien que se haya sentido atraído por el desierto en su cultura occidental, que yo tanto respeto y admiro? Sólo los pederastas, los aventureros y los crápulas. Como ese ridículo coronel Lawrence, un homosexual decadente, un patético presumido (Plataforma, 2001: 2970).

No le cabía duda, el sistema musulmán estaba condenado a la extinción: el capitalismo era más fuerte. Los jóvenes árabes sólo pensaban en el consumo y en el sexo. Por mucho que a veces pretendieran lo contrario, su sueño era sumarse al modelo norteamericano (Plataforma, 2001: 4059).

Yo estaba un poco en el mismo caso: seguro que un día el mundo se libraría del Islam; pero para mí sería demasiado tarde (Plataforma, 2001: 4062),

 

Pero Europa no está en situación de defenderse y las causas son, en primer lugar, la doctrina de la Doble naturaleza del Hijo, que, como ya hemos visto, constituye un «error» que lleva al humanismo y a los Derechos del hombre. El buenismo y la tolerancia dicen nuestra debilidad:

 

[Sobre Nietzsche] Eso también ya lo había dicho, y en términos más duros, al igual que sin duda se habría adherido a la idea de que el Islam tenía la misión de purificar el mundo desembarazándolo de la doctrina deletérea de la encarnación (Sumisión, 2015: 2704).

Era también nietzscheana su hostilidad sarcástica e hiriente respecto al cristianismo, que reposaba únicamente según él en la personalidad decadente, marginal de Jesús (Sumisión, 2015: 2699).

No lo sé, pero su electorado no lo es, el Frente Nacional nunca ha logrado implantarse entre los católicos, son demasiado solidarios y tercermundistas. Así que se adapta (Sumisión, 2015: 1072).

A fuerza de melindrerías, zalamerías y vergonzoso peloteo de los progresistas, la Iglesia católica se había vuelto incapaz de oponerse a la decadencia de las costumbres. De rechazar clara, vigorosamente, el matrimonio homosexual, el derecho al aborto y el trabajo de las mujeres. Había que rendirse a la evidencia: llegada a un grado de descomposición repugnante, Europa occidental ya no estaba en condiciones de salvarse a sí misma (Sumisión, 2015: 2741).

 

Una de las explicaciones de esta decrepitud reside en la sofisticación de un racionalismo crítico que, por la potencia de su fuerza desmitificadora, acabará, también, con nosotros:

 

A fin de cuentas, Occidente ha terminado sacrificándolo todo (su religión, su felicidad, sus esperanzas y, en definitiva, su vida) a esa necesidad de certeza racional. Es algo que habrá que recordar a la hora de juzgar al conjunto de la civilización occidental (Las partículas elementales, 1998: 3600).

 

Concretamente, una de las construcciones de esta razón cristiana es la idea de igualdad:

 

Desde el momento en que los blancos empezaron a considerar a los negros sus iguales, estaba claro que tarde o tempranos los considerarían superiores. La noción de igualdad no tiene el menor fundamento en el ser humano (Plataforma, 2001: 1312).

Y cuando los blancos se creen inferiores –continuó Robert, preocupado por que le entendieran–, todo está dispuesto para la aparición de un nuevo racismo, basado en el masoquismo: históricamente, son estas condiciones las que han llevado a la violencia, a la guerra interracial y a la masacre (Plataforma, 2001: 1315).

 

Súmese a este igualitarismo la mala conciencia del individuo de izquierdas, una mala conciencia que le lleva a apreciar en el Islam la posibilidad de un hombre nuevo emancipado del yugo liberal o de derechas:

 

El único contenido residual de la izquierda durante esos años era el antirracismo, o más exactamente el racismo antiblanco (La posibilidad de una isla, 2015: 135).

Lo más sorprendente era que la magia hipnótica que emanaba Ben Abbes desde el principio seguía operando y que sus proyectos no encontraban ninguna oposición seria. La izquierda siempre había tenido la capacidad de hacer aceptar reformas antisociales que hubieran sido violentamente rechazadas de haber venido de la derecha; pero, por lo que parecía, ése era más aún el caso del partido musulmán (Sumisión, 2015: 2085).

El islamoizquierdismo, escribía, era un intento desesperado de los marxistas descompuestos, en plena podredumbre, en estado de muerte clínica, para salir del cubo de la basura de la historia agarrándose a las fuerzas ascendientes del Islam (Sumisión, 2015: 2717).

 

Y súmese a todo ello la pérdida del sentimiento patriótico como producto de la disolución de las naciones políticas de Europa en el conjunto de la Unión:

 

Ya en su época el patriotismo francés era una idea un poco menospreciada, puede decirse que nació en Valmy en 1792 y empezó a morir en las trincheras de Verdún en 1917. Un poco más de un siglo, en el fondo, es poco. Hoy, ¿quién cree en eso? El Frente Nacional finge que cree, es cierto, pero en su creencia hay algo muy incierto, muy desesperado; los demás partidos, por su lado, han apostado decididamente por la disolución de Francia en Europa (Sumisión, 2015: 1565).

 

Si seguimos los cursos de estas ideas –que atraviesan, como decíamos, la novelística de Houellebecq–, diremos, en conclusión que, si es imposible la vida sin religión:

 

Y si la sociedad es imposible sin religión, como pareces pensar tú, entonces tampoco hay sociedad posible (Las partículas elementales, 1998: 3470).

Ninguna sociedad es viable sin el eje federador de una religión cualquiera; constituía, en realidad, una poderosa llamada a cambiar de paradigma (Las partículas elementales, 1998: 4180).

Sin la cristiandad, las naciones europeas no eran más que cuerpos sin alma, unos zombis (Sumisión, 2015: 2518).

El progreso de la ciencia y del materialismo ha minado las bases de todas las religiones tradicionales; también es consciente de que ninguna sociedad puede sobrevivir sin religión (Las partículas elementales, 1998: 2105),

 

entonces, el Occidente deberá afrontar la siguiente disyuntiva: o recupera la moral cristiana o muere, o seguimos como vamos, es decir, acabamos de consumar el suicidio, o retornamos a unos contenidos morales cristianos que pasan, fundamentalmente –casi exclusivamente, podríamos decir–, por el hecho de que la mujer se erija, de nuevo, en la custodia de una estructura familiar que asegure nuestro futuro frente al Islam. Esto lo logrará la mujer, que no el hombre, mediante la asunción de los valores tradicionales (educación e hijos, moral y demografía) y la negación de la ideología que nos está acabando (el liberalismo económico y todos sus regalos emancipadores).

O tradición, jerarquía y demografía, o muerte: esta es la cuestión. Y está en manos de la mujer.

Obsérvese que todas las razones aquí aludidas, que dicen la importancia, fundamental, de la educación y la demografía para la supervivencia de toda sociedad política, sirven también para explicar que China esté fuera de todo peligro:

 

El proselitismo islámico, al igual que el mensaje cristiano antes que éste, probablemente se disolvería sin dejar rastro en el océano de esa inmensa civilización (Sumisión, 2015: 1728).

Uno puede vivir entre chinos durante años sin entender lo más mínimo su modo de vida (Plataforma, 2001: 3162).

 

Concluimos, por tanto, que las ideas machistas contenidas en la novelística de Houellebecq, lejos de ser una retahíla de provocaciones tópicas (mecanicismo) y lejos, también, de ser un conjunto de actos de guerra llevados acabo por un militante machista contra la mujer –su enemigo (logicismo)–, son, por lo que aquí hemos expuesto, la expresión agónica de un hombre ética y moralmente decrépito que se conduce a la abyección y que Houellebecq explota como epítome del declive de Occidente, si no de su suicidio. Es esta, en consecuencia, una Literatura Crítica o Indicativa[3] cuyo racionalismo, esta es nuestra tesis, debe entenderse según el criterio de genialidad.

 

 

Bibliografía

 

 



NOTAS

[1] Ampliación del campo de batalla (1994), Las partículas elementales (1998), Lanzarote (2000), Plataforma (2001), La posibilidad de una isla (2005), El mapa y el territorio (2010), Sumisión (2015) y Serotonina (2019).

[2] Puesto que hemos realizado todas las lecturas en un dispositivo Kindle, indicamos, no la página, sino la posición.

[3] Vid. la «Genealogía de la Literatura» de la Crítica de la razón literaria, 169-299.





Jesus G. Maestro