Teoría de género,
rebelión contra el sistema
María Teresa Glez. Cortés
Palabras clave
Teoría de género · Posmodernidad
Sexo · Sexualidad · Ideología de género
Sinopsis
Crítica y análisis de las consecuencias actuales de la ideología de género.
Introducción
Como resultado, el género no es a la
cultura lo que el sexo es a la naturaleza; el género es también el medio
discursivo/cultural a través del cual la «naturaleza sexuada» o «un sexo
natural» se produce y establece como «prediscursivo», anterior a la cultura,
una superficie políticamente neutral sobre la cual actúa la cultura.
Judith Butler (1990), Gender
Trouble.
¿Cómo desbaratar los
cimientos que cubren las configuraciones culturales alternativas de género?
¿Cómo desestabilizar y convertir en su dimensión fantasmática las «premisas» de
las políticas de identidad?
Judith Butler (1990), Gender
Trouble.
En
la Edad Contemporánea apareció el Estado-caníbal. Dos fueron sus variantes: el
Estado proletario, promovido por el fascismo comunista, y el Estado
genealógico, auspiciado por el fascismo étnico. La victoria, en Occidente, de las
democracias liberales fue una forma de oponerse a los apetitos sanguinarios de
esos «Estados-patíbulo». Que en este momento las democracias liberales acierten
en sus cambios de legislación es algo dudoso sobre todo cuando el estado de
derecho va desapareciendo, absorbido por el afán de sociologizar, reglamentar y,
en suma, estatalizar los deseos más íntimos. Y es que el derecho «natural» no existe en la
perspectiva del contraculturalismo, y además para los contraculturalistas las
tradiciones culturales son perniciosas y retrógradas. Y como a su juicio no
existe el derecho «natural» y como, por otro lado, desprecian las tradiciones no
enmarcadas en la teoría de género, el deseo habita colgado en el vacío y sin
cuerpo físico. «Sin cuerpo físico» porque no existen, dicen, los determinismos
que marca la naturaleza biológica. Y «en el vacío» y «sin anclajes culturales»
porque la sexualidad deriva del acto (senti)mental de la persona deseante. Con
lo cual, al final sólo queda la elección personal como «arjé», es decir, como
fuente, causa y principio constituyente de la Ley. De este modo y gracias al
empleo de difusos criterios identitarios la «hedoné-justicia» (o justicia
basada en el placer) desafía la existencia misma del sujeto de derecho y se
vuelve una amenaza real para las filosofías que vertebran las propias democracias
liberales, como veremos en los 10 apartados que componen este breve ensayo.
Nadie
discute los gustos y tendencias sexuales de cada cual, pues todo el mundo es
libre de hacer lo que quiera en sus relaciones con otros adultos. Al menos en
Occidente. Lo que aquí se discute es que se confunda permisividad con derecho,
se exija el apoyo de las autoridades públicas para incorporar los deseos
particulares dentro de la lista de los derechos humanos, e incluso que el
Estado tenga que ser árbitro, tutor y regulador de los actos sexuales de todas las
personas. En estas circunstancias, al ser paulatinamente minados los pilares constitucionales
del estado de derecho, «el Estado deviene el reino de Koalemos, el dios griego de la
estupidez», asunto que ha subrayado el politólogo Dalmacio
Negro[1]. Por eso, son más que discutibles, en el
seno de las actuales democracias liberales, esos
cambios de legislación que instituyen desafueros e injusticias en nombre
de una «bioideología» de moda. Además,
la bancarrota de la idea universal de justicia plantea enormes dilemas y más
con la llegada de reglamentaciones narcisistas, que recoge y aplaude ese «Dadá-Estado»
antojadizo e impulsivo.
Para empezar,
dentro de las muchas tendencias que componen el feminismo
hay una corriente que se dedica a quemar certezas; que destruye lo que niega y que se
envuelve en el despotismo
de que nada se puede conocer con
seguridad. Y es que el feminismo contracultural mientras abjura del
conocimiento científico toma sus propios relatos como referencia inamovible. Así las cosas, en el
éxito de la revolución marcusiana del Eros, las-los generistas exigen que el presente
tiene que «despertar», que liberarse de las rémoras y de los
atavismos del pasado. Y, dado que existe una íntima relación entre las fases
religiosas del despertar puritano protestante
norteamericano y las sucesivas olas feministas norteamericanas, el «awakening» (o
despertar de la conciencia) es dentro del actual feminismo occidental la
antorcha que ilumina, que hace arder cualquier herencia cultural. Y cualquier
vínculo con la herencia biológica.
La realidad no se descubre. La realidad se construye a golpe
de deseos, afirman. Y nadie puede parar ni frustrar a quienes albergan montañas
de sueños. Dicho de otra forma, para los-las generistas el lema narcisista «Siento, luego existe
el sexo que elijo» es incuestionable. Lo que significa que no hay espacios
autónomos fuera o al margen del discurso, tan solo roles aprendidos…… y orientaciones
sexuales apetecidas, buscadas. Pero, en caso de ser así, ¿qué hacer con la doctrina de la evolución?
¿Y cómo han podido nacer esas y esos defensores de la teoría de género a partir
de un sexo que solo existe y prexiste en los contornos artificiales del
lenguaje? Puesto que para el feminismo generista los «cromosomas»
carecen de valor más allá de la red cultural; puesto que, sugieren las actuales Beatriz
Preciado[2], los términos «mujer»
y «hombre»
son modelos históricamente construidos con el barro del lenguaje; puesto que en definitiva la
verdad científica no existe; entonces los Lysenkos y Lysenkas de hoy que componen la
izquierda generista reclaman el negacionismo genético. Y al basarse en dicho negacionismo orillan la evidencia de que el cerebro y en general
todo el sistema nervioso central están prenatalmente dirigidos hacia una
identidad sexual determinada en el momento del nacimiento.
1. No se equivocan. Somos nosotros quienes vivimos instalados en el
error
Aceptemos que los seres humanos, en su mayoría, estamos equivocados por
creer en el peso que ejerce la genética. Aceptemos que nunca hay Universos más
allá de nuestro universo discursivo. Y aceptemos también que
no hay datos empíricos para hablar acerca de la especie humana y, menos aún, evidencias para
sostener la existencia de la vida y de la reproducción «heterosexuales». ¿Pero
entonces por qué este feminismo postmoderno alardea con la idea antimendeliana
de que el género se ha hecho carne? ¿Y por qué esta neoantropología otorga
tanta importancia al cuerpo entendido como instrumento de «autorrepresentación»
subjetiva? ¿Y por qué quienes han buscado cambiar de sexo necesitan el mapamundi
del bisturí? ¿O por qué quienes tratan de reantropomorfizarse precisan
incorporar a su cuerpo bloqueantes hormonales para domeñar la presencia de
aquello que solo existe, dicen, en las líneas del discurso gramatical? Aupado el contraculturalismo sobre el viejo eslogan
situacionista «Jouissons sans entraves» («Disfrutemos
sin obstáculos»)[3], sus defensores equiparan sexo procreativo con sexo (re) creativo,
lo cual acarrea errores gigantescos.
Movidas por
fuertes sentimientos de superioridad algunas feministas están cayendo, lo
explicaba hace ya algún tiempo Janet Radcliffe, en el error de «proponer teorías por sí mismas, que encuentran más atractivas, las
elevan a una altura demasiado elevada y las suponen verdaderas. Habiendo hecho
esto, ellas emplean sus nuevas teorías para descartar cualquier otra nueva
evidencia entrante que implique conflicto con sus teorías».
Por eso, se oponen a las explicaciones
evolucionistas. Y, por lo mismo, las-los generistas
descartan la
lógica y la ciencia. ¿El motivo? La lógica y la ciencia son, piensan,
disciplinas opresoramente «heterosexuales». El «Mayo del 68 francés» había atacado
la racionalidad por detectar en ella un profundo aroma «burgués». El post-68
norteamericano, en cambio, combate cada uno de los elementos que componen la
racionalidad al considerarla ya no burguesa, sino odiosamente patriarcal y,
peor, avasalladoramente «patridominante». Ahora bien, si en la
sexualidad humana la herencia genética no tiene la última palabra, como afirman
los grupos contraculturales atrincherados en Universidades, en Observatorios y demás
Centros de divulgación cultural, ¿entonces por qué esos mismos grupos castigan
fieramente a quienes, como Anthony Loffredo, reivindican otra orientación y
hasta reclaman una identidad alienígena? Defender el dogma de que el género, o
sea, el sexo es una conducta autoelegida e, incluso, construida en el interior
de una mesa de quirófano no debería, al menos por mera coherencia, servir para penalizar
a quienes afirman querer disfrutar de una identidad no humana. Y dado que la
teoría de género corea hasta el infinito que la influencia cromosomática no
constituye un agente físico determinante, contradictoriamente sin embargo los
defensores de la teoría de género persiguen a quienes llevan y emplean el
lenguaje de «la identidad» fuera de los mapas habituales de la teoría de género.
Bajo el paraguas del
relativismo absoluto, santo y seña de nuestra época, es lógico que haya gente
que «diga» que es filipina sin ser filipina, o sin haber vivido o nacido en las
Filipinas. Es el caso del transexual autollamado Ja du. Y dado que para las
Butler et alii la herencia representa
una variable muy poco concluyente, es lógico igualmente que haya personas que
se declaren de otra raza. Es el caso de Nkechi Amare Diallo, nacida Rachel
Dolezal, que afirmaba ser afroamericana, es el caso de Jessica A. Krug que
se declaraba afrolatina. Y es el caso del Anthony Ekundayo Lennon, artista blanco que
mantuvo la ficción durante años de ser negro, etc. Preparados para paladear las mil y
una mieles del contraculturalismo, Loffredo, Ja du, Dolezal, Krug, Ekundayo… han
enraizado su identidad personal ligándola a los dibujos antojadizos de
la anatomía de sus deseos, que no de la genética. ¿Pero esto no es lo que
defienden quienes apoyan el credo de la teoría de género o del sexo agenético a la carta? Sin embargo, «cosas veredes, amigo Sancho», después
de patrocinar los generistas la ilusión de que la herencia cromosomática no
constituye un factor definitivo en la estructuración de la sexualidad humana,
esos mismos generistas pontifican que la raza jamás se elige y que la raza en
la «humanidad» sí se hereda. Llegados a este punto, habría que preguntar por
qué no poder optar por una raza a la que deseamos pertenecer cuando los propios
defensores de la teoría de género insisten en elegir hasta el sexo al que
queremos pertenecer[5].
Hay paralelismos
importantes entre los partidarios de la identidad de género y los partidarios
de la identidad de raza y de especie. De hecho, el que haya personas que
abrigan la urgencia de reclamar identidades distintas a las suyas pone de
manifiesto que esas personas necesitan no solo romper la claustrofobia que
sienten en y por su propio cuerpo. Sino prolongarse en otras formas nuevas de
vida. Bajo circunstancias límites aspiran a habitar en otra identidad biológica
(βίος o bíos: «vida», λογία o logía: «tratado»),
peculiaridad que nos conduce a un punto fundamental. Negar cualquier
comparación entre las personas que exigen para sí una identidad transracial o
transespecista, y las personas que exigen para sí una identidad transgénero;
negar cualquier comparación, repito; ¿no es acaso una forma de usar
torticeramente la genética? ¿La biología sí funciona en las razas de la especie
humana y de las especies animales, pero carece de cualquier peso en los
individuos transgénero? Por otra parte, decantarse desde la teoría de género a
favor de una sexualidad a(nti)genética y al mismo tiempo proceder desde dicha
teoría de género al acoso y derribo de esos individuos que se declaran a favor
de la a(nti)genética porque dicen ser negros o querer ser hindúes, etc., ¿no es
una manera de usar cartas marcadas y de caer en la más burda de las
contradicciones?
¿Con qué argumento
acorralan los-las generistas a estos neoidentitarios transespecistas o transraciales? Con el argumento de que estos blancos
que no son negros, y esos chinos que no son hindúes son un peligro para la
credibilidad de la teoría de género. ¿Pero no es acaso una estafa para la
fiabilidad de la teoría de género ver a los defensores de dicha teoría de
género afirmar dogmáticamente que el
sexo masculino sólo tiene valor cultural, y al mismo tiempo
verles aplaudir las reanatomizaciones y terapias hormonales que sirven para enmascarar
la presencia de los rasgos reales del sexo masculino? Es un insulto a la razón
y un peligro para la reputación de la teoría de género apropiarse de las cualidades físicas del sexo
femenino y luego concluir que el sexo es una simple bagatela lingüística.
En suma, las paradojas de este nuevo feminismo
radican en que esta corriente radical fundamenta su debilidad tanto ontológica
como epistemológica en aquello que ella misma niega: la genética. ¿Entonces? «En los
hiperanómalos Estados Unidos, un reclamo de identidad transracial parece ser
mucho más audaz que una reclamación comparable de identidad transgénero […]. Es el legado del racismo estadounidense
contra los negros lo que hace que la brecha parezca infranqueable en el caso de
la raza. Es el resultado del legado del antropocentrismo europeo y del antiindigenismo
que ni siquiera notamos por ahora, [es] el problema masivo e inminente de
nuestra identidad (real) compartida con el resto del mundo viviente, y la
posibilidad que se abre de ser interiormente un jaguar o un oso», analiza el filósofo de la ciencia Justin E. H.
Smith[6].
2. Adiós
a los genes
Nunca hay
problemas a la hora de observar la gran influencia que ejercen las normas
sociales sobre las costumbres y sobre las ideas humanas, también sexuales.
Tampoco hay inconvenientes en afirmar que las
decisiones personales determinan en muchos momentos buen número de nuestros
actos, incluidos los sexuales. Y, claro está, no se detecta incoherencia
alguna a la hora de reconocer el influjo que despliega el organismo sobre
nuestra vida psicofísica. Somos entes muy complejos, tan complejos que
simultáneamente caminamos por las encrucijadas de la cultura, por las sendas de
la conciencia personal y por los caminos impuestos por la naturaleza biológica.
Sin embargo, en lugar de aceptar estas evidencias los nuevos antisistema han
vaciado de todo contenido la categoría de sexo. Y aplastan las tesis
científicas que registran la ascendencia de los genes. Es más, en el acto de
negar lo obvio la temeridad se ha convertido en un clásico. Y con el uso de
lógicas (pati) difusas se reivindica la fantasía de los multigéneros, desde la
idea de que el género es una especie de superficie políticamente «neutral»
sobre la que actúa la cultura. ¡Feliz candidez quienes creen que modifican la
realidad física cambiando el nombre de las cosas!
No cabe duda
de que el antiintelectualismo con sus tradiciones culturicidas ha descabezado
el mundo de las humanidades llevándolo muy lejos de las calzadas de la
verdad. El culto a la ignorancia por parte de nuestras
élites urbanas es pasmoso, igual que sorprendente su adhesión a ideologías de
moda acéfalas que elogian el no saber y defienden que el sexo biológico no
existe más que dentro de la Gutenberg-Historia, y más al tratarse la
heterosexualidad, eso dicen, de una errata sobre el papel. En consecuencia,
gracias a este tipo de ideas-cohete de escaso recorrido cognitivo, las élites
de profesión «disidentes» que pueblan el mundo universitario de las humanidades
animan a romper con el significado objetivo de las cosas. Incluso a sustituir
la objetividad por conceptos discutibles e inexistentes. La lucha por el control de
lenguaje forma parte de su gran batalla contracultural.
Escoltadas por
un feroz antiintelectualismo, las nuevas corrientes revolucionarias aceptan que
el sexo es un espectro mental, pese a la pertinaz
evidencia de que nacemos machos y hembras. También los homosexuales, lesbianas
y transgéneros. «Yo no iba a ser una mujer,
eso yo lo había decidido. Como claramente no era un hombre, mi única
alternativa era ser más allá del sexo, o al menos del género», confesaba Anastasia.
Alguien le tendría que haber dicho a Anastasia que si en la
Declaración de los derechos humanos se censurase el término «seres humanos»,
¿eso no le habría hecho sospechar a ella? Pues bien, en la teoría de género
(que dice preocuparse de las mujeres) está proscrita la palabra «mujer». Este nuevo
«burqha» no ha pasado desapercibido para muchas de nosotras. Y no aparece, lo vuelvo a
subrayar, la (palabra) «mujer» porque el sexo femenino ha sido destronado por
las llamadas gays a los cuerpo-textos, es decir, el sexo femenino
ha sido defenestrado por las invocaciones a una «Historia» que habla de seres
autosexualizados que proclaman ser productores de historias sexo-disidentes, tal es el apego de la teoría de género a la
rebeldía foucaultiana, tal es su rechazo deleuziano a aceptar la realidad
objetiva.
Tomada como
trampolín para crear una nueva civilización, la teoría de género ha ido
revolucionariamente fragmentando todas las narrativas con ambición
universalista. Incluidas las narrativas del feminismo democrático. Recuerde, si
no, uno de los enunciados «clave» que aparece en el libro Gender Trouble.
En su apartado V dedicado a Identidad, sexo y metafísica de la sustancia,
Judith Butler reconoce que «las «personas» solo llegan a ser
inteligibles cuando poseen un género que está en conformidad con las normas
reconocibles de inteligibilidad de género». Lo que en román paladino significa
que tú llegas a ser persona cuando «yo» digo que te ajustas a las reglas de
género que «yo» he formulado, aunque no se entiendan muy bien cuáles son esas
reglas y en qué consisten, pues «el estilo literario [de Butler…] es pesado y oscuro», ha observado,
entre otras muchas intelectuales, la filósofa norteamericana Martha C.
Nussbaum[8].
3.
El fin de los grandes relatos
El actual genderfeminism
ha roto las señas de identidad de los feminismos basados en la categoría de «sexo».
Y por querer redirigir a las personas a su rebaño ideológico el genderfeminism trata de revolucionar
todos los códigos (lingüísticos, sexuales, políticos, artísticos y científicos)
de la cultura occidental. No olvidemos a este respecto cómo ciertas
escritoras de éxito, como Butler, apelan a re(de)scribir todos los
«esquemas normativos de inteligibilidad que establecen lo que será y no será
humano, lo que es una vida vivible y una muerte lamentable». Por otra parte, con la presunción de encarnar la Verdad
del nuevo orden mundial, el feminismo generista que es que es abiertamente pro
gay y pro queer (y no pro mujer) despliega políticas dirigidas a demoler
conceptos, al tiempo que llama a eliminar rígidos códigos sexuales en nombre de
las injusticias que ha cometido la Justicia. Y no solo eso. A la vez que
deconstruye la tradición biocultural, este feminismo postmoderno propone sus
reglas, o sea, sus propios códigos anticientíficos a partir de la omnisciente
subjetividad activo-productora de mundos sexuales. Más claro agua: la filosofía de las Butler et alii se alza en contra de quienes reconocen o admiten el peso de la biología. De ahí vendría el
negacionismo de la ciencia y, en concreto, el negacionismo de la
biología genética. De ahí vendrían las teorías sobre la existencia
de hasta 5 sexos, teoría formulada por la célebre filósofa norteamericana y
también bióloga Anne Fausto-Sterling.
Es cierto, la desnaturalización o acción de sacar a la mujer de los fueros
de la naturaleza no solo fue desarrollada por Butler y fieles seguidores.
También fue llevada a cabo por el estructuralismo de Lévi-Strauss y por la
teoría sobre el despertar al erotismo de Herbert Marcuse. Eso sin omitir la
influencia que sobre Occidente desplegaban las corrientes psicoanalíticas
francesas (Deleuze, Guattari,
Derrida…) y a las que se abrazaron Ruben Gayle y
Shulamith Firestone, entre otras feministas norteamericanas.
Esta última ofrecía un retrato de la opresión de las mujeres, de las niñas y
niños desde su bagaje freudo-marxista, marcusiano y reichiano para mayor
exactitud. Pero, por otra parte, hubo feministas
europeas, formadas en Estados Unidos, que deslumbraron en este país. Fue el
caso de la italiana Teresa de Lauretis quien en su obra Technologies of Gender (Tecnologías de género, 1987) instaba a
crear puentes de comunicación entre las teorías feministas en curso y los
representantes de la French Theory
(Foucault, Lacan, Derrida, Guattari, Deleuze,
etc.), sin olvidar que en las hipótesis de la citada Judith
Butler palpitan, además de algunos de los postulados del French Feminism (Luce Irigaray, Julia
Kristeva, etc.), muchos de los planteamientos masculinistas de la French Theory.
Sabido esto, ¿por qué el feminismo generista con
su sexo fuera de la biología o sexus ex
machina ningunea la influencia de los cromosomas? ¿Por qué desexualiza a las mujeres y aspira a
repartir sus derechos jurídicos entre los varones? ¿Por qué con tal de
desmentir el componente biológico de la sexualidad humana cae en el
reduccionismo del egocentrismo? No solo porque quiere despatologizar,
descriminalizar las conductas sexuales de unos colectivos sociales que han
sufrido, lo cual es un hecho, el estigma de las discriminaciones. Sino también,
y aquí está el meollo del asunto, porque «para la izquierda el ser humano no tiene naturaleza», lo
desenmascaraba en pleno postsesentayochismo el anarquista estadounidense Murray
N. Rothbard en su obra Por una Nueva
Libertad: El Manifiesto Libertario (1973).
4. La
creación a partir de la nada
Al ser refutadas las evidencias sobre los
dimorfismos sexuales, las disimetrías entre lo masculino y femenino se esfuman y devienen un
absurdo. Desde la perspectiva de género, únicamente existen sujetos que (auto) determinan su
genitalidad desde su voluntad de poder o Voluntad de género. Ante la apisonadora
narcisista de las modas antiintelectuales se levantan voces muy duras. Es el
caso de la sexóloga y neurocientífica Debra
Soh que despavimenta
brillantemente las utopías que
reivindican enajenarse de las imposiciones
cromosomáticas y se desvinculan de las verdades
médicas[10]. Pero la doctora Soh no
está sola. Sheila
Jeffreys ha realizado una crítica penetrante de la teoría de Judit Butler. Para
Jeffreys es un hecho que el feminismo postmoderno incurre en el uso
torticero del lenguaje. Por medio de las Butler et alii «el lenguaje», explica esta profesora inglesa de
Ciencias Políticas afincada en Australia, «opera
a través de la construcción de falsas oposiciones binarias que, mediante algún
proceso misterioso, controlan la forma en que las personas pueden pensar y, por
tanto, actuar. Se supone que masculinidad/feminidad es una de estas
[oposiciones] binarias, la única fundamental para la opresión de mujeres,
lesbianas y gays», afirma Jeffreys[11].
También en contra de los excesos
de la postmodernidad se
ha alzado Rosi Braidotti. Distanciándose de la perspectiva butleriana, esta
feminista ítalo-australiana insiste en que «el cuerpo continúa siendo
un haz de contradicciones: es una entidad biológica, un banco de datos
genéticos y, a la vez, también […] una entidad biosocial»[12]. No obstante, frente a
estos enfoques críticos lo que prevalece es el tam-tam de la ideología de
género con sus cantos dionisíacos a favor de
una libido sin límites. Quizá por esto, y
aprovechando el viento que sopla a su favor, las feministas generistas
predican el dogma de la revolución y se apartan de la evolución
biológica. Manifestándose como neoluditas, o sea, en contra de la ciencia
y de la técnica, quieren acabar con cualquier tradición relacionada con
(los determinismos físicos que acompañan a) la verdad, aunque luego
contradictoriamente reclaman un Estado «proveedor de servicios», es decir, que
el Estado dispense las biotecnologías necesarias para transformar la apariencia
corporal del fenotipo humano.
Estas
incoherencias no son algo extraño, pues el relativismo absoluto (o nihilismo en
términos de Monique Wittig) era «el Caballo de Troya» que iba a servir para
colapsar el mundo conocido. Incluidos los ámbitos convencionales del
conocimiento. Por eso Judith Butler, y no
es simple casualidad, se opone desde el principio a toda verdad instituida. Y a
la sombra de la audaz Wittig, en su prefacio de 1999 a su Gender Trouble
Butler confesaba a sus lectores que ella «also sought to undermine any
and all efforts to wield a discourse to truth» («también buscaba destruir todos
y cada uno de los esfuerzos dirigidos a empuñar un discurso sobre la verdad»)[13].
5. Contra la tiranía de la razón
Una
racionalidad emancipada, incluso de ella misma, acaba en brazos de los deseos.
De esos ataques a la verdad y a la racionalidad pudo darse cuenta Herbert
Marcuse. Y ya en el inicio de la década de los años 1970. De hecho, este
filósofo pro feminista denunciaba que
la extrema izquierda al creer en la tiranía de la «Razón» estaba creando
fortísimas tendencias antiintelectuales. En calidad de actor y espectador de
los cambios que acompañaban a su época Marcuse percibió que los jóvenes
izquierdistas en su sublevación contra la razón «burguesa» se ponían en pie de guerra incluso contra la «Razón»
misma[14]. Y acertaba este intelectual en su diagnóstico aunque
él había cooperado, codo con codo e igual que otros filósofos antisistema
europeos, en la demonización de la objetividad. ¿O acaso se olvidan los cantos
al erotismo que divulgaba Marcuse, agarrado a la partitura de que la
racionalidad es opresora y antilibidinal? No se olvide que el feminismo de género «salió de la política radical de los 60 y estuvo marcado por la
filosofía marxista y la [filosofía] de Marcuse, Frantz Fanon y
Michel Foucault», entre otros intelectuales europeos, comenta la feminista norteamericana Christina Hoff Sommers[15].
En un horizonte
netamente contracultural las llamadas a la independencia personal se
legitimaron desde el menosprecio a los datos fácticos. Negar la tiranía de los cromosomas implicó entender
la anatomía humana como la puerta que abre a la desinhibición sexual. Y
supeditar el «génos» a la esencia o «ousía» de los deseos particulares permitía
posicionarse a favor de una libido homosexual, de gustos incontornables y
carente de restricciones. A esto el feminismo de género lo llamó «emancipación
sexual». Y, sin límites a los límites, esta corriente incide en que nada se
debe al «génos», a la genética, ni siquiera a la sexualidad. En definitiva, al
guarecerse en el ámbito hipercartesiano de la cálida privacidad, el nuevo
feminismo ha sacado a flote la maleabilidad infinita de la geometría sexual. Y
al apelar a la apertura de nuevas sensibilidades insta a trascender los ámbitos
tradicionales de la experiencia (hetero) sexual.
Desde luego, la
finalidad de estas guerras contraculturales consiste en reivindicar los deseos
como norma-patrón de la realidad. ¡Viva el sensismo frente al intelectualismo! El objetivo, pues, reside en apropiarse de una sexualidad inventada
y considerada nómos de la contracultura.
Por tanto, la imagen de la «mujer» anterior a la Era «género» ya no puede servir. La nueva imagen de «mujer» que vino a sustituirla se
centra en la desaparición de la mujer. Y ello fue posible gracias a los multiestratos
anímicos que, de un lado, reivindican la aparición de poliidentidades sexuales
fluidas y, de otro lado, se rebelan contra la artificialidad opresiva que sufren los cuerpos bajo pautas normativas
dominantes.
El descrédito de la biología ha sido consecuencia de esa interpretación
multidiferencialista de la identidad humana que busca
descomponer la figura incómoda del «Homo sapiens». Algunas feministas llegan a
hablar de un híbrido unisex, mitad
máquina, mitad humano, que son los «cyborgs». Es el caso de Desiré Rodrigo y
Helena Torres[16]. Otras
postfeministas, como la brasileña Sonia Correa, se suman al coro de los
generistas. Y repiten la melodía de que «hoy, más que hace veinte años, es crucial hablar
de géneros y sexualidades como construcciones plásticas e inestables que se
articulan»[17].
¿Hay que despreciar esta hermenéutica que, además
de enaltecer la llegada de «bodynautas»
y «hormonautas», allana la venida de sastrerías
mercantiles que estatalizan la medicina y abren vías para utilizar, en
experimentos científicos, a las personas en nombre de esa arcadia que es la
identidad? Con la victoria de la
postmodernidad se ha impuesto un marco narrativo que ansía deshistorizar a
individuos y grupos; que anima a deshacer las huellas del pasado para, sin
referencias ni anclajes, ser dúctiles a los fines que marcan unas élites en
nombre de los deseos. Además, gracias a
la etiqueta de prestigio que acompaña a la postmodernidad, ciertas Big Pharma y… ciertas coaliciones
feministas se dedican a diseñar genéticas divagantes y extravagantes para
encumbrar su metafísico posthumanismo.
Por cierto, de la mano de ese esta «ductilidad» se llevan a cabo, en
laboratorios, ciertos ensayos clínicos como, p. e., conseguir «humancés», o
sea, híbridos entre humanos y chimpancés. Este cruce de gametos entre especies distintas fue
denunciado por Brunetto Chiarelli cuando este antropólogo italiano informaba ya en
mayo de 1987
de la posibilidad de prácticas
transhumanas a partir de una relación sexual in vivo entre una hembra de chimpancé y un hombre. El experimento
realizado en EE UU con esperma
humano tuvo éxito, aunque el embarazo de la chimpancé sería interrumpido por
los científicos antes de llegar a buen término, aclara Chiarelli[18].
7. El
esencialismo de la teoría de género
La teoría de género
legitima modos alternativos de comportamiento sexual. Y, por tanto, es la ideología
de unas minorías en ascenso que abogan por una identidad volátil, performativa,
variable y cambiante. Es más, con el apoyo de potentísimos medios de
comunicación dichas minorías están logrando popularizar una visión
profundamente supraestereotipada de la realidad. Aliada a la deformación intelectual, recientemente la BBC ha dejado a l@s portavoces de la teoría de género divulgar un
programa en donde se aleccionaba a
niñas y niños menores de 12 años sobre la existencia no solo de transhombres, sino de 100 tipos de
identidades sexuales, que sus profetas dicen conocer a ciencia cierta, no se
sabe bien cómo[19].
¡Sí, cien tipos de
identidades sexuales, entre ellas LGTTBQIAPK…![20] Esto es
paradójico, sobre todo porque la «teoría
crítica» de género que no para de denunciar (por occidental, por hegemónico,
por patriarcal) el esencialismo de los dimorfismos heterosexuales se dedica, en
cambio, a esencializar toda clase de gustos sexuales y, de paso, a absolutizar
todas las diferencias que proceden de los paladares sexo-disidentes. Bueno,
pues ya puestos a no quedarse culinariamente en esos minúsculos 100
sexo-géneros, propongo lamarckistamente hablar de 8 billones de identidades,
una por habitante de la tierra haciendo de alguna manera lo mismo que hizo Jerry
Rubin cuando este rebelde y satírico norteamericano declaraba en pleno
postsesentayochismo que había «6461/2
millones de tipos diferentes de yippies»[21].
La famosa Betty
Friedan, una de las madres del Movimiento norteamericano de Liberación de las
Mujeres, explicaba en 1994 en una entrevista para la revista Newsweek que, con su libro The feminine Mystique (La mística
femenina, 1963), ella «quería
probar que la educación era buena para las mujeres»[22]. ¿Pero el uso fraudulento de la información va a beneficiar al sexo femenino? El
proselitismo está ahí, y debido al afán de controlar hasta la mente de los más
pequeños cobran fuerza las afirmaciones de Janice G. Raymond. Para esta
feminista «no hay
ninguna razón científica para enseñar a los estudiantes que los niños pueden
convertirse en niñas o las niñas pueden convertirse en niños. Esto es pervertir
la ciencia»[23]. Y también es manipular.
A muchas personas que se
declaran de izquierda les han dejado de interesar las investigaciones
científicas, sociológicas, psicológicas… y, de espaldas a ellas, se dedican a
impulsar imaginativas taxonomías personales, negando
hasta la evidencia de los propios datos mendelianos. A resultas de lo cual, promocionan fuera y dentro de las aulas sexo-tipos a la carta. Lo cual
conlleva que en las nuevas cartas de
navegación mandan los límites incontornables del deseo. Y en nombre del deseo
se ningunea la historia genética de la humanidad. Por supuesto, en esta carrera
por conseguir los laureles del éxito se infravaloran a Jordan Peterson y a Warren
Farrell por exponer estos
intelectuales los puntos débiles de la teoría de género, cuando no, se persigue
a transexuales como Scott Newgent, mujer quirúrgicamente mutada a hombre que se
opone a la canónica LGTBI y afirma que las personas humanas se definen no por
su apariencia, sino por el sexo biológico. Eso sin olvidar cómo son hostigados los
incontables profesores «Derrick Jensen» por declarar que la tierra no es
plana, o sea, que los varones son varones, y las mujeres, mujeres.
Y es que a quienes
aceptan lo mejor de los logros de la civilización occidental les arrojan
montañas de descrédito bajo puñados de descalificaciones. Es el caso de la
asesora fiscal británica Maya Forstater, que perdió su puesto de trabajo por afirmar que el sexo viene
establecido por la biología[24]. Es el caso de un
profesor de Colorado, enviado a un curso de reeducación (¿maoísta?) por el
hecho de opinar que los jóvenes «trans» a veces lamentan la transición de
cambio de sexo[25]. Es el caso de un profesor universitario de biología en Madrid, suspendido de
empleo y sueldo por explicar que desde el punto de vista genético hay dos
sexos[26]. Es el caso de un docente en Glendale (Los Ángeles, California) que, con 25 años de carrera
a sus espaldas y nombrado dos veces «Profesor del año», fue suspendido de
empleo tras quejarse en una
junta escolar de que su centro promovía la transexualidad[27]. Y es el caso
también de políticos norteamericanos, holandeses, franceses, italianos,
españoles… que ante las acometidas del lobby radical no pueden expresar ni lo
que piensan. Pues bien, por estas y otras
censuras a la tangerina y librera Rachel Muya le «parece mentira que ahora se
pueda romper un escaparate porque esté Lolita de Nabokov»[28].
Menuda ironía de la Historia saber que en los
primeros años del siglo XX fueron perseguidas en EE UU las personas que
defendían la teoría darwinista de la evolución. Menuda ironía, repito, percibir
cómo lo que sucedía hace un siglo se repite hoy en quienes, en pleno siglo XXI,
sufren acoso por reconocer el valor de las evidencias científicas. Por
puritanismo la nueva progresía
jacobina hace llamamientos a vigilar y penalizar aquellas ideas de alcoba que
no exaltan las subjetividades identitarias en boga y además, qué horror,
reconocen el peso de la biología sobre el curso de la vida humana. A la luz de estos datos convendría quizás
sacar a colación el parecer de Roger Bartra. Este antiguo sesentayochista
mexicano ha considerado que la cultura como «manto unificador y totalizador es en realidad una red
imaginaria que oculta y legitima las nuevas formas de explotación y dominación»[29].
8. Sexo (re) creativo
Los heraldos de la
postmodernidad se guían por un ex falso
quodlibet, es decir, por ese postulado que reza que de lo falso se deduce
cualquier cosa. Tamaña estrategia lleva a las nuevas Amazonas a imponer desde
el altar de su conciencia soberana la tarea, lo ha dicho Judith Butler, de «suprimir el sexo». Dios
ha muerto, insistía Nietzsche. El
sexo ya no existe, señala su enterradora oficial Judith Butler. ¿Y en qué
se apoya esta feminista norteamericana para inhumar el sexo? Se apoya en el
argumento de que el género, una vez destruido o deshecho («undone»), «es una práctica de
improvisación dentro de un escenario constrictivo. Además, el género […]
siempre se está «haciendo» con o por otro, incluso si el otro es solo
imaginario», así lo expresaba Butler al inicio de su libro Undoing
Gender (Borrar el sexo, 2004).
La apreciación juguetona de que el sexo
se (re) inventa continuamente es una repetición de lo que unos años antes ya había
dicho en su libro Gender Trouble (El género en disputa, 1990). Allí
Butler expuso sus estrategias contra el aburrimiento acuñando la idea de que en
la sexualidad humana «la tarea
no es saber si hay que repetir, sino cómo repetir o, de hecho, repetir y
mediante una multiplicación radical de género desplazar las mismas reglas de género que permiten la repetición
misma»[30]. Conocidas sus opiniones, sabemos que el género se puede «multiplicar» y, dada
su naturaleza fantasmática, «hacer» y practicar incluso con alguien imaginario. Pero también sabemos que para Judith
Butler el género es de naturaleza huidiza, cambiante, semejante a un espectro,
que vive en la medida en que se agazapa y vive en la mente. Bueno, pues si a la
hipertrofia cartesiana en la que incurre Butler se une el hecho de que para
esta nietzscheana es fundamental mostrar resistencia a la norma(lización),
entendemos por qué para Butler la norma(lización) conduce a actos
normativos-aburridos, o sea, a sexualidades normativas
que consolidan géneros normativos,
como expresó en su artículo Critically Queer (Críticamente Queer, 1993)[31].
Abogar por una concepción lúdica de la sexualidad no convertía a Butler en una
adelantada a su tiempo. Más bien es una imitadora de las ideas antropológicas
de Georges Bataille, para muchas personas considerado pionero de la teoría de
género. «Sea lo que sea, si el erotismo es la actividad sexual del
hombre, lo es en la medida en que difiere de la de los animales. La actividad
sexual de los hombres no es necesariamente erótica. Ella lo es cada vez que no
cae en lo rudimentario y no es simplemente animal», apuntaba Georges Bataille[32]. Es decir, la erótica humana como descubrimiento precisa crearse y recrearse,
humanizarse en suma. Movida por premisas no menos hedonistas, Butler concluye
que «la sexualidad no es simplemente un atributo que se
tiene, o una disposición o un conjunto modelado de inclinaciones. Es un modo de
ser dispuesto hacia los otros, incluso en modo fantasía y, a veces, solo en
modo fantasía»,
dogmatiza Butler[33]. ¿Y ello por qué? Porque
«al fin y al cabo, la
gran fuerza subversiva radica», según Butler, en que «los géneros no pueden ser ni verdaderos ni falsos, ni reales ni
aparentes, ni originales ni derivados. Sin embargo, como portadores creíbles de
esos atributos, los géneros también pueden hacerse completa y radicalmente
increíbles»[34].
Llegados a este punto,
y ante el sensualismo radical que propone Judith Butler, ¿qué piensa gente de izquierdas como Slavoj Žižek? Este filósofo esloveno, que ha editado
un libro con esta autora, observa que los grupos contraculturales son una
versión insípida de la revolución, «que los agentes de la
cultura de la cancelación son «comediantes en un mundo en llamas»: lejos de ser
«demasiado radicales», su
imposición de nuevas prohibiciones y reglas es un caso ejemplar de
pseudoactividad, de cómo asegurarse de que nada vaya a cambiar
por el método de fingir actividad frenéticamente»[35].
9. Políticas
de antiidentidad
Con la navaja de Ockham
transformada en navaja del «género» se intentó emascular al sexo biológico para
dejarlo convertido en una antigualla cultural. Con las cuchillas de las
palabras se quiso castrar al misógino Urano heterosexual que habita, decían,
bajo el corpus científico. Naturalmente, en la
tarea de reforzar la idea de que el «género»
(masculino y femenino) es cosa del lenguaje, nunca asunto de genes, sobresaldría la butleriana Preciado. Para este transfilósofo no hay sexo en el momento del nacimiento. Este es el
motivo por el que «no hay
necesidad de asignar un género al nacer. Podríamos simplemente decir «viene un
cuerpo humano al mundo»»,
concluye Paul Beatriz Preciado. Desde
luego, tras estas guerras de palabras palpita una durísima batalla
contracultural destinada, lo ha apuntado Irène Jami, a imponer el deseo de que el cuerpo pueda «ser resignificado de maneras que
impugnen —en lugar de confirmar— la hegemonía heterosexual. Imaginemos que en
la ecografía o en el momento de nacimiento no se dice «¡Es una niña!», sino «¡Es
una lesbiana!»» Imaginemos, sí. Y veremos cómo la
ideología generista «se preocupa
incluso por defender los derechos y garantías de las personas por nacer, bebes
o niñes sexualmente indeterminades para les cuales se propone la así llamada
crianza de género abierto, la documentación civil asexuada y el uso del
pronombre neutro «elle» a fin de no encasillar a les niñes en un sistema de
adscripción binaria. […] Cada sujete naciente es así una suerte de mónada
cerrada en estado de libertad absoluta, sin sedimentación cultural ni vínculo
social; una suerte de tabula rasa que escribirá ex nihilo su ficción», concluye con gran agudeza la filósofa María Binetti[38].
Ni que decir tiene que en
el acto de abandonar el consenso para ir a cabalgar sobre creativos disensos acaba
apareciendo un tipo de visiones-subversiones que desembocan en mundos nunca
antes pisados. Y ocurre que si usted lo desea, «también puede ser una niña de ocho años», con lo cual «nada le impide
cambiar en cualquier momento y ser un Lord inglés de finales del XIX, o un
venerable anciano chino. Ese carácter arbitrario y mudable de las
características personales tiene varias consecuencias. Una de ellas es que el
individuo se convierte en un ser inconsistente, privado de cualquier cualidad
propia, única, y por tanto carece de toda dignidad. Él puede ser cualquier
cosa, y cualquier cosa puede ser él», sugiere con
ironía José Carlos Rodríguez. En
consecuencia, un violador de niñas puede buscar eximirse de su culpa
argumentando que no es un hombre sino una nena muy pequeñita, argucias que ya
se están utilizando en los tribunales de justicia para disminuir el tiempo de
las condenas penales por pedofilia.
Bueno, pues por la misma regla de tres un
individuo del sexo masculino, pongamos que de 31 años, puede aducir que se
siente una niña de 10 añitos y exigir volver al colegio para ser incluido en
las listas deportivas y así competir desde la categoría «alevín» con crías
menores de 12 años. Y que nadie lo prohíba, porque el aspirante a deportista infantil aducirá «paidofobia» y «cronofobia».
Por otra parte, y gracias a las políticas que avivan la condición de ser un «otro»,
un sujeto joven y perfectamente sano podrá querer optar a la condición de «transpensionista»
y solicitar la renta que reciben los jubilados bajo el argumento de sentirse «viejo»,
e incluso puede exigir los derechos de los discapacitados desde la explicación
de que se vive a sí mismo como un «transcapacitado», alegando además «sociofobia»
si no son compensados sus anhelos neoidentitarios. Y ya puestos a exigir, puede
ocurrir, como así ha sucedido de hecho, que un ciudadano holandés de nombre
Emile Ratleband reclame a la justicia de su país variar la fecha de nacimiento
aduciendo que se siente discriminado por su edad.
¿Qué indican estas tendencias sociales? Indican la
«banalización» de la ley y, peor, apuntan a la inseguridad democrática, dos hechos
que a corto plazo suponen la falta de delimitación del «sujeto de derecho», y a
largo plazo que cualquier persona pueda reclamar para sí la soberanía legal de
otros colectivos, con tal de adaptarla a sus necesidades. En cualquier
caso, ¡viva la imaginación!, ¡vivan las performances! y vivan estas guerras
culturales en las que, lo afirma Judith Bulter, el género «siempre se está «haciendo» con
o por otro, incluso si el otro es solo imaginario». Tal clase de ideas prueba que la
egolatría ha venido para quedarse. Y este «culto narcisista al Ego», lo explicaba muy bien hace tiempo Gilles
Lipovetsky, «fue precedido
y preparado por el culto subversivo a las singularidades». Y añade un matiz importante Lipovetsky: «Al
miniaturizar la Revolución, el movimiento transpolítico ha hecho de ella un
referente vacío de contenido, una moda sometida al orden supremo de la
individualidad pura, de las perspectivas nómadas subjetivas […, de] la
glorificación de la subjetividad bajo la coartada revolucionaria»[40].
Una cosa más. Entre
tanta inversión de valores; entre tanto rechazo a la ciencia; entre tanta
egolatría; la supuesta sexo-disidencia está fortaleciendo
el sistema que dice poner en duda. Por tanto,
¿en dónde ha quedado trabajar por
solucionar los problemas reales y «dedicar
mi tiempo a luchar
por la igualdad de las mujeres», como insistía la histórica Jacqueline Ceballos, Presidenta de NOW (National Organization for Women)
al inicio del mítico mitin feminista celebrado en el Town Hall de Nueva York el 30 de abril de 1971? Tales propósitos
han quedado en el limbo del olvido ya que la vindicación de una
contrasexualidad a la carta
constituye la vulgata actual del postfeminismo. Con lo cual, ¿hay posibilidad de conocer y solucionar las
injusticias sociales, económicas y políticas más allá de la categoría
identitaria de «género»? Muy pocas, pues con un feminismo circunscrito a los territorios
diminutos del cuerpo «¿qué
político avieso no prefiere esto en el candelero en lugar de tener
reivindicaciones bien ordenadas, con agenda y fechas? Es maniobra de escamoteo.
Es llenar de troyanos y enviar a otra parte las señas de identidad del feminismo», se queja la
filósofa y feminista española Amelia Valcárcel[41].
10. Sexuadísima
(anti) sexualidad
Ciertas feministas
norteamericanas radicales llevan décadas presentándose como panacea
extraordinaria de la Era presente. Ubicando sus reivindicaciones en el ámbito
personal del hedonismo, las defensoras del paraíso identitario no trabajan sino
por la muerte del feminismo y….. por agrandar los perímetros, ya de por sí
inmensos, de esos mercados que crecen y crecen gracias a la estimulación
infinita de la anorexia, de la morfofobia, de la disforia… y de toda clase de
deseos sexuales insatisfechos. Advierta, si no, los jugosos dividendos que
obtienen las poderosas corporaciones médico-farmacológicas con el negocio de
las «gendershoppings» o reasignaciones sexuales cuyo punto de origen se rastrea en los años 1960
y 1970 en La Clínica del ginecólogo
francés Georges Burou, en la ciudad marroquí de Casablanca. A este destino se
acercaban los hombres que buscaban en la cirugía de reasignación de sexo convertirse en
mujeres. Y «ahora imagine un salto rápido que nos lleva de los
callejones bulliciosos de Casablanca a las verdes colinas ondulantes de Palo
Alto. El Programa de Disforia de Género de Stanford ocupa una pequeña
habitación cerca del campus, en una tranquila sección residencial de esta rica
comunidad. El Programa, que es una copia de La clínica de Georges Burou en
Marruecos, ha sido durante muchos años el foco académico de los estudios
occidentales sobre el síndrome de disforia de género, también conocido como
transexualismo. Aquí se determinan la etiología, los criterios de diagnóstico y
el tratamiento. El Programa se inició en 1968, y su personal, compuesto por
cirujanos y psicólogos, se dispuso por primera vez a recopilar toda la historia
sobre el tema de la transexualidad que hubiera disponible», explicaba Sandy Stone[42].
Desde 1968 hasta nuestros días la sexualidad no ha
hecho más que convertirse en un pujante fenómeno mercantil. Tanto es así que la
difusión de la teoría de género se está instrumentalizando para la edificación
de identidades colectivas «idénticas». En ello ayuda valiosamente el intrusismo del
marketing. La misma empresa Walt Disney ha olfateado el negocio de
promocionar en la infancia y adolescencia la teoría de género. De hecho, Karey
Burke, la actual ejecutiva de la casa Disney, está afanosa por introducir en
los guiones «Disney» la sociología queerness
incorporando un 50% de personajes LGTBI. Al hilo de la
cruzada disneyana sabemos que los trabajadores de esta Compañía
escribieron una
carta abierta el pasado mes de marzo de 2022 denunciando
que Walt Disney Company se ha convertido en un lugar de trabajo inhóspito, en especial para
quienes no se adhieren a modas ideológicas en ascenso. En la misiva los
trabajadores declaraban ser etiquetados de «villanos» por tener otras opiniones.
Entretanto, Walt Disney alienta a los empleados a hacer declaraciones
izquierdistas, cosa muy llamativa, pues en los
años 1960 esta industria bendecía
con enorme ardor la guerra norteamericana en Vietnam.
Contradicciones aparte, en el despertar de una sexualidad
reseteada, formateada y reestandarizada
el fracaso de la contracultura va a radicar en su excelente acogida comercial. Los
caminos del feminismo postmoderno nos conducen al supermercado. O dicho de otra manera. Al ser entendida como
fuente de consumo, la contracultura ya está domada por los mecanismos
publicitarios de compra-venta de deseos. Las grandes industrias biotecnológicas
o Big Pharma huelen mucho dinero tras
las reivindicaciones anticulturales. Y es que la rebelión vende, igual que la
disrupción de las costumbres genera grandes beneficios empresariales. Por
tanto, la (re) sexualización y (co) producción de femineidades y masculinidades
LGTBI vendrán impuestas por las leyes
del mercado.
En este sentido, recordemos a Philippe Muray cuando
hablaba de la lex-shop. ¿Se
equivocaba Muray? No hay que pasar por alto cómo la economía promociona los cuerpos-vitrina de actrices y
productoras de cine que se han transformado quirúrgicamente en hombres. Es el
caso de ex Ellen Page. Y por lo mismo tampoco conviene olvidar cómo son
catapultados al estrellato famosos ex deportistas varones, ahora llamados
Caitlyn Jenner. Y es que tras haber sabido homologar «su$ rebeldía$» sexuales
mediante pujantes estándares económicos, estos miembros de la alta burguesía
han utilizado sus avatares de cambio de sexo como fuente de publicidad, de
ingresos y más business. Es indudable
que gestionan y muy bien su capital corporal. Además, estas metamorfosis no son un
fenómeno aislado, tal como la exitosa presentadora y productora Laverne Cox ha
puesto de relieve al dejar hablar, en su documental, a jóvenes «trans»
estadounidenses.
De los bodynautas
Jean Baudrillard pudo adivinar su ascenso. Este filósofo advirtió hace más de
50 años el curso materialista –leáse capitalista– de la ideología
postsesentayochista. De hecho, en La
société de la consommation (La sociedad de consumo), Baudrillard anotó cómo
el cuerpo hipervalorado, hipostasiado «se ha convertido, lo que el alma en su tiempo, en
el soporte privilegiado de la objetivación». Es decir, el
cuerpo ha devenido «el
mito rector de una ética de consumo», apuntaba el
filósofo francés ya en 1970. Y, agregaba Baudrillard, «el cuerpo vende. La belleza vende. El erotismo
vende»[43]. En destacar este
enfoque coincidieron el sociólogo marxista
Michel Clouscard[44] y la feminista
izquierdista Gayle Rubin. Esta antropóloga
norteamericana hizo
hincapié en que «una
sociedad transforma la sexualidad biológica en productos de la actividad humana»[45]. Así, en
estas condiciones y con el respaldo de modas consumistas, ha sido posible que el militar Bradley Edward Manning sea ahora la alabada Chelsea Elizabeth
Manning.
De estas alabanzas al cambio identitario ha hablado Nagore
Goicoechea, una joven que ha desistido de sus deseos de ser transexual. Relata
Nagore que ella «antes pensaba que el
buenismo y el desconocimiento cegaba a aquellas personas que no quieren
escucharnos. No obstante, empiezo a pensar que es el dinero. Las personas que
destransicionen (y las que continúen con la transición) serán dependientes de
medicación de por vida, y eso gusta a las grandes empresas farmacéuticas.
Además, esto mueve votos. El individualismo extremo y el capitalismo están a la
orden del día: partidos autodenominados de izquierdas promocionan productos de
marcas multimillonarias, incluso de alcohol, y tachan a quienes señalamos la
locura que esto supone, de «tránsfobos» y «reaccionarios»»[46]. Las observaciones de esta ahora estudiante de Psicología son muy posteriores a
las profecías de Pasolini cuando este lúcido intelectual tan incomprendido
entre la izquierda, también por su condición de homosexual, anotaba al inicio
de los años 1970 cómo los supuestos cambios revolucionarios se realizan desde
las entrañas del capitalismo aupados por la izquierda y celebrados desde la
izquierda[47].
Y termino. Hace algunos años en el mundo occidental
la sumisión era la fórmula para alcanzar la áurea feminidad, denunciaba Betty Friedan, cofundadora y presidenta en 1966 de la National Organization for Women (NOW). Pasado el tiempo, resulta que la
mística del género promueve una
sexuadísima (anti) sexualidad con la que aspira a diseñar las señas de
identidad del futuro. No salimos, por tanto, de la rígida canónica de antaño. Y
tampoco que escapemos de las nuevas conversiones/performances a la carta. Lo de siempre, que les
obedezcamos para, en nombre de la liberación del cuerpo, integrarnos en un
consumismo cegador.
En conclusión, reducir el feminismo a enfoques
cartesianamente diminutos, minúsculos y microscópicos posee sinfín de desventajas,
tantas que, lo denunciaba la pensadora y feminista
norteamericana Nancy Fraser, «el giro feminista
hacia la política de identidad encajó muy bien con un neoliberalismo en ascenso
que no quería más que reprimir toda memoria de igualdad social. En efecto,
absolutizamos la crítica del sexismo cultural precisamente en el momento en que
las circunstancias requerían redoblar la atención a la crítica de la economía
política»[48]. ¿Entonces? Queda claro que ahora «todo se reduce al individuo y sus deseos –al sujeto
y a su relación consigo mismo–; una idea en la estela de Foucault y su énfasis
en la autonomía personal y el «cuidado de sí», como ejes de cualquier acción
política. Pero ¿quién satisface mejor los deseos del individuo/consumidor sino
el capitalismo?»,
apunta sarcásticamente el escritor mexicano Adriano Erriguel[49].
Conclusiones
El
Género en disputa tiene sus orígenes en la «Teoría francesa», lo que en sí
mismo es una construcción estadounidense rara. […] Originalmente
la clave para entender la performatividad del género me la proporcionó la
lectura que Jacques Derrida hizo de Kafka en «Ante la ley».
Judith Butler (1999),
Preface to Gender Trouble.
La radicalidad de este proyecto postmoderno de
civilización estriba en que vive tras un gigantesco paraguas idealista. O,
mejor, bajo la hiperinflación «yoísta». Por tanto, aunque hable de cuerpos «autosexuados»,
en ningún momento esta narrativa revolucionaria descansa sobre una teoría
materialista. Ítem más. Al moverse entre el desconocimiento y el rechazo a la
verdad el proyecto de civilización que proponen sus defensores remite a los postulados,
inabarcables e inmedibles, de los deseos. Y acabo. En los años 60 solo había dos modelos de sociedad:
el capitalismo norteamericano y el socialismo chino-soviético. En la era
presente, el capitalismo postindustrial ha asentado sus reales urbi et orbi. Y a su cobijo las
ideologías han cambiado drásticamente. Y se han despolitizado. Salir de la Historia
para volver a un nuevo origen o, mejor, a un nuevo punto de origen y así
construir la sociedad desde (un plan determinado por) los deseos particulares,
ese ha sido y sigue siendo uno de los objetivos de la teoría de género. Por
otro lado, y aunque se crea lo contrario, las afirmaciones y actos públicos sobre
sexualidad no dejan de ser hechos sociales, a pesar de que apelen al yo personal
como principio fundador. Pues bien, en este horizonte yoicamente «an-árquico»,
como así escribía la palabra Proudhon, no cesa de crecer y crecer la corpulencia
pantagruélica del yo deseante. Este, sin
anclajes culturales y solo a partir de la cartografía de sus sueños, se presenta
como una mónada aislada y antisocial que en su autosuficiencia (¿divina?) aspira
a ser inclusive punto de referencia en la construcción de una sociedad sin pasado
ni tradiciones. Eso sin olvidar además que el yo deseante se erige en pauta y ejemplo para todos los habitantes
de la sociedad posthumanista y por transvenir. Ni más ni menos.
Así que al memoricidio y
al culturicidio de esa «tabula rasa» que define a la teoría de género se suman
otros riesgos. P. e., el peligro del estatismo. Y es que cuando se otorga al
Estado una serie de atribuciones de naturaleza muy personal; cuando a él se le exige
gobernar sobre asuntos íntimos que no le corresponden; cuando el Estado se erige
en defensor de ideologías identitarias centrípetas; el Estado, en consecuencia,
logra infiltrarse y con enorme facilidad en las arterias de la sociedad y,
peor, consigue dirigir la sociedad sin frenos ni contrapesos, e incluso
penalizar hasta el uso mismo del lenguaje. Es más, al enaltecer (y expandir el
perímetro de) las bioideologías en boga, el Estado puede justificar, de hecho
ya lo está haciendo, los mecanismos de control y vigilancia sobre individuos y
conductas personales.
La narrativa capitalistamente revolucionaria o postmoderna que engalana a la teoría de género muscula retrógradamente al
Estado y…… a las empresas mercadotécnicas que se mueven alrededor del Estado. Y
por mostrar una desconfianza antisistémica hacia la objetividad, también
hacia los sistemas de control de la verdad, la teoría de
género acaba implícita y explícitamente ensalzando sus propias cartografías hedonistas,
en perjuicio de los sistemas democráticos que se instituyen para vigilar y controlar
la actuación objetiva de las élites y superélites dirigentes. Dicho de otro modo. Si
el ideal postsesentayochista de la revolución gira en torno a la utopía sexual
de crear una humanidad armónica, rousseaunianamente uniforme y sin signos de desasosiego
sexual, se entiende por qué el feminismo democrático-liberal es refractario a
este movimiento revolucionario. ¿La razón? Jamás ha habido históricamente ni
habrá sociedades sin conflictos. En segundo término, el feminismo postmoderno
sólo se centra narcisista y reduccionistamente en los comportamientos privados,
hecho que ayuda no solo a fortalecer el descontrol de los centros políticos de
decisión y poder. Sino a generalizar la desidia ciudadana hacia aquellos
problemas que no son ni subjetivos ni íntimos. Tal acontecimiento, luctuoso
para algunos, lúdico y necesario para otros, ha sido explicado por Ann
Braithwaite. Según esta estudiosa norteamericana el feminismo postmoderno solo
se centra en «mirarse autoindulgentemente el ombligo
reclamando experiencias personales y placeres femeninos, generalmente con
exclusión de cualquier comprensión política o activismo»[50].
De este modo, gracias a
las y a los «nuevos hegelianos» hemos abandonado el
mundo real, hubiera sentenciado Karl Marx. Pero también gracias a las y a «los
nuevos hegelianos» hemos desertado de la ocupación cívica y
política de vigilar a quienes nos gobiernan, pues de tanto percibir los
paisajes atrevidos, voluptuosos, inclusive fantasmáticos de los deseos sexuales,
de tanto practicar turismo mental, resulta que apenas reparamos en cómo se acrecienta
a nuestro alrededor la voracidad insaciable de las élites gobernantes. Por
tanto, ¿cómo vamos a solucionar los problemas de corrupción, de monopolio, de injusticia
social y política… yendo de la mano de una postmodernidad que mira al «miniyo»
y apenas percibe lo que existe fuera del intracuerpo?
El Estado liberal no es un etnoEstado, por supuesto. Pero se está convirtiendo en SexEstado, es decir, en un Estado panóptico
que se dedica por la vía administrativa a evacuar medidas, a examinar,
inspeccionar y regular hasta los comportamientos más privados de la ciudadanía.
Y ello gracias al apoyo incondicional de los defensores y defensoras de la
teoría de género, por cuya ignorancia y servidumbre voluntaria vamos a arribar
a un Estado liberal totalitario. ¡Menuda
revolución!
NOTAS
Negro, Dalmacio (28-V-2023), Mitos
políticos. El constitucionalismo,
edición digital. Puede leerse en
ideas.gaceta.es/mitos-politicos-el-constitucionalismo/ (4-VI-2023).
[1] Léase
a Preciado, Beatriz (2009), Biopolíticas
del género, en Biopolítica,
Buenos Aires, editado por el Colectivo Ají de pollo, 2009, pp. 15 y ss.
[15] Hoff Sommers, Christina Marie (17-IX-2016), La tercera ola del feminismo se construye
con mentiras, diario El Mundo,
edición digital con suscripción.
[21] Rubin, Jerry (1970), Do it! Scenarios of
the Revolution, New York, Simon and
Schuster Rockefeller Center, p. 84.
[22] Interviews with Betty Friedan, edited by Janann Sherman, University
Press of Mississippi, 2002, p. 16.
[23] Raymond, Janice G. (2021), Doublethink:
A Feminist Challenge to Transgenderism, Melbourne, Spinifex Press, p. 181.
[27] Shelton, Ray
(18 Abril 2023), Statements,
in Kinnett, Tony (June 06, 2023), EXCLUSIVE:
Award-Winning Gay Teacher Suspended for Speaking Out Against Transgenderism,
in Daly Signal journal. Puede leerse
en
dailysignal.com/2023/06/06/award-winning-gay-teacher-suspended-for-speaking-out-against-transgenderism/
(19-VI-2023).
[30] Butler, Judith
(1990) Gender Trouble. Feminism and the
Subversion of Identity, New York & London, Routledge, p. 189.
[31] Butler, Judith (1993), Critically Queer, in GLQ, vol. I, issue I (November 01 1993), pp. 17 y ss.
[32] Bataille, Georges (1957), L'Érotisme, Paris, Les Éditions de
Minuit, p. 35 (chap. I L'érotisme dans l'expérience
intérieure).
[33] Butler,
Judith (2004), Undoing gender, New York & London, Routledge, p. 33.
[36] Paul B. Preciado
(11-XII-2019), El sujeto del feminismo es
la transformación radical de la sociedad en su conjunto, entrevista de Ana
Borraz y Marta Requena, periódico diario.es, edición digital. Puede leerse en
eldiario.es/sociedad/entrevista-paul-preciado_128_1320669.html (4-VI-2023).
[38] Binetti, María (2019), La queerización postfeminista: del
constructivismo trans/genérico a la eliminación de las mujeres, La Aljaba,
Segunda época, volumen XXIII, 2019, p. 66.
[43] Baudrillard, Jean (1970), La société de la consommation, ses mythes, ses structures, Paris,
Éditions Denoël, pp. 213, 211.
[45] Rubin, Gayle (1975), The Traffic
in Women: Notes on the ‘Political Economy’ of Sex, in Toward an Anthropology of Women, New York, Monthly Review Press,
ed. by Rayna R. Reiter, p. 159.
[46] Goicoechea, Nagore (23-II-2022),
Entrevista, en Navarro-Pareja, José Ramón (23-II-2022), La 'desistidora' que lucha contra la ley 'trans': ¿cómo va a consentir
una niña de 16 años no volver a tener orgasmos y ser estéril?, diario ABC, edición digital con suscripción.
[50] Braithwaite,
Ann (2002), The personal, the political, third-wave and postfeminisms, in Feminist Theory, III/3
(2002), p. 336.
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